Bajo por el malecón. Mi garganta está ajada y se revuelve la obsesión fatal que mueve mis huesos. Saco mi bota de curtida piel y bebo un fuerte licor pensando que así voy a calmar la sed.
Vuelvo a despertarme aquí. Procuro olvidar y voy descendiendo más y más. Llego hasta esta playa y una mujer de ojos verdes me ofrece agua del mar. (Y bebí. Pensaba yo que así iba a calmar la sed.)
Lejos del hogar, ¿quién se atreverá a hablar mientras yo me canso de esperar la copa que jamás me es servida? Ya no puedo volver.
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