La convulsión de su rostro quebraba los espejos
en aquel cuarto del hotel Colón en Lima.
A pocos pasos yaciendo en la majestad de cierta luz,
que otorgaba otoño a la lluvia, un diario de la tarde abierto y desbaratado.
Ya sin fuerzas después del primer intento por desordenar
el cauce de las aguas en tu vientre, la ropa, nuestras prendas
se derretían en una sillita tapizada con dibujos que representaban
cacerías de liebres al amanecer, mientras ¡schisss! iban germinando,
girasoles, campos inmensos donde reposaban tus ojos adormilados.
Diste de beber a un mormón ya una troupe de circo abandonada
por su manager crazy. Entonces, sí, tu cabellera era una hoja azul.
Y emprendí el más largo extenso camino con un ábaco bajo el brazo
e innumerables páginas en blanco para ser escritas.
El Amordazado pudo expandir su nombre a los vientos y corrió hacia los árboles
regocijándose ante
el destello violáceo que emitía un durazno cubierto con gotas de rocío.
El Amordazado se internó en los caminos y seguramente
dos relámpagos oportunos caerán sobre él y lo veremos.
Me desangraba, mis escamas esparcidas en aquel cuarto de hotel.
Y comencé a oír la música arrancada de un sistro profundo, mientras tus pezones,
dilatándose, interferían la entrada de los botes y barcazas al puerto.
Y El Optimista lanzó sus redes al mar, y no te encontró.
Fuiste expuesta a la puntería de un Arcabucero algo obeso
y a la sapiencia de un Ballestero Otomana antes y después
junto a viejos encapuchados alumbrándose con antorchas.
y tú, inmensa como un mástil, ibas empujada por vientos cada vez más fuertes, imposibles.
«Si existe el sol debe ser aterrador», dijo entonces El Sabio.
y un trozo de cielo flotaba como un ramaje pálido en tus entrañas.
y vimos luceros y cuatro proyectiles de esos dieron una visión espléndida.
El Sindicado de no cuerdo y muy repelente, iluminó su dentadura. Luego de hacer
diversos movimientos con manos y pies -dijo- «agótala primero, tras de ti corren,
tras de ti están corriendo». A lo que yo asentí nombrando ¡los condenados!,
Y se me sombreó medio pómulo y ya no pude ocultarme.
Un invierno atroz cayó sobre mí, mientras oía tus gritos de devoción
hacia el vuelo circular y en picada del pez martín.
«Eso fue suficiente», consignó mi relator y llenó mis papeles con una palabra: AMOR.
Y fui obsesionado con esas lecturas que mi relator puso en mí.
Y ya quería saber que había detrás de tus ojos.
«Sé real a través de un lenguaje que te posibilite ir más allá»,
asentó El Utopista antes de evaporarse.
Y clamé por ti y bebí una sola vez y cogí líquenes y una pepa de eucalipto.
«Vuelve a ella, ponte en sus piernas como un lince encima de un promontorio»
asentó El Homicida con los hombros encogidos exhalando niebla.
Y exclamó: «si la vida no fuese la muerte, qué seríamos».
Y ya no alcancé a oír más bellezas y emprendí el regreso.
Y todos empezaron a correr en diversas direcciones,
Y en la confusión olvidaron una pluma de ganso e intenté conservarla, y no hubo silencio.
Y comencé a repetir sobre el valle inmenso de la vastedad de los relatores, tu nombre.
Y mis ojos se enturbiaron y una luz diluía tu rostro.
Le daba una extraña forma que'yo reconocí.
Venías detrás de un anciano relator completamente desnuda cruzando
un campo de flores amarillas, y El Anciano afirmó:
"con una palabra de ternura podrás conquistar el futuro»,
mientras los relatores leían frases escritas ya por mí y que había olvidado.
Una de ellas decía: "entonces sí, tu cabellera era una hoja azul»,
otra "la convulsión de tu rostro quebraba los espejos» y una tercera
«tú, inmensa como un mástil» y el relator me corrigió, «esa fue la segunda
fase, nunca se dio la tercera», «faltó equilibrio», El Anciano dijo:
«vuélvase lentamente», y acotó: «ésta será tu obra, perfecciónala».
Y te tuve frente a mí.
«Eso fue suficiente», consignaron las diJetantes voces de los acuciosos.
A lo que mi relator, a una observación mía,
extrajo un block de lluvia y escribió:
en aquel cuarto del hotel Colón en Lima.
A pocos pasos yaciendo en la majestad de cierta luz,
que otorgaba otoño a la lluvia, un diario de la tarde abierto y desbaratado.
Ya sin fuerzas después del primer intento por desordenar
el cauce de las aguas en tu vientre, la ropa, nuestras prendas
se derretían en una sillita tapizada con dibujos que representaban
cacerías de liebres al amanecer, mientras ¡schisss! iban germinando,
girasoles, campos inmensos donde reposaban tus ojos adormilados.
Diste de beber a un mormón ya una troupe de circo abandonada
por su manager crazy. Entonces, sí, tu cabellera era una hoja azul.
Y emprendí el más largo extenso camino con un ábaco bajo el brazo
e innumerables páginas en blanco para ser escritas.
El Amordazado pudo expandir su nombre a los vientos y corrió hacia los árboles
regocijándose ante
el destello violáceo que emitía un durazno cubierto con gotas de rocío.
El Amordazado se internó en los caminos y seguramente
dos relámpagos oportunos caerán sobre él y lo veremos.
Me desangraba, mis escamas esparcidas en aquel cuarto de hotel.
Y comencé a oír la música arrancada de un sistro profundo, mientras tus pezones,
dilatándose, interferían la entrada de los botes y barcazas al puerto.
Y El Optimista lanzó sus redes al mar, y no te encontró.
Fuiste expuesta a la puntería de un Arcabucero algo obeso
y a la sapiencia de un Ballestero Otomana antes y después
junto a viejos encapuchados alumbrándose con antorchas.
y tú, inmensa como un mástil, ibas empujada por vientos cada vez más fuertes, imposibles.
«Si existe el sol debe ser aterrador», dijo entonces El Sabio.
y un trozo de cielo flotaba como un ramaje pálido en tus entrañas.
y vimos luceros y cuatro proyectiles de esos dieron una visión espléndida.
El Sindicado de no cuerdo y muy repelente, iluminó su dentadura. Luego de hacer
diversos movimientos con manos y pies -dijo- «agótala primero, tras de ti corren,
tras de ti están corriendo». A lo que yo asentí nombrando ¡los condenados!,
Y se me sombreó medio pómulo y ya no pude ocultarme.
Un invierno atroz cayó sobre mí, mientras oía tus gritos de devoción
hacia el vuelo circular y en picada del pez martín.
«Eso fue suficiente», consignó mi relator y llenó mis papeles con una palabra: AMOR.
Y fui obsesionado con esas lecturas que mi relator puso en mí.
Y ya quería saber que había detrás de tus ojos.
«Sé real a través de un lenguaje que te posibilite ir más allá»,
asentó El Utopista antes de evaporarse.
Y clamé por ti y bebí una sola vez y cogí líquenes y una pepa de eucalipto.
«Vuelve a ella, ponte en sus piernas como un lince encima de un promontorio»
asentó El Homicida con los hombros encogidos exhalando niebla.
Y exclamó: «si la vida no fuese la muerte, qué seríamos».
Y ya no alcancé a oír más bellezas y emprendí el regreso.
Y todos empezaron a correr en diversas direcciones,
Y en la confusión olvidaron una pluma de ganso e intenté conservarla, y no hubo silencio.
Y comencé a repetir sobre el valle inmenso de la vastedad de los relatores, tu nombre.
Y mis ojos se enturbiaron y una luz diluía tu rostro.
Le daba una extraña forma que'yo reconocí.
Venías detrás de un anciano relator completamente desnuda cruzando
un campo de flores amarillas, y El Anciano afirmó:
"con una palabra de ternura podrás conquistar el futuro»,
mientras los relatores leían frases escritas ya por mí y que había olvidado.
Una de ellas decía: "entonces sí, tu cabellera era una hoja azul»,
otra "la convulsión de tu rostro quebraba los espejos» y una tercera
«tú, inmensa como un mástil» y el relator me corrigió, «esa fue la segunda
fase, nunca se dio la tercera», «faltó equilibrio», El Anciano dijo:
«vuélvase lentamente», y acotó: «ésta será tu obra, perfecciónala».
Y te tuve frente a mí.
«Eso fue suficiente», consignaron las diJetantes voces de los acuciosos.
A lo que mi relator, a una observación mía,
extrajo un block de lluvia y escribió:
«más allá del planeta»
«más allá del planeta»
«más allá del planeta»