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martes, 11 de mayo de 2010

Apuntes sobre "Habitaciones sordas". Por Sara Rolla.

Collage de Ricardo Tomé. 2004.

Sara Rolla

Lloro sombras a mi paso.
Gustavo Campos

Gustavo Campos es un poeta a tiempo completo. Odia, creo, los riesgos de la improvisación. Más allá de cualquier pose “postpoética” que pueda atribuírsele, parece practicar esa conducta de autoexigencia que nace con los clásicos (con el frío Horacio, principalmente). Claro que con la frialdad horaciana sólo tiene que ver en eso del perfeccionismo técnico. En el contenido, Campos es denodadamente anticlásico. La sustancia de su poesía es el “pathos”. Heredero, por temperamento y por interpósitas lecturas, del mal romántico, sigue la línea sombría –y, paradójicamente, iluminada- de los poetas malditos (Rimbaud, Artaud, Bukowski y Leopoldo María Panero son algunos de sus autores tutelares).

Un vistazo al léxico predominante en su opera prima nos prueba con claridad irrefutable ese aserto sobre la esencia infernal de su visión de mundo. Las imágenes recurrentes pueden organizarse en campos asociativos muy sugerentes. Encontramos, por ejemplo, un extenso vocabulario asociado con la idea de degradación de la materia (barro, estiércol, gusanos, légamos, troncos, mugre, polvo, hedor, pantano, plagas, cenizas). Otro campo léxico muy claro es el que denota oscuridad, encierro e incomunicación (sombra, noche, brumas, niebla; cárcel, caverna, tumba; piedra, silencio, vacío, nada). Abundan también las referencias a los estados límites de la conciencia (muerte, locura, demencia, agonía, miedo, pesadilla, crueldad) y a la idea de malestar físico (hambre, frío, asco, náusea, insomnio, escalofrío, ahogo, veneno, golpes). También hay recurrencia de vocablos que aluden a la idea de fuerza y violencia de los elementos (en una lectura simbólica, idea de violencia anímica): relámpagos, tormentas, rayos, viento. Es permanente, asimismo, el vocabulario relacionado con la idea de reivindicación del “mal”: orgullo, indiferencia, pecados; cuervos, bestia, serpiente. Hay un interesante juego de sentidos opuestos con referentes simbólicos animales. Así, a los anteriores se les oponen, eventualmente, los zorzales, ruiseñores, gaviotas y golondrinas. (Esto, claro, amerita un tratamiento aparte). Finalmente, mencionemos la referencia a las ideas nucleares de soledad, opresión y angustia: infierno, laberinto, derrumbe, abismo; sufrimiento, desdicha, dolor, soledad, angustia; lágrimas, rechazos.

La adjetivación tiende a reforzar esas líneas temáticas apuntadas. Hay una recurrencia muy sintomática del adjetivo “muerto”. Se aplica, por ejemplo, en sus variantes gramaticales, a los sustantivos corazón, agua, carne, movimiento, lugares, lengua y hojas.

Se registran también, abundantemente, los siguientes adjetivos que connotan ese universo oscuro e infernal patente en nuestro esquema de análisis (trasladamos todos al masculino singular): letal, desdichado, oculto, rígido, cansado, inútil, ebrio, frío, helado, sepultado, pestilente, abominable, maldito, sucio, dolido, atroz, frustrante, silencioso, desesperado, envenenado, insomne, enfermo, solo, solitario, marchito. Mención especial amerita el uso estupendo del sustantivo piedra con valor adjetival: “piedra vida”.

Interesante tema de estudio, aquí sólo propuesto, surge del uso de los adjetivos de color. Hay insistencia en el negro (“horizonte negro”, “lluvia negra”, “negros besos”), en el blanco (“lejanos cuerpos blancos”, “infierno blanco”) y en el azul (en el que se percibe cierta tendencia afirmativa): “árboles azules”, “azul regazo”. Ocasionalmente asoma, impregnado de su negatividad quizás intrínseca, el violeta: “violeta hambre”.

En relación con el clima sugerido por los vocablos recurrentes en Habitaciones sordas, agregaremos que hay algunos términos relacionados con imágenes o estados vivenciales que tradicionalmente se asocian con contenidos afirmativos, pero que aquí aparecen recargados, contextualmente, de negatividad. Enumeraremos algunos, acompañados del adjetivo o expresión que invierte su sentido tradicional: agua (“muerta”, “agua terriblemente muerta”); horizonte (“negro”); estrella (“estrellas ocultas”, “estrellas oscuras”, “caricaturesca estrella”); lluvia (“negra”); esperanza (“rígida”); dignidad (“oscura”); música (“fría”); amor (“avaro”, “maldito”, “sucio”); alba (“la sed de la sombra pudre el alba”); esperanzas (que “se acostumbran a llegar tarde”); días (“troncos a la puesta del sol”); sal (“ahogada”); rosa (“enferma”); bellezas y sueños (“Escribiré uno –un verso- que no admire bellezas y sueños”); primavera (“oculta”).

Por otro lado, palabras clásicamente asociadas con la idea de precariedad existencial aparecen recargadas de una negatividad extrema: años (“pestilentes” años ), destino (“destino helado de légamos y de angustia”), espejos (“contritos”).

En el plano formal, Campos maneja estos contenidos, como ya apuntamos, con mucha lucidez y un claro afán de depuración expresiva. El molde rítmico es, generalmente, el del poema-abanico, como me gusta llamar a la alternancia de versos largos –que resultan predominantes- y cortos, en adecuado vaivén.

Sintácticamente, se advierte una tendencia a estructurar racionalmente el discurso poético. No hay caos expresivo, sino una cierta diafanidad y una voluntad de concisión que contrasta con el contenido tormentoso que hemos reseñado.

He aquí un ejemplo de esas constantes rítmico-sintácticas que acabamos de indicar:

Las defino muertas.

Huellas que borran el légamo. Sobras.

Me buscan tumba bajo la tristeza de la hierba.

Excluyo el ahogo de amargas primaveras.

(“Las defino muertas”)

Véase el acertado manejo del ritmo en este fragmento, con la oportuna colocación de los adjetivos como en un juego de balanceo fónico:

Imagino la imprudente vida:

bellos rostros,

labios fríos,

lejanos cuerpos blancos,

novedosos fracasos,

mi corazón muerto, ahogándome.

(“La vida es un desperdicio de latidos”)

La pulcritud expresiva –en el sentido de un discurso racionalmente estructurado- no está reñida, como vemos, con el carácter intenso y sutilmente connotativo del texto. A ello contribuye el hábito de una metaforización discreta pero muy eficaz, en el orden de la “metáfora visionaria” estudiada por Bousoño. El siguiente verso ilustra esa cualidad de estilo:

Mi latitud de cieno evita rayos.

(“Para el amor no hay”)

Condensación y finura en la forma. Desgarramiento, sentido de orfandad absoluta en el fondo.

Negación explícita de cualquier apertura del espíritu y de toda trascendencia, aun la que se suele asignar al arte:

Que ningún pañuelo limpie este poema,

ni una miel lo corrompa, ni el amor lo ame,

ni que un memorable espejo lo contenga, lo refleje.

(“No podré salvarme”)

Esas son las líneas esenciales de la poética de Campos en su primer poemario. Podríamos buscar grietas en esa visión sombría y desacralizante; señalar, acaso, fisuras por las cuales asoman, muy esporádicamente, débiles rayos de sol. Pero, en definitiva, lo que prevalece es la desesperanza. Campos podría decir, como Vallejo: “Hoy sufro suceda lo que suceda. Hoy sufro solamente.”


sábado, 8 de mayo de 2010

Breve antología de poemas de "Habitaciones sordas"

William Kentridge. (Tomado con mi cel)


La vida es un desperdicio de latidos


No me pondré el espíritu, la piel, el suspiro,
ni la escalera para subir latido a latido a los roces de la piedra vida.
Ni el azul abierto del corazón y los restos de barro o estiércol.

Iba a expulsarme del fondo de la sombra,
pero la mujer fugaz, la empleada vieja,
joven acostada en su todavía,
no dice palabras,
y sus ojos, la cárcel diaria.
Adiós me dice.
Me persuade, me seduce, me hiela.

Imagino la imprudente vida:
bellos rostros,
labios fríos,
lejanos cuerpos blancos,
novedosos fracasos,
mi corazón muerto, ahogándome.
En él entrarían todas las noches.
Una ley natural regiría mi vida:
¡El rechazo!
Jamás podría transgredirse.

No me tiraré como piedra en un agua terriblemente muerta.
Los besos me sobran metido en este horizonte negro.
La fiel sonámbula desnuda me besará cada amanecer,
creyéndome el letal horizonte.

La vida está abierta como las entrañas de la envidia,
su gula es arte y los cuerpos su eterna redención:
¡Desdichados relámpagos de carne!


Para el amor no hay

Para ti no hay asilo, estás demasiado muerto.
E. Montale

Para el amor no hay mar, está demasiado muerto.
Para él no hay niebla.
Corazón y pasos. Orillas en la noche.
Labios y huellas.
Para él no hay cementerio ni epitafio.

Siempre jugó a las metáforas.
Confesó poemas,
se abrigó de sombra.
Despertó azar, desesperó azar.
Para el amor no hay pájaros.

Para el amor no hay una lluvia con atardecer;
cenizas, viento,
cielo, tampoco tierra,
ni una mirada abandonada
desde la densa errabunda alba.

Es demasiado tarde, los labios los escupe el árbol.
Demasiado tarde, azul regazo, hojas responsables.
Mi latitud de cieno evita rayos.


Desde las extraviadas olas en orden solitario

A Sarita


Dejo a la aurora el sufrimiento.
Empiezo:

No de zarza ni de plata.
No de viento ni de frío.
Con el azul lejano que resucita abismos.
Ya no sombra, jamás aurora.

No nido, no espejo, no recuerdo.
Ni tumba, ni cuervo que se esconde de su graznido.
Jamás cielo, nunca infierno
o lluvia procreando con el fuego, vahos.
Ya no bestia atada a mí.
Crudo, recio.
Sin muertos y vivos ríos,
sin mar que se trague las leyes de los escritos de arena.
Sin relación al adornado rugido que persigue al viento
desde las extraviadas olas en orden solitario.

Ya no órbita de orcos versos.

Sin amor,
con algunas desmerecidas lunas,
sin versos descompuestos,
tejidos.
Sin la eminencia irrevocable de los hedores.
Sin la habitual envoltura de las rastreras.

Ni al sufrir,
ni a la noche, ni a los escombros,
ni a dios, ni al olvido,
a ningún poema,
me dejaré.


Las defino muertas

Las defino muertas.
Huellas.

Tomo baños de sombra.
Tengo en mí la bruma, la máscara oscura de la ciénaga.

Para mi fortuna no hay mujeres y el amor es gula.

Soy fútil,
menos polvo.
Sombríos mohos emergen de mis ojos.

Las defino muertas.
Huellas que borran el légamo. Sobras.
Me buscan tumba bajo la tristeza de la hierba.
Excluyo el ahogo alegre de amargas primaveras.


Está allí, a unas calles, a una cita, a cierto pudor y algunos años

La vida no es muy cierta y el amor son restos del heno eterno.
Rememoro una antigua primavera
y mi corazón construye rocas de las aguas más viejas.

A mi paso hay innecesarios labios.
Al cieno sol sin esplendor lo destino a mi regazo.
Para los versos no soy más que un prisionero.

Si no quiero no voy al cementerio.

La vida muestra las violetas, el rocío de las doce,
la esperanza, la cerveza;
el silencio no elegido,
la espesura de un suspiro
que se oye como láminas golpeadas por el viento y por las ramas.

Si no quiero ir no voy, aunque se enoje la demencia.
Yo no voy al cementerio más que por acercarme a ella,
verla cruzar sus piernas.

Bebo,
porque sé que cada vez
estoy tan cerca de encontrarla,
porque sé que ella está allí,
a una calles, a una cita, a cierto pudor y algunos años.
La vida no es tan cierta.
Yo sigo al musgo desnudo sobre la fosa.
Busco mohos del amor que siempre me será negado.
He de tener la obligación de morir, de seguir ese camino.


II

Nací sobra,
légamo.
Nací excesivamente piedra.
Las solitarias aguas se ahuyentan cuando busco entrar a sus abismos.

Iré a devolver mí sombra, vivir lirios, amar musgos.
Al cementerio,
a invadir lo perdido y la música.
Amaré a dulces lluvias, despertaré lejanos gemidos de las flores.
La crueldad hoy empieza a cantar sus gustos, cantar abismos.


Ya es hora, ya antes he dicho adiós


Pienso que es hora ya de despedirme.
Alexander Pushkin


El desdichado zorzal canta su última vez desde el abismo:
los pájaros muertos se hacen pesadillas y laberintos...
rígido el azar como un amanecer perdido...

Desdichado, sonámbulo.
No hay melodías, ni camino.

Ya es hora, ya antes he dicho adiós.
Lo he hecho de distintas maneras,
me podrí primero, el corazón: la más tierna carne muerta.
Lloré por ese abismo en que caí y soy guardado.
Dejé que una tarántula besara mis labios, besé cucarachas porque ellas no conocieron el amor,
tampoco yo.
Me dejé creer que había muerto.
Que el amor era un laberinto del azar,
que si no besaba a una mujer los gusanos me amarían
y me retuve,
no quise morir por una última esperanza.

Fue divertido creer, soñar, llorar, sufrir, vivir.
Tener el don de crear un cementerio de metáforas.
Fue divertido todo rechazo, ser repugnante.
Fue divertido desesperarme,
que me dedicaran libros, beber cervezas.
Fue divertido ser amargo, aburrido, espantapájaros y espantamujeres.
Ser un fracasado fuego y fracasar mi intento de hielo.

Es hora de llevarme mi último aliento.
Hora de llevarme el cuerpo a un lugar donde no me digan peste.
Hora de llevarme la ternura enfurecida de mis gestos,
que esperó volar a otro cuerpo.
Me llevo algunos cuadros bellos de la vida,
para adornar mi habitación oscura y sorda.

Es hora.
Me recibiré oscurecido y pantano, seré moda entre los muertos.

Mi despedida es mi bienvenida,
aún pueden besar mis huesos y si sienten algún escalofrío,
será la ternura de una caricia mía.
Adiós.
Adiós a los besos.
A la melodía solitaria y lejana.
Adiós a la angustia que siempre he tenido.


Me repugnas ahora

Me repugnas ahora,
que mi corazón es sucio, frío
y tan lleno de amor.

Me repugnas ahora,
que mi corazón es un zorzal envenenado
que canta azul lejano a un oculto invierno.

Me prohíbes tu rumbo
por mi niebla que vive como verso.

Me repugnas,
porque soy un frustrado fuego,
porque mi delicadeza oscura es demencia.

No te culpo.
Es más…es más…
Me repugnas porque tus ojos despuntan luces
y tus labios son el borde dulce de las nubes,
porque tienes rostro de versos
y tu sonrisa es una metáfora frágil
para llevar en el viento y en el mar y en el cielo.

Me repugnas,
porque me aparto de un golpe de las latas
sin sentido moral, sin piel.
Mi corazón es el fruto del lodo.

II

Y me amarás porque sabrás que nunca fuiste para mí
y me repugnarás
¿y ahora?
Tú me quieres
porque estoy al borde del abismo y moriré, es cierto.
Es cierto.
Mientras el universo cae de bruces contra el verso
tú me amas porque nunca podrás amarme.
Y yo te amo.
Y esperas más. Más.

Lo sé,
el tiempo es seco, el amor un golpe y una lejana luz estatua.
En mí no hace buen tiempo.


Mi peste me ha aislado

Mi peste me ha aislado.
Quiero desaparecer.

Me duele tanto, duele tanto.
Mi sombra siente asco, se escalofría al tocar el borde de mis pasos.

Qué inocente es la asquerosidad.
Qué trémulo el pozo hondo que me orienta cuando avanzo.
Lloro sombras a mi paso.

No hay alma que me haga alcanzar la vida.
Me he visto de reojo,
y lloro.

Miento,
mi peste me ha aislado.


Habitaciones sordas (Editorial Letra Negra, Guatemala, 2005)

"Habitaciones sordas". Gustavo Campos

Fausto Leonardo Henríquez *

Gustavo Campos (San Pedro Sula, 1984) publica su primer poemario, Habitaciones sordas [1] (HS) por la editorial Letra Negra, Guatemala, 2005. HS es el primer libro del poeta hondureño, Campos. A mí me ha impactado esta primera obra. En estas líneas ofrezco una lectura interpretativa que, soy consciente de ello, no agota, ni mucho menos, otras posibles lecturas. Apenas si aporto algunas pistas para quienes deseen seguirle los pasos, con miras al futuro, a este notable creador de la zona norte de Honduras. Allá vamos.

1. Sufrimiento, dolor y muerte, golpes misteriosos que invitan a la dicha del paraíso.

Gustavo Campos es un poeta joven y su reflexión acerca de la vida misma y todo lo que a ella afecta, está tamizada por una visión desgarradora, de mucho impacto. Su personal visión del sufrimiento, de la muerte y del amor inquieta y sacude al lector, a quien no deja indiferente con sus versos tejidos con imágenes crudas.

Campos abre su poemario con estos versos: “No me pondré el espíritu, la piel, el suspiro, / ni la escalera para subir latido a latido a los roces de la piedra vida”. Estas dos últimas palabras esconden el coraje que encierra el poemario y, en definitiva, desvelan los sentimientos de fracaso ante la partida de la mujer soñada. La resignación, la conciencia de que se perdió la amada hace reaccionar al poeta: “Iba a expulsarme del fondo de la sombra”, “No me tiraré como piedra en un agua / terriblemente muerta”. La atmósfera de frialdad, muerte y ahogo resume el estado de ánimo que padece el artista: “¡Desdichados relámpagos de carne!”

Los golpes de la vida, es decir, las decepciones, los desengaños amorosos, las heridas emocionales causan en el ser humano, y más en los artistas por su sensibilidad, estados de ánimos sombríos y depresivos. En algunos casos, ciertos artistas no resisten fuertes tormentas, prefieren acabar por la vía rápida su paso por el mundo, el caso de nuestro autor es distinto, asume una lucha tenaz: “Latir se volverá la costumbre estoica”; “Lloraré desdichado, / buscaré oportunidades enamorándome de un cuerpo de piedra”; “Mejores son los golpes de la lluvia negra. / Mejores los negros besos eternos”.

El mundo es un lugar de sufrimiento, de dolor y fracaso. Esta visión doliente de poeta empaña el horizonte y nubla el panorama de forma tal que, al parecer, no existe vida excepto la noche: “El mundo, experto en sufrimientos”. Toda probabilidad de bienestar es engañosa, una sórdida promesa: “El cielo sería una esperanza rígida, infierno blanco”; “Horizonte negro, te lloraría mi dignidad oscura / de laberinto”.

No cabe duda, Campos escribe desgarrado. El amor, herido, ha muerto. No hay espacios donde quepa excepto en la tumba: “Para el amor no hay mar, / está demasiado muerto. / Para él no hay niebla… para el amor no hay una lluvia con atardecer”.

2. Habitaciones sordas, mundo poético inventado para aliviar el desengaño, el desamor.

No faltan toques ingeniosos en el joven poeta Campos en su notable empeño por poetizar su experiencia: “Nunca te he amado, zarza fría”. Si esa zarza fuera la del Sinaí bíblico sería de orden divino, pero creo que se refiere a una diva de orden humano. Resulta llamativa la bipolaridad del aeda quien zahiere, por un lado, a la presunta “zarza fría”, con una evidente intención de repulsa y resentimiento; y por el otro, se ensimisma en la poquedad de su existencia. Me llama poderosamente la atención: “Soy mugre, no humano. / No valgo más que hojas caídas, que cenizas. / Me sustento entre charcos”.

Las imágenes que usa el poeta son un espejo que refleja con nitidez su estado emocional, sus vivencias humanas. Es placentero ver esas hojas caídas sustentándose en las aguas de los charcos. A medida que se avanza en HS hallamos a cada paso a un poeta sacudido por sus vivencias, fragmentado, solo, sin más mundo que el que inventa poéticamente para mitigar el sufrimiento: “Sin amor, / con algunas desmerecidas lunas”.

Olvidar a la amada supone para el amado la pena de muerte, el suicidio. Es preferible el resquemor de haberla perdido, que no el de olvidarla, porque en el fondo el recuerdo es una forma de tenerla viva en la memoria: “Una helada lluvia baña su sombra. / Ella es primavera en niebla: olvidarla es anunciar mi muerte”.

La persistencia de la emoción poética que vapulea la conciencia del bardo Campos choca continuamente en un punto, el de una vida azarosa. No porque la vida en sí le dé náuseas al poeta, sino por los chascos que ha tenido en lo que al amor concierne: “La vida no es muy cierta y el amor son restos del heno eterno. / Rememoro una antigua primavera… a mi paso hay innecesarios labios… Busco mohos del amor que siempre me será negado”.

3. El tono lúgubre de Habitaciones Sordas.

Una nota esencial de este poemario es la sensación atroz de naditud y vaciedad existencial: “Tengo en mí la bruma, la máscara oscura de la ciénaga… Soy fútil, / menos polvo”; “Nací sobra, légamo. / Nací excesivamente piedra”. A la par de esa impronta de sinsentido de la vida también surte al paso el aspecto sobre el cual Campos articula el poemario: el tono lúgubre.

El poeta apela constantemente al símbolo de la muerte y a todas sus manifestaciones. Esto es, a sus formas y variables de la muerte, no tanto como problema, sino como consecuencia del afecto perdido, del amor roto, destrozado: “Sus cenizas se reúnen aún después del fuego. / Los lugares muertos son la vida que jamás se agota… / En coma mis labios buscan su sombra”.

Hay una música elegíaca en casi todos los textos del poemario: “El desdichado zorzal canta su última vez desde el abismo: / los pájaros muertos se hacen pesadillas y laberintos”. Digamos que lo que el poeta pretende es “crear un cementerio de metáforas”.

El desenfado del poeta, aliñado con un deje de coraje y determinación, es frecuente en HS. Es un tono agridulce, enojado. Es una forma de estar despierto, autodeterminante. Lastimado, pero dispuesto a afrontar la despedida del ser amado: “Es hora de llevarme mi último aliento… Hora de llevarme la ternura enfurecida de mis gestos, / que esperó volar a otro cuerpo. / Me llevo algunos cuadros bellos de la vida, / para adornar mi habitación oscura y sorda./ Adiós a la angustia que siempre he tenido”.

En HS hay una impronta baudelaireana. Este dato es un hallazgo que está omnipresente en el tema, en el tono y en la estructura interna del poemario. El poeta, acuciado por la angustia, por una fuerza demencial, exclama: “Déjenme morir/ porque estas cenizas se han congelado… Dejen que los gusanos me besen/ como jamás me han amado”.

Los versos de HS estremecen por su fuerza y diafanidad. Las imágenes de muerte -como hemos dicho arriba- conforman la atmósfera fundamental del poemario de Campos. ¿Qué es lo que inunda el alma del aeda que es capaz de exclamar: “Déjenme morir y disolver esta piedra de niebla”? Hay, sin duda, en HS una extraña confidencia, una franca confesión de un alma atormentada. El testamento de HS es “déjenme morir”, un poema desgarrador, atroz casi sartriano. Tal vez sea, después de “Tus ojos me alejaron del camino”, “Desde las extraviadas olas en orden solitario” el poema más importante de HS.

4. Apuntes para una lectura comparada.

HS, que sale publicado a la par de Morir todavía, de Giovanni Rodríguez, contiene influencias, sutiles, por supuesto, de este último. La temática de Morir Todavía es refinada, más subliminal y metafísica. En cambio, en HS es más descarnada, realista y onírica.

Campos y Rodríguez han compartido mucho antes de publicar y se conocen tanto como las palmas de sus manos. Debo decir, además, que el léxico de Morir todavía -que está influenciado por la Poética Interior- está presente de una forma innegable en HS. Para ser preciso en esta afirmación podemos hallar “metasemas” (vocablos provenientes del Interiorismo) como “sombra”, “abismo”, “niebla”, “noche”. Sin embargo, la aplicación de éstos no es lo mismo en HS que en MT. En éste refieren la realidad trascendente y en aquél la realidad imaginaria inmanente. El influjo, por tanto entre los dos poetas es generacional y lexical.

Otra concordancia entre HS-MT es el tratamiento que recibe en cada obra la muerte como factor preponderante. Para Campos la muerte es más surrealista y onírica, para Rodríguez, en cambio, es más heideggeriana, o sea, más metafísica. Una lectura comparada de ambos autores nos revelaría otras similitudes. Aquí sólo apunto unos indicios que podrían llamar la atención.

5. Resurgir de la muerte, de las cenizas, como ave Fénix.

El único lugar posible donde el poeta halla la oportunidad de renacer es “en un nido de zorzales”. Es decir en la música, la poesía. El zorzal, que aparece nombrado cinco veces en el poemario, es un símbolo de la melodía, de la música, del canto, de la poesía.

El zorzal, o lo que es lo mismo, la lira y música de la poesía es el sustento para el aeda: “Comeré zorzales muertos. / Comeré sus picos./ Sus alas./ Sus patas./ Comeré/ ese último gusano que/ hay en su buche”. Este alimento le da al poeta energía para hacer vibrar al zorzal que hay en su pecho, a su corazón. Esta vez lo hace con dureza: “Me repugnas ahora, / que mi corazón es un zorzal envenenado”. En el lodo o cieno nacen las más bellas flores. El corazón, aunque envenenado, “es el fruto del lodo”, es la parte bella y sutil que, rodeada de muerte, golpes, abismos, abandono y resequedad amorosa, conserva el amor.

El poeta, a pesar de su experiencia de desengaño amoroso, reconoce que “sí existe el amor”. La pérdida de la mujer amada ha supuesto para el poeta la muerte. Esto es lo que canta, en definitiva, Campos, “ir a la tumba sin ella”. Ella, la que lo hirió de muerte y que sin embargo, “se puede amar”.

Un vitalismo furioso caracteriza a Campos. Verbaliza su propia realidad con desnuda franqueza. Eso es lo que llama la atención en HS: “Mi peste me ha aislado. / Quiero desaparecer/… Mi sombra siente asco, se escalofría al tocar/ el borde de mis pasos… Qué trémulo el pozo hondo que me orienta cuando avanzo. / Lloro sombras a mi paso”.

Síntesis: A mi juicio considero que los siguientes ejes vertebran el poemario que nos ha traído hasta este punto: 1.- HS encierra el canto adolorido de un bardo que, a temprana edad, ha sido capaz de poetizar su propia experiencia de sufrimiento, dolor y muerte. 2.- HS es una creación con la clara intencionalidad de construir un mundo poético en el que poder habitar, sublimar el vacío existencial. 3.- El texto contiene un tono eminentemente lúgubre, mediante el cual expone las variantes de tánatos. Sin embargo, no por ello el poemario pierde consistencia, al contrario, la conserva y la potencia. 4.- Hay un posible influjo de la obra y pensamiento contemporáneo de Morir Todavía, obra tamizada por la Poética Interior, así como de algunos usos de metasemas de la fuente interiorista. 5.- El amor es, en el fondo, el aliento soterrado del poemario, la única posibilidad de seguir viviendo. 6.- La poquedad que trasuda el yo poético es tremenda: emula escenas de terror, de onirismo, de pesadillas que el lector puede visualizar con espanto: “¿Quién besará con un inédito asco mi carne muerta?”

[1] Este título es de un verso de Julio Cortázar del poema “Objetos Perdidos”:

“Por veredas de /sueño y habitaciones sordas /

tus rendidos veranos me aceleran con sus cantos”.

*Padre Sacerdotal, poeta y ensayista dominicano

La enferma y bella poesía de Gustavo Campos


Jorge Martínez Mejía*



Con sólo habernos sugerido una dialéctica pronombral con su poética, especialmente con su poema “Me repugnas ahora”, Gustavo Campos se hizo acreedor a nuestro respeto y a nuestra intimidad literaria.

Pero no es por la vía de la ironía que nos ha afectado el quehacer poético de Gustavo Campos, un poeta que no pertenece ni se ajusta a ningún grupo literario, cuya obra es reciente, joven y fresca, con menos de cinco años de edad, pero con una profundidad particular, encubada en alguna de sus “Habitaciones sordas”.

Quizás comenzó a escribir cuando echó una mirada al entorno de su dormitorio, cuando tosía afectado por la humedad o el vaho de miles de papeles escritos a media sombra. Hay cierto tipo de sordera húmeda que afecta a los poetas en su nacimiento. San Pedro Sula duerme, pero Gustavo escribe, escribe largas horas, único sonámbulo marcado por cierta enfermedad literaria, una obsesiva intención de encontrarse a sí mismo, de buscarse en la sombra de su propia infancia teñida de empellones contra las paredes. Nada, ni la escamoteada guerra que vive nuestra ciudad, ni los ecos de una guerra muy fría han provocado su inclinación social. Es su experiencia cercana a la muerte, a su sombra, a su dolor, lo que le ha signado de un pesimismo que ha sabido llevar en sus letras. Pero el rasgo de pesimismo en su obra casi inédita se opaca por la justa expresión de la belleza en su palabra, por la belleza de sus sórdidas habitaciones.

No sé en qué momento le cautivó la poesía. Una vez le vi llegar con un legajo de poemas, como transpirando la franqueza sencilla de Jaime Sabines, lindando con Ungaretti o Vallejo o Huidobro, preocupado por encontrar sus propias palabras.

Nadie ha dicho nada aún de este poeta que estamos viendo nacer, yo lo veo como el poeta de la sombra fresca que yace, el que ha puesto sus palabras en la boca de la poesía y le ha visto su cara de burla cotidiana.

Se va a decir que es un poeta que camina con la sombra y con la muerte, con la tristeza. Y aun él mismo nos dirá: “No escribo un poema por sufrimiento. / Escribo uno para sufrir, / para sufrir mientras lo escribo.”, pero hay otra compañía que Gustavo privilegia, la poesía. Ambigua metáfora que le da muerte y lo revive. Antigua ramera, trasnochada, enferma y bella.

Sin embargo, a pesar del ambiente demencial y sórdido de sus habitaciones, la calidez y ternura de la poesía de Gustavo Campos nos hablan desde una oposición metafórica. Que no se hable, entonces, de temor a la muerte, de dolor o de tristeza, en sus poemas triunfa la luz, el hombre sumergido que subsiste a pesar de su palabra de tiniebla.

Texto leído en la presentación de Habitaciones sordas.
San Pedro Sula. 2005.

*Poeta hondureño. Miembro fundador de los Poetas del Grado Cero.




Contrasolapa de "Habitaciones sordas"

Mauro Osorio*

En el interior de Habitaciones sordas retumba el dolor por la propia imagen postergada. Nos abruma, en el tejido de sus versos, una ausencia de cielo y tierra como figura atosigante que siembra en nuestra alma una claustrofobia existencial. El poeta Gustavo Campos invade sus paredes, verdades con una voz exiliada de los espejos y las ternuras. Transcurre en su poesía un fuego que hiela la piel, tal aseveración no es sólo una manida antinomia. Es, entre otras posibilidades, la rara sensación, traducida en letras, de ir al fondo de una tumba llameante de palabras desconsoladas.

En el presente poemario el autor transgrede el tiempo cuantificado en intervalos inflexibles, porque la poesía que nos comparte apresura despiadadamente el derrumbe de un ser en pedazos de amor putrefacto, inexplicablemente esperanzador. El omnisciente reloj que desmenuza, lanza su víscera martilleante al pie de la incertidumbre en la que avanzamos. Perdidos en la caverna de sus destrozos, tomemos sus agujas de ocaso y que sea el tiempo nefasto de sus versos el que nos diga cuando regresar.

Contrasolapa de Habitaciones sordas (Letra Negra, 2005)

*Escritor y pintor guatemalteco

viernes, 7 de mayo de 2010

Habitación como estuche de muerte


Armando Rivera*

Ese lugar donde acontece el destello antes de la muerte es la habitación sorda, vacía, insulsa, que con agravio nos convoca. Un lugar impreciso pero necesario; por consiguiente, a cada cual le corresponde su certero espacio donde morir. Gustavo lo sabe y lo asume. El autor se levanta día a día con la seguridad de encontrar ese lugar donde rendir cuentas a esta vida. Una vida que, en muchas ocasiones, nos perfila sus acerados dientes y se convierte en una mueca con la aprendemos a llorar, sufrir o desangrarnos, entre otras calamidades y barbaridades con las que transitamos ese calendario que ha sido impuesto. Nada, entonces nada, debe ser el balance con que nos enfrentamos al final en este combate cotidiano, morir, tal vez la posibilidad más amplia.

En el libro de Habitaciones sordas encontramos una gran soledad. El autor posee una angustia por las sombras y el vacío. Volver con la palabra muerte en cada amanecer, obliga al autor, y al lector cómplice, a participar en el momento donde la muerte encuentra la resurrección: la poesía; que en muchas ocasiones es un grito desesperado y angustiante, un verbo calcinado por la osamenta del tiempo, que nos arropa, que nos derrota. Sin embargo, Gustavo encuentra una ruta para salvar la oquedad de esta calavera sonriente, y es la palabra precisa donde la primavera revienta, en rebeldía, por el amor a un sol oculto. Una inquietante sensación de vacío rodeado de sombras nos embate cada vez que visitamos este poemario, la muerte paranoica también tiene la posibilidad de su fallecimiento; morir la muerte como acto de insurrección ante la vida es una de las memorias del arte, luego de esto, volver el verbo poesía.

Intuyo que el poeta, Gustavo Campos, concluye su mejor habitación en el estuche de muerte con que cada uno se viste al final de la vida; ese cajón inerme de madera, ahí la postrema habitación en la que uno participa. Una apreciación certera que me conjuga este poemario es que no habrá que preguntar nada en la última habitación, en consecuencia no habrá respuesta, luego de esto, acaso uno se convertirá en un recuerdo errante en la memoria de los olvidados o de los derrotados de la vida. Necios los poetas que empalabran la muerte con poesía.

Prólogo al poemario Habitaciones sordas (Editorial Letra Negra, Guatemala, 2005)

*Escritor guatemalteco