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miércoles, 13 de junio de 2018

9 Reseñas sobre "El libro perdido de Eduardo Ilussio Hocquetot"





En un país signado por la corrupción, la violencia, la pobreza, la misoginia, la homofobia y la estupidez sin límites de quienes nos desgobiernan, reírse es un imperativo para seguir viviendo. Y por eso quiero apuntar la que, en mi opinión, es la primera cualidad de este libro, y a la vez uno de sus ejes transversales: el humor. El autor se ríe y nos hace reír de él mismo, de las vicisitudes de su alter ego, el «famoso» escritor Eduardo Ilussio, y del hecho —mejor dicho, la ilusión— de querer ser escritor y vivir como tal en un país donde la sensibilidad se considera un defecto.
María Eugenia Ramos (Honduras)
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El libro perdido de Eduardo Ilussio Hocquetot, que mereció el premio Centroamericano de Novela Corta 2016, es una obra metaliteraria e inclasificable, con muestras de un paradójico sentido de humor.
Jorge Ávalos (El Salvador)
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Con El libro perdido de Eduardo Ilussio Hocquetot Gustavo Campos, de impecable y concisa prosa, ha puesto por escrito el discurrir de su conciencia, subterfugio donde perece persona, autor y personaje, donde lo único que pervive es una confabulación de citas y alusiones. Hocquetot, un escritor de hambres, una suerte de hungerkünstler, nunca llega a escapar de la voracidad literaria que lo tiene confinado. ¿Acaso Campos ha cometido suicidio metaliterario?
León Leiva Gallardo (Honduras)
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Gustavo Campos es un escritor multifacético (narrador, poeta, ensayista, periodista, crítico literario) que nació en 1984 en la ciudad de San Pedro Sula. El Premio Cervantes Sergio Ramírez lo incluyó en un par de antologías como uno de los máximos exponentes de la literatura centroamericana y del caribe en la actualidad y el escritor y crítico literario Jorge Carrión (finalista Premio Anagrama de Ensayo) lo incluyó en el 2010 en un listado de 50 autores de América Latina y España que a su juicio consideraba como los más representativos de la producción literaria joven de la lengua en nuestra época. Dentro de su selecto grupo desfilan nombres importantes de la literatura actual: Elvira Navarro, Santiago Roncagliolo, Rodrigo Hasbun, Alejandro Zambra, Lucía Puenzo, Andrés Neuman, entre otros, y Campos entre ellos. El libro perdido de Eduardo Ilussio Hocquetot viene a confirmar lo que antes habían descubierto los dos escritores de talla universal citados anteriormente. A mí gusto, el mejor escritor joven de Honduras.
Kalton Harold Bruhl (Honduras)
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Encuentro en El libro perdido de Eduardo Ilussio Hocquetot un mejor manejo del idioma, el despliegue de un lenguaje más trabajado, con mayor aplomo y seguridad en sí mismo. Y es esa seguridad la que permite hacer acopio de la vena lúdica, del constante juego e incluso de las provocaciones al lector. Se parte de la premisa de que quien carece de esa confianza en sí mismo y de esas certezas personales difícilmente se arriesga a embarcarse en el tono juguetón y burlón como el que campea en el presente texto.
Con todo, en ese afán de experimentar e innovar hay, en mi opinión, en esta osada colección de pastiches extravagancias como ese “Millón de átomos de grosor”. Las ilustraciones con los planos y ratones me parecen simpáticas en el empeño (muy buscado) de sorprender al lector y de escapar de lo trillado. Con todo, pese a (gracias a) al carácter heterodoxo de la “colcha de retazos”, el libro, lejos de naufragar, navega bien y resulta de lectura grata...
Hernán Antonio Bermúdez
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El libro perdido de Eduardo Ilussio Hocquetot es una obra insólita en la literatura hondureña: es como una miscelánea que salta del cuento al diario, del diario al poema, del poema al fragmento que resulta imposible clasificar, pero incluso al entrar en esos territorios de la escritura no lo hace de la manera acostumbrada. Hocquetot es “una sucesión, un gesto, pero jamás una novela”, se nos advierte al comienzo del texto. Tampoco es una novela porque Gustavo Campos busca escribir algo más que una novela. La descripción del mundo caótico que rodea a Campos da la impresión de ser también caótica y va saltando de género en género, pero el caos se nos revela como un acto premeditado del autor: Hocquetot se muerde la cola y el final se convierte en el principio, cuando la primera página, en la que Campos nos propone su lectura del libro, muestra su verdadera importancia solo al terminar de leerlo y volver al comienzo. Campos alcanza con Hocquetot una meta que parece imposible: escribir un libro en perpetua transformación.
Dennis Arita (Honduras)
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Estamos ante un reto escritural y lingüístico; lo que implica un reto para el lector.  T.S. Eliot llamaba hipocryte lecteur a aquel que quizás no escudriñaba o no llegaba a lo medular de lo literario. No le dé el gusto a Eliot y conviértase en un auténtico lector en El libro perdido de Eduardo Illusio Hocquetot
Javier Alvarado (Panamá)
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En Gustavo Campos los repuntes lúdicos encuentran sus realizaciones más logradas en los juegos literarios. Las repetidas menciones de autores y de obras, las continuas citas, los juegos de palabras, de estilos, de tramas, etc., en mezcla heteróclita con referencias comparables a la música, la fotografía, el cine etc., hacen de los textos órbitas de remitencias de intertextualidad literaria y multimedial. Podría decirse que en las narraciones de este autor, los contextos locales inmediatos quedan absorbidos dentro de esa especie de juegos de mundos posibles que habilita la ficción. 
Hector Leyva (Honduras)

Campos nos propone una escritura de posibilidades ilimitadas, donde una historia se escribe y se cuestiona, se redacta y se corrige. Todo bajo la figura literaria de la “puesta en abismo”, en la que una historia vive dentro de otra como una caja china hasta el infinito; una técnica harto cultivada por autores latinoamericanos como Jorge Luis Borges, Macedonio Fernández, Juan José Saer o Sergio Pitol.
Albany Flores Garca
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Biobibliografías de los reseñistas. 

María Eugenia Ramos

(Tegucigalpa, Honduras, 1959)
Estudió periodismo y literatura en la Universidad Nacional Autónoma de Honduras, aunque por decisión propia no tiene un título formal. Ha ejercido los oficios de la edición, la comunicación social y la educación aplicando metodologías alternativas.

Obra publicada
La niña que nació para ser poeta: Clementina Suárez (Editorial Guaymuras, Tegucigalpa, 2018) y La maestra Choncita (Editorial Guaymuras, 2017), biografías adaptadas para niñas y niños de la poeta Clementina Suárez y la heroína nacional Visitación Padilla, respectivamente; Una cierta nostalgia, cuentos (Editorial Guaymuras, 2016, cuarta edición); La visión de país en Clementina Suárez y Alfonso Guillén Zelaya, ensayo, en coautoría con Mario Membreño Cedillo (PNUD, Tegucigalpa, 2002); Educación, democracia y desarrollo en Honduras (artículos de Ventura Ramos, comp.); Porque ningún sol es el último, poesía (Ediciones Paradiso, Tegucigalpa, 1989).  Ha participado en numerosos encuentros literarios, entre ellos, la serie anual de Encuentros de Escritores Chiapas-Centroamérica y México-Centroamérica (Chiapas, México, 1992-2000), “América Latina, Tierra de Libros” (Roma, 2010), FIL Guadalajara (2011) y el Primer Encuentro de Narradores "Centroamérica cuenta" (Granada, 2013).

Su obra ha sido incluida en las antologías de poesía: Poésie Hondurienne du Siècle XX (Ediciones Patiño, Ginebra, 1997, edición bilingüe francés-español), Honduras, mujer y poesía (Guardabarranco, Tegucigalpa, 1998), Puertas abiertas. Antología de la poesía centroamericana (compilación de Sergio Ramírez, Fondo de Cultura Económica, México, 2011); y de cuento: Antología de cuentistas hondureñas (Editorial Guaymuras, Tegucigalpa, 2003), Pequeñas resistencias 2. Antología del cuento centroamericano (Editorial Páginas de Espuma, Madrid, 2003), Puertos abiertos. Antología del cuento centroamericano (compilación de Sergio Ramírez, Fondo de Cultura Económica, México, 2011) y Centroamérica cuenta (edición bilingüe francés-español, Editorial L'atinoir, Marsella, 2014).
En 2011 la Feria Internacional del Libro de Guadalajara, México, la seleccionó como una los “25 secretos literarios mejor guardados de América Latina”, narradores y narradoras que a juicio de un comité de escritores, editores, críticos y lectores de la región son muestra de la mejor calidad literaria del continente.



León Leiva Gallardo
(Amapala, Honduras, 1962)
Poeta, narrador y ensayista.
Estudió Psicología y Letras en la Universidad de Northeastern Illinois. Autor de las novelas Guadalajara de noche (Tusquets Editores, 2006), La casa del cementerio (Tusquets Editores, 2008) y de los poemarios Palabras al acecho en la coedición Desarraigos: Cuatro poetas latinoamericanos en Chicago (Vocesueltas, 2008), Tríptico: tres lustros de poesía (MediaIsla Editores, 2015), Breviario (Ediciones Estampa, 2015), El pordiosero y el dios (MediaIsla editores). 
Participó en “Centroamérica cuenta 2016”, Nicaragua.
 Blog: Calibariel



Jorge Ávalos
(San Salvador, El Salvador, 1964)
Poeta, narrador y dramaturgo salvadoreño, también reconocido por su periodismo de análisis e investigación.
Entre 1980 y 2001 residió en los Estados Unidos donde estudió antropología y desarrollo económico. Se desempeñó como artista visual (video arte) entre 1987 y 1993, y en ese campo recibió algunos de los premios más importantes disponibles en Nueva York y los Estados Unidos, incluyendo una beca de la Fundación para las Artes de Nueva York, un premio del Consejo para las Artes de Nueva York, un premio nacional del Fideicomiso para las Humanidades ("Young scholar award"), y otros premios.
En abril de 2004 Ávalos fue galardonado con el Premio Centroamericano de Literatura Rogelio Sinán por su colección de cuentos La ciudad del deseo. En febrero de 2012 recibió otro galardón centroamericano, el Premio Mario Monteforte Toledo de Cuento, por su obra El secreto del ángel. Aparece incluido en la antología de cuento centroamericano Puertos Abiertos, seleccionada por Sergio Ramírez y publicada por el Fondo de Cultura Económica, México, DF, 2011.

Obras
El cuerpo vulnerado (poesía, San Salvador, 1984), El coleccionista de almas (poesía, Nueva York, 1996), La ciudad del deseo (cuento, Panamá, 2004), Ángel de la guarda (teatro, San Salvador, 2005, La canción de nuestros días (teatro, San Salvador, tres versiones: 1993-2004-2008, Lo que no se dice (teatro, San Salvador, 2009), La balada de Jimmy Rosa (teatro, San Salvador, 2009), El secreto del ángel (cuento, San Salvador, 2012. Premio Centroamericano de Cuento Mario Monteforte Toledo, Guatemala, 2012. Edición privada, San Salvador), Historias de dos ciudades. Cuentistas de Panamá y El Salvador (selección y edición de Jorge Ávalos y Enrique Jaramillo Levi, antología, Panamá, Sagitario Ediciones, 2017), El Salvador en construcción. Autores: Carolina Ávalos, Jorge Ávalos, et al (ensayo, Istmo Editores, San Salvador, 2017).
Participó en “Centroamérica cuenta 2015”, Nicaragua.
Dirige la Revista de Letras y Artes La Zebra.



Dennis Arita
(La Lima, Cortés, Honduras, 1969)
Narrador, traductor y diseñador gráfico. Sus relatos y traducciones han aparecido en varias publicaciones hondureñas. Incluido en Entre el parnaso y la maison: Muestra de la nueva narrativa de la costa norte hondureña (HN, 2011) y en Centroamericanos del ayer y hoy (HN, 2014). Ha publicado dos libros de cuentos: Final de invierno (2008) y Música del desierto (2011).
A juicio del crítico Hernán Antonio Bermúdez: “Dennis Arita posee, en suma, una escritura depurada, precisión de vocabulario, pudor expresivo, continuos hallazgos descriptivos y casi ausencia total de tanteos o vacilaciones (las excepciones son minúsculas). Final de invierno es un excelente primer libro y le abre paso, además, a Música del desierto (2011) que confirma y consolida su enorme talento narrativo.”

(Santiago de Veraguas, Panamá, 1982).
Es poeta y Licenciado en Lengua y Literatura Españolas por la Universidad de Panamá. Colabora con publicaciones de su país y del exterior, como así también forma parte de antologías latinoamericanas e internacionales.  Obtuvo numerosos premios, entre ellos, el Premio Nacional de Poesía Joven de Panamá Gustavo Batista Cedeño 2000, el Premio de Poesía Pablo Neruda 2004, el Premio de Poesía Stella Sierra en el 2007, el Premio Centroamericano de Literatura Rogelio Sinán 2011, el Premio Internacional de Poesía Nicolás Guillén 2012, el Premio Internacional de Poesía Rubén Darío de Nicaragua 2013, el Premio Medardo Ángel Silva 2014, con un jurado conformado por Antonio Gamoneda, Rodolfo Hinostroza y Julio Pazos, el Premio Nacional de Poesía Ricardo Miró 2015 de Panamá. Ha sido Poeta Residente por la Fundación Cove Park, Escocia, Reino Unido 2009. Y recibió Mención de Honor del Premio Literario Casa de las Américas de Cuba 2010, siendo finalista del Festival de la Lira (Ecuador), Primer Accésit del Premio Eros de Poesía Erótica 2015, convocado por el Centro Canario de Estudios Caribeños por el poema “Para hacer el amor en Poneloya”, I Finalista del Premio Internacional de Poesía Gastón Baquero 2015, Salamanca, España, Premio Nacional de Literatura Ricardo Miró de Panamá en poesía, Mención de Honor Premio Hispanoamericano de Poesía de San Salvador, El Salvador, 2016, Premio Hispanoamericano de Poesía de San Salvador, 2017.
Aparece incluido en la antología de poesía centroamericana Puertas Abiertos, seleccionada por Sergio Ramírez y publicada por el Fondo de Cultura Económica, México, DF, 2011.
Publicó hasta la fecha Tiempos de Vida y Muerte (2001),  Caminos Errabundos y otras Ciudades (2002); Poemas para caminar bajo un paraguas (2003),  Aquí, todo tu cuerpo escrito (2005), Por ti no pasa nunca el Tiempo (y otros poemas al espejo) (2005), No me cubre de edad la Primavera (2008), Soy mi Desconocido (2008), Carta Natal al País de los Locos(2011), Ojos Parlantes para estaciones de ceguera (2011), Balada sin ovejas para un pastor de huesos (2011), Viaje solar de un tren hacia la noche de Matachín (2013), El mar que me habita (2013), La vida en mi plato de pobre (2015).


Héctor Leyva
(Honduras, 1963)
Es profesor de la Escuela de Letras de la Universidad Nacional Autónoma de Honduras, investigador de temas literarios, históricos y culturales centroamericanos y editor de autores hondureños y de recopilaciones de tradición oral indígena. Se doctoró en 1996 en la Universidad Complutense de Madrid con su trabajo Narrativa de los procesos revolucionarios centroamericanos (1960-1990). Su libro Imaginarios (sub)terráneos. Estudios literarios y culturales de Honduras (2009) ofrece una exploración teórica y datos de primera mano sobre una diversidad de temas hondureños. Es miembro de la red académica internacional que publica Istmo. Revista de estudios literarios y culturales centroamericanos. Ha sido consultor de UNESCO y ha formado parte de los equipos de investigación de los Informes nacionales y regionales de desarrollo humano del PNUD. 
Su Blog Scriptorium ofrece buena parte de su obra en versiones descargables.



Kalton Harold Bruhl
(Honduras, 1976)
Ha publicado numerosas obras, entre las que destacan sus libros de relatos: El último vagón (España, 2013); Un nombre para el olvido (2014); La dama en el café y otros misterios (2014); Donde le dije adiós (2014); Sin vuelta atrás (2015); La intimidad de los Recuerdos (2017). Es autor de la novela La mente dividida (Premio Centroamericano de Novela Corta, España, 2014). Sus obras han sido parcialmente traducidas al alemán y francés en más de 50 antologías publicadas en los últimos 5 años en distintas editoriales de España, Argentina, México y Estados Unidos, mencionándose entre ellas Antología del relato negro III, Hiroshima, Truman, Asesinatos profilácticos, 2099, Kafka y Relatos fotoeróticos, todas con Ediciones Irreverentes; París, Viena, Lisboa y Tras las huellas de Arsenio Lupin de M.A.R. Editor.  Ganó el Premio Nacional de Literatura “Ramón Rosa” y es miembro de número de la Academia Hondureña de la Lengua, Correspondiente de la Real Academia de la Lengua.
También aparece incluido en la antología de cuento centroamericano Un espejo roto, seleccionada por el Premio Cervantes Sergio Ramírez.
Participó en “Centroamérica Cuenta 2014”.

Hernán Antonio Bermúdez
(Honduras, 1949)


Crítico literario y diplomático hondureño. Nació en el año 1949. Perteneciente a los grupos literarios “Vida Nueva” y “Taunka”. Fundó las revistas Coloquio (1969-1970) y Señales (1971-1972). Fue miembro del comité de redacción de la Revista Alcaraván. Aunque sin obra orgánica aún, es uno de los más inteligentes críticos literarios de Honduras. Ha recopilado sus reseñas en dos libros: Retahíla (1980) y Afinidades (2007). Fundador de varias revistas literarias y de la editorial Guaymuras, también es autor de la antología Cinco poetas hondureños (1981). Diplomático de carrera, actualmente es director de la Academia Diplomática de Honduras.

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Albany Flores Garca
(Honduras,1989). 
Escritor, editor y ensayista; graduado en Historia por la Universidad Nacional Autónoma de Honduras. Ha publicado, en cuento, Muerte prodigiosa (2014); en poesía, Geografía de la ausencia (2012) y El árbol hace casa al soñador (2016); y en ensayo Honduras, relaciones históricas entre Academia y Estado (1838-1848). Ha escrito y colaborado en revistas y periódicos de Honduras, Cuba, Brasil, Colombia, México e Italia, y es fundador de la revista académica-cultural El Zángano Tuerto. Es editor en máladive editores.

martes, 15 de agosto de 2017

6 narradoras hondureñas nacidas después del 60.


Para seguir leyendo: Revista Carátula # 79


Autoras: 


María Eugenia Ramos (1959)
Ondina Zea (1960)
Rebeca Becerra (1969)
Jessica Sánchez (1974)
Ana Michelle Rodríguez (1991)
Ambar Nicté Morales (1997)




viernes, 24 de febrero de 2017

Una cierta nostalgia: persistencia en el tiempo y en la memoria

Gustavo Campos  [1]




[1] Gustavo Campos, escritor, editor y promotor cultural hondureño (1984). Ha publicado poesía, relatos, novela y artículos periodísticos y de crítica literaria. Su obra figura en numerosas antologías de narrativa y poesía publicadas en Honduras, España, México, Estados Unidos y Francia. Ha obtenido diversos premios literarios, entre ellos el premio único en el VII Certamen Centroamericano de Novela Corta (2016), otorgado por la Sociedad Literaria de Honduras. La crítica y profesora universitaria guatemalteca Beatriz Cortez ha incluido una de sus obras en la cátedra que imparte en la Maestría en Literatura Centroamericana de la Universidad Nacional Autónoma de Honduras.

Honduras en “Voces de América Latina”. Gustavo Campos



Por Gustavo Campos

Existe una vieja pero muy recordada anécdota sobre la incomodidad de Roman Jakobson sobre la posibilidad de que el novelista ruso Vladirmir Nabokov impartiera clases en Harvard. Jakobson había hecho el siguiente comentario: “a nadie se le ocurriría nombrar un elefante profesor de Zoología”. En otras palabras, hacía una división entre académicos y críticos y escritores. Más de 50 años después persiste esa resistencia generalizada de parte de algunos críticos de defender su trabajo y no permitir intervenciones de escritores. Pero ambos bandos se asemejan en sus “estrategias de apropiación de la literatura”, la cual supone, desde cada punto de vista, que sus lecturas son renovadoras y capaces de identificar nuevas construcciones de tradiciones y contextos, en otras palabras, creen ser “arbitrarios”. Esta historia también salpica a otros creadores muy conocidos como Italo Calvino, Umberto Eco o Ignacio Padilla.

Tal preámbulo no tiene otra intención que abrir un diálogo sobre la literatura latinoamericana del presente. En este caso, la escritora y conferencista dominicana María Farazdel (Palitachi) compiló una antología latinoamericana en tres volúmenes: los primeros dos dedicados a la poesía y el tercero a la narrativa breve, a los que dio el título de “Voces de América Latina”.

Son más de doscientos los autores recopilados: “El Tomo I tiene 19 países con 73 poetas (fuera por el idioma Haití y Brasil). Se recogen estos dos países traducidos en el II y III. El Tomo II tiene 21 países con 82 poetas. El Tomo III tiene 21 países con 49 narradores. Esto completa la trilogía”, confirmó la compiladora.

Las antologías se publicaron en Texas, Estados Unidos, y dos de ellas, las de poesía, se presentaron en la Feria Internacional del Libro de Guadalajara 2016. Los tres tomos se integrarán a los estudios sobre Literatura Latinoamericana en la Universidad de Nueva York  Hunter Collage.

María Palitachi afirma que su “objetivo concreto es el de unir voces canónicas y contemporáneas con voces emergentes”. Se sobreentiende que ha investigado, indagado y ha traído una nueva discusión del discurso poético contemporáneo sobre la mesa. Además, “Voces de América Latina” está despojada de esos “pretextos” que las grandes casas editoriales toman en cuenta a la hora de publicar a un autor. Esto supone una descolonización sobre qué debemos leer.

Antologar no es un trabajo fácil, por muchísimos factores harto conocidos, sin embargo, la presente antología plantea un debate importante a nivel continental: es la construcción de un espacio para que todos los textos incluidos puedan ser leídos en el contexto actual, pero lo más llamativo es la creación de un canon o búsqueda de las tradiciones poéticas “dominantes” y por llamarlo así “sumisas” o “relegadas”.

 “La lista de invitados era copiosa y vasta desde el principio”, agrega la antóloga. Además de los escritores invitados echó mano a vastas antologías incluso actualizadas, algunas publicadas en 1980, 1985, otras en 2010, 2012, 2015…

En lo que compete a Honduras, algunos nombres siguen apareciendo como parte de esa literatura actual, no es de extrañarse entonces que en el caso del volumen de narrativa hayan sido incluidos María Eugenia Ramos, quien fue invitada nuevamente a la FIL Guadalajara 2016, Kalton Bruhl, Premio Nacional de Literatura Ramón Rosa, Gustavo Campos, recién galardonado con el Premio Centroamericano de Novela Corta 2016, y la novedad en el panorama narrativo es Héctor E. Flores, quien, junto a Gustavo Campos, son los que aparecen tanto en poesía como en narrativa. Tanto María Eugenia Ramos, Kalton Bruhl, Gustavo Campos, Jessica Sánchez, León Leiva Gallardo (quien también aparece antologado en “Voces de América Latina” Vol. I) pertenecen a ese grupo que ha participado en Centroamérica Cuenta, el evento más importante de las letras centroamericanas y que sigue realizándose gracias a Sergio Ramírez.

En los de poesía hay novedades y reafirmaciones: Fabricio Estrada, León Leiva Gallardo, Venus Ixchel Mejía, Soledad Altamirano, Evelin Yazmin, Héctor Flores, Murvin Andino, Dennis Ávila, Gustavo Campos.

Según María Palitachi esta es la literatura del presente. En los volúmenes convergen autores como Saúl Ibargoyen, Gioconda Belli, entre otros.


María Palitachi Ha publicado varios libros de poesía y ha sido traducida al inglés, francés y serbio. En Bolivia recibió el galardón de “Embajadora Universal de la Cultura” avalado por la UNESCO, 2014. Además, volviendo al párrafo que abrió este artículo, la vida académica y profesional de la antóloga pasó por (BA) Hunter College, NY. (MA) Fordham University. (P D) Long Island University, CWP).

viernes, 21 de octubre de 2016

Escritor hondureño Gustavo Campos obtiene premio único en certamen centroamericano de novela corta


 

 
Por María Eugenia Ramos
 
El escritor hondureño Gustavo Campos obtuvo recientemente el premio único en el VII Certamen Centroamericano de novela corta 2016, otorgado por la Sociedad Literaria de Honduras, con su obra El libro perdido de Eduardo Ilussio Hocquetot, que ya había quedado entre los cinco finalistas del Premio Centroamericano y del Caribe Roberto Castillo. El premio, otorgado por la Sociedad Literaria de Honduras, ha sido obtenido en ediciones anteriores por los escritores Juan Antonio Canel, guatemalteco, Arquímides González Torres, nicaragüense, y los hondureños Kalton Harold Bruhl y Jorge Medina García.


Gustavo Campos nació en San Pedro Sula el 29 de enero de 1984. Cursó estudios de literatura en la Universidad Nacional Autónoma de Honduras. Ha publicado artículos en diarios y revistas del país y la prestigiosa revista Carátula, de Nicaragua, así como poemas en revistas de Francia y España. Es autor de numerosos libros de poesía, novela y cuento, así como antologías. En 2006 obtuvo el tercer lugar en el Premio Nacional Europeo Hibueras, rama de narrativa, con una primera versión de la novela Los inacabados, y en 2013 obtuvo el segundo lugar en poesía del mismo premio, con Tríptico del iris de narciso. Ha participado como invitado en encuentros literarios internacionales como el Festival Internacional de Poesía de Occidente en Chalchuapa, El Salvador; el encuentro de narradores “Centroamérica cuenta”, Nicaragua, y el Festival Internacional de Poesía de Granada, Nicaragua.


En 2010 participó invitado por el escritor y crítico Jorge Carrión en el proyecto 1975. Antología-catálogo del futuro de la literatura en español. 50 autores representativos de la producción literaria joven de América Latina y España. Su obra ha sido incluida además en las antologías Puertas abiertas. Antología de poesía centroamericana, del escritor nicaragüense Sergio Ramírez (Fondo de Cultura Económica de México, 2011); 4M3R1C4 2.0. Novísima poesía latinoamericana, de Héctor Hernández Montecinos (México, 2012).


Ha sido incluido asimismo en las antologías Voces de América Latina, compilación de María Palitachi (Texas, Estados Unidos, 2016) y Un espejo roto. Antología del nuevo cuento de Centroamérica y República Dominicana, compilación de Sergio Ramírez (GEICA y Goethe Institut Mexiko, 2014), publicada también en alemán con el título Zwischen Süd und Nord. Neue Erzähler aus Mittelamerika (Entre sur y norte. Nuevos narradores de Centroamérica). Ha sido traducido parcialmente al francés, alemán, inglés y portugués.


Reconocido en los círculos literarios de Honduras y Centroamérica como autor y promotor cultural, Campos actualmente está dedicado al fomento de la creación infantil, trabajando como voluntario de la organización no gubernamental Plan en Honduras en la ciudad de Gracias, Lempira. Su obra ha sido incluida por la crítica literaria guatemalteca y catedrática universitaria Beatriz Cortez en el programa de la Maestría en Literatura Centroamericana de la Universidad Nacional Autónoma de Honduras.




***

Lo anterior fue una "nota oficial". Quiero agregar que Gustavo Campos ha recorrido un largo camino, sorteando el cinismo, el desencanto y sus demonios personales. Este premio, así como otros reconocimientos, no son más que la confirmación de su constancia, de su determinación de seguir su vocación de escritor. Personalmente le estoy agradecida por una amistad que tiene desencuentros y a veces distintos puntos de vista, pero me nutre y me da puntos de referencia para seguir en lo que él considera que también es mi vocación: narrar.

miércoles, 24 de febrero de 2016

Sobre la dignidad del oficio de escribir


William Kentridge

María Eugenia Ramos


Para nadie es una novedad que soy una escritora que hace mucho tiempo no escribe. De hecho me siento un poco avergonzada cada vez que me invitan a un evento literario en otro país, porque sé que en Honduras hay compañeras escritoras y escritores varones seguramente con mayores méritos, que se esfuerzan por escribir y publicar de forma digna. No me refiero, desde luego, a quienes "escriben" solo porque sí, porque quieren que se les llame poetas, o cuentistas, o novelistas, ni a quienes publican compendios o reediciones de sus obras para venderlas en un mercado cautivo de estudiantes universitarios y de secundaria. Aparte de estos personajes, en Honduras hay gente de distintas generaciones, pero especialmente en sus treintas, e incluso de menor edad, que tiene verdadera pasión por la literatura como oficio. No es casual, por ejemplo, que Martín Cálix haya ganado el importante premio de poesía joven Martín García Ramos, de España. Es el resultado de un contexto generacional que ya no se conforma con lugares comunes y se está abriendo camino a pesar de las adversidades del medio.

Después de haber publicado Una cierta nostalgia, ese modesto librito que me abrió las puertas de numerosas antologías centroamericanas de cuento, y también del programa "25 secretos literarios" de la Feria Internacional del Libro de Guadalajara, hace cuatro años, no he tenido más que ideas creciendo en mi cabeza y atropellándose con tanta intensidad que me duele. Soy una escritora que no escribe, y eso es triste. Pero sé que dentro de mí aún quedan rescoldos de esa llama que las circunstancias se empeñan en apagar. Por eso mismo me alegra tanto encontrar —y encontrarme— con gente joven que ha asumido con mucha seriedad el oficio de escribir. Sinceramente espero que lo sigan haciendo, que no dejen que las y los devore este medio mezquino de lo que un día llamamos país; y, sobre todo, que tengan la oportunidad de irse a seguir creciendo en otros horizontes. Si yo pudiera, me iría mañana mismo, con la seguridad de que en otro medio escribiría todas esas historias e imágenes que me asaltan cada día mientras lucho porque mi situación personal no me asfixie; pero por mi edad y circunstancias ya no puedo hacerlo. Entonces, háganlo ustedes, chicas y chicos, salgan de este lugar que desgraciadamente —y no tienen idea de lo que me duele decirlo— ya no tiene nada que ofrecerles. Váyanse y vuelen hasta donde sea posible, "al infinito y más allá". Después, si así lo desean, regresen; pero habiendo escrito sus obras, porque desde aquí no es imposible, pero corren el riesgo de quedarse cortos.
Luego de permitirme este desahogo, debo decir que siempre me ha parecido absurda esa forzada dicotomía entre los círculos literarios de Tegucigalpa y San Pedro Sula que desde los años noventa se han empeñado en vendernos. En ambos lugares, como en toda Honduras, hay una variedad de ghettos —prefiero el italianismo a la castellanización hecha por la RAE— que se caracterizan por la falta casi absoluta de crítica literaria. A falta de ella, tenemos cofradías de amigos y amigas que promueven o excluyen según sus afinidades, generalmente poco literarias y más de otra índole. Por lo general una observa y calla, o comenta cuando se considera —a veces equivocadamente— entre personas de confianza. Siempre he pensado que el tiempo termina por colocar las cosas en su lugar. A veces tarda, pero ocurre.

No obstante, es de reconocer que algunas veces surgen un par de trabajos fundamentados en criterios académicos. Entre ellos, quiero mencionar especialmente el de mi maestro en la UNAH, el doctor Héctor M. Leyva, Negatividad y disonancia en la narrativa hondureña actual. Sin duda es un brillante trabajo, aunque no comparto algunas de sus apreciaciones, especialmente las que —basándose en la opinión del diplomático y ensayista Hernán Antonio Bermúdez, quien merece todo mi respeto— sugieren que todo lo bueno en narrativa que se está haciendo actualmente en Honduras viene de la costa norte (en realidad se refiere a San Pedro Sula). No cabe duda que de allí provienen algunos escritores jóvenes talentosos, y allí estudió Jessica Sánchez, una brillante escritora de origen santabarbarense que no cuenta con la misma atención que los narradores varones, al menos no en Honduras, porque fuera de ella comienza a ocupar el lugar que se merece. El punto es que, de guiarse solo por esta opinión, todas y todos deberíamos estar rindiéndole reverencias a cierta narrativa, porque sería lo único que vale la pena, y afortunadamente no es así.

Todo esto ha venido a colación porque Gustavo Campos, uno de los jóvenes narradores reconocidos tanto por Bermúdez como por Leyva, ha tenido el coraje de contarnos los entretelones del oficio de escribir, precisamente en ese tan alabado núcleo de la costa norte. Y ha tenido eco en Martín Cálix, a quien ya mencioné como ganador de un importante premio español, y que también ha publicado en Guatemala un significativo libro de microcuentos, Lecciones para monstruos. Ambos se han referido al daño que le causa a la literatura el prejuicio y la misoginia que empañan la trayectoria de algunos escritores, los mismos que aparentemente están a la vanguardia de la narrativa hondureña actual, o al menos así lo creen los ensayistas antes mencionados. Y yo no puedo menos que unirme a su posición.

Martín ha denunciado que miembros de ese "núcleo de la costa norte" se han referido con menosprecio a Mayra Oyuela —en mi opinión una de las poetas más talentosas de la Honduras contemporánea—, afirmando que su excompañero sentimental (también poeta) le escribía los poemas. Yo tuve que soportar a un aspirante a poeta que, por medio de una red social, me escribió diciéndome, con expresiones que rayaban en la ofensa y el mal gusto, que admiraba a Mayra por su belleza física, pero no por su talento. Después de eso lo bloquée, por supuesto. Ojalá fueran solo exabruptos de borrachos y personas faltas de criterio; pero cuando los vierten individuos vinculados a medios académicos y literarios, y los repiten en distintos tonos y contextos, terminan afectando la dignidad, no solo de las personas, sino del oficio de escribir.

De todo lo dicho eximo al narrador Dennis Arita, uno de los tres escritores que el profesor Leyva incluye en su ensayo, porque no solo es un hombre de talento y perseverancia, sino que, muy sabiamente, se mantiene totalmente alejado de las cofradías literarias.

Todo lo anterior es solo la presentación de los artículos de Campos y Cálix, cuyos enlaces proporciono al final de esta entrada. Tengo entendido que también Jessica Sánchez escribirá su opinión, o la incluirá en un texto que está preparando para Literofilia, publicación digital editada por el escritor costarricense Warren Ulloa-Argüello; cuando tenga el enlace correspondiente lo agregaré.
Soy una escritora que no escribe, así que seguramente no seré mencionada y saldré ilesa del fuego cruzado que probablemente se dará por un tiempo en blogs y redes sociales. Y si tengo la "suerte" de que me mencionen, lo tomaré como publicidad gratuita, antesala de mi próxima obra.



Fuentes: DiSentimientos

viernes, 10 de julio de 2015

Hondureños a través del lente de Daniel Mordzinski


 
Roberto Castillo Iraheta
 
María Eugenia Ramos
 
 
Mayra Oyuela
 
Gustavo Campos
 
Eduardo Bähr

Julio Escoto
 

Dennis Ávila

lunes, 13 de mayo de 2013

María Eugenia Ramos y Mario Gallardo en "Puertos abiertos"



Buscando unos archivos en mi computadora me encontré con este texto que redacté hace un par de años con motivo de una entrevista que mi amigo Carlos Rodríguez nos hiciera a Julio Escoto, Mario Gallardo y a mí por nuestra inclusión en las antologías del F. C. E. , entrevista que provocó cierta polémica por las respuestas de Julio Escoto. En aquél entonces preferí no publicar el artículo porque estaba demasiado "caliente" el ambiente, y porque a mi amigo Carlos, simple "hacedor" de entrevistas, lo agredían injustificadamente por cumplir con su trabajo en La Prensa. Dos años después, habiendo hecho una que otra corrección, decido publicarlo. Seguro ya no tendrá ningún valor, pero aquí queda la constancia de lo que yo pensaba y sigo pensando en este momento. 




Hace dos años, en una entrevista que Carlos Rodríguez realizó a Julio Escoto con motivo de la antología de cuentos “Puertos abiertos” (Fondo de Cultura Económica de México, 2011), cuyo antólogo es el reconocido escritor nicaragüense Sergio Ramírez, Escoto expresó que “en el caso de Honduras ocurrió una sustitución de autores”, lo cual sugiere que de haber sido el antólogo habría incorporado, imagino, a escritores afines a su tendencia literaria (realismo mágico, realismo socialista), lo que corrobora el sesgo particular que habría implicado su selección, la cual no es difícil de imaginar: parcial y sin el distanciamiento necesario para exponer un amplio y representativo panorama literario del cuento hondureño. Es cierto que su inclusión en la antología es indispensable, a pesar de que las generaciones de escritores posteriores a la suya, la del 84, denominada “posvanguardia” (los nacidos entre en 1954 y 1983) y la de los nacidos después del 1984, no sintonicen y reconozcan en él un modelo de escritura, un escritor que los haya influido. Escoto fue uno de los renovadores –para bien o para mal- de la narrativa nacional, aunque para mí la renovación estilística vino a través de Eduardo Bähr, con su estilo sobrio, nítido, lacónico, con esa fuerza y estilo narrativo heredado de la literatura inglesa, piénsese en Hemingway, piénsese en Joyce. Quizás en uno que otro autor de la posvanguardia se encuentren huellas afines de las que abrevó Escoto. 

Su obra más importante, “El árbol de los pañuelos” (1972), basada en una novela de Ramón Amaya Amador, “Los brujos de Ilamatepeque”, y cuya estructura le debe una gran influencia a la novela de Juan Rulfo, “Pedro Páramo” (1955), le acreditó un lugar de ruptura en las letras hondureñas y un merecido lugar en las letras centroamericanas. La implementación de las nuevas técnicas narrativas de vanguardia en Latinoamérica y su obstinada búsqueda de la identidad nacional, “revoluciones culturales o políticas y un amplio apego a la superstición”, temas o motivos propios del realismo mágico, sumado a un lenguaje con reminiscencias barrocas (piénsese en Carpentier), le mereció su importancia en la historiografía nacional, en una época en donde el discurso latinoamericano comenzaba a indagar en conceptos sobre “identidad”, vía Levy Strauss y otros antropólogos y estudiosos centroamericanos que trataban de definir nuestra herencia, tradiciones y cultura, en aras de definir una identidad regional.

Suponiendo que Escoto era el responsable de la selección en Honduras y que, además, “no autorizó” lo publicado en la antología, habría sido nefasto para la muestra de la literatura hondureña que pretendía Sergio Ramírez y el Fondo de Cultura Económica de México:

Ésta es, por tanto, una antología del siglo XXI, y nos permite ver el cuento centroamericano lejos ya de sus viejas fronteras. En cada uno de los autores elegidos, una selección necesariamente rigurosa, hemos buscado, antes que nada, la excelencia de la individualidad creadora que se basa en los recursos del lenguaje y la imaginación; es decir, como en toda buena antología, la calidad de la expresión literaria. Y a través de la manifestación de todas estas individualidades, un conjunto en el que necesariamente dominan los escritores nacidos a partir de los años sesenta, podemos advertir los sustratos que nos ayudan a identificar la realidad social contemporánea de Centroamérica en su compleja diversidad. (El subrayado es mío).

Rodríguez también pregunta a Mario Gallardo (1962), uno de los escritores y críticos literarios más notables de las últimas décadas en Honduras, también antologado, si considera que la recopilación es representativa, a lo que contesta que, además de serlo, “muestra un panorama amplio y representativo de la narrativa de corto aliento que se está escribiendo en la región”, y puntualiza lo que el mismo Sergio Ramírez aclara en el prólogo -y que cité anteriormente-: “tiende un puente entre propuestas que marcaron el paso durante el siglo XX y las que se encuentran en proceso aún de definirse en el siglo XXI.” Relectura importante si se piensa en función de que cada generación nueva ha sido alimentada por las mismas fuentes que su antecesora, pero que además posee otras herramientas de interpretación que le brindan los estudios actuales. Gallardo pertenece a una generación posterior a la de Escoto. El relato antologado por Sergio Ramírez es “Las virtudes de Onán”, del que Hernán Antonio Bermúdez opina lo siguiente:

Se trata de un libro refrescante donde proliferan los axiomas de la lujuria y el sexo es la única lingua franca. Intensamente erótico, en buena parte de Las virtudes de Onán se asiste a una especie de rapacidad sexual, narrada con desparpajo, como pocas veces se ha visto en la narrativa hondureña. La única comparación posible sería con la desinhibición lúbrica que ha solido desplegar en su obra Horacio Castellanos Moya. Fuera de éste, nuestros mejores narradores, Marcos Carías, Eduardo Bähr, Julio Escoto y el mismo Roberto Castillo, lucen recatados al lado de Mario Gallardo.
Y es que así labora la historia literaria: cada generación subsana los vacíos de sus antecesores (Gallardo es cinco años menor que Castellanos Moya y doce años menor que Roberto Castillo), cada generación –así como cada escritor individual- formula sus propias demandas a la literatura, y posee sus propios apremios expresivos. (…) “Las virtudes de Onán es un libro clave para entender las entrevisiones de una nueva generación literaria hondureña.”
(“Por fin, la noche sampedrana”; 2008.)

Retomando el juicio anterior, me hace volver a otra de las respuestas de Julio Escoto al sugerir que “‘Sombra’, de Arturo Martínez Galindo, debería encabezar toda recopilación de cuentos hondureños”, con lo que cada narrador hondureño estará de acuerdo con unanimidad. Pero ya ha sido esclarecido el criterio que primaba en la antología, que era sólo sobre escritores vivos: “Era una necesidad... Solo son autores vivos. Esto le da cierto límite, si no serían infinitas, y le da más peso a los jóvenes” (S. Ramírez, prólogo a “Puertos abiertos”). Si analizamos bien la respuesta de Escoto, de que Galindo debería encabezar cada antología de narradores, dice una gran verdad, pero también engendra una contradicción en su propio argumento: puesto que a consideración mía solo el relato de M. Gallardo puede equipararse a “Sombra” de M. Galindo. Si su apreciación no estuviera condicionada o prejuiciada –o tristemente desfasada- se daría cuenta que era necesario e indispensable que saliera “Las virtudes de Onán”, publicado casi con un siglo de diferencia, relato que, a mi ver, trascenderá su tiempo al igual que lo hizo “Sombra”. Podría percibir lo que un grupo de escritores y críticos han encontrado en su obra, entre ellos: H. A. Bermúdez, crítico y ensayista hondureño, Giovanni Rodríguez, escritor y ensayista hondureño, Helen Umaña, crítica hondureña, Rodolfo Pastor Fasquelle, historiador hondureño, y su servidor, Gustavo Campos. Leería en función de qué nuevos aportes técnicos y narrativos ofrece a la literatura nacional y de la región, el cambio de perspectiva con el cual retoma esporádicamente el contexto de la época de los desaparecidos y las militancias ideológicas, se me ocurre en este momento M. Kundera, tema ya tan manido y que ha sabido recrear y relegar esa necesidad de ubicar un texto contextualmente, y que para mí puede ser leído tanto como a comienzos del auge doctrinario de los movimientos sociales a mediados del siglo XIX como a principios del XX, así como en épocas de posguerra y guerras fría y en la época contemporánea, y es por la forma y el desprejuicio y desenfado con el que está narrado lo que lo nutre de intemporalidad, además de ese hálito de vida de los personajes que viven su cotidianidad fundada en los placeres y el pasar de la vida, ajenos a militancias ideológicas, y a su vez también es un texto por donde transitan interdiscursividad e intertextualidad cultural, signos posmodernos. El texto de Gallardo ha sabido cumplir con algunos postulados definidos por Derrida, en cuanto a obra se refiere, claro, tomado el concepto para nuestro pequeño mundo centroamericano: la obra vista como algo que permanece, que no es del todo traducible, que tiene un lugar, cierta consistencia: algo que se archiva, a lo que se puede volver y puede repetir en un contexto distinto; algo que todavía podría leerse en contextos en que las condiciones de lectura habrán cambiado, en otra palabras, supo borrar los contornos de su “contexto individual”. Su texto se suma a un hálito por el que pasan autores como Castellanos Moya, Rey Rosa, hay que puntuar que tardíamente, pues su único libro de relatos data del 2007; al grupo antes mencionado habría que sumarle el joven Maurice Echeverría. (Léase “Onán, un aventurero espiritual”, ensayo en donde expuse algunas ideas respecto al libro de Gallardo.)

Respecto a la escritora incluida en la antología y nacida tres años antes que Gallardo, María Eugenia Ramos, fue seleccionada por un grupo de editores y organizadores de la FIL como una de los “25 secretos mejor guardados de Latinoamérica”, su sola inclusión en este listado latinoamericano avala su aporte a las letras centroamericanas. Ya antes había sido incluida en Pequeñas resistencias 2, elaborada por Enrique Jaramillo Levi (Madrid, 2003); en Huellas ignotas, antología de cuentistas centroamericanas Vol. II, por Willy Muñoz (Costa Rica, 2009), entre otras.

“Cuando se llevaron la noche” es el cuento incluido de María Eugenia Ramos, un texto donde la tensión existencial y la angustia del personaje van configurando ese mundo que va entre el onirismo y lo fantástico, que nos recuerda cierta incapacidad de los personajes de Kafka de traducir experiencias inquietantes. Y en su libro Una cierta nostalgia (HN, 2000) casi todos sus cuentos están madejados por un profundo proceso de extrañamiento, algunos de ellos con elementos fantásticos, donde también aparecen ambientes de humor absurdo, a cierta manera de Stevenson o Chesterton. Según Helen Umaña es un “libro que contiene once cuentos de pulcra factura y de una fuerza expresiva que emana del aparente distanciamiento con que se cuentan las historias que, evitando la reiteración de patrones realistas, barajan las cartas de lo simbólico y alegórico”. En “Cuando se llevaron la noche” podrían rastrearse algunos simbolismos de origen irlandés: la casa o la habitación significa la actitud y la posición del hombre o mujer frente a las fuerza del otro mundo, o bien como apunta Bachelard, la casa significa el ser interior, pero también es símbolo femenino. La personaje manifiesta una honda angustia al entrar a la habitación con su amante, la cual se acrecienta al ir percibiendo poco a poco que lo que parece noche no es noche sino su ausencia, y que su mundo, su interior, ha quedado encerrado para siempre en la habitación, identificando y creando una fusión entre ambiente y su preocupación interior al verse impotente ante las fuerzas del mundo exterior. La tensión que se maneja en el cuento, los diálogos extraños, las distintas maneras de ver a través de una ventana, que funciona como receptor ya sea de conciencia, va entre lo metafísico, la percepción y lo indeterminado, hace que este texto se convierta realmente en una pieza extraña de un valor incalculable en la literatura nacional. Al igual que en el caso de Gallardo, este texto junto a “Para elegir la muerte”, pueden leerse en distintos contextos, archivarse, se podrá volver a ellos una y otra vez y encontrar nuevos significados.
También Sara Rolla se ha referido al libro de M. E. Ramos: “evidencia, en síntesis, una destreza en el oficio narrativo que enaltece no sólo a la autora, sino a la literatura hondureña en general, al constituirse en una de sus voces más frescas y estéticamente responsables.”
(“El oficio narrativo de María Eugenia Ramos”; 2001).

María Eugenia Ramos (1959) y Mario Gallardo (1962) son los que mejor representan nuestra literatura de los últimos años, sus libros Una cierta nostalgia (2000) y Las virtudes de Onán (2007), aparecidos en los últimos 12 años, han buscado renovar nuestra ya apagada y agotada literatura, refrescándola, explorando otras fuentes y otros lenguajes más cercanos a nuestro tiempo, dejando atrás ese arte prestidigitador y artificioso de lenguaje barroco, abrumante; más cercanos a Martínez Galindo, Óscar Acosta y Eduardo Bähr, Ramos y Gallardo han sabido elegir su herencia narrativa y cultural y comunicárnosla, cada quien desde su óptica, uno más relacionado a la vida y a la interacción y desmitificación de la sociedad y de mártires y desenmascaramiento de falsas virtudes e hipocresías morales, y la otra más arraigada a lo fantástico, a lo onírico, en defensa o en respuesta al cansancio que producían ese obligado “pacto testimonial” y esa “alianza de la literatura con los sectores populares” y la búsqueda de nuestra “identidad”, que como decía Campra en América Latina: la identidad y la máscara: solo el latinoamericano se obsesiona en buscarse o sentirse parte de una identidad inventada por la conquista, “es por eso que al acercarse a la literatura latinoamericana, suele dirigirse mas que a su literariedad, al mundo que la produce y la exige”.

No sabemos qué nombres son los “no autorizados” por Escoto; pero, previendo o imaginando cuáles han de ser, decidí aventarme a escribir este artículo, no en defensa de Ramos y Gallardo, pues su obra no necesita ser defendida, mucho menos ellos, sino por una razón específica: cumplir una de las labores que debe tener la crítica: guiar e intermediar entre obra y lector. También debido a la carencia de estudios sobre la producción literaria de los últimos años y para que los lectores menos avezados o prejuiciados se animen a leer a estos dos autores. 

Nota: Caso que amerita mención aparte es el caso de Dennis Arita (1969), escritor que se suma al dúo antes mencionado. Ha publicado dos libros de cuentos: el primero Final de invierno (2008) y el segundo Música del desierto (2011), en los cuales deja ver mundos más cercanos a Onetti, según H. A. Bermúdez, y en donde es reconocible su veta del relato anglosajón, en términos de lenguaje, en términos de historias sin concluir, elípticas, extrañas, pero que también es parte de esa actitud de experimentación y dar la espalda a ese “sueño” de escribir sobre nuestra “herencia” o tradiciones populares. Y agrego a Dennis porque considero que con él sucede algo curioso: por estar entre generaciones, pareciera que la mayoría de las veces suele escapársele a antólogos nacionales o extranjeros que definen bases de selección en razón de fechas específicas, según políticas editoriales, quedando relegado por no haber nacido unos 5 años antes o después de 1969 (año que se impregna de algún malditismo por sus últimos tres dígitos, según intuirá más de algún fanático religioso).

San Pedro Sula, 2011



Para leer la entrevista de Carlos Rodríguez a  Julio Escoto: La Prensa