Ejemplares de Desde el hospicio sobre una mesa
durante la presentación del libro (Foto de Armando García, ed.)
durante la presentación del libro (Foto de Armando García, ed.)
Por Gustavo Campos
Digamos que presento Desde el hospicio en Librería Liser por lealtad. Bukowski la tuvo con su editorial Black Sparrow Press por haberle dado la oportunidad de dedicarse a escribir a tiempo completo (comenzaré a hacerle esos reclamos a mi editor de Nagg y Nell, a ver si consigo dedicarme de lleno a la literatura), pero también digamos que es otra razón más sencilla, hasta podría sonar ridícula: aquí hablé de Desde el hospicio en el año 2005 en la presentación de mi primer libro, Habitaciones sordas. Entonces oponía un libro al otro; Desde el hospicio era más ambicioso, más cercano a mi concepción de ese año, y no como Habitaciones sordas que debió ser publicado en el 2004 y la Editorial Letra Negra de Guatemala lo tuvo en lista de espera durante un año, y que ya comenzaba a mostrar sus gazapos y debilidades estilísticas. Tampoco puedo reprochárselos, ellos creyeron en el libro, lo publicaron, lo publicitaron y lo vendieron. Digamos, también, que escogí de nuevo esta librería para cerrar el ciclo que comenzó acá.
No hablaré entonces de mis juicios emitidos en aquella presentación; sin duda lo hice por respeto a los lectores y a mí mismo, o quizás porque no quería que nadie me pusiera al tanto de algo que yo ya sabía. Hay otro aspecto importante, y es sobre mi personalidad, que se aburre tan pronto de cada nuevo descubrimiento estético y artístico nomás descubierto. Tienen fecha de caducidad en Gustavo Campos. Y no es que mi concepción de arte cambie sino que va renovándose y ampliándose. Hay ocasiones en donde mis parámetros de escritura son tan altos que me hacen renegar constantemente de lo que he escrito. Pero tiene un beneficio, no sólo el hecho de ser autodestructivo sino también autocrítico. Y la madurez me viene condicionada. Siempre una etapa artística comiéndose a la anterior. Pienso que los libros deberían publicarse en la fecha precisa y no dejarlos pasar años en alguna gaveta; y si no sirven, no deberían publicarse.
Yo nunca he entendido la escritura como un oficio, de alguna manera sí, porque sino estaría contradiciéndome sobre Bukowski; si es oficio, que sea personal, no impuesto. Y éste es un dilema baudelariano: o trabajás o te regís por los placeres, tenés que escoger entre los únicos dos medios para escapar de esa pesadilla que es la idea y sensación de tiempo. Y quienes me conocen saben a cuál me inclino por vocación, sin embargo, como algunos sabrán, en el último año he renunciado –me gusta más decir que ando de espía en el mundo laboral- a mi vocación. O al menos las he mantenido a ambas como las bodas de Blake: cielo e infierno. Sí, el placer nos desgasta y el trabajo nos fortalece, pero existe algo más en esa superficial apreciación: sí, al trabajar uno aumenta recursos y al vivir los gasta, pero el trabajo responde a la preocupación del mañana y el placer, al del instante. Y esto es la base de la poesía de Baudelaire y de la poesía misma: vivir, leer, escribir: libertad.
Y mi voluntad fue suplantada por una voluntad ajena: leer compulsivamente, pero por placer, leer escritores que te gustan y que andan en la onda tuya, que se enferman de literatura como vos, que andan de ladrones en infiernos clandestinos robando bellezas literarias. Y Desde el hospicio nació así, por obsesiones e insomnios. Pero estando en esas se me cayó la venda, y vi a la poesía tan jactanciosa y cínica, tan burlista y puta, y al pobre creador torpe y esperanzado, creyente y adorador de esa bestia. Y bien, algo pasa acá, me dije. No es posible que uno se arrodille ante el arte o ante la poesía misma, ante la santísima poesía de Calcuta. Por una parte estaban mis escritores preferidos, por otra parte, la poesía. Opuse ambas cosas. Dialogaron. Posiblemente se mataron en su acto de amor-odio. ¿Y cuáles eran -o son- mis escritores favoritos? Aquellos que, como yo, no se adaptan a moldes y no siguen las normativas de la academia en la escritura; yo mismo estoy contra la escritura en algún arrebato artudiano, pero contra aquella que se define a través de gustos dominantes por la crítica establecida, aquella que nace en la vida feliz del compadrazgo hipócrita, que margina a quienes atentan contra el canon y dificultan la historización de la literatura ya clasificada y lista para empacar en su molde y venderse según su discurso publicitario, filantrópico y moralizante.
Pero hay otro aspecto que complementa lo dicho, es desde dónde leer. Las lecturas son tendenciosas, y aquí las lecturas materialistas son las que han imperado, y si son materialistas son moralizantes. No se puede leer a un autor sino desde su estética. Aquí en Honduras fueron marginados muchos escritores, pero esto es comprensible por la falta de perspectiva histórica, por la cercanía en el tiempo y las necesidades propias de un pueblo, que no es el arte, y menos la escritura. (Léase el prólogo de Jenaro Talens a Un agujero llamado nevermore). Y me dediqué -y aún lo hago- a defender y a recomendar escritores que no gozan de la simpatía de escritores nacionales y menos de la crítica especializada, esos que acentúan el valor del rechazo y que “son capaces de contorsionar su alma hasta el extremo de sí mismos”, esos que se han amado hasta el límite, hasta condenarse, consiguiendo su plenitud. Los cautos, como dijo mi amigo Giovanni, jamás me han atraído. Y hay que desconfiar de ellos. Escritores de la crueldad deben ser leídos, escritores amorales, que hacen arte amoral, arte de la maldad, arte arte.
Sartre tiene una interesante apreciación respecto a la maldad: “Hacer el mal por el mal es exactamente hacer expresamente lo contrario de aquello que se continúa considerando Bien. El escritor debe elegir equivocarse infinitamente, para que su libertad sea vertiginosa.”
No es arte del mal por ser malo, es arte y su escenario la maldad y todas las miserias humanas. Es la naturaleza humana, maldad y bondad, amor y odio. “La crueldad tiene corazón humano, y la envidia humano rostro”.
Y Desde el hospicio puede ser todo eso. Lo más seguro es que no, ni tampoco Bajo el árbol de Madeleine, mi tercer libro de poesía. Pero es un intento. Ojalá desde la tumba a algún escritor homenajeado en mis poemas se le dibuje una sonrisa inexistente, invisible.
Esos tres libros junto al relato Los inacabados reflejan mi vida, mis lecturas, mis obsesiones, mi propuesta de esa primera juventud que terminó lautremonianamente a los 23 años, en enero del año pasado. En el futuro me esperan las carcajadas y los escritos para reír por ratos.
Texto leído por su autor en la presentación de su libro Desde el hospicio en la Librería Liser de
San Pedro Sula en una fecha indeterminada de agosto de 2008.