Crecí besando los libros y el pan.
En casa, cada vez que a alguien se le caía un libro o dejaba caer un chapati o una «rebanada», que era la
palabra que utilizábamos para describir un triángulo de pan tostado con
mantequilla, el objeto no sólo debía ser recogido, sino también besado, a guisa
de disculpa ante un acto de irrespetuosa torpeza. Yo era tan descuidado y
manazas como cualquier crío; así pues, durante mis años infantiles, tuve que
besar un gran número de «rebanadas», así como una notable cantidad de libros.
Los hogares indios devotos contaban, y siguen contando, con personas
acostumbradas a besar libros sagrados. Pero nosotros lo besábamos todo.
Besábamos diccionarios y atlas. Besábamos las novelas de Enid Blyton y los
tebeos de Superman. Si alguna vez se me hubiese caído el listín telefónico, lo más
probable es que también me hubiera tocado besarlo. Todo esto sucedía antes de
haber podido besar a una chica. De hecho, casi podría afirmarse, pues
resultaría asaz creíble en un autor de ficción, que en cuanto me lancé a besar
chicas, mis actividades con respecto al pan y a los libros perdieron gran parte
de su capacidad estimulante. Pero nunca te olvidas de tus primeros amores. Pan
y libros: comida para el cuerpo y comida para el alma; ¿qué podía resultar más
merecedor de respeto e, incluso, de amor?
Siempre me ha sorprendido conocer a
gente para la que los libros, simplemente, carecen de la menor importancia, así
como a personas que se mofan directamente del acto de leer, por no hablar del
de escribir. Puede que siempre te resulte pasmoso descubrir que la mujer a la
que amas, a los demás no les parece tan atractiva como a ti. Mis libros más
queridos siempre han sido ficciones, y durante los últimos doce meses me he
visto obligado a reconocer que, para muchos millones de seres humanos, esos
libros carecen del más mínimo atractivo o valor. Hemos asistido a un ataque
hacia determinadas obras de ficción que lo es también contra la mera idea de la
forma novelística, un ataque de una ferocidad tan brutal que se ha hecho
necesario restaurar lo más valioso del arte literario: hay que responder al
ataque no con otro ataque, sino con una declaración de amor.
El amor puede conducir a la devoción,
pero la devoción del amante se distingue claramente de la del Auténtico
Creyente por no ser militante. Yo puedo sentirme sorprendido –e incluso
ofendido– al descubrir que tú no sientes lo mismo que yo ante determinado
libro, determinada obra de arte o, incluso, determinada persona; puede que
intente hacerte cambiar de opinión; pero al final aceptaré que tus gustos y tus
amores son cosa tuya, no mía. El Auténtico Creyente desconoce esos límites. El
Auténtico Creyente sabe, simplemente, que él tiene razón y tú no. Por eso
intentará convertirte, incluso a la fuerza, y si no lo consigue te despreciará
por tu descreimiento, por lo menos.
El amor no necesita ser ciego. La
fe, inevitablemente, debe equivaler a un salto en la oscuridad. El título de
esta conferencia es una pregunta que se plantea a menudo, en un tono
horrorizado, cuando algún personaje, concepto, valor o lugar apreciados por
quien pregunta es sometido a una dosis de iconoclastia. ¿Pelotas de cricket
blancas para un partido nocturno? ¿Mujeres sacerdotes? ¿La adquisición de Rolls
Royce por los japoneses? ¿Es que no hay
nada sagrado?
Hasta hace poco, sin embargo, se
trataba de una pregunta cuya respuesta yo creía conocer. Y la respuesta era No.
Antes de leer el texto siguiente téngase en cuenta el olvido: mi mal educada memoria ha restado consistencia y relevancia a conceptos e ideas precisas expresadas por los conferencistas, sólo ha quedado una huella de huella...
Breve Crónica de impuntualidades y sincronías
o “afinidades” literarias.
22 de abril.
5:30 a.m. Aeropuerto
Villeda Morales de San Pedro Sula. (Imagine hora y media de trámites y esperas
aeroportuarias). Abordaje: 7:00 a.m. Aterrizaje: 7:45 a.m. Toncontín. Salida
del segundo aeropuerto más peligroso del mundo: 8:15 am. (Edgar, Titi, help!)
[Tiempo privado*]
3:45 p.m. Atravieso la puerta del auditorio. Todo el público lo sabe:
he llegado tarde. El embajador de España Miguel Albero y Marcos Carías terminan
su disertación. Quedo de pie sin un plan inmediato, si sentarme a la mesa o
irme para el auditorio. Hernán Antonio me hace indicaciones (sugerencia) de
agregarme al grupo de conferencistas. Esquivo la cámara de video y escucho con
atención la disertación del escritor Miguel Albero sobre el estilo y el
lenguaje. (Punzón y cincel se me vienen a la mente, el Sr. Albero –de ahora en
adelante sólo diré su nombre y apellido- ha usado ambos vocablos como metáforas
de construcción literaria emparentándolas y partiendo de su uso con la labor
del ceramista o escultor). Dos temas importantes que abordó Miguel Albero fueron
la difícil tarea del traductor –por su propia experiencia- y el estilo del
lenguaje en la creación literaria. Por supuesto hubo ejemplificaciones, pero me
reservo esa confidencia que le pertenece al público asistente y no a ustedes
los lectores faltistas al evento. Luego mi turno. Me ceden el micrófono y con
él toda la atención del auditorio y la responsabilidad ineludible de
disculparme por mi llegada tarde. Cumplo con mi labor de buen cristiano, y
entro de lleno, aventurándome, a encontrar algún intersticio dejado por él que
me sirva de camino a la charla. Me integro airosamente con un malabar teórico
sobre el lenguaje, pensamiento y creación, y agrego a los puntos expresados por
mi predecesor el ritmo, el tono y lo contextualizo con ejemplos sobre la nueva
narrativa de la costa norte -Rodríguez, Gallardo, Arita- y nuestras deudas con autores como Marcos Carías y
Cardona Bulnes, entre otros. Avanzan las palabras, el pensamiento me guía,
haciéndose el coherente, mientras mi boca solo “blah blah blah…”. Concluyo con
prontitud y Miguel Albero retoma nuevamente el micrófono y retroalimenta y
agrega nuevas ideas sobre construcción de novelas, seguido de una pregunta a
Marcos Carías sobre “arquitectura novelística” y novela histórica. Marcos Carías
revela secretos del oficio de novelista e investigador y su técnica de poda en
las correcciones. Otros temas que nacen del conversatorio son las influencias
artísticas, referencias intertextuales. Miguel Albero dice que admira a Roberto
Bolaño y que además es quien más ha influido en la literatura en Latinoamérica –yo
agregué que Vila-Matas también es de la especie de Bolaño-. Menciona a Javier
Cercas, en relación al tema de novela histórica –yo solo he leído Soldados de
Salamina- y luego hace una relación del autor como jugador, como autor lúdico,
que se divierte construyendo novelas, entre ellos Perec y al grupo Oulipo.
Cortázar reluce y también sale a colación el ya finado García Márquez. Ya antes
se ha hecho mención de Una función con
móbiles y tentetiesos y de su entramado de ritmo, dilación y sorpresa. En algún
momento caemos en la conversación sobre Leopoldo María Panero, debido a “La
Parte de Fate”, de 2666, ya que Marcela Carías ha mencionado Los detectives salvajes y 2666. En otro momento, hago una
observación sobre lo que Miguel Albero llamó “las servidumbres de género”, en
relación al estilo propio de cada género literario y le pregunto si no le
gustan esos juegos donde la hibridación se tensa hasta puntos donde es
irreconocible distinguirla y etiquetarla y menciono el caso de Carrión y Agustín
Fernández Mallo, a quienes también ha leído, y vamos platicando, en este punto
es cuando el da su opinión personal –con la que coincido- y que ya había sido
mencionado unas líneas arriba con Perec, Cortázar, el Oulipo. El conversatorio
ha seguido a buen ritmo, fluido… Marcos Carías ha tenido intervenciones
precisas e irónicas sobre el escritor, la edición, las palabras y las puntuaciones,
y sobre el ausente mercado editorial para promover las obras de los autores
nacionales. Ha habido intervenciones muy buenas de parte del público y una
intervención “cándida” con reminiscencias sobre el lazarillo de Tormes que hizo
al señor embajador contestarla. Concluyendo, la mesa espera los aplausos, que
no llegan –esto por supuesto es una vil mentira mía-, pero antes Hernán Antonio
interviene y felicita a la Dra. Joya y a los organizadores por la reunión de
Marcos Carías y Gustavo Campos –vuestro servidor- cuyas novelas Una función con móbiles y tentetiesos y Los inacabados, respectivamente, son tan
cercanas y a la vez tan diferentes, en términos de “no manejar un plan novelesco
convencional”, además de puntualizar “la diferencia entre las generaciones a
las que pertenecen, el primero nacido en el 38 y el segundo en el 83” –aunque nací
en el 84-.
Al final, con Miguel Albero
hablamos un poco de Panero, Ciorán y Buzzati y quedamos a la espera de otro
encuentro que nos lleve a encontrar más concordancias literarias, pero también otras
pláticas que incluyan disentimientos. Por mi parte sé que tengo
mucho que aprender de él. Y comienzo oficialmente la búsqueda de sus libros
publicados, los cuales espero encontrar.
Para mí fue un grandísimo honor
haber compartido mesa con ambos escritores: Marcos Carías y Miguel Albero.
Gustavo Campos, Marcos Carías Zapata y Miguel Albero
Foto del conversatorio "Lenguaje y creación literaria"
Gran honor el que se me concedió al estar compartiendo con los escritores Marcos Carías (Director de la Academia Hondureña de la Lengua. Escritor e historiador, además es licenciado en Filosofía y en Historia de América por la Universidad Complutense de Madrid. Fue profesor visitante en la Universidad de Costa Rica y profesor investigador en la Universidad de Tulane (Estados Unidos). Ha sido profesor en la Universidad Nacional Autónoma de Honduras (UNAH) desde 1966) y con Miguel Albero (Escritor, traductor, diplomático de carrera. Ha ejercido como jefe de gabinete del director del Instituto Cervantes, director del Instituto Cervantes de Roma, cónsul de España en Mendoza (Argentina), agregado Cultural en Costa Rica y jefe del Departamento de Cooperación y Promoción Cultural de la Agencia Española de Cooperación Internacional y es el actual embajador de España en Honduras. Premio Gil de Biedma 2011.
El Centro de Arte y Cultura de la UNAH se complace en
invitarles al conversatorio "Lenguaje y creación literaria" a cargo
de los expositores Sr. Marcos Carías Zapata, Sr. Miguel Albero y el Sr. Gustavo
Campos
Bueno, entonces
pasemos a la «B». Y la «B» es algo particular, trata de la bebida. Y es que tú
has bebido y luego dejaste de hacerlo, y me gustaría saber, cuando bebías, qué
significaba beber. ¿Significaba placer, qué era?
Gilles Deleuze:
Sí, he bebido mucho,
mucho, luego lo dejé. ¿Qué significaba? No resulta difícil. Creo que habría que
preguntar a otras personas que han bebido mucho, preguntar a alcohólicos acerca
de todo esto. Yo creo que beber es una cuestión de cantidad –y esa es la razón
de que no tenga equivalente con la comida, por más tragones que haya. A mí
comer siempre me ha dado asco, no es para mí, pero la bebida es una cuestión...
Ya sé que uno no bebe cualquier cosa, que cada bebedor tiene su bebida
favorita, pero la razón estriba en que en ese marco él discierne la cantidad.
Se trata de una cuestión de cantidad –¿qué significa eso? Se suele hacer mucha
burla de los drogadictos o de los alcohólicos porque no dejan de decir:
«Entérate, yo controlo, paro de beber cuando quiero». Se suele hacer burla de
ellos, porque no se comprende lo que quieren decir. Yo tengo recuerdos muy
nítidos, veía eso perfectamente, y creo que todas las personas que beben lo
comprenden: cuando uno bebe, a lo que quiere llegar es al último vaso. Beber
es, literalmente, hacer todo lo posible para acceder al último vaso. Eso es lo
que interesa.
Claire Parnet:
¿Y siempre es el
límite?
Gilles Deleuze:
¿Es el límite? Es
complicado. Te lo diré con otras palabras: un alcohólico es alguien que no deja
de dejar de beber, esto es, que no deja de llegar al último vaso. ¿Qué quiere
decir esto? En cierto modo, sabes, es como aquella fórmula tan hermosa de
Péguy: «el último nenúfar no repite al primero».
Claire Parnet:
Claro, la primera
vez...
Gilles Deleuze:
Es el último nenúfar
el que repite a todos lo demás y al último. El primer vaso repite al último, el
último es el que importa. Entonces, ¿que significa el último vaso para un
alcohólico? Bueno, éste se levanta por la mañana (supongamos que es un
alcohólico de mañana –los hay de todos los tipos) y no deja de estar pendiente
del momento en que habrá de llegar al último vaso. No son ni el primero, ni el
segundo, ni el tercero lo que le interesa, sino que –hay algo de avispado y
astuto en un alcohólico, y el último vaso quiere decir lo siguiente: él evalúa,
hay una evaluación, él evalúa lo que puede soportar sin desplomarse. Varía
mucho en función de cada persona, así que él evalúa el último vaso y luego
todos los demás. Ésta será su manera de seguir –esperando el último. ¿Y qué
significa el último? Significa que ese día ya no aguanta más bebida. Es el
último que le permitiría empezar de nuevo al día siguiente, porque si llega al
último que, por el contrario, excede su poder, si supera el último que queda
bajo su poder para llegar al último que excede su poder, se desploma. Llegado
ese momento, está perdido. Ingresa en el hospital, o bien es preciso que cambie
de hábito, es preciso que cambie de agenciamiento. Así que cuando dice: «el
último vaso, no es el último, es el avant-dernière [penúltimo]». Va en
busca del penúltimo. Dicho de otra manera, hay una palabra maravillosa para el avant-dernière,
creo que es pénultième [penúltimo].
Claire Parnet:
Sí.
Gilles Deleuze:
No busca la última
copa, busca la penúltima.
Claire Parnet:
No
el último, porque el último faltaría a su componenda, mientras que la penúltima
es la última antes de empezar de nuevo al día siguiente. Así, pues, para mí el
alcohólico es aquél que no deja de decir: «Venga». Es lo que se escucha en los
cafés. Son tan alegres las cuadrillas de alcohólicos; en los cafés uno no deja
de escucharles, y está aquél que dice: «Venga». Se trata de la última, y la
última varía según cada cual.
Claire Parnet:
Y es aquél...
Gilles Deleuze:
Y la última es la
penúltima.
Claire Parnet:
Y es aquél que dice:
«mañana lo dejo», y entonces si...
Gilles Deleuze:
¿«Mañana lo dejo»?
No, no dice «mañana lo dejo». Dice: «Lo dejo por hoy para empezar de nuevo
mañana».
Claire Parnet:
Y entonces si beber
es dejar de beber sin descanso, ¿cómo deja uno de beber por completo –porque tú
dejaste de beber por completo?
Gilles Deleuze:
Es
muy peligroso, muy peligroso –la cosa va deprisa. Michaux lo ha dicho todo (a
mi juicio los problemas de drogas y los problemas de alcohol no están tan
separados). Michaux lo ha dicho todo al respecto: llega un momento en el que la
cosa se vuelve muy peligrosa, porque aquí también hay una cresta. Cuando
hablaba de la cresta entre el lenguaje y el silencio, o el lenguaje y la
animalidad – hay una cresta, un desfiladero muy estrecho. Está muy bien beber,
drogarse. Uno puede siempre hacer lo que quiera si ello no le impide trabajar,
si es un excitante; además es normal ofrecer algo del propio cuerpo en sacrificio,
todo un aspecto muy sacrificial. En las
actitudes de beber, de drogarse, ¿por qué uno ofrece su cuerpo en sacrificio?
Sin duda, porque hay algo demasiado fuerte, que uno no podría soportar sin el
alcohol. El problema no es aguantar el alcohol, sino más bien que uno cree que
necesita, que uno cree ver; lo que uno cree experimentar, cree pensar y que
hace que uno experimente la necesidad, para poder soportarlo, para dominarlo,
de una ayuda: alcohol, droga, etc.
Gilles Deleuze:
En efecto, la
frontera es muy sencilla: beber, drogarse, se supone que prácticamente hace
posible algo demasiado fuerte, aunque después haya que pagarlo, ya sabemos
–pero que en todo caso estará ligado a lo siguiente: trabajar, trabajar. Por lo
demás, es evidente que cuando todo se da la vuelta y beber impide trabajar,
cuando la droga se convierte en una manera de no trabajar, estamos ante el
peligro absoluto. Aquello ya no tiene ningún interés, y al mismo tiempo uno se
da cuenta cada vez más de que, mientras que uno consideraba necesarios el
alcohol o la droga, estos no lo son en absoluto, es decir, tal vez haya que
pasar por ahí para darse cuenta de que todo lo que uno creía que podía hacer
gracias a la droga o el alcohol, lo podía hacer sin ellos. Siento mucha
admiración por la manera en que Michaux dice: «ahora, se ha convertido en...
todo esto...». Y lo deja. Lo mío tiene menos mérito, porque yo dejé de beber
por motivos de respiración, de salud, etc. Pero es evidente que hay que dejarlo
o prescindir de ello. La única justificación mínima posible es que ayude a
trabajar, aunque después haya que pagarlo físicamente, pero cuanto más tiempo
continúa uno bebiendo, más piensa que no ayuda a trabajar, así que...
Claire Parnet:
Pero, por una parte,
como Michaux, uno tiene que haberse drogado mucho, haber bebido mucho para
poder prescindir de ello en un estado...
Gilles Deleuze:
Sí
Claire Parnet:
...semejante. Y por
otra parte, tú dices: cuando uno bebe, ello no ha de impedirte trabajar, pero
ello se debe a que uno ha vislumbrado algo que la bebida ayudaba a soportar.
Gilles Deleuze:
Pues sí.
Claire Parnet:
Y ese algo algo es
la vida, y entonces ahí se plantea, evidentemente, la cuestión que tanto te
gusta acerca de los escritores.
Gilles Deleuze:
Sí, es la vida.
Claire Parnet:
¿Es la vida?
Gilles Deleuze:
Hay algo demasiado
fuerte en la vida, no es en absoluto algo necesariamente aterrador, es algo
demasiado fuerte, algo demasiado potente en la vida. Entonces, uno cree de
manera algo estúpida que bebiendo puede ponerse al nivel de aquello más
potente. Si examinas todo el linaje de los estadounidenses, de los grandes
estadounidenses...
Claire Parnet:
De Fitzgerald a...
Gilles Deleuze:
De Fitzgerald a uno
de los que más admiro, Thomas Wolfe. Se trata de toda una serie de alcohólicos,
lo que al mismo tiempo les permite y sin duda les ayuda a percibir algo
demasiado grande para ellos.
Claire Parnet:
Sí, pero, ello se
debe también a que advirtieron algo de la potencia de la vida que no todo el
mundo puede advertir, a que ellos sintieron algo de la potencia de la vida...
Gilles Deleuze:
Eso es.
Evidentemente, no será el alcohol el que te lo hará sentir...
Claire Parnet:
...que había una
potencia de la vida demasiado fuerte para ellos, pero que sólo ellos pueden
advertir.
Gilles Deleuze:
Completamente de
acuerdo, completamente de acuerdo.
Claire Parnet:
¿Y con Lowry sucede
otro tanto?
Gilles Deleuze:
Completamente de
acuerdo, claro, hicieron su obra y, en fin, ¿qué fue el alcohol para ellos?
Bueno, se la jugaron pensando, con razón o sin ella, que aquello les ayudaba.
En mi caso, tengo la impresión de que ello me ayudaba a hacer conceptos –es
curioso–, a hacer conceptos filosóficos. Luego me di cuenta de que ya no me
ayudaba o me ponía en peligro, o de que ya no tenía ganas de trabajar si había
bebido. En ese momento hay que renunciar, vaya. Es así de sencillo.
Claire Parnet:
Y esa es más bien
una tradición estadounidense, porque no se conocen muchos escritores franceses
que confiesen su inclinación por el alcohol, y además cuesta mucho –hay algo
que forma parte de la escritura...
Gilles Deleuze:
Debe haberlo, sí...
Claire Parnet:
... en Estados
Unidos... y el alcohol
Gilles Deleuze:
Sí,
pero los escritores franceses no tienen la misma visión de la escritura. No sé
si los escritores estadounidenses me han marcado tanto –es una cuestión de
visión, se trata de visiones. Aquí se considera que la filosofía, la escritura,
en cierto modo es una cuestión... –la verdad, siendo modesto: ver algo que los
demás no ven. No es ésta, en absoluto, la concepción francesa de la literatura
–eso sí, ten en cuenta que ha habido muchos alcohólicos también en Francia.
Claire Parnet:
Pero en Francia los
alcohólicos dejan más bien de escribir, tienen muchas dificultades, en fin, las
que ya sabemos. Pero tampoco se conocen muchos filósofos que hayan confesado su
inclinación a la bebida.
Gilles Deleuze:
Ah, Verlaine, que
vivía en la rue Nollet, justo al lado de aquí.
Claire Parnet:
Sí, bueno, si
exceptuamos a Rimbaud y a Verlaine
Gilles Deleuze:
A uno se le encoge
el corazón, porque cuando emboco la rue Nollet, me digo: bueno, sin duda éste
era el recorrido de Verlaine para ir al café a beber su absenta; parece que
vivía en un apartamento lastimoso, y ello mientras...
ClaireParnet:
Los
poetas, sí, se tiene mayor constancia de la relación entre los poetas y el
alcohol.
Gilles Deleuze:
Uno de los más
grandes poetas franceses, allí, vagabundeando por la rue Nollet, es una
maravilla...
Claire Parnet:
Al bar de los
amigos...
Gilles Deleuze:
Sí,
sin duda...
Claire Parnet:
En fin, se sabe que
entre los poetas ha habido más etílicos. Bueno, hemos terminado con el alcohol.
Gilles Deleuze:
«B». Sí. Hemos
terminado con la «B». ¿Vamos muy rápido, no?