miércoles, 23 de agosto de 2017

CARIAS Y BAHR: LOS CLASICOS. Hernán Antonio Bermúdez



Hernán Antonio Bermúdez nos regala un incisivo y breve ensayo sobre lo que considera nuestros “clásicos” literarios contemporáneos. Este abre un debate -para otros polémica- que nos concierne a los lectores sobre un tema que hace ratos veníamos debatiendo. Gracias por “traducir” nuestras opiniones que aún no habían sido escritas, y por llegar a una “resolución” compartida.


Carías y Bähr: Los clásicos   



Marcos Carías Zapata (1938) y Eduardo Bähr (1940) son los narradores hondureños que comenzaron a escribir desde una estética puesta-al-día y desligada de las rémoras de la retórica heredada del modernismo.
Ambos escritores son originales, tanto por el carácter del todo innovador de sus estilos, como por su condición de precursores de la narrativa hondureña en clave contemporánea.

Antes de ellos hubo narradores cuyos libros son curiosidades, piadosamente olvidadas, que pertenecen más a la historia de la imprenta que a la literatura.

Y es que el costumbrismo en nuestro país es de muy difícil rescate: ni la mejor buena voluntad es capaz de reivindicar con honestidad esos libros. Sólo ternuras retrospectivas podrían disimular el efecto soporífero que produce la obra de los costumbristas locales. Algunos de esos relatos “de la tierra” bien calificarían para ser pasto de las tesis de grado de egresados de estudios literarios o, como dirían los cientistas sociales haraganes, constituirían “valiosos documentos sociológicos”.

Marcos Carías y Eduardo Bähr representan, así, una especie de recomienzo de cara a nuestra paupérrima tradición, tanto más opresiva cuanto más pobre. Ha habido, por supuesto, excepciones, como el caso de Marcos Carías Reyes, padre de Carías Zapata, y el antecedente tantas veces citado de El arca de Oscar Acosta, cuyos micro-relatos marcaron un chispazo de modernidad a principios de los años 50.

Marcos y Eduardo tuvieron, entonces, la libertad de convivir únicamente con los “invitados” que ellos mismos convocaron: los autores del “boom” latinoamericano, Sartre, Kafka, Faulkner, Virginia Woolf, entre otros. En todo caso, ambos comparten el genuino fervor por un oficio y demuestran que en el campo literario no hay sino un solo camino: el del lenguaje.

Su escritura se caracteriza por un don indefinible: la gracia. Además, una visión penetrante, y una ironía perceptible en todo momento. En sus obras se halla una notable libertad fabuladora, labor estética y humor, combinado con un permanente juego verbal y la viveza imaginativa.

En ambos sobresale la maestría de un estilo (o, como diría Héctor Libertella, “la voluntad de un estilo”), la frescura de un lenguaje cuya eficacia no ha caducado, un tono que todavía parece recién inventado, acabado de descubrir, y, al mismo tiempo, ya sumiso, domado o dominado por sus autores.

La suma de sus recursos expresivos hace que Una función con móbiles y tentetiesos (1980), por un lado, y El cuento de la guerra (1973), por otro, sean libros perdurables dentro de la literatura hondureña y centroamericana. El virtuosismo formal de esas obras (lo más destacado de la producción respectiva de cada autor) responde a un método de conocimiento que es, a la vez, de expresión: ambos términos conforman una unidad.

Es decir, a la plenitud de la visión, a la sapiencia del enfoque, corresponden una plenitud del idioma y de las técnicas narrativas. En Marcos Carías y Eduardo Bähr hay un dominio sobre la “llama secreta”, que equivale a lo que se denomina “clasicismo”: son nuestros clásicos contemporáneos.


Tegucigalpa, abril del 2014

Fuente: Revista El Zángano Tuerto