"Moya, con esos cuentitos famélicos no vas a ninguna parte, no es posible que a tu edad sigás publicando esos cuentitos famélicos que pasan absolutamente desapercibidos, que no los conoce nadie, que nadie ha leído porque a nadie le interesan, esos cuentitos famélicos que pasan absolutamente desapercibidos, que no los conoce nadie, que nadie ha leído porque a nadie le interesan, esos cuentitos famélicos no existen, Moya, sólo para tus amigos del barrio, ninguno de esos cuentitos famélicos con sexo y violencia vale la pena, te lo digo con cariño... No perdás el tiempo, Moya, éste no es un país de escritores, resulta imposible que surjan escritores que valgan la pena en un país donde nadie lee, donde a nadie le interesa la literatura, ni el arte, ni las manifestaciones del espíritu. Basta con revisar el caso de los famosos, de los mitos de provincia, para descubrir que se trata de escritores regulares, medianos, sin talla universal, siempre más preocupados por la ideología que por la literatura; no hay que hacerse el tonto, Moya, nada más tenés que comparar con los países vecinos para darte cuenta que los mitos locales son de segunda: Salarrué a la par de Asturias se convierte en ese provinciano más interesando en un esoterismo trasnochado que en la literatura, un tipo más dedicado a convertirse en santón de pueblo que a escribir una obra vasta y universal; Roque Dalton a la par de Rubén Darío parece un fanático comunista cuyo mayor atributo fue haber sido asesinado por sus propios camaradas, un fanático comunista que escribió alguna poesía decente pero que en su obcecación ideológica redactó los más vergonzosos y horripilantes poemas filocomunistas, un fanático y cruzado del comunismo cuya vida y obra estuvieron postradas con el mayor entusiasmo a los pies del castrismo, un poeta para quien la sociedad ideal era la dictadura castrista, un zoquete que murió en su lucha por establecer el castrismo en estas tierras asesinado por sus propios camaradas hasta entonces castristas, me dijo Vega... Ya sé que no estás de acuerdo, Moya, pero no vale la pena discutir, no tiene ningún sentido discutir sobre la literatura de un país que no existe literariamente, no tiene el mínimo sentido discutir sobre algo que a nadie le interesa, me dijo Vega..."