Uno: Buenos días, señor.
Otro: ¡Buh!
Uno: ¿No está bueno el día?
Otro: Sí.
Uno: Entonces, ¿por qué hace “buh”?
Otro: Es la palabra de la estación.
Uno: ¡Ah!, está bien.
Otro: Y, además, es una palabra de familia…
Uno: Ah! Ah!
Otro: … que me ha legado mi tatarabuelo, cuya noble ascendencia es especialmente respetable pues tuvo un antepasado en Agón, y otro en agonía.
Uno: Claro, es una buena razón.
Otro: Entonces, por tradición y por respeto a los antepasados soy el depositario legal.
Uno: Disculpe, no lo sabía.
Otro: Tranquilícese. El perdón es a la grandeza de alma lo que una alfombra de rafia a una alfombra persa.
Uno: ¡Qué feliz soy de oírselo decir!
Otro: Es usted muy amable.
Uno: No, no es por amabilidad. Lo digo como lo pienso.
Otro: Y yo lo oigo como lo escucho.
Uno: A pesar de todo… ¡Buen día, señor!
Otro: ¡Bah!
Uno: ¿No le parece que está lindo el día?
Otro: Sí.
Uno: Entonces, ¿por qué hace “¡Bah!”?
Otro: Porque estoy cansado de decir “¡buh!”
Uno: es una buena razón.
Otro: ¡No soy yo quien lo dice…!
Uno: No, sobre todo porque lo digo yo.
Otro: Es lógica pura.
Uno: Permítame no pedirle disculpas, señor; pero, por favor, ¿tiene hora?
Otro: Sí, señor. Tengo hora.
Uno: Muchas gracias.
Otro: De nada.
Uno: De pronto se me ha ocurrido que si usted tiene hora, tal vez quisiera decírmela…
Otro: Con mucho gusto.
Uno: Entonces, por favor, ¿qué hora es?
Otro: Menos diez.
Uno: Menos diez, ¿de qué?
Otro: ¡Ah!, no sé. Se ha perdido la aguja pequeña.
Uno: Bueno… En fin… De cualquier modo, dentro de diez minutos será la hora justa.
Otro: Exactamente.
Uno: Y eso es lo principal.
Otro: ¡Muy bien! De cualquier modo, nunca hay que pedir lo imposible.
Uno: Ni exigir más de lo que uno puede tener de menos.
Otro: Felicitaciones, señor. Esa sí que es una lógica irrefutable.
Uno: Tengo que decirle que tengo a quién salir. ..
Otro: ¡Ah! ¿Sí?
Uno: Sí. Tengo un cuñado que es guardián diurno en un cabaret nocturno.
Otro: En efecto… Pero no veo la relación.
Uno: No hay ninguna, señor. Pero, en fin, de algo hay que hablar, porque sin eso no existiría la conversación.
Otro: Seguramente. Sobre todo, porque algo no es incompatible con cualquier cosa, y cualquier cosa es mejor que nada.
Uno: ¡Eso se llama sentido común…!
Otro: ¡Muy bien! Dígame, señor, a propósito, y por asociación de ideas, ¿tiene hijos?
Uno: Sí, señor. Tengo uno…, o mejor… una.
Otro: ¿Una hija?
Uno: Sí, una hija menor.
Otro: ¡Ah! ¿No tiene hija mayor?
Uno: No, señor.
Otro: ¡Tiene mucha razón! ¡Para lo que sirven…! Ocasionan gastos, ensucian la bañera…
Uno: Naturalmente. Y en verdad, señor, no tengo necesidad de decirle que vivimos en una época extraña.
Otro: Y si no tiene necesidad de decirlo, ¿por qué lo dice?
Uno: Para que usted no tenga que reprocharme de no haberle dicho lo que no tenía necesidad de decirle.
Otro: Correcto. Dígame, señor, y siempre por asociación de ideas, ¿tiene auto?
Uno: Sí, señor.
Otro: ¿Qué tal la marca?
Uno: No es una marca, es un prototipo.
Otro: Es natural, señor.
Uno: Naturalmente. Porque sin eso no tendría. En verdad, es un antiguo cinco cilindros arruinado, que uno de mis amigos, ingeniero tachista, ha transformado en un cabriolé monoplaza. Es muy lindo, muy perfilado, muy chic.
Otro: Ya veo. ¿Y cuántas plazas tiene?
Uno: Seis.
Otro: ¿Seis? Pero usted acaba de decirme que es un cabriolé monoplaza.
Uno: Sí.
Otro: Entonces, ¿cómo me explica eso?
Uno: Yo no explico nada. Es así. Es como las lentejas. Si las quiere las toma y si no las deja.
Otro: ¡Bueno, bueno! ¿Y anda bien en ruta?
Uno: ¡Si anda bien…! Piense, señor, que toma las curvas en línea recta…
Otro: Magnífico. ¿Y cuánto gasta? ¿Mucho?
Uno: No. Siete litros cada cien.
Otro: En efecto, es poco.
Uno: Siete litros de aceite, naturalmente, porque en cuanto a la nafta es mejor hablar de otra cosa.
Otro: Es un detalle sin importancia. ¿Y anda rápido?
Uno: Ciento noventa y cinco por hora.
Otro: ¡Ciento noventa y cinco por hora! ¡Demonios! ¡Ciento noventa y cinco…! Es demasiado rápido.
Uno: Usted no está obligado a andar una hora entera.
Otro: Es cierto, discúlpeme. ¿En qué pensaba?
Uno: Aplique un poco la lógica, ¡qué diablos! Hay que pensar antes de hablar.
Otro: En verdad, señor, estoy encantado con esta conversación, y deseo vivamente que tengamos pronto ocasión de reanudarla.
Uno: Yo también, señor. Y tal vez podríamos este encuentro fortuito para dejar establecida una cita.
Otro: Totalmente de acuerdo, señor. Pongámonos de acuerdo, entonces. A ver, ¿cuándo le queda cómodo a usted?
Uno: Cuando usted quiera.
Otro: Perfecto. ¿Y dónde?
Uno: Donde usted quiera.
Otro: Perfecto. ¿Y a qué hora?
Uno: Su hora será la mía.
Otro: Allí estaré, señor.
Uno: Yo también.
Otro: Adiós, señor.
Uno: Adiós, y hasta pronto.