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lunes, 19 de noviembre de 2018

"El libro que vendrá". Albany Flores Garca

“El libro que vendrá”





Albany Flores Garca

¿Es posible escribir literatura del presagio sin que tenga que ver con lo premonitorio o la ciencia ficción, sino con la certeza de escribir una historia que se reescriba a sí misma en el futuro? El libro perdido de Eduardo Ilussio Hocquetot, del novelista sampedrano Gustavo Campos, parece haberlo conseguido.

Autor de libros experimentales como Los inacabados o Katastrophé, Campos recobra lo perdido en un libro de agilidad lingüística y precisión narrativa, lleno de risas, sarcasmo y socarronería.
Hocquetot, un escritor escurridizo de inteligencia provocadora y audaz, es un renegado de la fama y del prestigio literario que ensaya la posibilidad –a través de entrevistas, conferencias y críticas- de reírse de todo, incluso de sí mismo y de su obra.

Entonces practica una “escritura del desgano”, una escritura del tedio que no busca construir una historia lineal, sino encontrar las formas para fabricar una literatura en permanente construcción; de esa manera lo que escribe es siempre un borrador, un vaticinio de “lo que vendrá”.

Campos nos propone una escritura de posibilidades ilimitadas, donde una historia se escribe y se cuestiona, se redacta y se corrige. Todo bajo la figura literaria de la “puesta en abismo”, en la que una historia vive dentro de otra como una caja china hasta el infinito; una técnica harto cultivada por autores latinoamericanos como Jorge Luis Borges, Macedonio Fernández, Juan José Saer o Sergio Pitol.  

La trama principal de la novela de Campos es que no hay una trama (o demasiadas tramas), y la mejor forma de hallar su verdadero significado es no buscarlo; pero es, en esencia, la historia de un escritor en guerra con su obra.

Pocos libros hay tan divertidos en la novelística hondureña –como este-; dos de ellos ya son clásicos de nuestra literatura: Mis tías las zanatas, de Toño Rosa, y El corneta, de Roberto Castillo. Por lo demás, en nada se parecen estos libros al libro perdido de Gustavo Campos. Como Benet, el autor ha encontrado la manera de escribir un libro que carezca de estructura formal; un libro que no sea una novela, un ensayo, una crónica, un diario o una carta, pero que al mismo tiempo sea todas esas cosas.



Albany Flores Garca
(Honduras,1989). Escritor, editor y ensayista; graduado en Historia por la Universidad Nacional Autónoma de Honduras. Ha publicado, en cuento, Muerte prodigiosa (2014); en poesía, Geografía de la ausencia (2012) y El árbol hace casa al soñador (2016); y en ensayo Honduras, relaciones históricas entre Academia y Estado (1838-1848). Ha escrito y colaborado en revistas y periódicos de Honduras, Cuba, Brasil, Colombia, México e Italia, y es fundador de la revista académica-cultural El Zángano Tuerto. Es editor en máladive editores.

miércoles, 13 de junio de 2018

9 Reseñas sobre "El libro perdido de Eduardo Ilussio Hocquetot"





En un país signado por la corrupción, la violencia, la pobreza, la misoginia, la homofobia y la estupidez sin límites de quienes nos desgobiernan, reírse es un imperativo para seguir viviendo. Y por eso quiero apuntar la que, en mi opinión, es la primera cualidad de este libro, y a la vez uno de sus ejes transversales: el humor. El autor se ríe y nos hace reír de él mismo, de las vicisitudes de su alter ego, el «famoso» escritor Eduardo Ilussio, y del hecho —mejor dicho, la ilusión— de querer ser escritor y vivir como tal en un país donde la sensibilidad se considera un defecto.
María Eugenia Ramos (Honduras)
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El libro perdido de Eduardo Ilussio Hocquetot, que mereció el premio Centroamericano de Novela Corta 2016, es una obra metaliteraria e inclasificable, con muestras de un paradójico sentido de humor.
Jorge Ávalos (El Salvador)
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Con El libro perdido de Eduardo Ilussio Hocquetot Gustavo Campos, de impecable y concisa prosa, ha puesto por escrito el discurrir de su conciencia, subterfugio donde perece persona, autor y personaje, donde lo único que pervive es una confabulación de citas y alusiones. Hocquetot, un escritor de hambres, una suerte de hungerkünstler, nunca llega a escapar de la voracidad literaria que lo tiene confinado. ¿Acaso Campos ha cometido suicidio metaliterario?
León Leiva Gallardo (Honduras)
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Gustavo Campos es un escritor multifacético (narrador, poeta, ensayista, periodista, crítico literario) que nació en 1984 en la ciudad de San Pedro Sula. El Premio Cervantes Sergio Ramírez lo incluyó en un par de antologías como uno de los máximos exponentes de la literatura centroamericana y del caribe en la actualidad y el escritor y crítico literario Jorge Carrión (finalista Premio Anagrama de Ensayo) lo incluyó en el 2010 en un listado de 50 autores de América Latina y España que a su juicio consideraba como los más representativos de la producción literaria joven de la lengua en nuestra época. Dentro de su selecto grupo desfilan nombres importantes de la literatura actual: Elvira Navarro, Santiago Roncagliolo, Rodrigo Hasbun, Alejandro Zambra, Lucía Puenzo, Andrés Neuman, entre otros, y Campos entre ellos. El libro perdido de Eduardo Ilussio Hocquetot viene a confirmar lo que antes habían descubierto los dos escritores de talla universal citados anteriormente. A mí gusto, el mejor escritor joven de Honduras.
Kalton Harold Bruhl (Honduras)
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Encuentro en El libro perdido de Eduardo Ilussio Hocquetot un mejor manejo del idioma, el despliegue de un lenguaje más trabajado, con mayor aplomo y seguridad en sí mismo. Y es esa seguridad la que permite hacer acopio de la vena lúdica, del constante juego e incluso de las provocaciones al lector. Se parte de la premisa de que quien carece de esa confianza en sí mismo y de esas certezas personales difícilmente se arriesga a embarcarse en el tono juguetón y burlón como el que campea en el presente texto.
Con todo, en ese afán de experimentar e innovar hay, en mi opinión, en esta osada colección de pastiches extravagancias como ese “Millón de átomos de grosor”. Las ilustraciones con los planos y ratones me parecen simpáticas en el empeño (muy buscado) de sorprender al lector y de escapar de lo trillado. Con todo, pese a (gracias a) al carácter heterodoxo de la “colcha de retazos”, el libro, lejos de naufragar, navega bien y resulta de lectura grata...
Hernán Antonio Bermúdez
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El libro perdido de Eduardo Ilussio Hocquetot es una obra insólita en la literatura hondureña: es como una miscelánea que salta del cuento al diario, del diario al poema, del poema al fragmento que resulta imposible clasificar, pero incluso al entrar en esos territorios de la escritura no lo hace de la manera acostumbrada. Hocquetot es “una sucesión, un gesto, pero jamás una novela”, se nos advierte al comienzo del texto. Tampoco es una novela porque Gustavo Campos busca escribir algo más que una novela. La descripción del mundo caótico que rodea a Campos da la impresión de ser también caótica y va saltando de género en género, pero el caos se nos revela como un acto premeditado del autor: Hocquetot se muerde la cola y el final se convierte en el principio, cuando la primera página, en la que Campos nos propone su lectura del libro, muestra su verdadera importancia solo al terminar de leerlo y volver al comienzo. Campos alcanza con Hocquetot una meta que parece imposible: escribir un libro en perpetua transformación.
Dennis Arita (Honduras)
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Estamos ante un reto escritural y lingüístico; lo que implica un reto para el lector.  T.S. Eliot llamaba hipocryte lecteur a aquel que quizás no escudriñaba o no llegaba a lo medular de lo literario. No le dé el gusto a Eliot y conviértase en un auténtico lector en El libro perdido de Eduardo Illusio Hocquetot
Javier Alvarado (Panamá)
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En Gustavo Campos los repuntes lúdicos encuentran sus realizaciones más logradas en los juegos literarios. Las repetidas menciones de autores y de obras, las continuas citas, los juegos de palabras, de estilos, de tramas, etc., en mezcla heteróclita con referencias comparables a la música, la fotografía, el cine etc., hacen de los textos órbitas de remitencias de intertextualidad literaria y multimedial. Podría decirse que en las narraciones de este autor, los contextos locales inmediatos quedan absorbidos dentro de esa especie de juegos de mundos posibles que habilita la ficción. 
Hector Leyva (Honduras)

Campos nos propone una escritura de posibilidades ilimitadas, donde una historia se escribe y se cuestiona, se redacta y se corrige. Todo bajo la figura literaria de la “puesta en abismo”, en la que una historia vive dentro de otra como una caja china hasta el infinito; una técnica harto cultivada por autores latinoamericanos como Jorge Luis Borges, Macedonio Fernández, Juan José Saer o Sergio Pitol.
Albany Flores Garca
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Biobibliografías de los reseñistas. 

María Eugenia Ramos

(Tegucigalpa, Honduras, 1959)
Estudió periodismo y literatura en la Universidad Nacional Autónoma de Honduras, aunque por decisión propia no tiene un título formal. Ha ejercido los oficios de la edición, la comunicación social y la educación aplicando metodologías alternativas.

Obra publicada
La niña que nació para ser poeta: Clementina Suárez (Editorial Guaymuras, Tegucigalpa, 2018) y La maestra Choncita (Editorial Guaymuras, 2017), biografías adaptadas para niñas y niños de la poeta Clementina Suárez y la heroína nacional Visitación Padilla, respectivamente; Una cierta nostalgia, cuentos (Editorial Guaymuras, 2016, cuarta edición); La visión de país en Clementina Suárez y Alfonso Guillén Zelaya, ensayo, en coautoría con Mario Membreño Cedillo (PNUD, Tegucigalpa, 2002); Educación, democracia y desarrollo en Honduras (artículos de Ventura Ramos, comp.); Porque ningún sol es el último, poesía (Ediciones Paradiso, Tegucigalpa, 1989).  Ha participado en numerosos encuentros literarios, entre ellos, la serie anual de Encuentros de Escritores Chiapas-Centroamérica y México-Centroamérica (Chiapas, México, 1992-2000), “América Latina, Tierra de Libros” (Roma, 2010), FIL Guadalajara (2011) y el Primer Encuentro de Narradores "Centroamérica cuenta" (Granada, 2013).

Su obra ha sido incluida en las antologías de poesía: Poésie Hondurienne du Siècle XX (Ediciones Patiño, Ginebra, 1997, edición bilingüe francés-español), Honduras, mujer y poesía (Guardabarranco, Tegucigalpa, 1998), Puertas abiertas. Antología de la poesía centroamericana (compilación de Sergio Ramírez, Fondo de Cultura Económica, México, 2011); y de cuento: Antología de cuentistas hondureñas (Editorial Guaymuras, Tegucigalpa, 2003), Pequeñas resistencias 2. Antología del cuento centroamericano (Editorial Páginas de Espuma, Madrid, 2003), Puertos abiertos. Antología del cuento centroamericano (compilación de Sergio Ramírez, Fondo de Cultura Económica, México, 2011) y Centroamérica cuenta (edición bilingüe francés-español, Editorial L'atinoir, Marsella, 2014).
En 2011 la Feria Internacional del Libro de Guadalajara, México, la seleccionó como una los “25 secretos literarios mejor guardados de América Latina”, narradores y narradoras que a juicio de un comité de escritores, editores, críticos y lectores de la región son muestra de la mejor calidad literaria del continente.



León Leiva Gallardo
(Amapala, Honduras, 1962)
Poeta, narrador y ensayista.
Estudió Psicología y Letras en la Universidad de Northeastern Illinois. Autor de las novelas Guadalajara de noche (Tusquets Editores, 2006), La casa del cementerio (Tusquets Editores, 2008) y de los poemarios Palabras al acecho en la coedición Desarraigos: Cuatro poetas latinoamericanos en Chicago (Vocesueltas, 2008), Tríptico: tres lustros de poesía (MediaIsla Editores, 2015), Breviario (Ediciones Estampa, 2015), El pordiosero y el dios (MediaIsla editores). 
Participó en “Centroamérica cuenta 2016”, Nicaragua.
 Blog: Calibariel



Jorge Ávalos
(San Salvador, El Salvador, 1964)
Poeta, narrador y dramaturgo salvadoreño, también reconocido por su periodismo de análisis e investigación.
Entre 1980 y 2001 residió en los Estados Unidos donde estudió antropología y desarrollo económico. Se desempeñó como artista visual (video arte) entre 1987 y 1993, y en ese campo recibió algunos de los premios más importantes disponibles en Nueva York y los Estados Unidos, incluyendo una beca de la Fundación para las Artes de Nueva York, un premio del Consejo para las Artes de Nueva York, un premio nacional del Fideicomiso para las Humanidades ("Young scholar award"), y otros premios.
En abril de 2004 Ávalos fue galardonado con el Premio Centroamericano de Literatura Rogelio Sinán por su colección de cuentos La ciudad del deseo. En febrero de 2012 recibió otro galardón centroamericano, el Premio Mario Monteforte Toledo de Cuento, por su obra El secreto del ángel. Aparece incluido en la antología de cuento centroamericano Puertos Abiertos, seleccionada por Sergio Ramírez y publicada por el Fondo de Cultura Económica, México, DF, 2011.

Obras
El cuerpo vulnerado (poesía, San Salvador, 1984), El coleccionista de almas (poesía, Nueva York, 1996), La ciudad del deseo (cuento, Panamá, 2004), Ángel de la guarda (teatro, San Salvador, 2005, La canción de nuestros días (teatro, San Salvador, tres versiones: 1993-2004-2008, Lo que no se dice (teatro, San Salvador, 2009), La balada de Jimmy Rosa (teatro, San Salvador, 2009), El secreto del ángel (cuento, San Salvador, 2012. Premio Centroamericano de Cuento Mario Monteforte Toledo, Guatemala, 2012. Edición privada, San Salvador), Historias de dos ciudades. Cuentistas de Panamá y El Salvador (selección y edición de Jorge Ávalos y Enrique Jaramillo Levi, antología, Panamá, Sagitario Ediciones, 2017), El Salvador en construcción. Autores: Carolina Ávalos, Jorge Ávalos, et al (ensayo, Istmo Editores, San Salvador, 2017).
Participó en “Centroamérica cuenta 2015”, Nicaragua.
Dirige la Revista de Letras y Artes La Zebra.



Dennis Arita
(La Lima, Cortés, Honduras, 1969)
Narrador, traductor y diseñador gráfico. Sus relatos y traducciones han aparecido en varias publicaciones hondureñas. Incluido en Entre el parnaso y la maison: Muestra de la nueva narrativa de la costa norte hondureña (HN, 2011) y en Centroamericanos del ayer y hoy (HN, 2014). Ha publicado dos libros de cuentos: Final de invierno (2008) y Música del desierto (2011).
A juicio del crítico Hernán Antonio Bermúdez: “Dennis Arita posee, en suma, una escritura depurada, precisión de vocabulario, pudor expresivo, continuos hallazgos descriptivos y casi ausencia total de tanteos o vacilaciones (las excepciones son minúsculas). Final de invierno es un excelente primer libro y le abre paso, además, a Música del desierto (2011) que confirma y consolida su enorme talento narrativo.”

(Santiago de Veraguas, Panamá, 1982).
Es poeta y Licenciado en Lengua y Literatura Españolas por la Universidad de Panamá. Colabora con publicaciones de su país y del exterior, como así también forma parte de antologías latinoamericanas e internacionales.  Obtuvo numerosos premios, entre ellos, el Premio Nacional de Poesía Joven de Panamá Gustavo Batista Cedeño 2000, el Premio de Poesía Pablo Neruda 2004, el Premio de Poesía Stella Sierra en el 2007, el Premio Centroamericano de Literatura Rogelio Sinán 2011, el Premio Internacional de Poesía Nicolás Guillén 2012, el Premio Internacional de Poesía Rubén Darío de Nicaragua 2013, el Premio Medardo Ángel Silva 2014, con un jurado conformado por Antonio Gamoneda, Rodolfo Hinostroza y Julio Pazos, el Premio Nacional de Poesía Ricardo Miró 2015 de Panamá. Ha sido Poeta Residente por la Fundación Cove Park, Escocia, Reino Unido 2009. Y recibió Mención de Honor del Premio Literario Casa de las Américas de Cuba 2010, siendo finalista del Festival de la Lira (Ecuador), Primer Accésit del Premio Eros de Poesía Erótica 2015, convocado por el Centro Canario de Estudios Caribeños por el poema “Para hacer el amor en Poneloya”, I Finalista del Premio Internacional de Poesía Gastón Baquero 2015, Salamanca, España, Premio Nacional de Literatura Ricardo Miró de Panamá en poesía, Mención de Honor Premio Hispanoamericano de Poesía de San Salvador, El Salvador, 2016, Premio Hispanoamericano de Poesía de San Salvador, 2017.
Aparece incluido en la antología de poesía centroamericana Puertas Abiertos, seleccionada por Sergio Ramírez y publicada por el Fondo de Cultura Económica, México, DF, 2011.
Publicó hasta la fecha Tiempos de Vida y Muerte (2001),  Caminos Errabundos y otras Ciudades (2002); Poemas para caminar bajo un paraguas (2003),  Aquí, todo tu cuerpo escrito (2005), Por ti no pasa nunca el Tiempo (y otros poemas al espejo) (2005), No me cubre de edad la Primavera (2008), Soy mi Desconocido (2008), Carta Natal al País de los Locos(2011), Ojos Parlantes para estaciones de ceguera (2011), Balada sin ovejas para un pastor de huesos (2011), Viaje solar de un tren hacia la noche de Matachín (2013), El mar que me habita (2013), La vida en mi plato de pobre (2015).


Héctor Leyva
(Honduras, 1963)
Es profesor de la Escuela de Letras de la Universidad Nacional Autónoma de Honduras, investigador de temas literarios, históricos y culturales centroamericanos y editor de autores hondureños y de recopilaciones de tradición oral indígena. Se doctoró en 1996 en la Universidad Complutense de Madrid con su trabajo Narrativa de los procesos revolucionarios centroamericanos (1960-1990). Su libro Imaginarios (sub)terráneos. Estudios literarios y culturales de Honduras (2009) ofrece una exploración teórica y datos de primera mano sobre una diversidad de temas hondureños. Es miembro de la red académica internacional que publica Istmo. Revista de estudios literarios y culturales centroamericanos. Ha sido consultor de UNESCO y ha formado parte de los equipos de investigación de los Informes nacionales y regionales de desarrollo humano del PNUD. 
Su Blog Scriptorium ofrece buena parte de su obra en versiones descargables.



Kalton Harold Bruhl
(Honduras, 1976)
Ha publicado numerosas obras, entre las que destacan sus libros de relatos: El último vagón (España, 2013); Un nombre para el olvido (2014); La dama en el café y otros misterios (2014); Donde le dije adiós (2014); Sin vuelta atrás (2015); La intimidad de los Recuerdos (2017). Es autor de la novela La mente dividida (Premio Centroamericano de Novela Corta, España, 2014). Sus obras han sido parcialmente traducidas al alemán y francés en más de 50 antologías publicadas en los últimos 5 años en distintas editoriales de España, Argentina, México y Estados Unidos, mencionándose entre ellas Antología del relato negro III, Hiroshima, Truman, Asesinatos profilácticos, 2099, Kafka y Relatos fotoeróticos, todas con Ediciones Irreverentes; París, Viena, Lisboa y Tras las huellas de Arsenio Lupin de M.A.R. Editor.  Ganó el Premio Nacional de Literatura “Ramón Rosa” y es miembro de número de la Academia Hondureña de la Lengua, Correspondiente de la Real Academia de la Lengua.
También aparece incluido en la antología de cuento centroamericano Un espejo roto, seleccionada por el Premio Cervantes Sergio Ramírez.
Participó en “Centroamérica Cuenta 2014”.

Hernán Antonio Bermúdez
(Honduras, 1949)


Crítico literario y diplomático hondureño. Nació en el año 1949. Perteneciente a los grupos literarios “Vida Nueva” y “Taunka”. Fundó las revistas Coloquio (1969-1970) y Señales (1971-1972). Fue miembro del comité de redacción de la Revista Alcaraván. Aunque sin obra orgánica aún, es uno de los más inteligentes críticos literarios de Honduras. Ha recopilado sus reseñas en dos libros: Retahíla (1980) y Afinidades (2007). Fundador de varias revistas literarias y de la editorial Guaymuras, también es autor de la antología Cinco poetas hondureños (1981). Diplomático de carrera, actualmente es director de la Academia Diplomática de Honduras.

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Albany Flores Garca
(Honduras,1989). 
Escritor, editor y ensayista; graduado en Historia por la Universidad Nacional Autónoma de Honduras. Ha publicado, en cuento, Muerte prodigiosa (2014); en poesía, Geografía de la ausencia (2012) y El árbol hace casa al soñador (2016); y en ensayo Honduras, relaciones históricas entre Academia y Estado (1838-1848). Ha escrito y colaborado en revistas y periódicos de Honduras, Cuba, Brasil, Colombia, México e Italia, y es fundador de la revista académica-cultural El Zángano Tuerto. Es editor en máladive editores.

domingo, 11 de junio de 2017

El debut de Ambar Morales, joven narradora hondureña.



Ilustración de Ámbar Morales

Un lector invierte una gran cantidad de su tiempo buscando escritores y escritoras que lo asombren. Cuando por fin descubre entre tantos y tantas, la emoción lo embarga. Comparte al autor/autora con sus amistades. Las amistades responden y asienten y también se asombran y va generándose una expectativa aún más grande de que los textos que han leído pertenezcan a una jovencita de 20 años, considerando que, en su país, Honduras, las escritoras escasean, pues hay quienes se deslumbran más por los jóvenes «experimentados» copistas de Bukowski. A mí en lo personal me emociona la mágica incertidumbre de descubrir a un/una artista. Y en Ambar Morales me ha más que impresionado. 

Desde hace algunos años para acá me encontraba en la tarea persistente de encontrar narrativa joven, buscando con ecuanimidad tanto narradoras como narradores, pero más inclinado, no lo niego, por encontrar escritoras. Los escritores son más fáciles de encontrar, se cuelguen el rótulo de maldito bukowskiano y hacen ruido. Y esta inclinación nació a raíz de las lecturas de las escritoras de la región, que abundan, pero en Honduras, pese a que a finales del siglo XIX y principios del XX, hubo escritoras que comandaban la narrativa. Otra pertenece a no obedecer a la demanda de eventos poéticos en bares e instituciones culturales y artísticos, los y las jóvenes invierten más su talento en poesía. 

Descubrir la narrativa de Ambar fue un acto mágico de deslumbramiento, admiración y respeto a ella y a su compromiso con las artes. Hace sólo poco más de dos años Ambar Nicté Morales (San Pedro Sula, 1997) se acreditó la octava edición del Certamen Nacional Literario Estudiantil convocado por la Sociedad Literaria de Honduras, SOLIHO, con su cuento «Búscalo en el reflejo», en el 2014. 

Ambar Morales es una joven polifacética, además de escribir, estudió música, ilustra y estudia en una Escuela de Cine al mismo tiempo que Arqueología en la Universidad de San Carlos, Guatemala.

Comenzó a leer a una edad extraordinariamente precoz, su casa era una casa de libros, lo cual heredó de su madre y padre, ambos grandes lectores, la primera también una de las escritoras más importantes de las letras centroamericanas actuales. 

Hay casi, podría aventurarme a decir, una obsesión necrológica diluida en imágenes poéticas contrastantes, muerte/ olores de cocina; pero también hay reflexión sobre la muerte que carga cada persona consigo, de tragedia sofocliana, una «sombra de color naranja rojizo» o «el resplandor naranja característico de su muerte».

Detrás de sus textos es más que evidente la lectura, por cómo procede el ritmo de las oraciones, revelando en su discurso, renglón a renglón, el laberinto prístino que va entretejiendo, capturando, a través del misterio y el delirio, que se antoja irresistible, a lectores que gusten del carácter misterioso en su claridad más elemental, articulando, en su engranaje, historias «duras» donde la moral social se entrecruza con una indagación psicológica en ámbitos familiares. El destino inevitable al que el lector ha sido invitado, lo vuelve impotente al poder intervenir en el mundo construido, como en el caso de este cuento donde el personaje principal —Mari— solo intuye la incapacidad de salvar a su hermana Julianna, lo que se convierte, en el texto, en un extraño placer en «un fin en sí mismo». Es fascinante esa crisis planteada en el cuento. 

Lo vuelve ambiguo el hecho que Julia esté «enferma» a los ojos de Mari, pero se comporte «temeraria» como ella misma lo expresa. A Mari sumémosle sus «comportamientos erráticos y ataques de ansiedad y pesadillas» de las que es presa por ver las muertes en cada persona y ver la muerte de su hermana de «color naranja». Otra lectura podría ser que Mari es dotada de cierto espiritualidad y misticismo que le permite ver las aureolas de la gente. 

Este breve diálogo condensa una explosión de emociones encontradas. Y sabe trasmitirlo como si no hubiera procedimientos estilísticos que manifiesten yerros propios de quien comienza a escribir: 

«—Ayúdame —me sonrió. 

Yo le sonreí de vuelta, pero no me moví de donde estaba. 

—¿Mari?»

Fantástico y cruel, alucinante y poético, con planteamientos morales y psicológicos, «Tortura» es un cuento que destaca por su frivolidad, horror y la cadencia de su lenguaje. Un cuento que Leonora Carrington, Patricia Highsmith, Mauspassant o Quiroga amarían, y quizás Showalter y Stubbs lo tendrían entre ceja y ceja como tuvieron la obra de Virgina Woolf, pero, sin duda, ésta, Kristeva y Toril Moi estarían más que contentas al constatar que uno de los objetivos principales de las luchas feministas, que era destruir las eternas posiciones binarias de feminidad y masculinidad, como apunta Moi sobre Woolf, en Ambar Morales lo ha hecho muy bien invirtiendo los fondos de su formación y acervo cultural. 

He aquí el cuento de Ámbar Morales:


Tortura


Tenía tres o cuatro años cuando vi por primera vez la muerte de mi hermana. Una muerte lenta, arrastrante, que la seguía por todas partes. Al principio se mantenía algo distante, unos cuantos metros detrás de ella, pero, con el tiempo, se fue acercando.

No sabía qué era una muerte hasta que mi abuela me lo contó entre los olores de su cocina, mirando a Julia desde la ventana con los ojos entrecerrados.

—¿Julia se va a morir? —le pregunté—.

—No te preocupes por eso.  

Traté de no hacerlo. Ver las muertes se volvió algo normal. Estaban en todas partes. Eran de tan diversos colores como de tamaños. Algunas seguían a sus personas muy por detrás con paso lento y acompasado, como ancianos, y otras estaban pegadas a sus espaldas, con las extremidades rodeándoles el torso, el cuello y los brazos en un abrazo fatal, asfixiándoles el rostro. Como si trataran de engullirlas, absorber sus almas. Cuando se acercaban tanto, nunca las volvía a ver.
Muchas de las muertes, en su gran mayoría, eran rápidas. No te daban el tiempo suficiente para prepararte, o salir del shock de sus primeras apariciones. Un día estaban allí, al siguiente no. Así eran la mayoría de las que miraba todos los días, tan próximas que podías sentir en el aire la tensión de lo cerca que estaba esa persona de sus últimos segundos. Otras, como las de los ancianos, eran las que se acercaban con lentitud, más cerca cada hora, cada día, segundo por segundo. Estas tampoco me gustaban. Me hacían sentir una ansiedad indescriptible.

La muerte de mi hermana era así, como la de un anciano. Lenta, lejana y muy gorda. Se movía con pasos largos e indecisos, tratando de seguirle el paso al caminar frenético y alegre de Julia, siempre un poco rezagada, en algún rincón de una habitación, observando con su forma etérea. Una náusea horrible que empezaba en mi estómago y amenazaba con manifestarse en vómito me sacudía cada vez que la observaba, así que trataba de no hacerlo. Después de tantos años viéndola, intenté ignorarla.

No entendía muy bien por qué la muerte de Julia era así. Tan lejana. O por qué después de cinco, seis, diez años, seguía allí, sin terminar totalmente su trabajo. Algunas veces se me cruzó por la mente que estaba allí sólo para torturarme. Pero sabía que algún día sucedería. Todos lo sentíamos en el aire, aunque mis padres se esforzaban por ignorarlo. Cada año, esa sombra de color naranja rojizo se acercaba cada vez más, y se volvía más grande y más gorda.

A medida que fui creciendo, y el peso del significado de la muerte de mi hermana se fue haciendo más enorme, empecé a tener ataques de pánico. Despertaba de pesadillas horribles donde mi hermana cruzaba un túnel oscuro donde yo no podía seguirla. Pensar en ese día no me dejaba respirar en las noches. Boqueaba por aire, y empezaba a llorar, imaginándome un futuro donde no estuviera.

La posibilidad de un mundo sin ella era insoportable.

Llamaba a mi abuela inconsolable, y ella llegaba a mi cuarto corriendo, dándome cobijo entre sus pechos, susurrándome palabras de consuelo en los oídos, nunca cediendo a las lágrimas, nunca mostrando pesar ni desconsuelo. Terca, inamovible, dolida. Impotente.

Trataba de ser como ella cuando me encontraba con mi hermana. Intentaba con toda la fuerza de mi ser controlarme y no dar a conocer que cada vez que pasaba a su lado, cerca de esa muerte que le respiraba en la nuca, era como si llevara mil agujas en la garganta. De lo inútil que me sentía. Practiqué incontables veces en el espejo para que mi rostro no cediera, para que mis llantos no llegarán hacia su corazón ignorante, que mi alma llena de pesar no la rodeara como la estaba rodeando su muerte.

Para cuando tenía dieciocho años, y Julia dieciséis, su grotesca muerte ya le rodeaba el cuello y el torso con sus brazos largos y pegajosos. Verla atada a mi querida hermana me daba una repugnancia enorme. Tener que soportar todos los días levantarme a las cinco de la mañana, antes que todos los de la casa, y correr a su habitación para chequear su pulso me era imposible. El suspenso me mataba. Soñaba con su muerte todas las noches, con dagas y cuchillos, pistolas y sogas, píldoras y venenos. La seguía a todas partes, lloraba cuando salía sola, dormía en su habitación para sentir su calor y asegurarme que no despertara helada en las mañanas. Mis padres se empezaron a preocupar por mi comportamiento errático, por mis ataques de pánico a la mitad del día o de la noche, por mis gritos de ansiedad y mis ojos rojos, enloquecidos. No sabía qué hacer, nadie podía ayudarme. No podía hacer nada. Aunque lo supiera, no podía hacer nada. 

Deseaba que todo aquello acabara pronto, que ya pasara mi salvación de toda esa pesadilla. Me carcomía por dentro, me dolía el corazón, no dormía, no hacía nada, nada más, no pensaba en nada más que Julianna, Julianna, Julianna.

Terminó pasando un fin de semana en la playa. Era de noche y estaba muy oscuro. En el cielo no había luna. Ella me invitó a nadar un poco antes de acostarnos, en ese momento que nuestros padres estaban dormidos, y yo accedí con gusto, con los ojos enrojecidos.

Corrimos hacia el muelle. En un lado de la bahía había una enorme pared de piedras donde las olas chocaban con violencia. El mar estaba bravo, así que decidimos no bajar a bañarnos en la playa. Sin embargo, siendo Julia tan temeraria como era, propuso ir a investigar entre las rocas. Caminamos un buen tramo entre las piedras enormes y negras mojadas cuando de improviso, ella se deslizó.

Mientras yo iba adelante, balanceándome con mis brazos, Julia cayó en lo que era una pequeña poza de agua sin hacerse daño, riéndose nerviosamente, y trató de escalar de nuevo hacia donde yo estaba. Las rocas eran muy lisas y planas, sin ningún resquicio donde sostenerse, así que no pudo salir sin ayuda. El agua de las olas iba llenando la poza poco a poco, y pronto la haría rebalsar, llevándose a Juli con ella.

—Ayúdame —me sonrió.

Yo le sonreí de vuelta, pero no me moví de donde estaba.

—¿Mari?

Observé su muerte, que ahora le tapaba la mitad de la cara y que formaba una especie de máscara naranja que se movía con sus expresiones. La observé muy detenidamente. Por un momento pensé que si salvaba a mi hermana tal vez la muerte por fin desaparecería. Jamás había visto una muerte desaparecer. Una vez que se dictaba, no podías escapar de ella.

No iba a desaparecer.

Si la ayudaba, no iba a desaparecer. Y yo seguiría viéndola por todos lados. Y seguiría sufriendo.
Me quedé allí, observando cómo el agua llenaba el pozo, hasta que la corriente se llevó a mi querida hermana al mar embravecido. Observé cómo pataleaba contra el agua, tratando de nadar, y luego como las olas la hundían hacia el fondo. Incluso allí bajo el agua, aún creía ver lo que era el resplandor naranja característico de su muerte.

Pero de seguro sólo era un reflejo.



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Ambar Morales
Nacida una mañana de enero de 1997 bajo el caluroso abrazo de San Pedro Sula, Honduras, Ambar fue acogida bajo sus padres multinacionales, la madre, peruana, el padre, guatemalteco, naciendo en un país moribundo. Desde pequeña tuvo libros que la acompañaban al sentirse una extraña en su propia tierra, al mudarse de ciudad en ciudad, y el imaginario hondureño que la acobijaba, adaptándolo a su propia manera. Así, nació su amor por la ficción, la literatura, los cuentos ocultos de Honduras, y su amor por su tierra.


Ahora reside refugiada en Guatemala, estudiando en una Escuela de Cine los fines de semanas y Arqueología en la Universidad de San Carlos los demás días. Nunca deja de escribir ni de dibujar, siempre piensa en su familia, y en su hogar en Honduras, busca emprender cada vez más proyectos, y cuidar de su gatita Nova. Le apasiona la dirección, el guión, los cuentos de ficción, cómics y novelas; sobre todo, busca contar historias que la muevan a ella y le recuerden sus raíces.

sábado, 1 de abril de 2017

Revista Narrativas # 45



Ya salió el número 45 de la Revista Narrativas (revista de narrativa contemporánea en castellano). En ella aparecen los hondureños Kalton Bruhl y Gustavo Campos. También Rosalba Campra, a quien solo conocía como ensayista. 
Y de otros buenos escritores. 



Gracias al comité de selección por el espacio. 
Quedan invitados a leer.