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domingo, 21 de febrero de 2016

Portrait of someone waiting for a bird. Traducción de León Leiva Gallardo







Hace algunos meses conversaba con León Leiva sobre diversos temas sociopolíticos y literarios, sobre sus novelas y su poesía. Para sorpresa mía, León pasa muy atento de la producción literaria del país y me dijo que había leído parte de mi obra narrativa y poética. Me confesó que lo había impresionado la coincidencia en el uso de la metonimia del hospicio como ambiente físico-psicológico para algunos de sus poemas, y me advirtió que yo estaba condenado a ser poeta. Y pues yo opino lo mismo de él. Mi agradecimiento, respeto y admiración a él. 

He aquí una traducción suya de un poema de Desde el hospicio.

Portrait of someone waiting for a bird


Follow your road
like I follow mine.

Jacques Prévert


I was never moved by the pain of strangers.
Selfish,
I imagined my own portraits as a man accosted by tribulations.
There was something beautiful about being downhearted,
about being indifferent.
What’s kindness?
What’s selfishness?
I was never moved by the pain of strangers.
I saw dreams vanish in the streets
like cold bodies spread on the pavement
or broken-down boxes.
I walked unmoved, drunk,
pondering about being a failure,
waiting for one of them to reclaim my entrails,
my blood,
and then walk away with a smirk on his face, bitter, as I was,
waiting for a bird, a blister,
tears.

Poema "Retrato de quien espera un pájaro".
Gustavo Campos, Desde el Hospicio (2008).
Traducción: León Leiva Gallardo
 

domingo, 19 de mayo de 2013

"El rencor desinteresado": Una lectura de Felipe Rivera Burgos a Desde el hospicio.


Mundos imaginarios, Susana Elena Fernández Ortiz 




El rencor desinteresado

Desde su ópera prima, Habitaciones sordas, Gustavo Campos se ha dedicado a cultivar el odio, el desamparo, el ocio desinteresado con una suerte de brutalidad poética como si viviera en una obra de Aristófanes. Ha seguido la premisa de Rimbaud: “poetas, hagamos todas las muecas”, y su último libro (todavía inédito) es también un gesto, un golpe, un paso furioso entre eso que los otros llaman poesía y la búsqueda genuina de una poética distinta -y distante- que limita con el despropósito, la frase entrecortada, el grito, el murmullo, el ruido, el riesgo de escribir desde la barrera de separación entre el sentido poético y el lenguaje, y Campos ha elegido quedar en el lado de la poesía. Este domingo le regalamos estos poemas de Gustavo Campos, de su libro Desde el hospicio, de próxima publicación, como un gesto que anteponer a los cascabeles y los inagotables villancicos. Hay que aclarar de manera urgente, para aquellos asiduos muy serios de esta sección, que la supuesta desidia e inusitada voz de este joven autor descansa en alusiones felices y que el mismo goza de un excelente buen humor.



Felipe Rivera Burgos
Tegucigalpa, diciembre 2007

Clic para descargar o leer Desde el hospicio


sábado, 1 de octubre de 2011

Poemas de Desde el hospicio en portugués.


Traducidos por el poeta Antonio Miranda,

Director de la Biblioteca de Brasilia, Brasil.



TEXTOS EN ESPAÑOL / TEXTOS EM PORTUGUÊS

De
DESDE EL HOSPICIO
San Pedro Sula, Honduras: Editorial Nagg y Nell, 2008

III

Nadie ama a outro como a sí mismo.
W. Blake

No amo a nadie como a mí misma
y a la humanidad
no puedo retenerla en un espejo.
Cuánto me repugnan los poetas,
tan inocentes; creen inventarme,
creen que me ocultan,
que me salvan.


Eremita

De los versos hice mi família,
con ellos conviví, a ellos insulté.
Tan áspera ternura despertaron.
Reímos. Cuántas heridas nos disimulamos.


En una calle

Me encontraron en una calle
con una lluvia dentro de un libro.
Me encontraron em la calle
en una habitación en forma de libro.


VI

En tu sombra no hay puerta.
Tuve suerte al dejarme a tiempo.
Me deseé abismo. Muerto.
Trabajé la pestilência. Los pájaros perversos.
Trabajé la aurora y la disperse: blasfemo niebla.
Pude desafiarme. Supe que debía morir
y me alejé como octubre.
Fui avaro con la vida, con el amor, con la sombra.


No hay viento aquí, ni manos ni rostro.
(Segunda versión)

El viento me había comido
pare de la cara y las manos.

Alejandra Pizarnik

No hay viento aquí, ni manos ni rostro.
Con un suspiro se borra el cuerpo.
Y me lloran como se llora a um cadáver al que no quieren
arrancar de su sombra.

=====================================================================

TEXTOS EM PORTUGUÊS
Tradução de Antonio Miranda

III

Ninguém ama a outro como a si mesmo.
William Blake

Não amo ninguém como a mesma
e à humanidade
não posso detê-la num espelho.
Como me repugnam os poetas,
tão inocentes; crêem inventar-me,
crêem que me ocultam,
que me sonham.


Eremita


Como versos fiz minha família,
com eles convivi, insultei-os.
Tão áspera ternura despertam.
Rimos. Quantas feridas dissimulamos.


Numa rua

Me encontraram numa rua
com uma chuva dentro de um livro.
Me encontraram na rua
na habitação em forma de livro.


VI

Em tua sombra não tem porta.
Tive tempo ao deixar-me a tempo.
Me desejei abismo. Morto.
Trabalhei a aurora e dispersei: blasfemou névoa.
Pode desafiar-me. Soube que devia morrer
e me afastei como outubro.
Fui avaro com a vida, com o amor, com a sombra.


Aqui não tem vento, nem mãos nem rosto
(Segunda versão)

El viento me había comido
parte de la cara y las manos

Alejandra Pizarnik

Aqui não tem vento, nem mãos nem rosto.
Com um suspiro apaga-se o corpo.
Choram por mim como se chora um cadáver que não querem
arrancar de sua sombra.


XIII


Obrigam-me a viver.

Página publicada em setembro de 2009


fuente: www.antoniomiranda.com.br

lunes, 13 de diciembre de 2010

Desde el hospicio. 2008.

Ejemplares de Desde el hospicio sobre una mesa
durante la presentación del libro (Foto de Armando García, ed.)

Por Gustavo Campos
Digamos que presento Desde el hospicio en Librería Liser por lealtad. Bukowski la tuvo con su editorial Black Sparrow Press por haberle dado la oportunidad de dedicarse a escribir a tiempo completo (comenzaré a hacerle esos reclamos a mi editor de Nagg y Nell, a ver si consigo dedicarme de lleno a la literatura), pero también digamos que es otra razón más sencilla, hasta podría sonar ridícula: aquí hablé de Desde el hospicio en el año 2005 en la presentación de mi primer libro, Habitaciones sordas. Entonces oponía un libro al otro; Desde el hospicio era más ambicioso, más cercano a mi concepción de ese año, y no como Habitaciones sordas que debió ser publicado en el 2004 y la Editorial Letra Negra de Guatemala lo tuvo en lista de espera durante un año, y que ya comenzaba a mostrar sus gazapos y debilidades estilísticas. Tampoco puedo reprochárselos, ellos creyeron en el libro, lo publicaron, lo publicitaron y lo vendieron. Digamos, también, que escogí de nuevo esta librería para cerrar el ciclo que comenzó acá.

No hablaré entonces de mis juicios emitidos en aquella presentación; sin duda lo hice por respeto a los lectores y a mí mismo, o quizás porque no quería que nadie me pusiera al tanto de algo que yo ya sabía. Hay otro aspecto importante, y es sobre mi personalidad, que se aburre tan pronto de cada nuevo descubrimiento estético y artístico nomás descubierto. Tienen fecha de caducidad en Gustavo Campos. Y no es que mi concepción de arte cambie sino que va renovándose y ampliándose. Hay ocasiones en donde mis parámetros de escritura son tan altos que me hacen renegar constantemente de lo que he escrito. Pero tiene un beneficio, no sólo el hecho de ser autodestructivo sino también autocrítico. Y la madurez me viene condicionada. Siempre una etapa artística comiéndose a la anterior. Pienso que los libros deberían publicarse en la fecha precisa y no dejarlos pasar años en alguna gaveta; y si no sirven, no deberían publicarse.

Yo nunca he entendido la escritura como un oficio, de alguna manera sí, porque sino estaría contradiciéndome sobre Bukowski; si es oficio, que sea personal, no impuesto. Y éste es un dilema baudelariano: o trabajás o te regís por los placeres, tenés que escoger entre los únicos dos medios para escapar de esa pesadilla que es la idea y sensación de tiempo. Y quienes me conocen saben a cuál me inclino por vocación, sin embargo, como algunos sabrán, en el último año he renunciado –me gusta más decir que ando de espía en el mundo laboral- a mi vocación. O al menos las he mantenido a ambas como las bodas de Blake: cielo e infierno. Sí, el placer nos desgasta y el trabajo nos fortalece, pero existe algo más en esa superficial apreciación: sí, al trabajar uno aumenta recursos y al vivir los gasta, pero el trabajo responde a la preocupación del mañana y el placer, al del instante. Y esto es la base de la poesía de Baudelaire y de la poesía misma: vivir, leer, escribir: libertad.

Y mi voluntad fue suplantada por una voluntad ajena: leer compulsivamente, pero por placer, leer escritores que te gustan y que andan en la onda tuya, que se enferman de literatura como vos, que andan de ladrones en infiernos clandestinos robando bellezas literarias. Y Desde el hospicio nació así, por obsesiones e insomnios. Pero estando en esas se me cayó la venda, y vi a la poesía tan jactanciosa y cínica, tan burlista y puta, y al pobre creador torpe y esperanzado, creyente y adorador de esa bestia. Y bien, algo pasa acá, me dije. No es posible que uno se arrodille ante el arte o ante la poesía misma, ante la santísima poesía de Calcuta. Por una parte estaban mis escritores preferidos, por otra parte, la poesía. Opuse ambas cosas. Dialogaron. Posiblemente se mataron en su acto de amor-odio. ¿Y cuáles eran -o son- mis escritores favoritos? Aquellos que, como yo, no se adaptan a moldes y no siguen las normativas de la academia en la escritura; yo mismo estoy contra la escritura en algún arrebato artudiano, pero contra aquella que se define a través de gustos dominantes por la crítica establecida, aquella que nace en la vida feliz del compadrazgo hipócrita, que margina a quienes atentan contra el canon y dificultan la historización de la literatura ya clasificada y lista para empacar en su molde y venderse según su discurso publicitario, filantrópico y moralizante.

Pero hay otro aspecto que complementa lo dicho, es desde dónde leer. Las lecturas son tendenciosas, y aquí las lecturas materialistas son las que han imperado, y si son materialistas son moralizantes. No se puede leer a un autor sino desde su estética. Aquí en Honduras fueron marginados muchos escritores, pero esto es comprensible por la falta de perspectiva histórica, por la cercanía en el tiempo y las necesidades propias de un pueblo, que no es el arte, y menos la escritura. (Léase el prólogo de Jenaro Talens a Un agujero llamado nevermore). Y me dediqué -y aún lo hago- a defender y a recomendar escritores que no gozan de la simpatía de escritores nacionales y menos de la crítica especializada, esos que acentúan el valor del rechazo y que “son capaces de contorsionar su alma hasta el extremo de sí mismos”, esos que se han amado hasta el límite, hasta condenarse, consiguiendo su plenitud. Los cautos, como dijo mi amigo Giovanni, jamás me han atraído. Y hay que desconfiar de ellos. Escritores de la crueldad deben ser leídos, escritores amorales, que hacen arte amoral, arte de la maldad, arte arte.

Sartre tiene una interesante apreciación respecto a la maldad: “Hacer el mal por el mal es exactamente hacer expresamente lo contrario de aquello que se continúa considerando Bien. El escritor debe elegir equivocarse infinitamente, para que su libertad sea vertiginosa.”
No es arte del mal por ser malo, es arte y su escenario la maldad y todas las miserias humanas. Es la naturaleza humana, maldad y bondad, amor y odio. “La crueldad tiene corazón humano, y la envidia humano rostro”.

Y Desde el hospicio puede ser todo eso. Lo más seguro es que no, ni tampoco Bajo el árbol de Madeleine, mi tercer libro de poesía. Pero es un intento. Ojalá desde la tumba a algún escritor homenajeado en mis poemas se le dibuje una sonrisa inexistente, invisible.

Esos tres libros junto al relato Los inacabados reflejan mi vida, mis lecturas, mis obsesiones, mi propuesta de esa primera juventud que terminó lautremonianamente a los 23 años, en enero del año pasado. En el futuro me esperan las carcajadas y los escritos para reír por ratos.


Texto leído por su autor en la presentación de su libro Desde el hospicio en la Librería Liser de
San Pedro Sula en una fecha indeterminada de agosto de 2008.

sábado, 8 de mayo de 2010

Selección de poemas de "Desde el hospicio"

Torre de Babel. Pieter Brueghel



Desde el hospicio

Me alimento de poetas
que fracasaron en su vida,
de aquellos que prefieren un verso
a los labios de la mujer que aman.

De los que construyeron a la orilla del mar la fe,
como de la soledad su tumba. De aquellos a los que no dije:
las esperanzas son un laberinto disfrazado de atajo.

De a quienes les soplé una órbita de tristezas
y quedaron atrapados
en el centro del misterio, como dentro de un remolino.
De esos me alimento.

Soy bestia: lanzo pecados.
Derribé gigantes en la era de David.
Convertí en monstruos los molinos
y las piedras en pan.

Soy el sol que entra en los humanos,
y después, cuando ha recorrido su cielo,
les deja un monstruo por ocaso.

Escojo, al azar, poetas
y los convierto en tristes o exultantes.

Me alimento de poetas
porque ellos creyeron que me hacían cuando sólo fueron mi reflejo.


III

Nadie ama a otro como a sí mismo.
W. Blake

No amo a nadie como a mí misma
y a la humanidad
no puedo retenerla en un espejo.
Cuánto me repugnan los poetas,
tan inocentes; creen inventarme,
creen que me ocultan,
que me salvan.



Retrato de quien espera un pájaro

Seguid vuestro camino
como yo sigo el mío.
Jacques Prévert

Nunca me conmovió el dolor de un desconocido.
Egoístamente
hice mis retratos de hombre atribulado;
había algo bello en desanimarme,
en ignorar,
¿pero qué es el bien?
¿cuál el egoísmo?
Nunca me conmovió el dolor de un desconocido.
Vi sueños borrándose en las calles, como pavimento cubierto
de tendidos cuerpos fríos y
destruidas cajas.
Caminé sin inmutarme, borracho,
pensando en mis fracasos,
esperando que uno de ellos reclamara mis entrañas,
mi sangre,
y se fuera sonriendo, amargo, como yo,
a esperar un pájaro, una llaga,
un llanto.



Balada a los pobres

Siempre tuve cuidado de no tropezar con un herido sollozante,
o que un marginal –cuánto me gusta este adjetivo- me pidiera ayuda.
Pero yo jamás lo ayudaría
o escribiría algo así como una balada a los pobres…
En un ángulo de la vida lo más importante es ignorarnos
y no debe culpársenos ni llamársenos insensibles.



XXI

El animal muerto transpira voces crece voces crece.


¿Habrá otra oportunidad para el brillo de unos ojos?

A Chío

La última vez que les hablé
sería la última;
y no lo fue.
Fue devorado el cadáver de la alegría
por aves rapaces.

Esperé otra oportunidad,
una última vez para hablarles,
y como león seguí el rastro de sus pasos.
Fue herida el alba.
Y camino al manicomio, una tarde,
cuando el corazón de un sauce es un rayo,
hablamos por última muerte,
por instinto, frustración,
el lenguaje de la noche
en los jardines cerrados
donde nadie dejará la muerte.
Pregunto: ¿habrá otra oportunidad,
una última, para el brillo de unos ojos?


Confesiones de un pirómano

Me prendí fuego.
Mis vivencias se escribieron.
Dije adiós, adiós…

Pagué por ser besado. Tantas veces.
He envejecido. ¿Es necesario decir algo más? ¿Explicarlo?
Si tan sólo fuera libre, maligno pero libre, frío pero libre, alegre pero libre, triste pero libre.

Con rocas en las manos puede ser.
Espero una voz, una voz que me elogie.
Espero una mujer, una mujer que me bese.
Coleccioné alas de cuervos como periódicos.
¿Hay algo más importarte que arder?

No sé qué sucederé.
Hay un roble en la calle.
Yo saltaría el muro. Inspeccionaría yeguas viejas.
Las estrellas me enseñan los colmillos, sacan las garras.
Saber que pude ser más que mi remordimiento…

Él siguió fumando
como si el humo dibujara en él una aureola o unas alas frágiles al viento.



Plegaria

Tráeme cuadros bellos…
la noche es una tranca
un cenicero
un tímido asesino gozoso de borrar sus cuerpos.


Los mismos robles viejos

A mi lumía

¿A quién amo cuando estoy solo?
¿Cuando no amo?
¿A quién amo con mis ropas blancas
y muerto de miedo?
¿O cuando mi rostro
es el tiempo y mi culpa y un destino ya borrado?
¿A quién, cuando la nada me ha prometido
la certeza de un no-mañana?
¿Cuando mi esperanza de no ser sur
y alimentar gaviotas es devorada por azares
y en mis ojos los mismos robles viejos
son habitados sólo por la medianoche?
¿Quién me ama?
¿Quién, si he perdido el brillo en mis ojos
y la lluvia cae muerta
y mi expresión es una ciénaga?
¿En qué infinitas piernas
me encontraré,
agonizando en lo profundo
de una vieja destrucción?
Porque esa es mi realidad: la desgracia, la autodestrucción.


Infierno blanco

Mi rostro es un bosque lejano
a él llegan pájaros…
y a través de la ventana de una torre
miro
por la sed
la misma sed de alba
como quien va en río o naciendo como árbol
como quien viene con rostro de hojas de un bosque lejano
río va y río viene pronunciándose
en alucinaciones como único descanso o simplemente
fruto del horror de ser buscado
descubriendo el camino
de un día o de una noche
de cuervos zorzales…
cualquier espejo árbol agua o pájaro


Envenenada también

Con todo ese veneno en el cuerpo.
C. Pavese

Con todo ese veneno en el cuerpo
no me dirán que me falta invernar aliento.

El león humedecerá mi corazón
y su náusea, como la de la naturaleza, lo despreciará.

La sangre, silenciosa desesperada,
gritará, la locura irá sedándola.
Un abismo desdichado, el mundo interno.

Bajo la lluvia, la sed de la sombra pudre el alba.
Las esperanzas acostumbran llegar tarde.

La muerte lamentará, envenenada también,
los versos que no escribiré y en los que ella no será la amada.


Extranjera



A una muchacha que supo todo Dante de memoria
W. B. Yeats

Una muchacha que supo todo Dante de memoria
camina del parque al cementerio
y va atenta por las calles,
con su cuello alto mira a todos lados.

Con eterna dulzura y destellos de ironía
llegó al alba,
con cuánta entrega no amó esta tierra.

La había esperado, tan angustioso, que
creí llegar a ella como el galés por los bares del Greenwich Village,
pero ella
llegó armoniosa
y cruzó las piernas en el más simbolista glamour de todo tiempo
y entregó una sonrisa a mi sombrío rostro.

Por ella voy de una página a otra, de verso en verso.
Peleamos para sobrevivir en epístolas electrónicas.
La poesía no me salvó, sino su admiración por la poesía.

Sigue caminando en los más tristes veranos,
en inviernos que juegan a treparla;
con el delicado arco de sus pies de mármol camina la desesperanza.

Por más libre que fuera el adiós, no quiso alejarse.

A ella le está permitido,
no a la poesía, seguir en la memoria de los hombres.

Cómo no amar sus momentos de alegre dulzura y de histérica.

La tristeza será dibujarla con el miedo, con la frialdad de la melancolía,
gritarla con el caos por pregunta
y la crueldad por respuesta.

Antes que un gallo desgarre la madrugada
la tendré en mis lágrimas.



Amarte lejos, mejor no amarte

Entrará el mar lentamente en tus venas,
droga, ave rapaz, suicidio lento…

Alfonso Costafreda

Dejo al humilde cuervo atardecer no tan lejos del árbol.
Dejo que mi miedo sondee insomne el ahogo
y se sacie hasta doler su sombra.

Los días son troncos a la puesta del sol.


Quimera en el hospicio

Amigos, recordadme, y no sólo entre risas,
pues viví entre vosotros y un día me quisisteis.

Attila József

Desde el aroma del café huelo la esperanza.
Nunca sale, amigos.

Algún día volveré: almuerzo espaguetis con ustedes
y el jazz vence el miedo a que alguien rompa más los vidrios
que me hirieron, que dejé escondidos al pie del árbol.

Algún día, si sobrevivo a este ocaso,
podré estar sobre una silla, como aquellos zapatos,
dejando a las pláticas reanudar nuestro afecto.

Después de la taza de café
me queda la ventana; veo hombres acorralados,
algunos por nostalgias, otros por demencia,
arbustos y jardines acorralados
por jardineros de sombras, mientras exijo
una granita que sí me traiga los recuerdos y rostros
y no una esperanza.


Regreso

Viene un hombre de la tumba con una piedra.
Algo trama.
Viene una piedra de la tumba con polvo.
Algo trama.
Viene el polvo de la tumba tan solo.
Algo traman.


VIII

Del mar y de la mosca pregúntate,
porque siempre tienes fe
y envidias los zorzales.

Sólo las golondrinas te siguen,
te alcanzan.
Pregúntate, porque necesitamos un pantano,
¿por qué los pájaros se arrancan las plumas sobre el roble?


XXIV

Caes muerta como la lluvia,
pero hasta el más odiado sol
te levanta,
dándote asilo en tu antigua casa.

Caerán en el lago donde flotan pájaros muertos.
Hora de hojas de árbol en época de tormenta.


VI

En tu sombra no hay puerta.
Tuve suerte al dejarme a tiempo.
Me deseé abismo. Muerto.
Trabajé la pestilencia. Los pájaros perversos.
Trabajé la aurora y la dispersé: blasfemó niebla.
Pude desafiarme. Supe que debía morir
y me alejé como octubre.
Fui avaro con la vida, con el amor, con la sombra.




Gustavo Campos: Que no baste nada, ni la poesía, ni la absurda literatura de todos los días





Por Jorge Martínez Mejía


Todo lo que no es literatura se encuentra en cualquier calle. Sólo


las confesiones diarias del hombre son literatura.


Sonofelet



Recién cumplidos sus veintitrés años, Gustavo Campos cierra su ciclo con la poesía declarando que ha quedado literalmente mudo. Probablemente muchos pensarán que se trata de una pose literaria, muy acostumbrada en nuestros días; sin embargo yo soy testigo de su imposibilidad actual, no de su falta de capacidad contemplativa, sino de su tedio, de su desidia con la literatura.


Hubo un tiempo distinto, un extraordinario fervor, un éxtasis literario en el que Gustavo Campos se confundía entre su misma producción. Fue el tiempo en que vivió en sus Habitaciones sordas y construyó Desde el hospicio, un mundo de correspondencias, una inmensa galería en la que tuvo la fortuna de estar frente a sus ídolos literarios en un tête-à-tête. Desde el hospicio fue ese inhóspito edificio siquiátrico en donde la poesía se alimenta de los poetas en un festín demoníaco. Su voz fue entonces tan fluida hasta la enajenación. No hubo sacrificio de palabras ni ceremonias vanas, ni metáforas válidas. Sus construcciones dejaron de ser “naturalmente literarias” para convertirse en un fluir de miradas y ecos casi sin sentido, resonancia de otras voces poéticas entre las que retumban las voces perdidas de Ezra Pound, Hölderlin, Pizarnik, Leopoldo M. Panero, Vallejo, Artaud, Oliverio Girondo, Allen Ginsberg, Beckett, el Marqués de Sade, Dylan Thomas, etc., etc., etc., etc.


Cierta enfermedad se apoderó de sus huesos y sus horas durante los años 2005 y 2006, “una obsesiva intención de encontrarse a sí mismo, de buscarse en la sombra teñida de empellones contra las paredes” [1]. Un pesimista atroz, totalmente náufrago, sonámbulo, con un destino cifrado en la poesía, hizo de cada uno de sus instantes un objet d’art, pequeñas construcciones poéticas de enorme aliento. Entonces decía: “No escribo un poema por sufrimiento, sino para sufrir… para darme fin…”. Trasnochado, ebrio y sin embargo lúcido en el ambiente demencial de sus sórdidas habitaciones, fue construyendo simultáneamente en el hospicio Bajo el árbol de Madeleine, ya sumergido con todas sus palabras en la misión de darle fin a la cordura. Entregado al alcohol, pergeñando lecturas inconexas, pero trazadas en su fantasía para descifrar el caos del lenguaje, y no obstante empecinado en encontrar una manera auténtica de vivir su propia vida, libre de la fatua imbecilidad circundante, la mediocridad y el abuso de cánones desteñidos y obtusos, concluye su pequeño y descomunal esfuerzo sólo para quedarse mudo. Y lo ha logrado. No se ha podido ver reflejado a sí mismo en lo que ha escrito, pero se ha encontrado: él es la voz de la poesía. “De antemano estuvo condenado al hospicio/ sin prometerse talento ni locura, / pero el zapato siempre iba a estar sobre la silla o en la mano”.


Gustavo Campos nació en San Pedro Sula en 1984 en una familia humilde y esforzada, signada por la fatalidad del suicidio de su padre, en un barrio de la clase media sampedrana. Un permanente sentido de lo trágico y el afán de proteger a los suyos aun desde la impotencia, le hizo desarrollar una personalidad taciturna, sentido de tristeza y soledad. En sus tres poemarios podremos encontrar entonces esa intención de buceo en sus propias fantasías y terrores, la inminencia del suicidio como un fantasma acechante:



“Nos obligaron a vivir


jamás me dejaron seguir


ya vendrá el milagro, dijeron


y la angustia fue el milagro


nos obligaron a vivir…”


“…no escogimos las pesadillas


el exilio


errar eternamente solos


las convulsiones


o delirios


ni inventar un nuevo diálogo


nos obligaron a vivir


quienes nos obligaron a morir”.



Con Bajo el árbol de Madeleine Gustavo Campos concluye un ciclo en su producción literaria, se cierra la puerta que abrió en la literatura, una creación oscura, enferma y demencial. Un ciclo de una producción muy importante para las letras hondureñas. En la actualidad Gustavo Campos se dedica al estudio de la literatura y al trabajo cultural con la Dirección Regional de Cultura, Artes y Deportes. Ha publicado fragmentos de su obra en suplementos literarios y revistas del país, ha concedido entrevistas y se perfila como una de las voces poéticas de mayor resonancia. Tal vez el milagro que lo hizo enmudecer, de igual manera le devuelva su voz, si no, con este último libro tendremos suficiente.



Gustavo ríe, con una risa torva, entrecortada.



San Pedro Sula, 4 de febrero de 2008.



Nota: Prólogo a Desde el hospicio (Editorial Nagg y Nell. 2008)


[1] Jorge Martínez Mejía, "La enferma y bella poesía de Gustavo Campos".


San Pedro Sula (2005).


De prólogos pilatos y experiencias lectoras


Por Gustavo Campos

Sabiduría y rebelión: dos venenos.

E. M. Cioran

Cuando publiqué Habitaciones sordas, mi primer libro de poemas, decidí no incluir comentarios elogiosos de algún oráculo del patio como respaldo -existen también los prólogos inocentes y lisonjeros-, a los que ya estamos acostumbrados en el medio. También me abstuve de pedirle a mis amigos tan deshonroso favor, la palmadita en la espalda a lo Pilatos podía obviarse. Sin embargo, las políticas editoriales en donde lo publiqué lo exigían, ello los obligó a elaborarlo. Como bien es sabido en el medio, un prólogo debe ser una invitación seductora, un anzuelo de lisonjas que pesque –time- al lector. De esto tenemos harto conocimiento los lectores.

Ahora, 3 años después, con mis principios manteniéndose firmes, decido incluir un comentario de mi amigo y compañero Poeta del Grado Cero: Yorch Martínez, de quien admiro su entusiasmo y jovialidad, quien siempre me ha parecido un auténtico juglar, creador de uno de los poemarios más trascendentes escritos en Honduras en la última década, Las Causas Perdidas, de futura publicación.

Estas líneas que me atrevo a escribir las considero forzosas para aclarar cómo ha sido y es mi relación con la literatura.

A continuación un breve paseo por Desde el hospicio, libro que espera hospedarlos: antes de la aparición de Habitaciones sordas tenía bosquejado básicamente todo el presente poemario, razón por la cual me desanimé tan pronto de mi debut literario, mismo que no quise publicar: mi ambición era mayor y mi autocrítica seguía elevándose cual Ícaro. Con Desde el hospicio creí tener ante mí un mundo de habitaciones, un sinfín de experiencias vividas intensamente, como intensas fueron mis lecturas. Un laberinto en donde desfilaban aquellos “espíritus agrietados”, como dijera Cioran acerca de los artistas sufrientes, y que, como escribió Stevenson, cargaban con un destino difícilmente sacudible de sus hombros.

Aún recuerdo los poetas que fueron importantes en su concepción. Artaud, Fijman, Hölderlin, Pound, Ginsberg y Thomas fueron algunos de los contribuyentes. Y así fue que comencé un “canto de la desesperación”, a manera de “arco de tiempo”, como la idea que a Pound siempre lo posesionó.

(Aprovecho la ocasión y el espacio para confesar mi admiración por la “torre trunca” de Edilberto Cardona Bulnes y ese “sabor a exilio” de Nelson Merren, ambos poetas hondureños.)

Curiosamente siempre me enternecieron los escritores sin “fórmula de salvación”, aquellos de una estirpe luciferina, transgresores, “acróbatas capaces de contorsionarse en el punto extremo de sí mismos, y que nos invitan a sus peligros (1)”; inventores de límites, y transgresores de ellos. Pienso en un Rimbaud y en un Bukowski. Admiración mía similar a la de Bolaño por su buen amigo Mario Santiago Papasquiaro o por Leopoldo María Panero. En ese entonces tendía a mitificarlos.

Una imagen o una obsesión eran constantes en mí obligándome a dedicarme a una vocación que hasta entonces la creía auténtica, y que sin duda lo fue en su tiempo: los tres árboles de Desnos multiplicándose y conformando un bosque. Cada árbol en lugar de hojas y frutos tenían rostros derruidos por el tiempo. Entre esos árboles aparecían muchos caminos y un tigre los iluminaba. “Tiger, tiger, burning bright”. Cada camino era una senda de Frost, y ésta una "idea superior del honor humano". La savia de los árboles era un río subterráneo que para ese entonces lo creía el Aqueronte. Esa imagen desde una perspectiva superior me remitía a una rosa, que al más leve parpadeo se convertía en laberinto, en el siguiente parpadeo en una rosa. Entre cada pliegue del alma de la rosa veía una habitación sorda, cada pétalo constituía un muro. Me dejaba llevar por la música del último acorde de una flauta…

Siempre consideré la escritura como una obligación, una condena, un castigo impuesto, por ratos desdeñable, por ratos respetable e interesante, albergue al fin y al cabo. Estos antinómicos aspectos rigieron mi vida, desesperándola.

Escribir fue mi forma de amar, mi única forma de amar. El sol del amor en esa época no brillaba para mí. Ciego me entregué por completo a no declinar de una vocación vital y compulsiva, nada más podía hacer, lo creí obcecado y resignado, como un desterrado de la vida ordinaria. Algo romántico me lancé y fui desvaneciéndome en letras. No me importaba nada más. Para crear, me decía, tenés que sacrificarte. No debe haber nada más que la literatura. Me tomé muy en serio, pero al final pude desvincularme de tal solemnidad. Y escribí sobre lo mismo, y reescribí. Me volví un explorador de mis angustias y obsesiones. Debía ser sólo un instrumento. Ser mi proyecto.

Habitaciones sordas fue mi primer escalón, mi primer imperfecto escalón del cual renegué en su presentación hace un par de años, pero que, a pesar de esta antipatía que me causa, reconozco en él la fuerza devastadora de quien ha regresado del “jardín de la muerte con algunas bellezas literarias”, pocas, pero necesarias para mi formación.

Hoy que publico Desde el hospicio, lo hago por una razón: creí en él cuando lo concebí y le pertenece a ese momento, no al actual, donde la literatura me aburre, donde toda pose “intelectualoide” me parece patética, y lo confieso aunque esto moleste a mis amigos y a uno que otro idílico autor serio.

Me pregunto, ¿para qué llenar de palabras este mundo? Escribir, escribir… “¡pura paja!” (2). Trato de encontrarle sentido a la escritura -en la lectura aún hay deleites-. Me he agotado. Ya coseché el huerto sombrío que me fue dado. La poesía ha sido derrocada. Me esfuerzo por encontrarle sentido al por qué de la creación. Las puertas se me cierran en cada verso. Cada verso es su pomo y su misma tapa. Me enamoré quizás de una imagen: simular ser creador. Desde pequeño hasta hoy mi personalidad fue conflictiva y por mi naturaleza rebelde y de cíclicos hartazgos incluso han llegado a tildarme de “poeta maldito”, que es una mentira. Es mi naturaleza estar siempre contra mí, no lo niego. Y al rato hasta poso pozo poco como…

Ortega y Gasset le dijo en una ocasión a Octavio Paz que dejara de escribir tonteras, que la literatura estaba muerta, que se dedicara al pensamiento. Esta idea puede ser complementada con ensayos de Gombrowicz, Emilio Pacheco, Sonofelet y Cioran.

Puedo jactarme –sonriendo-, al menos, que dejé mi vida en la escritura hasta deshacerme de mí. Hasta deshacerme de mi supuesta vocación. Y precipité mi lenguaje a su abismo, para que no quedara nada: ni intenciones futuras. Fui devastador. Escribí para dejar de escribir, por obsesión, por compulsión, no sabía hacer nada más. Renuncié a esta quimera a mis 23 años. Ha pasado un año –hoy tengo 24- y me niego a escribir algo más, a pesar de algunos reclamos de amigos y de la mendicidad de mi espíritu. Renuncié quizás por decepción más que por aburrimiento, me enamoré tanto del arte que esperaba más de él, o más de mí, creo que la segunda es la más acertada, y cuando me di cuenta que no lo conseguiría, decidí no seguir engañándome ni engañando a nadie más. Que otros se dediquen a hacerlo. Pero dejo a quien quiera leer Desde el hospicio. Le pertenece a esa etapa de creyente inveterado. Este libro junto con Bajo el árbol de Madeleine son mi último engaño.

San Pedro Sula, febrero de 2008.

Notas

1 E. M. Cioran, La tentación de existir.

2 Expresión frecuentísima de “chupe Tito” para desacreditar y desarmar cualquier farsa ya sea oral o escrita. Es hijo de mi buen amigo Mario y tiene 5 añitos de edad. A él le debo tal enseñanza.