INGRATO OFICIO
Duro, ingrato, es el oficio de escritor en un país como Honduras, con una débil tradición cultural y un público lector marginal, rodeado de una masa más bien hostil de indiferentes y de analfabetos. Si opta por mantener su autonomía, el escritor tendrá que sobreponerse al desconocimiento y desinterés, además de las prosaicas dificultades del trajín diario. Así, resulta casi inconcebible que pueda evitar entregarse al acartonado mundo académico, al engranaje burocrático, a la sabrosa superficialidad del periodismo local o a la bohemia derrotista, entendida en sus acepciones de penuria económica, de deliberados excesos y, lo que tal vez es más grave, de improvisación y facilismo en el terreno literario.
No parece haber otra alternativa, porque la labor específicamente literaria que puede hacerse para los medios es esporádica, pero sobre todo pésimamente remunerada en comparación con oficios más pedestres.
Por eso sobresale el ejemplo de Marcos Carías y de Eduardo Bähr, quienes tienen hoy, por un lado, la altiva independencia y, por otro, la formación y sensibilidad cultural, fruto de la insaciable curiosidad de lectores omnívoros y de su capacidad para transmitir a los demás lo que van sacando en limpio de un escrutinio cuidadoso y prolijo de su entorno. Materiales que luego su imaginación y su pluma galana han destilado en cuentos y novelas.
Vaya ejemplos difíciles de seguir en un país donde lo usual son las concesiones y el resentimiento. Se me antoja que Marcos Carías y Eduardo Bähr son mis maestros, pero a renglón seguido me digo que soy un pésimo discípulo…
Tegucigalpa, febrero del 2014
Nota: Primera foto: Marcos Carías
Segunda foto: Eduardo Bähr