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sábado, 18 de noviembre de 2017

MAR DEL DESTIEMPO. Hernán Antonio Bermúdez.






 Hace un año, en noviembre del 2016, se publicó en El Salvador (proyecto editorial “La Chifurnia”) el cuadernillo de poesía Mar del destiempo de José Luis Quesada.

  Como en sus poemarios recientes El hombre que regresa (2015) y Crónica del túnel y sus inmediaciones (2016), ambos publicados en Costa Rica, Quesada despliega una escritura única en su género, pues edifica un universo en sí mismo, como un pequeño reino entre colinas (p. 3), donde el lector puede deambular, reingresar, abandonar e incluso extraviarse a voluntad.

  Versado como pocos en su oficio (su primer poemario propio data de 1974), José Luis Quesada hace gala de una admirable soltura en la forma, pese a las curvas a menudo apretadas de su producción poética: ¿Qué caso tiene ahora lamentarnos, / malheridos por la nostalgia/ de nuestras mutuas pérdidas/ en el mar del destiempo? (p.5).

  El autor escribe, como siempre, según sus inclinaciones personales, se instala en El mar del destiempo como quien está en el centro de su querencia, y es ahí cuando le es dable descorrer un instante el velo de las cosas (p. 3).

  La nota predominante es su desenvoltura literaria: el poeta Quesada se embarca en tramas verbales en las que las palabras, dóciles, se someten por entero a sus designios, como sólo él es capaz de idear. Así, su vocabulario rampante constituye esa materia prodigiosa (p. 7) con la que dota a su obra de una coherencia arquitectónica, acaso única en la poesía centroamericana.

  Y eso lo consigue con un manejo expresivo que suele ser austero, que incurre incluso en lo que en el mundo anglo-sajón denominan understatement, vale decir, la actitud de contención (y de auto-ironía) que conduce a atenuar los énfasis, a bajarle el tono a las afirmaciones.

  De manera que en Mar del destiempo vuelve a fluir el virtuosismo de una pluma que sabe …apreciar/ el prodigio/ de las buenas palabras (p. 8), y de allí emerge inclusive la angustia de nuestra sociedad, como se pone de relieve en ese poema “emblemático” que es “Cada día”: ¿Por qué mueren tantos? / ¿Por qué en este país a diario mueren tantos? / (…) Pareciera que aquí ya nadie es inocente (p. 9).

  Pero fuera de aludir a los males y pestes del mundo circundante, en el que estamos atados a la inmovilidad de la desesperación (p. 18), la voz del poeta alcanza las cotas más altas de creatividad al rendir el tributo que cuadra a los/ amores imposibles (p. 22), pues como afirma al final de Mar del destiempo:

El amor tiene que ser discretamente invisible. / Nunca me descubriré ante ti, / pero un vislumbre de mis ojos te llegará en las noches (p. 22).

  José Luis Quesada, inimitable maestro de varias camadas de poetas, pone en claro, pese a la brevedad de este cuadernillo, el rigor y la riqueza de su quehacer literario.
      


Tegucigalpa, 13 de noviembre del 2017

miércoles, 7 de junio de 2017

Gustavo Campos "poeta serio" o "de primera clase". Según David Craven y Sergio Ramírez


Buscando una antología que elaboramos en conjunto con poetas cubanos, en la colección “Mar por medio”, Cuarta Dimensión de la tarde (2010), encontré este viejo correo del distinguidísimo Dr. David Craven, Profesor de Historia del Arte en la Universidad Albuquerque de Nuevo México, USA, a quien conocí hace algunos años gracias al Dr. en Historia del Arte Gustavo Larach. 

David Craven, que sigás descansando en paz. Fue una espléndida e inolvidable noche la compartida en Tegucigalpa. 


En correo menciona que Gustavo Larach y él sostuvieron una conversación con el maestro Sergio Ramírez (ahora PREMIO CERVANTES 2017) cuando anduvieron en investigación de las obras de arte en época del sandinismo, y se refirió a mí como un "poeta serio". Luego el Dr. Larach expuso en El Museo de Antropología e Historia de S.P.S. lo investigado. 

domingo, 26 de febrero de 2017

Todas las Mayras en Mayra. Por Gustavo Campos

"La belleza está por encima de la lógica"

Nahún Rodríguez

Roto ya todo lo íntimo en mí,
he de saberte andar, mundo.
Mayra Oyuela 

En los primeros poemarios de Mayra Oyuela las imágenes invaden y sacian (atiborran) su discurso poético, aunque en sus poemas encontramos pasajes que se apoderan de nosotros. Esos versos corresponden a una irrupción espacial instantáneo y no discursivo, lo que Pound definiría como un “complejo intelectual y emocional en un instante de tiempo”, habiendo, en sus primeros poemarios, la prescindencia del concepto racional del tiempo, pues el orden lógico del discurso narrativo se ha yuxtapuesto. Por otra parte, es de esa vitalidad y afluencia poética desde donde reflexiona desde hace 8 años cuando publicara el poema “Tranviaria”: “No necesito ser el poeta sino el poema/ la belleza está por encima de la lógica de cualquier poeta”. El tiempo ha pasado y con él ha llegado la madurez de la poeta Oyuela. Si antes observábamos cierto descuido en la elaboración conceptual y musicalidad de sus versos, efusivos, que, sin embargo hacían eco y movimiento de estos tiempos posmodernos, ahora hacen gala de un mejor balance fónico y metafórico, con mayor cuidado; de corte iconoclasta, pero siempre bajo ese diálogo del hombre/ mujer con su tiempo. Ahora, en su nueva poética, su voz se ha vuelto introspectiva, que se complementa con sus transparentes tonalidades. Hector Leyva, en “La emoción moral en la escritura lírica” del libro Imaginarios (sub) terráneos, y Helen Umaña, en La palabra iluminada, destacan que aún encuentran en las propuestas actuales resquicios de lo que han denominado, ambos, una “visión abrumadora de la vida” y “sobrepeso existencial”, una “capacidad de volcarse al autoanálisis” y “desazón existencial”, lo que el siguiente fragmento nos pone en horizonte: 

Roto ya todo lo íntimo en mí,
he de saberte andar, mundo,
con los puños cerrados en señal de auxilio y no de defensa
cerrados para llevar en ellos el resto de aire
que no supo caber en mis pulmones.
En la imperfección está lo bello.

A sus 34 años se enfrenta a un diferente estímulo creativo, complementario. El efecto de la madurez en Mayra es manifiesto y ha convertido su poesía en un medio vivo, consistente y avanzado desde un punto de vista, y, por otro, desconcertante y formidable, y en su poemario “Agua mala”, el laconismo y contundencia aparecen en la mayor parte de su libro, el cual se divide en tres partes. Es música. Timbran sus palabras. Repercuten. Analizan. Reflexionan. Hieren. Y es a esta poeta, como diría Eliot, donde recae cierta gloria, la gloria de cualquier nación que es producir un arte que pueda ser exportado sin que avergüence su lugar de origen. Los lectores de poesía lo sabemos. La hemos redescubierto. Ya no estamos ante los aciertos de algunos versos -como diría Pepe Luis Quesada en un auto prólogo a su antología de poesía La memoria posible en un acto de honestidad y humildad que, aseguraba, un verso recordado es como un mundo ganado- sino ante el trabajo de alguien que no solo causa agrado, sino que debe respetarse como una gran artista. Y ella es una de las voces que mejor representan no solo a la poesía hondureña actual sino a la regional, y, me atrevo a decirlo, a irse integrando de una vez entre las voces más significativas y sustanciales de Latinoamérica. "Cuando la cima queda en el fondo del mar" hace uso magistral de un paralelismo rítmico, en direcciones opuestas, ambos personajes son reflejo del otro: el agua como elemento reflector; pero también de una hondura reflexiva que puede paladearse entre susurros para captar su musicalidad. En el caso de "En mí las aguas que recorren la ciudad" concluye con una inesperada equiparación mesiánica con nuestra historia actual como referente, sin volverse referencial, adquiere unafuerza que ya le auguro un sitio en nuestra memoria. Claro que estas palabras las escribe su amigo, pero un amigo que siempre ha demostrado franqueza y honestidad en sus comentarios cuando del oficio se trata. He aquí, Mayra Oyuela, su técnica, su voz y sus medios (y miedos). No me extraña que un gran poeta como León Leiva Gallardo, y acucioso lector, haya emitido ese juicio sobre uno de los poemas antologados en Transfronterizas. Tampoco está de más mencionar a Elena Salamanca como una de las piezas claves en la selección de poesía centroamericana. A Carmina Estrada y Elena Salamanca mis agradecimientos por su avezado ojo lector. A Kalton Bruhl y Juan Ramón Martínez por abrir este espacio de difusión de las artes y la cultura. 

Nota: Magdiel Midence, Martín Cálix, Rolando Kattan, Salvador Madrid, Dennis Ávila, 
Karen Valladares, Ludwing Varela, 
inmediatamente antes que ellos Fabricio Estrada, Rebeca Becerra, Murvin Andino, entre otros, son parte de esta doble fluctuación generacional.


Mayra Oyuela: una de las voces poéticas más importantes de su generación



En octubre de 2016 la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), por medio de su editorial Ediciones de Punto de Partida, publicó la antología Transfronterizas/ 38 poetas latinoamericanas, compilada por la editora Carmina Estrada. La revista Punto de Partida lleva dedicándose más de una década a la difusión de las nuevas producciones de las generaciones actuales (menores de 40 años). 

En el prefacio a Transfronterizas, la antóloga acota que son “varias las muestras antológicas de poesía y narrativa que han elaborado: de Alemania, Argentina, Colombia, Cuba, Chile, Ecuador, El Salvador, España, Guatemala, Italia, Puerto Rico y República Dominicana; y de distintos estados de la República Mexicana.” Todo un trabajo académico con propósitos muy bien definidos.

La presente antología que reúne a 38 autoras latinoamericanas fue presentada en la Feria Internacional del Libro de Guadalajara 2016, una de las 40 actividades que ofreció la UNAM entre presentaciones de libros, encuentros y novedades literarias.

La Máxima Casa de Estudios permitió que los asistentes conocieran la oferta editorial de la universidad con la venta de 2 mil 500 títulos, 750 de ellos novedades editoriales de distintas temáticas. Estas actividades fueron organizadas por la Coordinación de Difusión Cultural de la UNAM. Algo de lo que deberían tomar nota las autoridades de la Universidad Nacional Autónoma de Honduras (UNAH) cuya oferta editorial no sobrepasa los 10 títulos al año. Lo cual nos indica que sigue siendo vigente la opinión del escritor argentino César Aira sobre que Honduras es “un país que no daba -ni da- mayores oportunidades al cultivo del intelecto”, pese a la reforma universitaria y su “nueva faceta académica”.

Son 11 las poetas centroamericanas incluidas en la antología. Entre ellas la costarricense Paola Valverde, la nicaragüense Alejandra Sequeira, la salvadoreña Elena Salamanca, la panameña Mar Alzamora, la guatemalteca Carmen Lucía Alvarado y la hondureña Mayra Oyuela (1982), todas nacidas entre 1980 y 1993.

¿En qué contribuye la publicación de esta antología? En varios aspectos. Uno de ellos, según los editores, es que no se trata de un libro “feminista” en el sentido convencional. Es una compilación que sirve como puente poético que borra el espacio fronterizo de toda una región hispanohablante donde convergen solidaridades y nuevos espacios de identidades multiculturales. Su impacto es importante porque suprime condiciones negativas de los mercados editoriales como la marginalidad en la que viven sumisos muchos de los países con índices bajos de lectura e ingresos per cápita irrisorios. Lo que la compiladora ha llamado “Transfronterizas” no es sino una dinámica que crea nuevos flujos de discursos poéticos y permite difundir lo que se escribe actualmente en América Latina. Todo ello corresponde a una especie de comunicación transfronteriza. Es una “publicación de un conjunto heterogéneo de voces que habitan una historia compartida y transitan el territorio de la lengua castellana”. Según Michel Serres, en estos tiempos donde la información y el saber fluye no puede hablarse nuevamente de fronteras, puesto que el antiguo principio se rompe y en este nuevo mundo se está dentro y fuera simultáneamente. Así que damos por acertadísimo el título de la antología. También cabe agregar que Ricardo Piglia, en Crítica y Ficción, propone a los escritores como estrategas en la lucha por la renovación literaria, en las que incluye algunas condiciones constantes como las ideológicas, teóricas, políticas y culturales; la misma Carmina Estrada hace mención de ello en el prefacio al libro al “reivindicar las preferencias o su gusto personal pero consciente de un factor tangencial determinante a la hora del proceso de selección”.

En el caso particular de Honduras, los poemas compilados de la poeta Mayra Oyuela -única hondureña incluida- la reafirman como una de las voces más importantes de su generación, no solo del país sino a nivel hispanohablante. Ya en 2011 había sido incluida en la antología del Fondo de Cultura Económica de México “Puertas abiertas” que compiló el Premio Alfaguara y Premio Carlos Fuentes: Sergio Ramírez. No en vano el poeta y novelista publicado por Tusquets, León Leiva Gallardo, hizo un breve y muy acucioso comentario sobre "Vi a una mujer emerger de la piedra", uno de los poemas incluidos en la antología Transfronterizas: “es un excelente poema, intrigante, lleno de implicaciones no muy fáciles. Me impresiona el final que propone una nueva noción del "creacionismo" y lo dispone como es, de hecho. La mujer es la creadora, no la que nace de una costilla partida del hombre. El hombre, en este versado paraíso, nace de una partícula imperfecta que surge de su polvo. Se me hace que en un momento de misandria la poeta pensó que la partícula debía ser "imperfecta", curiosamente, lo que siempre se ha pensado de la mujer, según la cultura judeo-cristiana.


Vi a una mujer emerger de la piedra
vi a la piedra emerger de la mujer
vi su furia de tierra
su fuga de arena
su derrame de viento nostálgico.
Vi la distancia entre ambas
el abismo de los siglos
la mueca torcida en el golpe seco
de los confines.
Vi la tribulación,
lo cíclico de un mundo brotado de la tierra.
Pero la piedra que brota de una mujer
sabe vencer las masas de tiempo que la acongojan,
sabe lijar la fe del agua que labra la hendidura.
Para que sangre la piedra
primero debe sangrar la mujer
para que sangre la mujer
primero debe comer de la tierra
su partícula más imperfecta
y así parir hombres húmedos
que surjan de su polvo.


Cuando la cima queda en el fondo del mar
y el fondo es la cúspide de un universo oculto
porque este mundo de paradojas
asemeja la cima de un hombre
que escala a la inversa de otro que se hunde.
Porque la muerte de un hombre
no es sólo la muerte de uno, sino la muerte de todos los hombres.
Porque vivir es la causa
porque en paralelo vamos
dos que se buscan
y están de frente sin verse.
Dos corrientes en mutuo acuerdo
una gota que ronda el cielo
y otra que roza al suelo.
Y el centro de la vida es un árbol a la orilla de un río
Y no saber si las tristezas son más hondas que sus raíces
o es más hondo su reflejo


Toco el fondo del agua.
Hundido está en este vaso
todo mi ser.  
La verdad está arrepentida
Abatida la verdad
como una máquina de pájaros moribundos
que atraviesan mi sombra.

He tocado el fondo del agua
Lo he hecho.   
un bosque enfermo de lluvia negra son los recuerdos
un viento que silba muerte
un huracán oscurecido de arena son los recuerdos  
Reinos giratorios
golpean el infinito cuerpo proscrito del polvo.
Y me embosca un espasmo,   
y me embosca un ciclón.

Y nadie
absolutamente nadie
puede argumentar
que este sol hundido en mi pecho le pertenece.

Corrupto está mi amor
entre la tristeza y el olvido.

He tocado el fondo del agua
la fiebre profunda de un maremoto
atraviesa mi sombra
una máquina de pájaros moribundos



A Berta Cáceres

y olvido el agua del primer instante
Ahmad Al-Shahawy

En mí las aguas que recorren la ciudad:
agua subterránea
etérea
que desdibuja el paso de las gaviotas.
Agua eterna que labra la roca
difusa
agua que rompe en aguas.
Dramática agua
que come polvo
y recorre espaldas.
Agua que tatúa flores en las manos
desbordada.
Agua que limpia el barro de mis botas.
Acá toda el agua:
agua de miedos
de ahogos
de tinieblas.
Agua que aniquila
y bebe de sí misma
agua simplemente
agua viva o muerta.
Agua Zarca.
Agua que sangra agua.


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Mayra Oyuela
(Tegucigalpa, Honduras, 1982).
Poeta y gestora cultural. Ha publicado dos poemarios: Escribiéndole una casa al barco, Ediciones Il Miglior Fabbro, 2006; Puertos de arribo, Festival Internacional de Poesía de Costa Rica, 2009; En preparación su poemario inédito “Agua mala”. Sus textos han sido incluidos en las siguientes antologías: Recopilación poesía andante, Editorial Pez Dulce, Tegucigalpa, 2004; Selección de poesía joven centroamericana Pez Dulce, 2005; Versofónica, 20 poetas 20 frecuencias, proyecto de audio, Tegucigalpa 2006; Papel de Oficio, Colectivo Paíspoesible- Secretaría de Cultura, 2006; 2017 Nueva poesía contemporánea, Buenos Aires, Argentina, 2009; 4M3R1C4: Novísima poesía latinoamericana 2010; Cantos de Sirenas, compilación iberoamericana de poesía femenina 2010, Cascada de palabras Cartonera 2010; Puertas abiertas. Antología de poesía centroamericana, FCE, México, 2011. Ha participado en los principales festivales internacionales latinoamericanos y en el Festival internacional 2010 Poeta por km2, Arrebato editores, Casa de América, Madrid, España. Textos suyos han sido traducidos al italiano y al catalán.



Por Gustavo Campos

jueves, 6 de octubre de 2016

Mi arca personal, mi viaje. Un escrito sobre Óscar Acosta


El presente es el texto de mi autoría que se incluyó en el libro Óscar Acosta: Lucidez Creativa.


Mi arca personal, mi viaje


Y Si Jung ha visto en el arca un símbolo del cofre del tesoro, tesoro de conocimiento y de vida, porque nosotros no podemos coincidir con él y descubrir que a su vez es principio de conservación y renacimiento de los seres.


¿Y si les dijera que tengo un arca donde guardo absolutamente todos los libros del poeta Óscar Acosta y cada recuerdo entrañable compartido con él? Es más, hace algunos años nombré un blog de difusión de narrativa hondureña en homenaje a su libro de relatos. Todo podía contenerlo una minúscula caja o recipiente, todo en él podría concentrarse, como un pequeño museo de medidas siempre expandibles.


 

En abstracto, fue naciendo en mí un arca, misteriosa, fantástica, contenida de huellas mnésicas, una que me remitía a Scott Fitzgerald –algunos aún piensan que su deuda es con Carpentier– y también a Borges y otra que se entretejía con Arreola, Denevi y Monterroso, pero dentro de todo ese universo perfecto y encerrado hallábase, asimismo, el propósito bien definido y en oposición a lo que dijera Onetti allá por 1939, 6 años después del nacimiento de nuestro escritor Acosta, “¿Qué se puede hacer en este país? Nada, ni dejarse engañar. Detrás de nosotros no hay nada. Un gaucho, dos gauchos, treinta y tres gauchos”. Extrapolemos esta frase a nuestra propia sociedad hondureña: “detrás de nosotros no hay nada. Un catracho, dos mayas-chortí, treinta y tres lencas, tolupanes y garífunas” y con esta frase, en el sentido que la manejaré, como generador de ideas, encierra lo que hemos considerado como nuestra “hondureñidad”. Ahora bien, el tan manido, confuso y errado concepto de “identidad”, al que la mayoría de nuestros escritores han dedicado masivas y comprometidas páginas que los justifiquen como “la voz del pueblo”, en Acosta halló la fórmula propicia donde se amalgama en su lenguaje sencillo, preciso y lacónico, no tanto satisfacer la exigencia del destinatario posible, sino que, gracias a su juventud, contaba con 23 años para cuando publicó el libro, y al distanciamiento de su terruño, que le había prodigado su labor como diplomático, inauguró algunas de sus preocupaciones e inquietudes, que en ese momento de los años 50s, fueron oponer distintos discursos narrativos y halló la vértebra del discurso que se une a la literatura universal, lejos del discurso local, pero también mutándose dentro de él, con un camuflaje heredado de sus lecturas y de su vocación a las letras, no ese discurso local, la típica queja del latinoamericano como queja universal del despojo, de la desterritorialización, del oprimido, del avasallado, ese tema de la colonización política, ideológica y cultural, que han manejado Fanon y Said, sino un discurso del ludismo, del juego, de imbricaciones de “culturas que sin desvalorizar totalmente su pasado tampoco se vuelve tan inquietante como aquella que quiere anclarse en lo arcaico”. De ese modo, es el primer libro en Honduras en cambiar el estereotipo de nuestra “tradición”, borrando fronteras y contextos, tradiciones, mitos, y quien quizás ya había hecho una labor semejante había sido Martínez Galindo.


 

Por otra parte, el Óscar Acosta que también recuerdo no es solamente el narrador o poeta, quien navegó en su arca cual Noé conteniendo en su libros “los elementos necesarios para la restauración cíclica” de nuestra literatura nacional (véase Diccionario de Símbolos de Chavalier)  como uno de los libros claves. Lo recuerdo contando la anécdota sobre la entrevista fugaz que le hizo a Jorge Luis Borges y luego leyendo el cómico poema que hiciera en respuesta a la parquedad de éste en una Jerusalén de los años 70s, donde su última estrofa es contundente: “Quiero decir, en su descargo, / que Borges estaba completamente ciego/ cuando conversó conmigo.” Pero esta anécdota me conduciría a otra biográfica, y en el libro Diarios de Bioy Casares encontramos una mofa que comparten ambos en una alusión a Jaime Fontana, lo cual, entonces, desmiente su desconocimiento de los autores hondureños que escribían en periódicos bonaerenses. Pero Borges era Borges y Acosta era Acosta: el caballero, el hombre noble, de encomiables principios, “el verdadero caballero”, como oí decir de él siempre. Jamás escuché a nadie hablar mal de él. Único y auténtico difusor y gestor de las letras nacionales. Para los 50 años de publicación de su libro Poesía menor, junto a un grupo de amigos le hicimos un homenaje. Luego del evento, cenamos en el Hotel Sula. Recuerdo que Sarita, Helen y Marta Susana reían como niñas adolescentes, con ingenio y picardía. El Poeta compartía con nosotros y en algún momento inesperado me llamó “mozuelo” o “mozalbete”. Recuerdo haberme apenado, tímido, y reído a la vez. De inmediato contó la anécdota de cuando conoció a Rafael Heliodoro Valle y él era un muchachito imberbe y de cómo Heliodoro Valle comenzó a decirle “Mozalbete”. Con el tiempo, ese recuerdo persiste en mí, como si yo fuera parte de un cuento suyo, todavía escribiéndose en El arca, en algún escondrijo, y de cierta manera fantástica, le escribí una vez pidiéndole un favor: una carta suya de recomendación para gestionar una beca en España, eran sus últimos años de vida, y su estado físico iba cediendo, pero él no recordado a un Gustavo Campos, volví a escribirle, diciéndole que era “el mozalbete”, y me recordó y muy amablemente me envió la carta solicitada, y ahora que han pasado algunos años, lo recuerdo a él, con esa memoria pura capaz de atesorar tanta información, y a su vez, sin perder lucidez y su característico humor, quizás habiéndosele dibujado una sonrisa cuando oyó de nuevo sobre el “mozalbete”, y me veo, ahora, como el altivo ciervo, de su cuento “El cazador”, “al lado de un antiguo roble” que hoy por hoy es su literatura, un arca al fin y al cabo que contiene la esencia de la tradición, de la cual tanto yo como otros somos parte. 

 


Gustavo Campos
San Pedro Sula, septiembre 2014

miércoles, 24 de febrero de 2016

Sobre la dignidad del oficio de escribir


William Kentridge

María Eugenia Ramos


Para nadie es una novedad que soy una escritora que hace mucho tiempo no escribe. De hecho me siento un poco avergonzada cada vez que me invitan a un evento literario en otro país, porque sé que en Honduras hay compañeras escritoras y escritores varones seguramente con mayores méritos, que se esfuerzan por escribir y publicar de forma digna. No me refiero, desde luego, a quienes "escriben" solo porque sí, porque quieren que se les llame poetas, o cuentistas, o novelistas, ni a quienes publican compendios o reediciones de sus obras para venderlas en un mercado cautivo de estudiantes universitarios y de secundaria. Aparte de estos personajes, en Honduras hay gente de distintas generaciones, pero especialmente en sus treintas, e incluso de menor edad, que tiene verdadera pasión por la literatura como oficio. No es casual, por ejemplo, que Martín Cálix haya ganado el importante premio de poesía joven Martín García Ramos, de España. Es el resultado de un contexto generacional que ya no se conforma con lugares comunes y se está abriendo camino a pesar de las adversidades del medio.

Después de haber publicado Una cierta nostalgia, ese modesto librito que me abrió las puertas de numerosas antologías centroamericanas de cuento, y también del programa "25 secretos literarios" de la Feria Internacional del Libro de Guadalajara, hace cuatro años, no he tenido más que ideas creciendo en mi cabeza y atropellándose con tanta intensidad que me duele. Soy una escritora que no escribe, y eso es triste. Pero sé que dentro de mí aún quedan rescoldos de esa llama que las circunstancias se empeñan en apagar. Por eso mismo me alegra tanto encontrar —y encontrarme— con gente joven que ha asumido con mucha seriedad el oficio de escribir. Sinceramente espero que lo sigan haciendo, que no dejen que las y los devore este medio mezquino de lo que un día llamamos país; y, sobre todo, que tengan la oportunidad de irse a seguir creciendo en otros horizontes. Si yo pudiera, me iría mañana mismo, con la seguridad de que en otro medio escribiría todas esas historias e imágenes que me asaltan cada día mientras lucho porque mi situación personal no me asfixie; pero por mi edad y circunstancias ya no puedo hacerlo. Entonces, háganlo ustedes, chicas y chicos, salgan de este lugar que desgraciadamente —y no tienen idea de lo que me duele decirlo— ya no tiene nada que ofrecerles. Váyanse y vuelen hasta donde sea posible, "al infinito y más allá". Después, si así lo desean, regresen; pero habiendo escrito sus obras, porque desde aquí no es imposible, pero corren el riesgo de quedarse cortos.
Luego de permitirme este desahogo, debo decir que siempre me ha parecido absurda esa forzada dicotomía entre los círculos literarios de Tegucigalpa y San Pedro Sula que desde los años noventa se han empeñado en vendernos. En ambos lugares, como en toda Honduras, hay una variedad de ghettos —prefiero el italianismo a la castellanización hecha por la RAE— que se caracterizan por la falta casi absoluta de crítica literaria. A falta de ella, tenemos cofradías de amigos y amigas que promueven o excluyen según sus afinidades, generalmente poco literarias y más de otra índole. Por lo general una observa y calla, o comenta cuando se considera —a veces equivocadamente— entre personas de confianza. Siempre he pensado que el tiempo termina por colocar las cosas en su lugar. A veces tarda, pero ocurre.

No obstante, es de reconocer que algunas veces surgen un par de trabajos fundamentados en criterios académicos. Entre ellos, quiero mencionar especialmente el de mi maestro en la UNAH, el doctor Héctor M. Leyva, Negatividad y disonancia en la narrativa hondureña actual. Sin duda es un brillante trabajo, aunque no comparto algunas de sus apreciaciones, especialmente las que —basándose en la opinión del diplomático y ensayista Hernán Antonio Bermúdez, quien merece todo mi respeto— sugieren que todo lo bueno en narrativa que se está haciendo actualmente en Honduras viene de la costa norte (en realidad se refiere a San Pedro Sula). No cabe duda que de allí provienen algunos escritores jóvenes talentosos, y allí estudió Jessica Sánchez, una brillante escritora de origen santabarbarense que no cuenta con la misma atención que los narradores varones, al menos no en Honduras, porque fuera de ella comienza a ocupar el lugar que se merece. El punto es que, de guiarse solo por esta opinión, todas y todos deberíamos estar rindiéndole reverencias a cierta narrativa, porque sería lo único que vale la pena, y afortunadamente no es así.

Todo esto ha venido a colación porque Gustavo Campos, uno de los jóvenes narradores reconocidos tanto por Bermúdez como por Leyva, ha tenido el coraje de contarnos los entretelones del oficio de escribir, precisamente en ese tan alabado núcleo de la costa norte. Y ha tenido eco en Martín Cálix, a quien ya mencioné como ganador de un importante premio español, y que también ha publicado en Guatemala un significativo libro de microcuentos, Lecciones para monstruos. Ambos se han referido al daño que le causa a la literatura el prejuicio y la misoginia que empañan la trayectoria de algunos escritores, los mismos que aparentemente están a la vanguardia de la narrativa hondureña actual, o al menos así lo creen los ensayistas antes mencionados. Y yo no puedo menos que unirme a su posición.

Martín ha denunciado que miembros de ese "núcleo de la costa norte" se han referido con menosprecio a Mayra Oyuela —en mi opinión una de las poetas más talentosas de la Honduras contemporánea—, afirmando que su excompañero sentimental (también poeta) le escribía los poemas. Yo tuve que soportar a un aspirante a poeta que, por medio de una red social, me escribió diciéndome, con expresiones que rayaban en la ofensa y el mal gusto, que admiraba a Mayra por su belleza física, pero no por su talento. Después de eso lo bloquée, por supuesto. Ojalá fueran solo exabruptos de borrachos y personas faltas de criterio; pero cuando los vierten individuos vinculados a medios académicos y literarios, y los repiten en distintos tonos y contextos, terminan afectando la dignidad, no solo de las personas, sino del oficio de escribir.

De todo lo dicho eximo al narrador Dennis Arita, uno de los tres escritores que el profesor Leyva incluye en su ensayo, porque no solo es un hombre de talento y perseverancia, sino que, muy sabiamente, se mantiene totalmente alejado de las cofradías literarias.

Todo lo anterior es solo la presentación de los artículos de Campos y Cálix, cuyos enlaces proporciono al final de esta entrada. Tengo entendido que también Jessica Sánchez escribirá su opinión, o la incluirá en un texto que está preparando para Literofilia, publicación digital editada por el escritor costarricense Warren Ulloa-Argüello; cuando tenga el enlace correspondiente lo agregaré.
Soy una escritora que no escribe, así que seguramente no seré mencionada y saldré ilesa del fuego cruzado que probablemente se dará por un tiempo en blogs y redes sociales. Y si tengo la "suerte" de que me mencionen, lo tomaré como publicidad gratuita, antesala de mi próxima obra.



Fuentes: DiSentimientos

domingo, 21 de febrero de 2016

Portrait of someone waiting for a bird. Traducción de León Leiva Gallardo







Hace algunos meses conversaba con León Leiva sobre diversos temas sociopolíticos y literarios, sobre sus novelas y su poesía. Para sorpresa mía, León pasa muy atento de la producción literaria del país y me dijo que había leído parte de mi obra narrativa y poética. Me confesó que lo había impresionado la coincidencia en el uso de la metonimia del hospicio como ambiente físico-psicológico para algunos de sus poemas, y me advirtió que yo estaba condenado a ser poeta. Y pues yo opino lo mismo de él. Mi agradecimiento, respeto y admiración a él. 

He aquí una traducción suya de un poema de Desde el hospicio.

Portrait of someone waiting for a bird


Follow your road
like I follow mine.

Jacques Prévert


I was never moved by the pain of strangers.
Selfish,
I imagined my own portraits as a man accosted by tribulations.
There was something beautiful about being downhearted,
about being indifferent.
What’s kindness?
What’s selfishness?
I was never moved by the pain of strangers.
I saw dreams vanish in the streets
like cold bodies spread on the pavement
or broken-down boxes.
I walked unmoved, drunk,
pondering about being a failure,
waiting for one of them to reclaim my entrails,
my blood,
and then walk away with a smirk on his face, bitter, as I was,
waiting for a bird, a blister,
tears.

Poema "Retrato de quien espera un pájaro".
Gustavo Campos, Desde el Hospicio (2008).
Traducción: León Leiva Gallardo
 

martes, 10 de noviembre de 2015

“El poeta destruye y revaloriza la poesía”


Foto: Armando García 


 

  Entrevista de diario El Heraldo a Gustavo Campos.

Por Oscar Urtecho

2012


Con apenas 28 años y cinco libros a cuestas, es evidente que este escritor sampedrano se ha tomado en serio su oficio y busca construir una obra sumamente original y de calidad.
Gustavo Campos confiesa que siempre ha sido un hombre ensimismado y que hasta “ahora platica un poquito más”. Afortunadamente, en esta entrevista no dejó que esta confesión influyera sobre sus respuestas y habló largamente sobre su condición de escritor, su vida y las luchas que hay detrás de su obra.
Tiene apenas 28 años y ya ha publicado cinco libros: Habitaciones sordas, Desde el hospicio, Bajo el árbol de Madeleine, Los inacabados y Katastrophé. Un conflicto existencial y estético recorre toda su obra: Campos busca establecer un diálogo con los grandes referentes de la literatura mundial, a quienes cita obsesivamente, pero también quiere distanciarse de ellos y crear una obra absolutamente original. Esta ardua y optimista meta que se ha propuesto deja en evidencia la extrema seriedad con que Campos ha tomado el oficio de escritor. Estas son sus palabras:


O.U. ¿En qué consiste la educación de un escritor?

G.C. En la lectura, pero más en las experiencias. Yo siempre he manejado que si se dice algo en el discurso y se siente muy real, es porque esa persona ya lo tenía en su interior. Para decirlo clínicamente, es una especie de patología del ser y hay algo que la desencadena y uno empieza a escribir y a encontrarse uno mismo en otros poetas. Para mí esto consistió en una gran actividad de lectura, tanto que incluso no podía establecer ningún vínculo con nadie. Yo siempre había tenido problemas de niño, era callado, ensimismado, ahora platico un poquito más, antes era imposible que me sacaras una palabra, y por medio de la lectura encontraba que había otras personas similares a mí y me volví obsesivo con la lectura. Yo no hacía nada más que leer, leer, leer, leer.


En tu primer libro, Habitaciones sordas, algunos versos parecen hechos para escandalizar o crear aversión. Luego, en Bajo el árbol de Madeleine y Desde el hospicio, se vuelven más estilizados, incluso hacen referencias críticas a la poesía nacional. Hablanos un poco de la evolución que hay entre tu primer texto y los otros.

Yo he tenido la fortuna de ser bastante objetivo con eso. Habitaciones sordas estuvo un año en la editorial antes de publicarse, obviamente fue un año de lecturas, de trabajo, y para ese entonces ya estaba también Desde el hospicio. Hubo un momento en que ya no quería publicar Habitaciones sordas y por eso cuando presenté este libro, dos años después de su elaboración, también leí poemas de Desde el hospicio. Básicamente le quería dar a entender algo a la gente, era como hablar mal de ese primer libro, como decir que era solo el primer intento. Habitaciones sordas era un grito solitario. En la época en que lo escribí sentía una identificación con todo aquello que fuera feo, que fuera horrible para la gente, porque yo consideraba que estaba en ruinas y que solo aquello que estaba en ruinas podía tener algún significado de bienestar para mí. Yo detestaba lo bello porque miraba que todo el mundo lo admiraba, y que lo feo todo el mundo lo detestaba, y yo me sentía parte de todo lo feo. Con Desde el hospicio trato de bajar ese grito y hacer ese diálogo que decís con varios escritores, pero también con autores que a mí me gustan y con la misma poesía. Por ejemplo: en el primer poema de Desde el hospicio es la poesía la que habla, cuando dice “Me alimento de poetas que fracasaron en su vida”. Bajo el árbol de Madeleine también es contemporáneo a esos, pero en él la intención era otra. Madeleine es la poesía, por eso el libro se llama Bajo el árbol de Madeleine, pero Madeleine también es la locura, porque así se llamaba un recinto para los locos, según cuenta Michel de Foucault en Historia de la locura en la época clásica.


Tengo entendido que tu papá se suicidó. ¿Cómo influyó esto en tu vida y en tu oficio de escritor?

Antes de que mi padre se suicidara, yo ya escribía y leía, porque mi papá era un gran lector y él me daba libros y me decía: “Tenga, niño, lea”, ese fue mi primer acercamiento. En ese entonces muchas cosas empezaban a cambiar, había un tema de violencia intrafamiliar y yo era el único que confrontaba a mi padre, a quien respetaba y admiraba mucho. El padre es generalmente el muro de disciplina en el que uno siempre pega, pero si ese ideal de disciplina se empieza a agrietar y vos le perdés el respeto, entonces vos lo querés saltar, y quizá por eso ahora yo en la literatura siempre quiero estar rompiendo con algo. Si yo ya evidenciaba cierta tendencia al aislamiento, el suicidio de mi padre lo que hizo fue encerrarme más, por el shock, en una especie de investigación de mi alma, espíritu, corazón, que estaba muy maltrecho y yo necesitaba restaurarlo y entenderlo, y en esa búsqueda de comprensión de mí mismo me interné en los libros tratando de descubrir algo que me ayudara a explicarme por qué sucedían estas cosas. En algún lugar de Desde el hospicio dice: “Los versos fueron mi única familia”, y al tomar esa nueva familia que era la literatura, también tenía que chocar con ella, romper con ella, y empecé a golpear ese ideal de literatura porque me desencantó. En mis libros siempre hay una especie de devaluación, de riña con la literatura. Si te soy sincero, yo no hubiera querido ser escritor, y por eso es que me molesto, es como si me hubiera tocado una maldición a lo mito griego por algo que me han obligado a ser, porque yo quisiera hacer otras cosas, pero de pronto soy muy ensimismado para hacerlas.


Esta idea del escritor predestinado es demasiado romántica, ¿no te parece?

Sí, yo tenía cierto romanticismo al inicio, en mis primeros libros, pero luego afortunadamente empecé a descubrir mi voz. Pero sí, yo me imaginaba idílicamente y románticamente, tenía esa visión lautremoniana de que moriría joven, a los 23 años, que todo acababa, que todo se devastaba, y que la única razón eran los libros. Después de eso pasé a otro plano, desde la posmodernidad, con ese afán de estar contra la misma estructura, porque cuando vos descubrís que la literatura es tu herramienta de salvación, entonces querés estarla jodiendo, rompiendo con ella, porque uno se forja en la poesía y peleando con ella, en una especie de duelo de titanes, la utiliza como herramienta para destruirla y para revalorizarla de alguna manera, quizá porque el poeta quiere encontrar su propio espacio en la poesía, encontrar que uno también puede hacer algo.


Cuando decías que buscás romper con la literatura, estás dando por sentado que hay una tradición con la cual romper. ¿Con qué rompe un escritor hondureño?

La pregunta es difícil de responder. Cuando empiezo a escribir no estoy rompiendo con ningún escritor hondureño. Los inacabados, Desde el hospicio, son como los cimientos con los cuales he empezado a construir una obra, porque a veces parece que aquí en Honduras estamos condenados a elaborar solamente chozas. Hay buenos escritores, pero no se puede compararlos con un Joyce, con Beckett, con genios. Al principio era una cuestión de comprensión, de entenderme, de romper conmigo mismo. Luego me doy cuenta que también yo no valgo nada y encuentro que también puedo romper con otras formas, aunque no sean de acá, de Honduras. En ese momento era con la poesía de Roberto sosa, porque no era decididamente lo mío, yo estaba por otras tendencias, siempre me sentí más cercano a Nelson Merren, al mismo Edilberto Cardona Bulnes y a José Luis Quesada. Pero no es que he tenido literalmente la intención de romper con ellos, se trata más bien de la mentira que nos tenemos todos los escritores de que vamos a escribir una obra novedosa. Yo recuerdo que la primera mentira mía al acercarme a la literatura fue una que me dijo Jorge Martínez cuando le presenté mis primeros poemas, a los 16 años, me dijo: “Sabe qué, Gustavo, usted tiene que seguir escribiendo porque tiene un don que le pertenece a la humanidad y tiene que escribir para devolvérselo”. Entonces yo me quedé con esa idea de mártir, y era quizá el ego de creer que uno podía construir una buena obra para el mundo, de que yo sí tenía algo que decir. Ahora siento, con todo el movimiento que se está creando, que no hay excusa como para no elaborar una obra que no sea buena. Pienso que para Henry Miller, Charles Bukowski y para todos esos escritores malditos era más fácil escribir, porque vivieron en sociedades que se alimentaban de los mitos, así que ellos tenían un mercado, pero eso no existe aquí.


Respecto a eso, según Bukowski, algunos se quejan de que las condiciones en que viven les impiden escribir, pero quien no es escritor, sin importar las condiciones en que esté, no podrá escribir…

No es que me contradiga, pero estoy muy de acuerdo con eso. El problema es que podés ser buen escritor, pero no vas a tener la publicidad o el mercadeo que puede tener otro por allá, ese asunto de la mass media que te puede permitir mercadearte, venderte, la probabilidad de llegar, a través de las grandes editoriales, a un mayor número de lectores, aunque ahora existe la herramienta de Internet, que no hay que desdeñar. Cuando me refería a que para ellos era más fácil no lo dije desde del asunto de ser escritor, sino desde el asunto de que nosotros podemos acceder a libros de Henry Miller y de Bukowski o de Celine, pero ellos no pueden acceder a nuestros libros. Es una cuestión de política editorial, para ellos es más fácil por el mercado. En mi último libro, Katastrophé, yo hago una queja explícita: ¿no estamos en la obligación de crear una obra monumental al menos en retribución a toda la cooperación monetaria que nos han dado? No podemos pasar toda la vida quejándonos de las condiciones en que vivimos. Yo todos los libros que he publicado han sido con mi propio dinero, con préstamos. Escucho de mucha gente se queja porque no hay apoyo del gobierno, pero yo creo de forma parecida a José Luis Quesada: cuando un escritor es bueno, se sobrepone a cualquier obstáculo y lo pasa.


Siguiendo está línea de pensamiento, ¿para quién se escribe? ¿Debe el escritor supeditar su obra a las reglas del mercado?

No, no debe hacer eso. Para complementarte esta pregunta con una que me habías hecho anteriormente, con qué rompía como escritor, con qué escritores, creo que uno rompe con la misma escritura. Y es que a veces la literatura te aburre, yo les recomiendo a mis amigos que no lean, porque hasta los temas que van dentro de mis libros me parecen aburridos, pero también hay que ver qué tipo de literatura es la que aburre. Yo soy de los que opinan que uno tiene la libertad total de crear lo que uno quiera, algo que generalmente corresponde a la psique del escritor, a las frustraciones, preocupaciones, pero jamás debe estar supeditado a los mercados ni a que lo van a leer mejor si escribe de cierta forma. Pero te repito, y esto es algo que quizá a mucha gente no le guste, pero a mí la literatura normalmente me parece aburrida. A veces yo paso triste porque agarro un libro y luego otro y no encuentro algo, pero de pronto, de pronto encuentro algo y me siento tan pero tan contento y digo por fin…


Mencionaste a José Luis Quesada y Nelson Merren. ¿Qué diferencia mirás entre estos escritores “consagrados” y la generación de jóvenes poetas que busca hacerse un nombre actualmente?

Ellos tuvieron de alguna manera un motivo político, incluso Merren en el Color del exilio. Entonces cuando yo los leía sentía como una especie de separación, porque se veía como impostado y no ético. Merren se atrevía a lo social, pero desde otra perspectiva. No es el caso de Sosa, porque a qué persona le va a gustar que venga alguien y se autoerija la voz de todos. “Los pobres son muchos y por eso es imposible olvidarlos”, dice Sosa en tercera persona, dando entender que él es la voz autorizada para hablar del pueblo. Vos encontrás en los poemas de Nelson Merren y en los de José Luis quesada que también se habla de esto, pero desde dentro. Sosa es como si dijera yo no soy pobre y los estoy viendo y los estoy narrando desde una posición totalmente superior, como observador, como un pequeño dios, pero en Quesada encontrás que dice: “Nuestro tiempo es cruel y difícil, pero el amor lo sobrepasará, unos con otros nos ayudaremos”. Para concluir: ¿qué es lo que nos diferencia? Mayor libertad, porque nosotros, como somos una generación posterior, podemos observar aquello, valorar y escribir entorno a eso, si así lo queremos, porque, por lo menos en San Pedro Sula, siempre está esa intencionalidad de borrar el referente.


Me llama la atención que las objeciones que le hacés a Sosa son morales y no de índole formal, que es donde está la calidad de su obra. ¿No es injusto hacer ese tipo de objeciones?

Sí, y estoy consciente de eso. Cuando leo los comentarios de Hernán Antonio Bermúdez y veo lo que dice sobre ciertos escritores, que tuvieron que pagar un tributo a la época (las décadas del 70 y el 80), pienso que por eso la obra de Sosa es así. Sin embargo, creo que en algún momento puedo cambiar de opinión sobre la obra de Sosa, como ya lo he hecho en algunas ocasiones, porque antes yo miraba a Sosa como una especie de Campoamor, pero obviamente eso es injusto, porque realmente la obra de Sosa es admirable. Para mí, Un mundo para todos dividido es uno de los siete mejores poemarios que se han hecho en Honduras. El problema que yo veo es en cuanto a la moral del autor. Por ejemplo: cuando el publicó su primer poemario, Caligramas, viene Andrés Morris y le dice que todo el libro está mal y que todos en Latinoamérica están haciendo lo mismo. Entonces él cambia en su obra posterior, ¿por qué no fue fiel a sí mismo?, ¿por qué elige el camino que le indicaron, a diferencia de otros que siempre han sido fieles a su obra, a su autenticidad? La contrariedad para repensar en el caso de Sosa es la siguiente: su compromiso fue con lo estético, pero en su discurso se construye un universo ético y moral que difiere de esto, eso es lo que yo considero cierta impostura, que es válida, por supuesto.


Decís que te aburre la literatura, incluso la tuya, pero por lo que veo, tu vida está absolutamente dedicada a ella. ¿Se trata de una pose?

Ja, ja, ja… con esta pregunta me siento un poco farsante. Creo que el asunto no es contra la literatura como arte, sino contra la seriedad de alguna gente que defiende a ultranza la literatura en detrimento del cine y de otras formas de arte, o de otro tipo de lecturas. Carlos Lewis, por ejemplo, se dedicó mucho a la matemática, y está Georges Perec, con su interés por la arquitectura. Uno no pierde nada con leer libros que no sean de literatura, pero tengo amigos escritores, por ejemplo, que no escuchan más que jazz o música clásica, porque eso los hace estar en un estatus alto de intelectualidad. En mi libro Katastrophé hay un cuento que se burla de eso, porque yo disfruto de ese otro tipo de expresiones humanas que no necesariamente te dan el estatus de intelectual.

Fuente: El Heraldo