William Kentridge
María
Eugenia Ramos
Para
nadie es una novedad que soy una escritora que hace mucho tiempo no
escribe. De hecho me siento un poco avergonzada cada vez que me
invitan a un evento literario en otro país, porque sé que en
Honduras hay compañeras escritoras y escritores varones seguramente
con mayores méritos, que se esfuerzan por escribir y publicar de
forma digna. No me refiero, desde luego, a quienes "escriben"
solo porque sí, porque quieren que se les llame poetas, o
cuentistas, o novelistas, ni a quienes publican compendios o
reediciones de sus obras para venderlas en un mercado cautivo de
estudiantes universitarios y de secundaria. Aparte de estos
personajes, en Honduras hay gente de distintas generaciones, pero
especialmente en sus treintas, e incluso de menor edad, que tiene
verdadera pasión por la literatura como oficio. No es casual, por
ejemplo, que Martín Cálix haya ganado el importante premio de
poesía joven Martín García Ramos, de España. Es el resultado de
un contexto generacional que ya no se conforma con lugares comunes y
se está abriendo camino a pesar de las adversidades del medio.
Después de haber publicado Una cierta nostalgia, ese modesto librito que me abrió las puertas de numerosas antologías centroamericanas de cuento, y también del programa "25 secretos literarios" de la Feria Internacional del Libro de Guadalajara, hace cuatro años, no he tenido más que ideas creciendo en mi cabeza y atropellándose con tanta intensidad que me duele. Soy una escritora que no escribe, y eso es triste. Pero sé que dentro de mí aún quedan rescoldos de esa llama que las circunstancias se empeñan en apagar. Por eso mismo me alegra tanto encontrar —y encontrarme— con gente joven que ha asumido con mucha seriedad el oficio de escribir. Sinceramente espero que lo sigan haciendo, que no dejen que las y los devore este medio mezquino de lo que un día llamamos país; y, sobre todo, que tengan la oportunidad de irse a seguir creciendo en otros horizontes. Si yo pudiera, me iría mañana mismo, con la seguridad de que en otro medio escribiría todas esas historias e imágenes que me asaltan cada día mientras lucho porque mi situación personal no me asfixie; pero por mi edad y circunstancias ya no puedo hacerlo. Entonces, háganlo ustedes, chicas y chicos, salgan de este lugar que desgraciadamente —y no tienen idea de lo que me duele decirlo— ya no tiene nada que ofrecerles. Váyanse y vuelen hasta donde sea posible, "al infinito y más allá". Después, si así lo desean, regresen; pero habiendo escrito sus obras, porque desde aquí no es imposible, pero corren el riesgo de quedarse cortos.
Luego de permitirme este desahogo, debo decir que siempre me ha parecido absurda esa forzada dicotomía entre los círculos literarios de Tegucigalpa y San Pedro Sula que desde los años noventa se han empeñado en vendernos. En ambos lugares, como en toda Honduras, hay una variedad de ghettos —prefiero el italianismo a la castellanización hecha por la RAE— que se caracterizan por la falta casi absoluta de crítica literaria. A falta de ella, tenemos cofradías de amigos y amigas que promueven o excluyen según sus afinidades, generalmente poco literarias y más de otra índole. Por lo general una observa y calla, o comenta cuando se considera —a veces equivocadamente— entre personas de confianza. Siempre he pensado que el tiempo termina por colocar las cosas en su lugar. A veces tarda, pero ocurre.
No obstante, es de reconocer que algunas veces surgen un par de trabajos fundamentados en criterios académicos. Entre ellos, quiero mencionar especialmente el de mi maestro en la UNAH, el doctor Héctor M. Leyva, Negatividad y disonancia en la narrativa hondureña actual. Sin duda es un brillante trabajo, aunque no comparto algunas de sus apreciaciones, especialmente las que —basándose en la opinión del diplomático y ensayista Hernán Antonio Bermúdez, quien merece todo mi respeto— sugieren que todo lo bueno en narrativa que se está haciendo actualmente en Honduras viene de la costa norte (en realidad se refiere a San Pedro Sula). No cabe duda que de allí provienen algunos escritores jóvenes talentosos, y allí estudió Jessica Sánchez, una brillante escritora de origen santabarbarense que no cuenta con la misma atención que los narradores varones, al menos no en Honduras, porque fuera de ella comienza a ocupar el lugar que se merece. El punto es que, de guiarse solo por esta opinión, todas y todos deberíamos estar rindiéndole reverencias a cierta narrativa, porque sería lo único que vale la pena, y afortunadamente no es así.
Todo esto ha venido a colación porque Gustavo Campos, uno de los jóvenes narradores reconocidos tanto por Bermúdez como por Leyva, ha tenido el coraje de contarnos los entretelones del oficio de escribir, precisamente en ese tan alabado núcleo de la costa norte. Y ha tenido eco en Martín Cálix, a quien ya mencioné como ganador de un importante premio español, y que también ha publicado en Guatemala un significativo libro de microcuentos, Lecciones para monstruos. Ambos se han referido al daño que le causa a la literatura el prejuicio y la misoginia que empañan la trayectoria de algunos escritores, los mismos que aparentemente están a la vanguardia de la narrativa hondureña actual, o al menos así lo creen los ensayistas antes mencionados. Y yo no puedo menos que unirme a su posición.
Martín ha denunciado que miembros de ese "núcleo de la costa norte" se han referido con menosprecio a Mayra Oyuela —en mi opinión una de las poetas más talentosas de la Honduras contemporánea—, afirmando que su excompañero sentimental (también poeta) le escribía los poemas. Yo tuve que soportar a un aspirante a poeta que, por medio de una red social, me escribió diciéndome, con expresiones que rayaban en la ofensa y el mal gusto, que admiraba a Mayra por su belleza física, pero no por su talento. Después de eso lo bloquée, por supuesto. Ojalá fueran solo exabruptos de borrachos y personas faltas de criterio; pero cuando los vierten individuos vinculados a medios académicos y literarios, y los repiten en distintos tonos y contextos, terminan afectando la dignidad, no solo de las personas, sino del oficio de escribir.
De todo lo dicho eximo al narrador Dennis Arita, uno de los tres escritores que el profesor Leyva incluye en su ensayo, porque no solo es un hombre de talento y perseverancia, sino que, muy sabiamente, se mantiene totalmente alejado de las cofradías literarias.
Todo lo anterior es solo la presentación de los artículos de Campos y Cálix, cuyos enlaces proporciono al final de esta entrada. Tengo entendido que también Jessica Sánchez escribirá su opinión, o la incluirá en un texto que está preparando para Literofilia, publicación digital editada por el escritor costarricense Warren Ulloa-Argüello; cuando tenga el enlace correspondiente lo agregaré.
Soy una escritora que no escribe, así que seguramente no seré mencionada y saldré ilesa del fuego cruzado que probablemente se dará por un tiempo en blogs y redes sociales. Y si tengo la "suerte" de que me mencionen, lo tomaré como publicidad gratuita, antesala de mi próxima obra.
Sin más, aquí dejo los enlaces para que lean y se formen su propia opinión.
Gustavo Campos. Las contradicciones de misóginos y homofóbicos literatos de la costa norte o las cosas por su nombre
MartínCálix: En defensa de la integridad humana del oficio de escribir