De la muerte,
que te acecha por dentro y por fuera
(asustado ratón, corre a tu agujero),
huyes apasionado
hacia aquella que amas
para que te proteja con brazos, rodillas, y senos.
No sólo sus senos te atraen,
cálidos y blandos; no sólo
la pasión: la necesidad también.
Por eso besan
con la sangre ardiendo en sus venas
todos aquellos que encuentran mujer.
Es una doble carga
y un doble tesoro para el hombre.
Quien ama y no logra hacerse amar,
es tan desamparado
como una fiera herida
sin asilo ni refugio.
Ya no tienes otra salida
aunque bien hubieras podido
matar a tu madre antes del parto.
Pero mira: hubo una mujer
que comprendía estas palabras,
y, no obstante, me echó de su lado.
Así pues, no tengo lugar
entre los vivos. La cabeza me zumba;
mi dolor y ansiedad, son un enredo.
Soy como el niño que,
dejado solo por sus padres,
agita un sonajero entre sus dedos.
¿Qué podría hacer yo
por ella y contra ella?
No me avergüenza imaginarlo
pues el mundo rechaza
a los que el sueño atemoriza
y son cegados por el día claro.
De mí se despoja
la cultura, como de sus ropas
aquel que en amor es dichoso.
¿Pero dónde está escrito
que tenga que sufrir solo
mientras ella me contempla estremecido por la muerte?
Sufre el recién nacido
con su madre en el parto:
el dolor se disminuye al compartirlo.
En cuanto a mí,
el canto doloroso solo me traerá dinero
acompañado por vergüenza y agonía.
¡Socorredme chiquillos!,
que cuando ella pase
revienten vuestros ojos puros.
¡Inocentes niños!,
chillad como si os pisoteasen, por favor,
y decidle: ¡Duele mucho!
¡Perros fieles!,
caed bajo las ruedas
y ladradle: ¡Duele mucho!
¡Mujeres embarazadas!,
abortad vuestra carga,
y lloradle: ¡Duele mucho!
¡Hombres íntegros!
cambiad golpes brutales
y gemidle: ¡Duele mucho!
¡Y vosotros, muchachos!
que os destrozáis por mujeres,
no lo calléis: ¡Duele mucho!
Toros, caballos,
que para uncir al yugo castran,
bramadle: ¡Duele mucho!
Peces mudos, morded
el anzuelo bajo el agua helada
y boqueadle: ¡Duele mucho!
Y vosotros, vivientes,
conmovidos por el dolor,
que ardan vuestros techos y surcos,
y, en torno de su lecho,
calcinados, mascullad conmigo
mientras ella duerme: ¡Duele mucho!
Que mientras viva lo escuche.
Ha rechazado lo mejor de sí misma. Ella ha actuado mal,
y por su comodidad ha despojado de este mundo
el último refugio
de un hombre que trata de esconderse
por dentro y por fuera.