La siguiente es una reproducción de una entrevista entre Balbina Martínez, campesina de tradición lenca, y Anne Chapman, autora del libro Los hijos del Copal y la Candela (1992), estudio etnológico sobre los ritos agrarios y tradición oral de los lencas de Honduras.
Pese a que la entrevista está fechada en 1965, en la actualidad no hay muestras que indiquen que los campesinos de tradición lenca vivan en condiciones humanas dignas a pesar del “desarrollo, la paz y la democracia” (tradúzcase a “pobreza extrema”) a la que la población hondureña está condenada.
“De trece solo me quedan dositos”
Relatado por Balbina Martínez en entrevista con la autora. (Foto 5)
ACh. Es el 6 de agosto de 1965. Estamos en La Esperanza. Quisiera que me contara del primer hijo que tuvo.
BM. Fue varoncito el primerito. Lo tuvo del hombre (esposo). Nunca tuve familia de otro, viví con uno sólo. Me entregó mi abuelito a los doce años. Lo pasaba muy triste porque a los dos meses de haberme entregado, él puso las manos a golpearme. Por eso ando yo por donde quiera. Por la ignorancia de ellos, los hombres, la sencillez, por eso me resistí (aguanté) a vivir sólo con él, como soy casada. Únicamente quiero vivir con él por los hijos, porque no se mueran mis hijos porque con otra madre se mueren y si se mueren, mejor que tenga yo el gusto de enterrarlos, yo con mis manos.
ACh. ¿Cuántos hijos ha tenido?
BM. He tenido trece de familia. Sólo dositos me quedan y una nietita que tengo, no más. Sí, todos se me han muerto por descuido, por la pobreza, por el hombre (esposo) que no les hacía caso, ni daba remedio, ni esperanzas.
ACh. ¿Cómo fue que murió el primero?
BM. Se murió que nació, porque cargamos un muerto, el hombre y yo. Cargamos un muerto. Sólo faltaban ocho días para nacer y nació muerto el niño. Dicen que es malo cargar un muerto. Yo lo cargué y el hombre también. Sí yo lo cargué porque no había otra persona, no había ni una de la familia quien nos ayuden a cargarlo y eso fue lo que me cayó mal.
ACh. ¿Quién fue el muerto?
BM. Un tío mío, Gustavo Alejos. Allá vivíamos más allá de San Nicolás (una aldea del municipio de Intibucá) y para venir a sepultar a la gente muerta que teníamos que llegar a San Nicolás, fíjese, un día de camino. Ya estaba para nacer el niño y andaba yo cargando el muerto. Sólo ocho días le faltaba al niño para nacer en el mundo. Nació todo negrito.
ACh. ¿Después de que nació se enfermó usted?
BM. Casi me morí, porque se me inflamó el cuerpo. Estuve cuatro días parada, e hincada. Aguanté aquél sufrimiento.
ACh. ¿Pero no había partera?
BM. Sí, había. Me pusieron dos comadronas pero nada fue posible. El segundo se me cayó porque me pegó la fiebre en Río Blanco. Las aguas de Río Blanco son malísimas, peor para una señora que está encinta. Me pegó fiebre, no aguanté más, nació de sólo ocho meses. Andando en el camino se me vino el niño. Nos entramos en una casa vacía y allí estuve como ocho días.
ACh. ¿Su marido estaba con usted?
BM. Sí. Sí allá andaba. Sólo nosotros dositos. El niño aguantó como quince días. También nació negrito y se murió a los quince días porque no tomaba nada de leche, nada, nada.
ACh. Y ¿el tercero, cómo fue?
BM. El tercero se crió. Era mujer, tuvo una hija que me dejó, pero ella se murió porque le hizo mal el hombre que tenía. Se murió de veinte años. Yo crié la hija, mi nieta. Allá está ahora. Yo la mandé a confirmar cuando vino el obispo. Pues de allí el cuarto se murió chiquita, se me la quitó la suegra. El hombre (esposo) me quería dar una gran macaneada (golpe con una macana). Me asusté pues ya de noche agarró un cuchillo para matarme. Entonces corrí con mi hijita y mire la suegra me la quitó del lomo, como estamos acostumbradas siempre de andar llevando las criaturas en el lomo con un trapo (chal). Pues llegó y me la soltó del trapo y se la llevó. Sí, yo tuve miedo. Toda la noche batallé con el hombre y con la suegra para que no me la quitara. La chiquita va de llorar. Lloraba por mamar como estaba de tres meses. Me la agarró la señora (la suegra) y se me murió la chiquita a los cinco meses en poder de la suegra. Dice que se quedó toda delgadita. Como ya no me la quería devolver, mejor me fui. Me fui para abajo, donde mi familia. Vino el hombre a buscarme, desbaratado estaba. Vino donde mis abuelitos a traerme. Por una parte contemplaba a mí, porque a una mujer le pasa eso. Pasa así porque los hombres de aquí de nosotros los intibucanos son muy ignorantes y uno de mujer sufre, porque así es la vida.
ACh. ¿Las mujeres nunca se pueden defender?
BM. ¡Y cómo se defienden las mujeres! No se dejan. Hay mujeres aunque sean casadas se van para otro lugar. Se van porque no les gusta el tanto sufrimiento.
ACh. ¿Volvió con su esposo cuando la fue a buscar donde sus abuelos?
BM. Sí, como no, tuve que obedecerle otra vez a mi abuelito. El me dijo que me fuera otra vez con él, que lo tenía que hacer. Tenía yo que obedecerle a mi abuelito como él estaba como mi padre. Yo quedé de añito (un año) huérfana (de padre) porque mi padre fue ingrato también y dejó a mi mamita. Y a los diez años murió mi mamita. Entonces me desbaraté. Me fui con un tío pero era brava la mujer de mi tío. Mucho me ignoraba (negaba) la comida. Me mandaba hacer mandados: traer leña, traer agua. Todo lo hacía para la mujercita, bien brava ella. Y en la parte del almuerzo aguantaba yo pues no me daba de comer. Entonces me fui a donde mi abuelito porque la mujer de mi abuelito era buena. Y como ordeñaban dos o tres vacas, allá yo comía a gusto.
ACh. ¿En qué lugar vivían?
BM. En Río Blanco. Pero no fue por mucho tiempo porque luego fui con el hombre cuando tenía doce años.
ACh. ¿Por qué se fue tan joven?
BM. Pues mi abuelito no me quería vestir. Ya no me quería ni mantener, como ya estaba viejito y no podía ni trabajar. Ya en eso que llegó la mamá del hombre a pedirme, me dice mi abuelito, “Váyase, váyase, me dice, porque aquí va andar con el bojote (lío) llorando”.
ACh. ¿Era joven también su esposo?
BM. Sí pero tenía ya una mujer maciza. Afuera la tenía, engañada. Y cuando me entregaron a mí me llevó ya para su casa, él echaba chismes a la otra mujer. Mejor no andar alegando cuando (el esposo) tiene mal modo. Cuando se embolaba (emborrachaba) me cinchaceaba (pegaba). Y en bueno también. No podía retirarme. No había otra persona (además del abuelo) que me dé un consejo. Si no me hubiera retirado tal vez. Si hubiera vivido en otra parte quizás hubiera pasado bien.
ACh. ¿Y los demás hijos que vinieron después?
BM. Después murieron, de vómito, de colerín, de colerín con vómito. Uno murió de siete años, uno de cuatro, otro de cinco. El más tiernito, de catorce meses. Era varón también. Murió con un gran dolor en el estomaguito. Vomitaba la leche y obraba pura leche.
ACh. ¿No había medicinas?
BM. Nada. Aquel hombre (el esposo) era un palo. Allí está ahora sufriendo. No puede madrugar para hacer su trabajo. No puede hacer casi nada por la enfermedad. El hielo le cae mal. El agua le cae mal y el sol le cae mal. Pero está trabajando cuando puede, gana dos pesos (lempiras) por día.
ACh. ¿No hay curanderas en San Nicolás?
BM. Habían pero se murieron. Ahora ya no hay nadie que verdaderamente haga un remedio bueno… allí vivimos en la montaña arriba de San Nicolás. Eso sí es muy bueno para el maíz.
ACh. ¿Tienen milpa?
BM. Nada. Nada. Hay unas matas de plátanos sembradas.
ACh. ¿Cuántas?
BM. Ya más cien. El café lo mismo como cien palitos. Más, son más de cien. Yo los sombré. Y ahora el hombre quiere vender para beber el pisto (dinero). No importa el hijo (que tiene doce años). Ni la hija (de veintidós años) menos. Es que la muerte lo tiene (como) loco por eso es que quiere vender, y barato, fíjese en veinticinco pesos. El mismo que se nos va a vender el terreno, ahora que alguien lo quiere comprar. Para los veinticinco pesos, le digo yo (al esposo) en el momento se les mira galán el pisto, pero ya dentro de unos días ya no tiene uno nada. Queda uno lavado. Yo sembré los palitos y los cuidé. Si vende el terreno, antes yo echo el machete a todos los palos y será la pura tierra que compra (se ríe). Se dice que la mujer no tiene derecho. Por eso lo quiero asegurar con la carta de venta. También por el hombre porque después (si lo vende) va andar llorando por su tomita de café. Yo no envidio a nadie. No envidio las personas por envidiarme porque el Señor castiga por andar envidiando. No envidio a nadie por la tierra (propiedad). La tierra sufre. Sufre cuando la pateamos y se va a quejar con Nuestro Señor, por lo que la pateamos, la meallamos (orinamos), la cagamos.
ACh. ¿Usted hace algún “pago” a la tierra?
BM. Sí lo hacemos la compostura. No ve que los dueños (duendes) de la tierra allí están. Eso lo sabemos nosotros que somos indios. Todos nosotros allá (por San Nicolás) todos componemos, en el nombre de la siembra (la milpa), el café, la huerta, para que queden (los duendes y ángeles) alegres y contentos…El Señor de Intibucá es el que más puede. ¿Verdad? Él está allí presente. Es el que más entiende. Como nosotros que somos indios, le digo yo, somos escrupulosos de todo.
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