Hernán
Antonio Bermúdez nos regala un incisivo y breve ensayo sobre lo que considera
nuestros “clásicos” literarios contemporáneos. Este abre un debate -para otros
polémica- que nos concierne a los lectores sobre un tema que hace ratos veníamos
debatiendo. Gracias por “traducir” nuestras opiniones que aún no habían sido
escritas, y por llegar a una “resolución” compartida.
Carías y Bähr: Los clásicos
Marcos Carías Zapata (1938) y Eduardo Bähr (1940) son
los narradores hondureños que comenzaron a escribir desde una estética
puesta-al-día y desligada de las rémoras de la retórica heredada del modernismo.
Ambos escritores son originales, tanto por el carácter
del todo innovador de sus estilos, como por su condición de precursores de la
narrativa hondureña en clave contemporánea.
Antes de ellos hubo narradores cuyos libros son
curiosidades, piadosamente olvidadas, que pertenecen más a la historia de la
imprenta que a la literatura.
Y es que el costumbrismo en nuestro país es de muy
difícil rescate: ni la mejor buena voluntad es capaz de reivindicar con
honestidad esos libros. Sólo ternuras retrospectivas podrían disimular el
efecto soporífero que produce la obra de los costumbristas locales. Algunos de
esos relatos “de la tierra” bien calificarían para ser pasto de las tesis de
grado de egresados de estudios literarios o, como dirían los cientistas
sociales haraganes, constituirían “valiosos documentos sociológicos”.
Marcos Carías y Eduardo Bähr representan, así, una
especie de recomienzo de cara a nuestra paupérrima tradición, tanto más
opresiva cuanto más pobre. Ha habido, por supuesto, excepciones, como el caso
de Marcos Carías Reyes, padre de Carías Zapata, y el antecedente tantas veces
citado de El arca de Oscar Acosta, cuyos micro-relatos marcaron un chispazo
de modernidad a principios de los años 50.
Marcos y Eduardo tuvieron, entonces, la libertad de
convivir únicamente con los “invitados” que ellos mismos convocaron: los
autores del “boom” latinoamericano, Sartre, Kafka, Faulkner, Virginia Woolf,
entre otros. En todo caso, ambos comparten el genuino fervor por un oficio y
demuestran que en el campo literario no hay sino un solo camino: el del
lenguaje.
Su escritura se caracteriza por un don indefinible: la
gracia. Además, una visión penetrante, y una ironía perceptible en todo
momento. En sus obras se halla una notable libertad fabuladora, labor estética
y humor, combinado con un permanente juego verbal y la viveza imaginativa.
En ambos sobresale la maestría de un estilo (o, como
diría Héctor Libertella, “la voluntad de un estilo”), la frescura de un
lenguaje cuya eficacia no ha caducado, un tono que todavía parece recién
inventado, acabado de descubrir, y, al mismo tiempo, ya sumiso, domado o
dominado por sus autores.
La suma de sus recursos expresivos hace que Una
función con móbiles y tentetiesos (1980), por un lado, y El
cuento de la guerra (1973), por otro, sean libros perdurables dentro de
la literatura hondureña y centroamericana. El virtuosismo formal de esas obras
(lo más destacado de la producción respectiva de cada autor) responde a un
método de conocimiento que es, a la vez, de expresión: ambos términos conforman
una unidad.
Es decir, a la plenitud de la visión, a la sapiencia
del enfoque, corresponden una plenitud del idioma y de las técnicas narrativas.
En Marcos Carías y Eduardo Bähr hay un dominio sobre la “llama secreta”, que
equivale a lo que se denomina “clasicismo”: son nuestros clásicos
contemporáneos.