miércoles, 12 de mayo de 2010

Contraportada de "Los inacabados". Por Hernán Antonio Bermúdez.

Jeremy Thompson


Los inacabados posee una escritura elaborada, pulida, de muy buen nivel. El carácter fragmentario de los capítulos, pese al hilo conductor de los huidobrianos, de ninguna manera le resta eficacia al conjunto narrativo. Los pedazos, incluso las esquirlas, del tejido, del "corpus" de la ficción, brillan y provocan, mantienen al buen lector (el lector perezoso no tiene nada que hacer aquí) en plan de saborear esa prosa bien horneada. Se trata de una degustación literaria cuyo único antecedente en las letras hondureñas está en Una función con móbiles y tentetiesos de Marcos Carías. Esa es la única novela, igualmente despojada de un "plan" o esquema novelero convencional, que puede equipararse a Los inacabados en términos de ambición literaria, de ejercicio de estilo, de "voluntad de lenguaje".



Además, se está en presencia de una obra literaria desafiante, desenfadada, y cuyo desparpajo erótico hará "borrón & cuenta nueva" en nuestra usualmente recatada literatura (litera pura).



Hernán Antonio Bermúdez

martes, 11 de mayo de 2010

Apuntes sobre "Habitaciones sordas". Por Sara Rolla.

Collage de Ricardo Tomé. 2004.

Sara Rolla

Lloro sombras a mi paso.
Gustavo Campos

Gustavo Campos es un poeta a tiempo completo. Odia, creo, los riesgos de la improvisación. Más allá de cualquier pose “postpoética” que pueda atribuírsele, parece practicar esa conducta de autoexigencia que nace con los clásicos (con el frío Horacio, principalmente). Claro que con la frialdad horaciana sólo tiene que ver en eso del perfeccionismo técnico. En el contenido, Campos es denodadamente anticlásico. La sustancia de su poesía es el “pathos”. Heredero, por temperamento y por interpósitas lecturas, del mal romántico, sigue la línea sombría –y, paradójicamente, iluminada- de los poetas malditos (Rimbaud, Artaud, Bukowski y Leopoldo María Panero son algunos de sus autores tutelares).

Un vistazo al léxico predominante en su opera prima nos prueba con claridad irrefutable ese aserto sobre la esencia infernal de su visión de mundo. Las imágenes recurrentes pueden organizarse en campos asociativos muy sugerentes. Encontramos, por ejemplo, un extenso vocabulario asociado con la idea de degradación de la materia (barro, estiércol, gusanos, légamos, troncos, mugre, polvo, hedor, pantano, plagas, cenizas). Otro campo léxico muy claro es el que denota oscuridad, encierro e incomunicación (sombra, noche, brumas, niebla; cárcel, caverna, tumba; piedra, silencio, vacío, nada). Abundan también las referencias a los estados límites de la conciencia (muerte, locura, demencia, agonía, miedo, pesadilla, crueldad) y a la idea de malestar físico (hambre, frío, asco, náusea, insomnio, escalofrío, ahogo, veneno, golpes). También hay recurrencia de vocablos que aluden a la idea de fuerza y violencia de los elementos (en una lectura simbólica, idea de violencia anímica): relámpagos, tormentas, rayos, viento. Es permanente, asimismo, el vocabulario relacionado con la idea de reivindicación del “mal”: orgullo, indiferencia, pecados; cuervos, bestia, serpiente. Hay un interesante juego de sentidos opuestos con referentes simbólicos animales. Así, a los anteriores se les oponen, eventualmente, los zorzales, ruiseñores, gaviotas y golondrinas. (Esto, claro, amerita un tratamiento aparte). Finalmente, mencionemos la referencia a las ideas nucleares de soledad, opresión y angustia: infierno, laberinto, derrumbe, abismo; sufrimiento, desdicha, dolor, soledad, angustia; lágrimas, rechazos.

La adjetivación tiende a reforzar esas líneas temáticas apuntadas. Hay una recurrencia muy sintomática del adjetivo “muerto”. Se aplica, por ejemplo, en sus variantes gramaticales, a los sustantivos corazón, agua, carne, movimiento, lugares, lengua y hojas.

Se registran también, abundantemente, los siguientes adjetivos que connotan ese universo oscuro e infernal patente en nuestro esquema de análisis (trasladamos todos al masculino singular): letal, desdichado, oculto, rígido, cansado, inútil, ebrio, frío, helado, sepultado, pestilente, abominable, maldito, sucio, dolido, atroz, frustrante, silencioso, desesperado, envenenado, insomne, enfermo, solo, solitario, marchito. Mención especial amerita el uso estupendo del sustantivo piedra con valor adjetival: “piedra vida”.

Interesante tema de estudio, aquí sólo propuesto, surge del uso de los adjetivos de color. Hay insistencia en el negro (“horizonte negro”, “lluvia negra”, “negros besos”), en el blanco (“lejanos cuerpos blancos”, “infierno blanco”) y en el azul (en el que se percibe cierta tendencia afirmativa): “árboles azules”, “azul regazo”. Ocasionalmente asoma, impregnado de su negatividad quizás intrínseca, el violeta: “violeta hambre”.

En relación con el clima sugerido por los vocablos recurrentes en Habitaciones sordas, agregaremos que hay algunos términos relacionados con imágenes o estados vivenciales que tradicionalmente se asocian con contenidos afirmativos, pero que aquí aparecen recargados, contextualmente, de negatividad. Enumeraremos algunos, acompañados del adjetivo o expresión que invierte su sentido tradicional: agua (“muerta”, “agua terriblemente muerta”); horizonte (“negro”); estrella (“estrellas ocultas”, “estrellas oscuras”, “caricaturesca estrella”); lluvia (“negra”); esperanza (“rígida”); dignidad (“oscura”); música (“fría”); amor (“avaro”, “maldito”, “sucio”); alba (“la sed de la sombra pudre el alba”); esperanzas (que “se acostumbran a llegar tarde”); días (“troncos a la puesta del sol”); sal (“ahogada”); rosa (“enferma”); bellezas y sueños (“Escribiré uno –un verso- que no admire bellezas y sueños”); primavera (“oculta”).

Por otro lado, palabras clásicamente asociadas con la idea de precariedad existencial aparecen recargadas de una negatividad extrema: años (“pestilentes” años ), destino (“destino helado de légamos y de angustia”), espejos (“contritos”).

En el plano formal, Campos maneja estos contenidos, como ya apuntamos, con mucha lucidez y un claro afán de depuración expresiva. El molde rítmico es, generalmente, el del poema-abanico, como me gusta llamar a la alternancia de versos largos –que resultan predominantes- y cortos, en adecuado vaivén.

Sintácticamente, se advierte una tendencia a estructurar racionalmente el discurso poético. No hay caos expresivo, sino una cierta diafanidad y una voluntad de concisión que contrasta con el contenido tormentoso que hemos reseñado.

He aquí un ejemplo de esas constantes rítmico-sintácticas que acabamos de indicar:

Las defino muertas.

Huellas que borran el légamo. Sobras.

Me buscan tumba bajo la tristeza de la hierba.

Excluyo el ahogo de amargas primaveras.

(“Las defino muertas”)

Véase el acertado manejo del ritmo en este fragmento, con la oportuna colocación de los adjetivos como en un juego de balanceo fónico:

Imagino la imprudente vida:

bellos rostros,

labios fríos,

lejanos cuerpos blancos,

novedosos fracasos,

mi corazón muerto, ahogándome.

(“La vida es un desperdicio de latidos”)

La pulcritud expresiva –en el sentido de un discurso racionalmente estructurado- no está reñida, como vemos, con el carácter intenso y sutilmente connotativo del texto. A ello contribuye el hábito de una metaforización discreta pero muy eficaz, en el orden de la “metáfora visionaria” estudiada por Bousoño. El siguiente verso ilustra esa cualidad de estilo:

Mi latitud de cieno evita rayos.

(“Para el amor no hay”)

Condensación y finura en la forma. Desgarramiento, sentido de orfandad absoluta en el fondo.

Negación explícita de cualquier apertura del espíritu y de toda trascendencia, aun la que se suele asignar al arte:

Que ningún pañuelo limpie este poema,

ni una miel lo corrompa, ni el amor lo ame,

ni que un memorable espejo lo contenga, lo refleje.

(“No podré salvarme”)

Esas son las líneas esenciales de la poética de Campos en su primer poemario. Podríamos buscar grietas en esa visión sombría y desacralizante; señalar, acaso, fisuras por las cuales asoman, muy esporádicamente, débiles rayos de sol. Pero, en definitiva, lo que prevalece es la desesperanza. Campos podría decir, como Vallejo: “Hoy sufro suceda lo que suceda. Hoy sufro solamente.”


sábado, 8 de mayo de 2010

Selección de poemas de "Desde el hospicio"

Torre de Babel. Pieter Brueghel



Desde el hospicio

Me alimento de poetas
que fracasaron en su vida,
de aquellos que prefieren un verso
a los labios de la mujer que aman.

De los que construyeron a la orilla del mar la fe,
como de la soledad su tumba. De aquellos a los que no dije:
las esperanzas son un laberinto disfrazado de atajo.

De a quienes les soplé una órbita de tristezas
y quedaron atrapados
en el centro del misterio, como dentro de un remolino.
De esos me alimento.

Soy bestia: lanzo pecados.
Derribé gigantes en la era de David.
Convertí en monstruos los molinos
y las piedras en pan.

Soy el sol que entra en los humanos,
y después, cuando ha recorrido su cielo,
les deja un monstruo por ocaso.

Escojo, al azar, poetas
y los convierto en tristes o exultantes.

Me alimento de poetas
porque ellos creyeron que me hacían cuando sólo fueron mi reflejo.


III

Nadie ama a otro como a sí mismo.
W. Blake

No amo a nadie como a mí misma
y a la humanidad
no puedo retenerla en un espejo.
Cuánto me repugnan los poetas,
tan inocentes; creen inventarme,
creen que me ocultan,
que me salvan.



Retrato de quien espera un pájaro

Seguid vuestro camino
como yo sigo el mío.
Jacques Prévert

Nunca me conmovió el dolor de un desconocido.
Egoístamente
hice mis retratos de hombre atribulado;
había algo bello en desanimarme,
en ignorar,
¿pero qué es el bien?
¿cuál el egoísmo?
Nunca me conmovió el dolor de un desconocido.
Vi sueños borrándose en las calles, como pavimento cubierto
de tendidos cuerpos fríos y
destruidas cajas.
Caminé sin inmutarme, borracho,
pensando en mis fracasos,
esperando que uno de ellos reclamara mis entrañas,
mi sangre,
y se fuera sonriendo, amargo, como yo,
a esperar un pájaro, una llaga,
un llanto.



Balada a los pobres

Siempre tuve cuidado de no tropezar con un herido sollozante,
o que un marginal –cuánto me gusta este adjetivo- me pidiera ayuda.
Pero yo jamás lo ayudaría
o escribiría algo así como una balada a los pobres…
En un ángulo de la vida lo más importante es ignorarnos
y no debe culpársenos ni llamársenos insensibles.



XXI

El animal muerto transpira voces crece voces crece.


¿Habrá otra oportunidad para el brillo de unos ojos?

A Chío

La última vez que les hablé
sería la última;
y no lo fue.
Fue devorado el cadáver de la alegría
por aves rapaces.

Esperé otra oportunidad,
una última vez para hablarles,
y como león seguí el rastro de sus pasos.
Fue herida el alba.
Y camino al manicomio, una tarde,
cuando el corazón de un sauce es un rayo,
hablamos por última muerte,
por instinto, frustración,
el lenguaje de la noche
en los jardines cerrados
donde nadie dejará la muerte.
Pregunto: ¿habrá otra oportunidad,
una última, para el brillo de unos ojos?


Confesiones de un pirómano

Me prendí fuego.
Mis vivencias se escribieron.
Dije adiós, adiós…

Pagué por ser besado. Tantas veces.
He envejecido. ¿Es necesario decir algo más? ¿Explicarlo?
Si tan sólo fuera libre, maligno pero libre, frío pero libre, alegre pero libre, triste pero libre.

Con rocas en las manos puede ser.
Espero una voz, una voz que me elogie.
Espero una mujer, una mujer que me bese.
Coleccioné alas de cuervos como periódicos.
¿Hay algo más importarte que arder?

No sé qué sucederé.
Hay un roble en la calle.
Yo saltaría el muro. Inspeccionaría yeguas viejas.
Las estrellas me enseñan los colmillos, sacan las garras.
Saber que pude ser más que mi remordimiento…

Él siguió fumando
como si el humo dibujara en él una aureola o unas alas frágiles al viento.



Plegaria

Tráeme cuadros bellos…
la noche es una tranca
un cenicero
un tímido asesino gozoso de borrar sus cuerpos.


Los mismos robles viejos

A mi lumía

¿A quién amo cuando estoy solo?
¿Cuando no amo?
¿A quién amo con mis ropas blancas
y muerto de miedo?
¿O cuando mi rostro
es el tiempo y mi culpa y un destino ya borrado?
¿A quién, cuando la nada me ha prometido
la certeza de un no-mañana?
¿Cuando mi esperanza de no ser sur
y alimentar gaviotas es devorada por azares
y en mis ojos los mismos robles viejos
son habitados sólo por la medianoche?
¿Quién me ama?
¿Quién, si he perdido el brillo en mis ojos
y la lluvia cae muerta
y mi expresión es una ciénaga?
¿En qué infinitas piernas
me encontraré,
agonizando en lo profundo
de una vieja destrucción?
Porque esa es mi realidad: la desgracia, la autodestrucción.


Infierno blanco

Mi rostro es un bosque lejano
a él llegan pájaros…
y a través de la ventana de una torre
miro
por la sed
la misma sed de alba
como quien va en río o naciendo como árbol
como quien viene con rostro de hojas de un bosque lejano
río va y río viene pronunciándose
en alucinaciones como único descanso o simplemente
fruto del horror de ser buscado
descubriendo el camino
de un día o de una noche
de cuervos zorzales…
cualquier espejo árbol agua o pájaro


Envenenada también

Con todo ese veneno en el cuerpo.
C. Pavese

Con todo ese veneno en el cuerpo
no me dirán que me falta invernar aliento.

El león humedecerá mi corazón
y su náusea, como la de la naturaleza, lo despreciará.

La sangre, silenciosa desesperada,
gritará, la locura irá sedándola.
Un abismo desdichado, el mundo interno.

Bajo la lluvia, la sed de la sombra pudre el alba.
Las esperanzas acostumbran llegar tarde.

La muerte lamentará, envenenada también,
los versos que no escribiré y en los que ella no será la amada.


Extranjera



A una muchacha que supo todo Dante de memoria
W. B. Yeats

Una muchacha que supo todo Dante de memoria
camina del parque al cementerio
y va atenta por las calles,
con su cuello alto mira a todos lados.

Con eterna dulzura y destellos de ironía
llegó al alba,
con cuánta entrega no amó esta tierra.

La había esperado, tan angustioso, que
creí llegar a ella como el galés por los bares del Greenwich Village,
pero ella
llegó armoniosa
y cruzó las piernas en el más simbolista glamour de todo tiempo
y entregó una sonrisa a mi sombrío rostro.

Por ella voy de una página a otra, de verso en verso.
Peleamos para sobrevivir en epístolas electrónicas.
La poesía no me salvó, sino su admiración por la poesía.

Sigue caminando en los más tristes veranos,
en inviernos que juegan a treparla;
con el delicado arco de sus pies de mármol camina la desesperanza.

Por más libre que fuera el adiós, no quiso alejarse.

A ella le está permitido,
no a la poesía, seguir en la memoria de los hombres.

Cómo no amar sus momentos de alegre dulzura y de histérica.

La tristeza será dibujarla con el miedo, con la frialdad de la melancolía,
gritarla con el caos por pregunta
y la crueldad por respuesta.

Antes que un gallo desgarre la madrugada
la tendré en mis lágrimas.



Amarte lejos, mejor no amarte

Entrará el mar lentamente en tus venas,
droga, ave rapaz, suicidio lento…

Alfonso Costafreda

Dejo al humilde cuervo atardecer no tan lejos del árbol.
Dejo que mi miedo sondee insomne el ahogo
y se sacie hasta doler su sombra.

Los días son troncos a la puesta del sol.


Quimera en el hospicio

Amigos, recordadme, y no sólo entre risas,
pues viví entre vosotros y un día me quisisteis.

Attila József

Desde el aroma del café huelo la esperanza.
Nunca sale, amigos.

Algún día volveré: almuerzo espaguetis con ustedes
y el jazz vence el miedo a que alguien rompa más los vidrios
que me hirieron, que dejé escondidos al pie del árbol.

Algún día, si sobrevivo a este ocaso,
podré estar sobre una silla, como aquellos zapatos,
dejando a las pláticas reanudar nuestro afecto.

Después de la taza de café
me queda la ventana; veo hombres acorralados,
algunos por nostalgias, otros por demencia,
arbustos y jardines acorralados
por jardineros de sombras, mientras exijo
una granita que sí me traiga los recuerdos y rostros
y no una esperanza.


Regreso

Viene un hombre de la tumba con una piedra.
Algo trama.
Viene una piedra de la tumba con polvo.
Algo trama.
Viene el polvo de la tumba tan solo.
Algo traman.


VIII

Del mar y de la mosca pregúntate,
porque siempre tienes fe
y envidias los zorzales.

Sólo las golondrinas te siguen,
te alcanzan.
Pregúntate, porque necesitamos un pantano,
¿por qué los pájaros se arrancan las plumas sobre el roble?


XXIV

Caes muerta como la lluvia,
pero hasta el más odiado sol
te levanta,
dándote asilo en tu antigua casa.

Caerán en el lago donde flotan pájaros muertos.
Hora de hojas de árbol en época de tormenta.


VI

En tu sombra no hay puerta.
Tuve suerte al dejarme a tiempo.
Me deseé abismo. Muerto.
Trabajé la pestilencia. Los pájaros perversos.
Trabajé la aurora y la dispersé: blasfemó niebla.
Pude desafiarme. Supe que debía morir
y me alejé como octubre.
Fui avaro con la vida, con el amor, con la sombra.




Gustavo Campos: Que no baste nada, ni la poesía, ni la absurda literatura de todos los días





Por Jorge Martínez Mejía


Todo lo que no es literatura se encuentra en cualquier calle. Sólo


las confesiones diarias del hombre son literatura.


Sonofelet



Recién cumplidos sus veintitrés años, Gustavo Campos cierra su ciclo con la poesía declarando que ha quedado literalmente mudo. Probablemente muchos pensarán que se trata de una pose literaria, muy acostumbrada en nuestros días; sin embargo yo soy testigo de su imposibilidad actual, no de su falta de capacidad contemplativa, sino de su tedio, de su desidia con la literatura.


Hubo un tiempo distinto, un extraordinario fervor, un éxtasis literario en el que Gustavo Campos se confundía entre su misma producción. Fue el tiempo en que vivió en sus Habitaciones sordas y construyó Desde el hospicio, un mundo de correspondencias, una inmensa galería en la que tuvo la fortuna de estar frente a sus ídolos literarios en un tête-à-tête. Desde el hospicio fue ese inhóspito edificio siquiátrico en donde la poesía se alimenta de los poetas en un festín demoníaco. Su voz fue entonces tan fluida hasta la enajenación. No hubo sacrificio de palabras ni ceremonias vanas, ni metáforas válidas. Sus construcciones dejaron de ser “naturalmente literarias” para convertirse en un fluir de miradas y ecos casi sin sentido, resonancia de otras voces poéticas entre las que retumban las voces perdidas de Ezra Pound, Hölderlin, Pizarnik, Leopoldo M. Panero, Vallejo, Artaud, Oliverio Girondo, Allen Ginsberg, Beckett, el Marqués de Sade, Dylan Thomas, etc., etc., etc., etc.


Cierta enfermedad se apoderó de sus huesos y sus horas durante los años 2005 y 2006, “una obsesiva intención de encontrarse a sí mismo, de buscarse en la sombra teñida de empellones contra las paredes” [1]. Un pesimista atroz, totalmente náufrago, sonámbulo, con un destino cifrado en la poesía, hizo de cada uno de sus instantes un objet d’art, pequeñas construcciones poéticas de enorme aliento. Entonces decía: “No escribo un poema por sufrimiento, sino para sufrir… para darme fin…”. Trasnochado, ebrio y sin embargo lúcido en el ambiente demencial de sus sórdidas habitaciones, fue construyendo simultáneamente en el hospicio Bajo el árbol de Madeleine, ya sumergido con todas sus palabras en la misión de darle fin a la cordura. Entregado al alcohol, pergeñando lecturas inconexas, pero trazadas en su fantasía para descifrar el caos del lenguaje, y no obstante empecinado en encontrar una manera auténtica de vivir su propia vida, libre de la fatua imbecilidad circundante, la mediocridad y el abuso de cánones desteñidos y obtusos, concluye su pequeño y descomunal esfuerzo sólo para quedarse mudo. Y lo ha logrado. No se ha podido ver reflejado a sí mismo en lo que ha escrito, pero se ha encontrado: él es la voz de la poesía. “De antemano estuvo condenado al hospicio/ sin prometerse talento ni locura, / pero el zapato siempre iba a estar sobre la silla o en la mano”.


Gustavo Campos nació en San Pedro Sula en 1984 en una familia humilde y esforzada, signada por la fatalidad del suicidio de su padre, en un barrio de la clase media sampedrana. Un permanente sentido de lo trágico y el afán de proteger a los suyos aun desde la impotencia, le hizo desarrollar una personalidad taciturna, sentido de tristeza y soledad. En sus tres poemarios podremos encontrar entonces esa intención de buceo en sus propias fantasías y terrores, la inminencia del suicidio como un fantasma acechante:



“Nos obligaron a vivir


jamás me dejaron seguir


ya vendrá el milagro, dijeron


y la angustia fue el milagro


nos obligaron a vivir…”


“…no escogimos las pesadillas


el exilio


errar eternamente solos


las convulsiones


o delirios


ni inventar un nuevo diálogo


nos obligaron a vivir


quienes nos obligaron a morir”.



Con Bajo el árbol de Madeleine Gustavo Campos concluye un ciclo en su producción literaria, se cierra la puerta que abrió en la literatura, una creación oscura, enferma y demencial. Un ciclo de una producción muy importante para las letras hondureñas. En la actualidad Gustavo Campos se dedica al estudio de la literatura y al trabajo cultural con la Dirección Regional de Cultura, Artes y Deportes. Ha publicado fragmentos de su obra en suplementos literarios y revistas del país, ha concedido entrevistas y se perfila como una de las voces poéticas de mayor resonancia. Tal vez el milagro que lo hizo enmudecer, de igual manera le devuelva su voz, si no, con este último libro tendremos suficiente.



Gustavo ríe, con una risa torva, entrecortada.



San Pedro Sula, 4 de febrero de 2008.



Nota: Prólogo a Desde el hospicio (Editorial Nagg y Nell. 2008)


[1] Jorge Martínez Mejía, "La enferma y bella poesía de Gustavo Campos".


San Pedro Sula (2005).


De prólogos pilatos y experiencias lectoras


Por Gustavo Campos

Sabiduría y rebelión: dos venenos.

E. M. Cioran

Cuando publiqué Habitaciones sordas, mi primer libro de poemas, decidí no incluir comentarios elogiosos de algún oráculo del patio como respaldo -existen también los prólogos inocentes y lisonjeros-, a los que ya estamos acostumbrados en el medio. También me abstuve de pedirle a mis amigos tan deshonroso favor, la palmadita en la espalda a lo Pilatos podía obviarse. Sin embargo, las políticas editoriales en donde lo publiqué lo exigían, ello los obligó a elaborarlo. Como bien es sabido en el medio, un prólogo debe ser una invitación seductora, un anzuelo de lisonjas que pesque –time- al lector. De esto tenemos harto conocimiento los lectores.

Ahora, 3 años después, con mis principios manteniéndose firmes, decido incluir un comentario de mi amigo y compañero Poeta del Grado Cero: Yorch Martínez, de quien admiro su entusiasmo y jovialidad, quien siempre me ha parecido un auténtico juglar, creador de uno de los poemarios más trascendentes escritos en Honduras en la última década, Las Causas Perdidas, de futura publicación.

Estas líneas que me atrevo a escribir las considero forzosas para aclarar cómo ha sido y es mi relación con la literatura.

A continuación un breve paseo por Desde el hospicio, libro que espera hospedarlos: antes de la aparición de Habitaciones sordas tenía bosquejado básicamente todo el presente poemario, razón por la cual me desanimé tan pronto de mi debut literario, mismo que no quise publicar: mi ambición era mayor y mi autocrítica seguía elevándose cual Ícaro. Con Desde el hospicio creí tener ante mí un mundo de habitaciones, un sinfín de experiencias vividas intensamente, como intensas fueron mis lecturas. Un laberinto en donde desfilaban aquellos “espíritus agrietados”, como dijera Cioran acerca de los artistas sufrientes, y que, como escribió Stevenson, cargaban con un destino difícilmente sacudible de sus hombros.

Aún recuerdo los poetas que fueron importantes en su concepción. Artaud, Fijman, Hölderlin, Pound, Ginsberg y Thomas fueron algunos de los contribuyentes. Y así fue que comencé un “canto de la desesperación”, a manera de “arco de tiempo”, como la idea que a Pound siempre lo posesionó.

(Aprovecho la ocasión y el espacio para confesar mi admiración por la “torre trunca” de Edilberto Cardona Bulnes y ese “sabor a exilio” de Nelson Merren, ambos poetas hondureños.)

Curiosamente siempre me enternecieron los escritores sin “fórmula de salvación”, aquellos de una estirpe luciferina, transgresores, “acróbatas capaces de contorsionarse en el punto extremo de sí mismos, y que nos invitan a sus peligros (1)”; inventores de límites, y transgresores de ellos. Pienso en un Rimbaud y en un Bukowski. Admiración mía similar a la de Bolaño por su buen amigo Mario Santiago Papasquiaro o por Leopoldo María Panero. En ese entonces tendía a mitificarlos.

Una imagen o una obsesión eran constantes en mí obligándome a dedicarme a una vocación que hasta entonces la creía auténtica, y que sin duda lo fue en su tiempo: los tres árboles de Desnos multiplicándose y conformando un bosque. Cada árbol en lugar de hojas y frutos tenían rostros derruidos por el tiempo. Entre esos árboles aparecían muchos caminos y un tigre los iluminaba. “Tiger, tiger, burning bright”. Cada camino era una senda de Frost, y ésta una "idea superior del honor humano". La savia de los árboles era un río subterráneo que para ese entonces lo creía el Aqueronte. Esa imagen desde una perspectiva superior me remitía a una rosa, que al más leve parpadeo se convertía en laberinto, en el siguiente parpadeo en una rosa. Entre cada pliegue del alma de la rosa veía una habitación sorda, cada pétalo constituía un muro. Me dejaba llevar por la música del último acorde de una flauta…

Siempre consideré la escritura como una obligación, una condena, un castigo impuesto, por ratos desdeñable, por ratos respetable e interesante, albergue al fin y al cabo. Estos antinómicos aspectos rigieron mi vida, desesperándola.

Escribir fue mi forma de amar, mi única forma de amar. El sol del amor en esa época no brillaba para mí. Ciego me entregué por completo a no declinar de una vocación vital y compulsiva, nada más podía hacer, lo creí obcecado y resignado, como un desterrado de la vida ordinaria. Algo romántico me lancé y fui desvaneciéndome en letras. No me importaba nada más. Para crear, me decía, tenés que sacrificarte. No debe haber nada más que la literatura. Me tomé muy en serio, pero al final pude desvincularme de tal solemnidad. Y escribí sobre lo mismo, y reescribí. Me volví un explorador de mis angustias y obsesiones. Debía ser sólo un instrumento. Ser mi proyecto.

Habitaciones sordas fue mi primer escalón, mi primer imperfecto escalón del cual renegué en su presentación hace un par de años, pero que, a pesar de esta antipatía que me causa, reconozco en él la fuerza devastadora de quien ha regresado del “jardín de la muerte con algunas bellezas literarias”, pocas, pero necesarias para mi formación.

Hoy que publico Desde el hospicio, lo hago por una razón: creí en él cuando lo concebí y le pertenece a ese momento, no al actual, donde la literatura me aburre, donde toda pose “intelectualoide” me parece patética, y lo confieso aunque esto moleste a mis amigos y a uno que otro idílico autor serio.

Me pregunto, ¿para qué llenar de palabras este mundo? Escribir, escribir… “¡pura paja!” (2). Trato de encontrarle sentido a la escritura -en la lectura aún hay deleites-. Me he agotado. Ya coseché el huerto sombrío que me fue dado. La poesía ha sido derrocada. Me esfuerzo por encontrarle sentido al por qué de la creación. Las puertas se me cierran en cada verso. Cada verso es su pomo y su misma tapa. Me enamoré quizás de una imagen: simular ser creador. Desde pequeño hasta hoy mi personalidad fue conflictiva y por mi naturaleza rebelde y de cíclicos hartazgos incluso han llegado a tildarme de “poeta maldito”, que es una mentira. Es mi naturaleza estar siempre contra mí, no lo niego. Y al rato hasta poso pozo poco como…

Ortega y Gasset le dijo en una ocasión a Octavio Paz que dejara de escribir tonteras, que la literatura estaba muerta, que se dedicara al pensamiento. Esta idea puede ser complementada con ensayos de Gombrowicz, Emilio Pacheco, Sonofelet y Cioran.

Puedo jactarme –sonriendo-, al menos, que dejé mi vida en la escritura hasta deshacerme de mí. Hasta deshacerme de mi supuesta vocación. Y precipité mi lenguaje a su abismo, para que no quedara nada: ni intenciones futuras. Fui devastador. Escribí para dejar de escribir, por obsesión, por compulsión, no sabía hacer nada más. Renuncié a esta quimera a mis 23 años. Ha pasado un año –hoy tengo 24- y me niego a escribir algo más, a pesar de algunos reclamos de amigos y de la mendicidad de mi espíritu. Renuncié quizás por decepción más que por aburrimiento, me enamoré tanto del arte que esperaba más de él, o más de mí, creo que la segunda es la más acertada, y cuando me di cuenta que no lo conseguiría, decidí no seguir engañándome ni engañando a nadie más. Que otros se dediquen a hacerlo. Pero dejo a quien quiera leer Desde el hospicio. Le pertenece a esa etapa de creyente inveterado. Este libro junto con Bajo el árbol de Madeleine son mi último engaño.

San Pedro Sula, febrero de 2008.

Notas

1 E. M. Cioran, La tentación de existir.

2 Expresión frecuentísima de “chupe Tito” para desacreditar y desarmar cualquier farsa ya sea oral o escrita. Es hijo de mi buen amigo Mario y tiene 5 añitos de edad. A él le debo tal enseñanza.

Breve antología de poemas de "Habitaciones sordas"

William Kentridge. (Tomado con mi cel)


La vida es un desperdicio de latidos


No me pondré el espíritu, la piel, el suspiro,
ni la escalera para subir latido a latido a los roces de la piedra vida.
Ni el azul abierto del corazón y los restos de barro o estiércol.

Iba a expulsarme del fondo de la sombra,
pero la mujer fugaz, la empleada vieja,
joven acostada en su todavía,
no dice palabras,
y sus ojos, la cárcel diaria.
Adiós me dice.
Me persuade, me seduce, me hiela.

Imagino la imprudente vida:
bellos rostros,
labios fríos,
lejanos cuerpos blancos,
novedosos fracasos,
mi corazón muerto, ahogándome.
En él entrarían todas las noches.
Una ley natural regiría mi vida:
¡El rechazo!
Jamás podría transgredirse.

No me tiraré como piedra en un agua terriblemente muerta.
Los besos me sobran metido en este horizonte negro.
La fiel sonámbula desnuda me besará cada amanecer,
creyéndome el letal horizonte.

La vida está abierta como las entrañas de la envidia,
su gula es arte y los cuerpos su eterna redención:
¡Desdichados relámpagos de carne!


Para el amor no hay

Para ti no hay asilo, estás demasiado muerto.
E. Montale

Para el amor no hay mar, está demasiado muerto.
Para él no hay niebla.
Corazón y pasos. Orillas en la noche.
Labios y huellas.
Para él no hay cementerio ni epitafio.

Siempre jugó a las metáforas.
Confesó poemas,
se abrigó de sombra.
Despertó azar, desesperó azar.
Para el amor no hay pájaros.

Para el amor no hay una lluvia con atardecer;
cenizas, viento,
cielo, tampoco tierra,
ni una mirada abandonada
desde la densa errabunda alba.

Es demasiado tarde, los labios los escupe el árbol.
Demasiado tarde, azul regazo, hojas responsables.
Mi latitud de cieno evita rayos.


Desde las extraviadas olas en orden solitario

A Sarita


Dejo a la aurora el sufrimiento.
Empiezo:

No de zarza ni de plata.
No de viento ni de frío.
Con el azul lejano que resucita abismos.
Ya no sombra, jamás aurora.

No nido, no espejo, no recuerdo.
Ni tumba, ni cuervo que se esconde de su graznido.
Jamás cielo, nunca infierno
o lluvia procreando con el fuego, vahos.
Ya no bestia atada a mí.
Crudo, recio.
Sin muertos y vivos ríos,
sin mar que se trague las leyes de los escritos de arena.
Sin relación al adornado rugido que persigue al viento
desde las extraviadas olas en orden solitario.

Ya no órbita de orcos versos.

Sin amor,
con algunas desmerecidas lunas,
sin versos descompuestos,
tejidos.
Sin la eminencia irrevocable de los hedores.
Sin la habitual envoltura de las rastreras.

Ni al sufrir,
ni a la noche, ni a los escombros,
ni a dios, ni al olvido,
a ningún poema,
me dejaré.


Las defino muertas

Las defino muertas.
Huellas.

Tomo baños de sombra.
Tengo en mí la bruma, la máscara oscura de la ciénaga.

Para mi fortuna no hay mujeres y el amor es gula.

Soy fútil,
menos polvo.
Sombríos mohos emergen de mis ojos.

Las defino muertas.
Huellas que borran el légamo. Sobras.
Me buscan tumba bajo la tristeza de la hierba.
Excluyo el ahogo alegre de amargas primaveras.


Está allí, a unas calles, a una cita, a cierto pudor y algunos años

La vida no es muy cierta y el amor son restos del heno eterno.
Rememoro una antigua primavera
y mi corazón construye rocas de las aguas más viejas.

A mi paso hay innecesarios labios.
Al cieno sol sin esplendor lo destino a mi regazo.
Para los versos no soy más que un prisionero.

Si no quiero no voy al cementerio.

La vida muestra las violetas, el rocío de las doce,
la esperanza, la cerveza;
el silencio no elegido,
la espesura de un suspiro
que se oye como láminas golpeadas por el viento y por las ramas.

Si no quiero ir no voy, aunque se enoje la demencia.
Yo no voy al cementerio más que por acercarme a ella,
verla cruzar sus piernas.

Bebo,
porque sé que cada vez
estoy tan cerca de encontrarla,
porque sé que ella está allí,
a una calles, a una cita, a cierto pudor y algunos años.
La vida no es tan cierta.
Yo sigo al musgo desnudo sobre la fosa.
Busco mohos del amor que siempre me será negado.
He de tener la obligación de morir, de seguir ese camino.


II

Nací sobra,
légamo.
Nací excesivamente piedra.
Las solitarias aguas se ahuyentan cuando busco entrar a sus abismos.

Iré a devolver mí sombra, vivir lirios, amar musgos.
Al cementerio,
a invadir lo perdido y la música.
Amaré a dulces lluvias, despertaré lejanos gemidos de las flores.
La crueldad hoy empieza a cantar sus gustos, cantar abismos.


Ya es hora, ya antes he dicho adiós


Pienso que es hora ya de despedirme.
Alexander Pushkin


El desdichado zorzal canta su última vez desde el abismo:
los pájaros muertos se hacen pesadillas y laberintos...
rígido el azar como un amanecer perdido...

Desdichado, sonámbulo.
No hay melodías, ni camino.

Ya es hora, ya antes he dicho adiós.
Lo he hecho de distintas maneras,
me podrí primero, el corazón: la más tierna carne muerta.
Lloré por ese abismo en que caí y soy guardado.
Dejé que una tarántula besara mis labios, besé cucarachas porque ellas no conocieron el amor,
tampoco yo.
Me dejé creer que había muerto.
Que el amor era un laberinto del azar,
que si no besaba a una mujer los gusanos me amarían
y me retuve,
no quise morir por una última esperanza.

Fue divertido creer, soñar, llorar, sufrir, vivir.
Tener el don de crear un cementerio de metáforas.
Fue divertido todo rechazo, ser repugnante.
Fue divertido desesperarme,
que me dedicaran libros, beber cervezas.
Fue divertido ser amargo, aburrido, espantapájaros y espantamujeres.
Ser un fracasado fuego y fracasar mi intento de hielo.

Es hora de llevarme mi último aliento.
Hora de llevarme el cuerpo a un lugar donde no me digan peste.
Hora de llevarme la ternura enfurecida de mis gestos,
que esperó volar a otro cuerpo.
Me llevo algunos cuadros bellos de la vida,
para adornar mi habitación oscura y sorda.

Es hora.
Me recibiré oscurecido y pantano, seré moda entre los muertos.

Mi despedida es mi bienvenida,
aún pueden besar mis huesos y si sienten algún escalofrío,
será la ternura de una caricia mía.
Adiós.
Adiós a los besos.
A la melodía solitaria y lejana.
Adiós a la angustia que siempre he tenido.


Me repugnas ahora

Me repugnas ahora,
que mi corazón es sucio, frío
y tan lleno de amor.

Me repugnas ahora,
que mi corazón es un zorzal envenenado
que canta azul lejano a un oculto invierno.

Me prohíbes tu rumbo
por mi niebla que vive como verso.

Me repugnas,
porque soy un frustrado fuego,
porque mi delicadeza oscura es demencia.

No te culpo.
Es más…es más…
Me repugnas porque tus ojos despuntan luces
y tus labios son el borde dulce de las nubes,
porque tienes rostro de versos
y tu sonrisa es una metáfora frágil
para llevar en el viento y en el mar y en el cielo.

Me repugnas,
porque me aparto de un golpe de las latas
sin sentido moral, sin piel.
Mi corazón es el fruto del lodo.

II

Y me amarás porque sabrás que nunca fuiste para mí
y me repugnarás
¿y ahora?
Tú me quieres
porque estoy al borde del abismo y moriré, es cierto.
Es cierto.
Mientras el universo cae de bruces contra el verso
tú me amas porque nunca podrás amarme.
Y yo te amo.
Y esperas más. Más.

Lo sé,
el tiempo es seco, el amor un golpe y una lejana luz estatua.
En mí no hace buen tiempo.


Mi peste me ha aislado

Mi peste me ha aislado.
Quiero desaparecer.

Me duele tanto, duele tanto.
Mi sombra siente asco, se escalofría al tocar el borde de mis pasos.

Qué inocente es la asquerosidad.
Qué trémulo el pozo hondo que me orienta cuando avanzo.
Lloro sombras a mi paso.

No hay alma que me haga alcanzar la vida.
Me he visto de reojo,
y lloro.

Miento,
mi peste me ha aislado.


Habitaciones sordas (Editorial Letra Negra, Guatemala, 2005)

"Habitaciones sordas". Gustavo Campos

Fausto Leonardo Henríquez *

Gustavo Campos (San Pedro Sula, 1984) publica su primer poemario, Habitaciones sordas [1] (HS) por la editorial Letra Negra, Guatemala, 2005. HS es el primer libro del poeta hondureño, Campos. A mí me ha impactado esta primera obra. En estas líneas ofrezco una lectura interpretativa que, soy consciente de ello, no agota, ni mucho menos, otras posibles lecturas. Apenas si aporto algunas pistas para quienes deseen seguirle los pasos, con miras al futuro, a este notable creador de la zona norte de Honduras. Allá vamos.

1. Sufrimiento, dolor y muerte, golpes misteriosos que invitan a la dicha del paraíso.

Gustavo Campos es un poeta joven y su reflexión acerca de la vida misma y todo lo que a ella afecta, está tamizada por una visión desgarradora, de mucho impacto. Su personal visión del sufrimiento, de la muerte y del amor inquieta y sacude al lector, a quien no deja indiferente con sus versos tejidos con imágenes crudas.

Campos abre su poemario con estos versos: “No me pondré el espíritu, la piel, el suspiro, / ni la escalera para subir latido a latido a los roces de la piedra vida”. Estas dos últimas palabras esconden el coraje que encierra el poemario y, en definitiva, desvelan los sentimientos de fracaso ante la partida de la mujer soñada. La resignación, la conciencia de que se perdió la amada hace reaccionar al poeta: “Iba a expulsarme del fondo de la sombra”, “No me tiraré como piedra en un agua / terriblemente muerta”. La atmósfera de frialdad, muerte y ahogo resume el estado de ánimo que padece el artista: “¡Desdichados relámpagos de carne!”

Los golpes de la vida, es decir, las decepciones, los desengaños amorosos, las heridas emocionales causan en el ser humano, y más en los artistas por su sensibilidad, estados de ánimos sombríos y depresivos. En algunos casos, ciertos artistas no resisten fuertes tormentas, prefieren acabar por la vía rápida su paso por el mundo, el caso de nuestro autor es distinto, asume una lucha tenaz: “Latir se volverá la costumbre estoica”; “Lloraré desdichado, / buscaré oportunidades enamorándome de un cuerpo de piedra”; “Mejores son los golpes de la lluvia negra. / Mejores los negros besos eternos”.

El mundo es un lugar de sufrimiento, de dolor y fracaso. Esta visión doliente de poeta empaña el horizonte y nubla el panorama de forma tal que, al parecer, no existe vida excepto la noche: “El mundo, experto en sufrimientos”. Toda probabilidad de bienestar es engañosa, una sórdida promesa: “El cielo sería una esperanza rígida, infierno blanco”; “Horizonte negro, te lloraría mi dignidad oscura / de laberinto”.

No cabe duda, Campos escribe desgarrado. El amor, herido, ha muerto. No hay espacios donde quepa excepto en la tumba: “Para el amor no hay mar, / está demasiado muerto. / Para él no hay niebla… para el amor no hay una lluvia con atardecer”.

2. Habitaciones sordas, mundo poético inventado para aliviar el desengaño, el desamor.

No faltan toques ingeniosos en el joven poeta Campos en su notable empeño por poetizar su experiencia: “Nunca te he amado, zarza fría”. Si esa zarza fuera la del Sinaí bíblico sería de orden divino, pero creo que se refiere a una diva de orden humano. Resulta llamativa la bipolaridad del aeda quien zahiere, por un lado, a la presunta “zarza fría”, con una evidente intención de repulsa y resentimiento; y por el otro, se ensimisma en la poquedad de su existencia. Me llama poderosamente la atención: “Soy mugre, no humano. / No valgo más que hojas caídas, que cenizas. / Me sustento entre charcos”.

Las imágenes que usa el poeta son un espejo que refleja con nitidez su estado emocional, sus vivencias humanas. Es placentero ver esas hojas caídas sustentándose en las aguas de los charcos. A medida que se avanza en HS hallamos a cada paso a un poeta sacudido por sus vivencias, fragmentado, solo, sin más mundo que el que inventa poéticamente para mitigar el sufrimiento: “Sin amor, / con algunas desmerecidas lunas”.

Olvidar a la amada supone para el amado la pena de muerte, el suicidio. Es preferible el resquemor de haberla perdido, que no el de olvidarla, porque en el fondo el recuerdo es una forma de tenerla viva en la memoria: “Una helada lluvia baña su sombra. / Ella es primavera en niebla: olvidarla es anunciar mi muerte”.

La persistencia de la emoción poética que vapulea la conciencia del bardo Campos choca continuamente en un punto, el de una vida azarosa. No porque la vida en sí le dé náuseas al poeta, sino por los chascos que ha tenido en lo que al amor concierne: “La vida no es muy cierta y el amor son restos del heno eterno. / Rememoro una antigua primavera… a mi paso hay innecesarios labios… Busco mohos del amor que siempre me será negado”.

3. El tono lúgubre de Habitaciones Sordas.

Una nota esencial de este poemario es la sensación atroz de naditud y vaciedad existencial: “Tengo en mí la bruma, la máscara oscura de la ciénaga… Soy fútil, / menos polvo”; “Nací sobra, légamo. / Nací excesivamente piedra”. A la par de esa impronta de sinsentido de la vida también surte al paso el aspecto sobre el cual Campos articula el poemario: el tono lúgubre.

El poeta apela constantemente al símbolo de la muerte y a todas sus manifestaciones. Esto es, a sus formas y variables de la muerte, no tanto como problema, sino como consecuencia del afecto perdido, del amor roto, destrozado: “Sus cenizas se reúnen aún después del fuego. / Los lugares muertos son la vida que jamás se agota… / En coma mis labios buscan su sombra”.

Hay una música elegíaca en casi todos los textos del poemario: “El desdichado zorzal canta su última vez desde el abismo: / los pájaros muertos se hacen pesadillas y laberintos”. Digamos que lo que el poeta pretende es “crear un cementerio de metáforas”.

El desenfado del poeta, aliñado con un deje de coraje y determinación, es frecuente en HS. Es un tono agridulce, enojado. Es una forma de estar despierto, autodeterminante. Lastimado, pero dispuesto a afrontar la despedida del ser amado: “Es hora de llevarme mi último aliento… Hora de llevarme la ternura enfurecida de mis gestos, / que esperó volar a otro cuerpo. / Me llevo algunos cuadros bellos de la vida, / para adornar mi habitación oscura y sorda./ Adiós a la angustia que siempre he tenido”.

En HS hay una impronta baudelaireana. Este dato es un hallazgo que está omnipresente en el tema, en el tono y en la estructura interna del poemario. El poeta, acuciado por la angustia, por una fuerza demencial, exclama: “Déjenme morir/ porque estas cenizas se han congelado… Dejen que los gusanos me besen/ como jamás me han amado”.

Los versos de HS estremecen por su fuerza y diafanidad. Las imágenes de muerte -como hemos dicho arriba- conforman la atmósfera fundamental del poemario de Campos. ¿Qué es lo que inunda el alma del aeda que es capaz de exclamar: “Déjenme morir y disolver esta piedra de niebla”? Hay, sin duda, en HS una extraña confidencia, una franca confesión de un alma atormentada. El testamento de HS es “déjenme morir”, un poema desgarrador, atroz casi sartriano. Tal vez sea, después de “Tus ojos me alejaron del camino”, “Desde las extraviadas olas en orden solitario” el poema más importante de HS.

4. Apuntes para una lectura comparada.

HS, que sale publicado a la par de Morir todavía, de Giovanni Rodríguez, contiene influencias, sutiles, por supuesto, de este último. La temática de Morir Todavía es refinada, más subliminal y metafísica. En cambio, en HS es más descarnada, realista y onírica.

Campos y Rodríguez han compartido mucho antes de publicar y se conocen tanto como las palmas de sus manos. Debo decir, además, que el léxico de Morir todavía -que está influenciado por la Poética Interior- está presente de una forma innegable en HS. Para ser preciso en esta afirmación podemos hallar “metasemas” (vocablos provenientes del Interiorismo) como “sombra”, “abismo”, “niebla”, “noche”. Sin embargo, la aplicación de éstos no es lo mismo en HS que en MT. En éste refieren la realidad trascendente y en aquél la realidad imaginaria inmanente. El influjo, por tanto entre los dos poetas es generacional y lexical.

Otra concordancia entre HS-MT es el tratamiento que recibe en cada obra la muerte como factor preponderante. Para Campos la muerte es más surrealista y onírica, para Rodríguez, en cambio, es más heideggeriana, o sea, más metafísica. Una lectura comparada de ambos autores nos revelaría otras similitudes. Aquí sólo apunto unos indicios que podrían llamar la atención.

5. Resurgir de la muerte, de las cenizas, como ave Fénix.

El único lugar posible donde el poeta halla la oportunidad de renacer es “en un nido de zorzales”. Es decir en la música, la poesía. El zorzal, que aparece nombrado cinco veces en el poemario, es un símbolo de la melodía, de la música, del canto, de la poesía.

El zorzal, o lo que es lo mismo, la lira y música de la poesía es el sustento para el aeda: “Comeré zorzales muertos. / Comeré sus picos./ Sus alas./ Sus patas./ Comeré/ ese último gusano que/ hay en su buche”. Este alimento le da al poeta energía para hacer vibrar al zorzal que hay en su pecho, a su corazón. Esta vez lo hace con dureza: “Me repugnas ahora, / que mi corazón es un zorzal envenenado”. En el lodo o cieno nacen las más bellas flores. El corazón, aunque envenenado, “es el fruto del lodo”, es la parte bella y sutil que, rodeada de muerte, golpes, abismos, abandono y resequedad amorosa, conserva el amor.

El poeta, a pesar de su experiencia de desengaño amoroso, reconoce que “sí existe el amor”. La pérdida de la mujer amada ha supuesto para el poeta la muerte. Esto es lo que canta, en definitiva, Campos, “ir a la tumba sin ella”. Ella, la que lo hirió de muerte y que sin embargo, “se puede amar”.

Un vitalismo furioso caracteriza a Campos. Verbaliza su propia realidad con desnuda franqueza. Eso es lo que llama la atención en HS: “Mi peste me ha aislado. / Quiero desaparecer/… Mi sombra siente asco, se escalofría al tocar/ el borde de mis pasos… Qué trémulo el pozo hondo que me orienta cuando avanzo. / Lloro sombras a mi paso”.

Síntesis: A mi juicio considero que los siguientes ejes vertebran el poemario que nos ha traído hasta este punto: 1.- HS encierra el canto adolorido de un bardo que, a temprana edad, ha sido capaz de poetizar su propia experiencia de sufrimiento, dolor y muerte. 2.- HS es una creación con la clara intencionalidad de construir un mundo poético en el que poder habitar, sublimar el vacío existencial. 3.- El texto contiene un tono eminentemente lúgubre, mediante el cual expone las variantes de tánatos. Sin embargo, no por ello el poemario pierde consistencia, al contrario, la conserva y la potencia. 4.- Hay un posible influjo de la obra y pensamiento contemporáneo de Morir Todavía, obra tamizada por la Poética Interior, así como de algunos usos de metasemas de la fuente interiorista. 5.- El amor es, en el fondo, el aliento soterrado del poemario, la única posibilidad de seguir viviendo. 6.- La poquedad que trasuda el yo poético es tremenda: emula escenas de terror, de onirismo, de pesadillas que el lector puede visualizar con espanto: “¿Quién besará con un inédito asco mi carne muerta?”

[1] Este título es de un verso de Julio Cortázar del poema “Objetos Perdidos”:

“Por veredas de /sueño y habitaciones sordas /

tus rendidos veranos me aceleran con sus cantos”.

*Padre Sacerdotal, poeta y ensayista dominicano

La enferma y bella poesía de Gustavo Campos


Jorge Martínez Mejía*



Con sólo habernos sugerido una dialéctica pronombral con su poética, especialmente con su poema “Me repugnas ahora”, Gustavo Campos se hizo acreedor a nuestro respeto y a nuestra intimidad literaria.

Pero no es por la vía de la ironía que nos ha afectado el quehacer poético de Gustavo Campos, un poeta que no pertenece ni se ajusta a ningún grupo literario, cuya obra es reciente, joven y fresca, con menos de cinco años de edad, pero con una profundidad particular, encubada en alguna de sus “Habitaciones sordas”.

Quizás comenzó a escribir cuando echó una mirada al entorno de su dormitorio, cuando tosía afectado por la humedad o el vaho de miles de papeles escritos a media sombra. Hay cierto tipo de sordera húmeda que afecta a los poetas en su nacimiento. San Pedro Sula duerme, pero Gustavo escribe, escribe largas horas, único sonámbulo marcado por cierta enfermedad literaria, una obsesiva intención de encontrarse a sí mismo, de buscarse en la sombra de su propia infancia teñida de empellones contra las paredes. Nada, ni la escamoteada guerra que vive nuestra ciudad, ni los ecos de una guerra muy fría han provocado su inclinación social. Es su experiencia cercana a la muerte, a su sombra, a su dolor, lo que le ha signado de un pesimismo que ha sabido llevar en sus letras. Pero el rasgo de pesimismo en su obra casi inédita se opaca por la justa expresión de la belleza en su palabra, por la belleza de sus sórdidas habitaciones.

No sé en qué momento le cautivó la poesía. Una vez le vi llegar con un legajo de poemas, como transpirando la franqueza sencilla de Jaime Sabines, lindando con Ungaretti o Vallejo o Huidobro, preocupado por encontrar sus propias palabras.

Nadie ha dicho nada aún de este poeta que estamos viendo nacer, yo lo veo como el poeta de la sombra fresca que yace, el que ha puesto sus palabras en la boca de la poesía y le ha visto su cara de burla cotidiana.

Se va a decir que es un poeta que camina con la sombra y con la muerte, con la tristeza. Y aun él mismo nos dirá: “No escribo un poema por sufrimiento. / Escribo uno para sufrir, / para sufrir mientras lo escribo.”, pero hay otra compañía que Gustavo privilegia, la poesía. Ambigua metáfora que le da muerte y lo revive. Antigua ramera, trasnochada, enferma y bella.

Sin embargo, a pesar del ambiente demencial y sórdido de sus habitaciones, la calidez y ternura de la poesía de Gustavo Campos nos hablan desde una oposición metafórica. Que no se hable, entonces, de temor a la muerte, de dolor o de tristeza, en sus poemas triunfa la luz, el hombre sumergido que subsiste a pesar de su palabra de tiniebla.

Texto leído en la presentación de Habitaciones sordas.
San Pedro Sula. 2005.

*Poeta hondureño. Miembro fundador de los Poetas del Grado Cero.




Contrasolapa de "Habitaciones sordas"

Mauro Osorio*

En el interior de Habitaciones sordas retumba el dolor por la propia imagen postergada. Nos abruma, en el tejido de sus versos, una ausencia de cielo y tierra como figura atosigante que siembra en nuestra alma una claustrofobia existencial. El poeta Gustavo Campos invade sus paredes, verdades con una voz exiliada de los espejos y las ternuras. Transcurre en su poesía un fuego que hiela la piel, tal aseveración no es sólo una manida antinomia. Es, entre otras posibilidades, la rara sensación, traducida en letras, de ir al fondo de una tumba llameante de palabras desconsoladas.

En el presente poemario el autor transgrede el tiempo cuantificado en intervalos inflexibles, porque la poesía que nos comparte apresura despiadadamente el derrumbe de un ser en pedazos de amor putrefacto, inexplicablemente esperanzador. El omnisciente reloj que desmenuza, lanza su víscera martilleante al pie de la incertidumbre en la que avanzamos. Perdidos en la caverna de sus destrozos, tomemos sus agujas de ocaso y que sea el tiempo nefasto de sus versos el que nos diga cuando regresar.

Contrasolapa de Habitaciones sordas (Letra Negra, 2005)

*Escritor y pintor guatemalteco

viernes, 7 de mayo de 2010

Habitación como estuche de muerte


Armando Rivera*

Ese lugar donde acontece el destello antes de la muerte es la habitación sorda, vacía, insulsa, que con agravio nos convoca. Un lugar impreciso pero necesario; por consiguiente, a cada cual le corresponde su certero espacio donde morir. Gustavo lo sabe y lo asume. El autor se levanta día a día con la seguridad de encontrar ese lugar donde rendir cuentas a esta vida. Una vida que, en muchas ocasiones, nos perfila sus acerados dientes y se convierte en una mueca con la aprendemos a llorar, sufrir o desangrarnos, entre otras calamidades y barbaridades con las que transitamos ese calendario que ha sido impuesto. Nada, entonces nada, debe ser el balance con que nos enfrentamos al final en este combate cotidiano, morir, tal vez la posibilidad más amplia.

En el libro de Habitaciones sordas encontramos una gran soledad. El autor posee una angustia por las sombras y el vacío. Volver con la palabra muerte en cada amanecer, obliga al autor, y al lector cómplice, a participar en el momento donde la muerte encuentra la resurrección: la poesía; que en muchas ocasiones es un grito desesperado y angustiante, un verbo calcinado por la osamenta del tiempo, que nos arropa, que nos derrota. Sin embargo, Gustavo encuentra una ruta para salvar la oquedad de esta calavera sonriente, y es la palabra precisa donde la primavera revienta, en rebeldía, por el amor a un sol oculto. Una inquietante sensación de vacío rodeado de sombras nos embate cada vez que visitamos este poemario, la muerte paranoica también tiene la posibilidad de su fallecimiento; morir la muerte como acto de insurrección ante la vida es una de las memorias del arte, luego de esto, volver el verbo poesía.

Intuyo que el poeta, Gustavo Campos, concluye su mejor habitación en el estuche de muerte con que cada uno se viste al final de la vida; ese cajón inerme de madera, ahí la postrema habitación en la que uno participa. Una apreciación certera que me conjuga este poemario es que no habrá que preguntar nada en la última habitación, en consecuencia no habrá respuesta, luego de esto, acaso uno se convertirá en un recuerdo errante en la memoria de los olvidados o de los derrotados de la vida. Necios los poetas que empalabran la muerte con poesía.

Prólogo al poemario Habitaciones sordas (Editorial Letra Negra, Guatemala, 2005)

*Escritor guatemalteco