"Después de todo hay tres clases
de cuentos… Hay bastantes más, me diréis… Sea, pero yo distingo el cuento del
estilo de los de Homero, de Virgilio, de Tasso. Lo llamo cuento maravilloso. En
él se exagera la naturaleza; la verdad aparece hipotética: y si el narrador ha
respetado el módulo elegido, si todo responde a ese módulo, y si en la acción y
el diálogo ha obtenido el grado de perfección que comportaba el género de su
obra, no se le puede pedir más. Cuando se entra en su poema, se pisa una tierra
desconocida, donde nada ocurre de la misma forma que donde vivís, pero donde
todo sucede en gran escala, igual que a vuestro alrededor en pequeña. Existe el
cuento cómico como los de La Fontaine, Vergier, Ariosto, Hamilton, en el que el
narrador no se propone ni la imitación de la naturaleza, ni la verdad, ni la
ilusión; se lanza a espacios imaginarios. Decidle a este: “Sed alegre,
ingenioso, ameno, original, incluso extravagante, de acuerdo; pero seducidme
con los detalles; que el encanto de la forma no me haga ver la inverosimilitud
del fondo; y si el narrador cumple lo que le exigís, lo habrá hecho todo.
Existe, por último, el cuento realista, tal como puede leerse en las obras de
Scarron, de Cervantes, de Marmontel…”
-¡Al diablo con el cuento y con
el cuentista realista! No es más que un embustero vulgar y frío. ..
-Sí, si no sabe su oficio. Este
tipo de escritor se propone engañarnos; se sienta al arrimo del fuego de
vuestra chimenea; tiene por objeto la verdad rigurosa; quiere ser creído;
quiere interesar, conmover, apasionar, dar escalofríos y hacer correr las
lágrimas; efecto que no se logra sin elocuencia y sin poesía. Pero la
elocuencia es una especie de mentira, y no hay nada tan contrario a la ilusión
como la poesía; tanto una como otra exageran, supervaloran, amplifican, inspiran
desconfianza: ¿qué hará, pues, este narrador para engañarnos? Esto. Sembrará su
relato de pequeñas circunstancias tan ligadas al argumento, rasgos tan
sencillos, tan naturales, y sin embargo tan difíciles de imaginar, que os veréis
obligados a deciros a vosotros mismos: “A fe mía que esto es cierto; estas
cosas no se inventan”. De esta forma, se salvará de la exageración de la elocuencia
y de la poesía; la verdad de la naturaleza ocultará el prestigio del arte; y
podrá cumplir dos condiciones que parecen contradictorias: ser al mismo tiempo
realista y poético, verídico y mentiroso.
Un ejemplo tomado de otro arte
quizás haga más evidente lo que quiero deciros. Un pintor pinta una cabeza en
el lienzo. Todos sus rasgos son decididos, grandes y regulares; se trata del
conjunto más perfecto y más infrecuente. Siento, al mirarlo, respeto,
admiración, sobrecogimiento. Busco el modelo en la naturaleza y no lo
encuentro; en comparación con esta cabeza todo es endeble, pequeño y mezquino;
es una cabeza ideal; tengo esa impresión, lo confieso. Pero si el artista me
hace notar en la frente de esta cabeza una ligera cicatriz, una verruga en una
de las sienes, un corte imperceptible en el labio inferior, inmediatamente esta
cabeza deja de ser el ideal que era, y se convierte en un retrato; una señal de
viruela junto al ojo o al lado de la nariz, y este rostro de mujer deja de ser
el de Venus; es el retrato de alguna de mis vecinas. Así pues, yo diría a nuestros
narradores realistas o históricos: de acuerdo, son bellas vuestras figuras;
pero les falta la verruga en la sien, el corte del labio, la señal de viruela
al lado de la nariz, que las harían
verdaderas; y, como decía mi amigo el actor Caillot: “Un poco de polvo sobre mis
zapatos, y no salgo de mi camerino; vuelvo del campo”.
Atque ita mentitur, sic veris
falsa remiscet,
Primo ne medium , medio ne discrepet imum*
(Horacio. De Art.
Poet., ver. 151.)
¡Y viene tan bien un poco de
moral después de un poco de poética! Félix era un pordiosero que no tenía donde
caerse muerto; Oliverio era otro pordiosero que no tenía donde caerse muerto:
se puede decir otro tanto del carbonero, de la carbonera, y de los restantes
personajes de este cuento; concluiréis que apenas puede haber amistades
completas y sólidas salvo entre hombres que no tienen donde caerse muertos. Un
hombre es entonces toda la fortuna de su amigo y su amigo toda la suya. De ahí
se deduce toda la verdad de la experiencia: que la desdicha estrecha los lazos
de la amistad; y que hay materia para añadir un párrafo más a la próxima
edición del libro De l’sprit.
*Y así finge [Homero], combina sin cesar lo falso y lo
verdadero, de tal forma que no existe ningún desacuerdo entre el principio y la
mitad, la mitad y el fin."
Fragmento de "Los dos amigos de Bourbonne".
Esto no es cuento; 1974.