Jorge Martínez Mejía*
Con sólo habernos sugerido una dialéctica pronombral con su poética, especialmente con su poema “Me repugnas ahora”, Gustavo Campos se hizo acreedor a nuestro respeto y a nuestra intimidad literaria.
Pero no es por la vía de la ironía que nos ha afectado el quehacer poético de Gustavo Campos, un poeta que no pertenece ni se ajusta a ningún grupo literario, cuya obra es reciente, joven y fresca, con menos de cinco años de edad, pero con una profundidad particular, encubada en alguna de sus “Habitaciones sordas”.
Quizás comenzó a escribir cuando echó una mirada al entorno de su dormitorio, cuando tosía afectado por la humedad o el vaho de miles de papeles escritos a media sombra. Hay cierto tipo de sordera húmeda que afecta a los poetas en su nacimiento. San Pedro Sula duerme, pero Gustavo escribe, escribe largas horas, único sonámbulo marcado por cierta enfermedad literaria, una obsesiva intención de encontrarse a sí mismo, de buscarse en la sombra de su propia infancia teñida de empellones contra las paredes. Nada, ni la escamoteada guerra que vive nuestra ciudad, ni los ecos de una guerra muy fría han provocado su inclinación social. Es su experiencia cercana a la muerte, a su sombra, a su dolor, lo que le ha signado de un pesimismo que ha sabido llevar en sus letras. Pero el rasgo de pesimismo en su obra casi inédita se opaca por la justa expresión de la belleza en su palabra, por la belleza de sus sórdidas habitaciones.
No sé en qué momento le cautivó la poesía. Una vez le vi llegar con un legajo de poemas, como transpirando la franqueza sencilla de Jaime Sabines, lindando con Ungaretti o Vallejo o Huidobro, preocupado por encontrar sus propias palabras.
Nadie ha dicho nada aún de este poeta que estamos viendo nacer, yo lo veo como el poeta de la sombra fresca que yace, el que ha puesto sus palabras en la boca de la poesía y le ha visto su cara de burla cotidiana.
Se va a decir que es un poeta que camina con la sombra y con la muerte, con la tristeza. Y aun él mismo nos dirá: “No escribo un poema por sufrimiento. / Escribo uno para sufrir, / para sufrir mientras lo escribo.”, pero hay otra compañía que Gustavo privilegia, la poesía. Ambigua metáfora que le da muerte y lo revive. Antigua ramera, trasnochada, enferma y bella.
Sin embargo, a pesar del ambiente demencial y sórdido de sus habitaciones, la calidez y ternura de la poesía de Gustavo Campos nos hablan desde una oposición metafórica. Que no se hable, entonces, de temor a la muerte, de dolor o de tristeza, en sus poemas triunfa la luz, el hombre sumergido que subsiste a pesar de su palabra de tiniebla.
Pero no es por la vía de la ironía que nos ha afectado el quehacer poético de Gustavo Campos, un poeta que no pertenece ni se ajusta a ningún grupo literario, cuya obra es reciente, joven y fresca, con menos de cinco años de edad, pero con una profundidad particular, encubada en alguna de sus “Habitaciones sordas”.
Quizás comenzó a escribir cuando echó una mirada al entorno de su dormitorio, cuando tosía afectado por la humedad o el vaho de miles de papeles escritos a media sombra. Hay cierto tipo de sordera húmeda que afecta a los poetas en su nacimiento. San Pedro Sula duerme, pero Gustavo escribe, escribe largas horas, único sonámbulo marcado por cierta enfermedad literaria, una obsesiva intención de encontrarse a sí mismo, de buscarse en la sombra de su propia infancia teñida de empellones contra las paredes. Nada, ni la escamoteada guerra que vive nuestra ciudad, ni los ecos de una guerra muy fría han provocado su inclinación social. Es su experiencia cercana a la muerte, a su sombra, a su dolor, lo que le ha signado de un pesimismo que ha sabido llevar en sus letras. Pero el rasgo de pesimismo en su obra casi inédita se opaca por la justa expresión de la belleza en su palabra, por la belleza de sus sórdidas habitaciones.
No sé en qué momento le cautivó la poesía. Una vez le vi llegar con un legajo de poemas, como transpirando la franqueza sencilla de Jaime Sabines, lindando con Ungaretti o Vallejo o Huidobro, preocupado por encontrar sus propias palabras.
Nadie ha dicho nada aún de este poeta que estamos viendo nacer, yo lo veo como el poeta de la sombra fresca que yace, el que ha puesto sus palabras en la boca de la poesía y le ha visto su cara de burla cotidiana.
Se va a decir que es un poeta que camina con la sombra y con la muerte, con la tristeza. Y aun él mismo nos dirá: “No escribo un poema por sufrimiento. / Escribo uno para sufrir, / para sufrir mientras lo escribo.”, pero hay otra compañía que Gustavo privilegia, la poesía. Ambigua metáfora que le da muerte y lo revive. Antigua ramera, trasnochada, enferma y bella.
Sin embargo, a pesar del ambiente demencial y sórdido de sus habitaciones, la calidez y ternura de la poesía de Gustavo Campos nos hablan desde una oposición metafórica. Que no se hable, entonces, de temor a la muerte, de dolor o de tristeza, en sus poemas triunfa la luz, el hombre sumergido que subsiste a pesar de su palabra de tiniebla.
Texto leído en la presentación de Habitaciones sordas.
San Pedro Sula. 2005.
*Poeta hondureño. Miembro fundador de los Poetas del Grado Cero.
San Pedro Sula. 2005.
*Poeta hondureño. Miembro fundador de los Poetas del Grado Cero.