Lo más ridículo y cursi que he escrito en mi vida es "Relato en clave de O", incluido en la muestra de narrativa Entre el parnaso y la maison, de reciente publicación. Lo que pretendió ser un monólogo, construido a base de recuerdos reales y ficticios, entre tres personajes que tenían una función representativa en ese juego que es la memoria y la manipulación de la misma, derivó en una dialéctica moralista que tenía por objeto que la voz narrativa en primera persona (el yo o "mi yo") no se viera afectado por los desplantes amorosos vividos. Comencé a enmascarar esa alabanza desmedida sobre buenos sentimientos bajo la idea de crear espacios reales o ficticios que fueran desplazándose según su requerimiento emotivo, huyendo de emociones reales como el odio y de síntomas como la repugnancia y el chantaje afectivo en aras de procurar un viaje interior del tiempo dentro de mi memoria. Sí, recuérdese a Proust y constrástese con Beckett. Un viaje interno de falsedad moralista y de grandes virtudes pregonadas, máscaras que usó durante tanto tiempo nuestra "sana" y bien portada literatura.
"O" designó lo obvio y mi desinterés por esa historia de antaño (bienestar fingido ante el verdadero dolor que sentí), "Nidia" lo presente, lo que me interesaba, a lo que quería aspirar, compárandola con la poesía, que, en una lectura real y sin manipulación significaría la repulsión y el hastío que provoca la poesía y la misma escritura en mí, en la cual me he interesado siempre por razones como la noción apocalíptica de la escritura.
Buscaba creer en algo. En el amor en ese momento. O creía que escribiendo eso ese alguien tendría que amarme. ¡Bah! Caí tan bajo que comprometí mis principios de escritura y todo aquello que me ha caracterizado como escritor, todo por esa voz narrativa que huía de la construcción de una historia. Y por pregonar esa aburrida palabra como es la "bondad"
De ahora en adelante haré honores a lo que me ha caracterizado como escritor. Agradezco a las dos únicas amigas que me lo dijeron en su momento: la sampedrana y la capitalina.
Esta es la muestra de cómo un joven escritor puede errar su camino. La buena literatura no se compone únicamente de lenguaje, no es sólo un hacer, sino también un pensar. Para nuestros críticos que se enfocan en la "forma", allí les queda la reflexión.
Quizás el único párrafo rescatable sea el último de la primera parte.
Borrón y cuenta nueva. Después de ese lapsus ridículo, Gustavo vuelve, vuelve, vuelve.
La misma mano que crea, es la misma que destruye. Y Gustavo vuelve, retorna, por fin liberado.