Mostrando entradas con la etiqueta Los inacabados. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Los inacabados. Mostrar todas las entradas

jueves, 22 de mayo de 2014

Entre Katastrophé y Los inacabados. Reseña del 2012.



Mario Gallardo, Gustavo Campos, Jorge Martínez


Hace un tiempo había publicado que de todas las presentaciones de libros que he hecho la que más me gustaba había sido la de Los inacabados. Cuando miraba las fotos del evento y a los amigos divirtiéndose, riéndose entrañablemente entre vino y bocas, advertía una magia que brotaba y que era parte de esa fraternidad que por entonces se mantenía fuerte y que había comenzado allá por el 2002. La fecha de junio de 2010 había sido el recuerdo más preciado que conservaba junto a la de Las virtudes de Onán, a principios de 2007. Por aquél entonces éramos los mismos cofrades contentos de ir consolidando ese otro hallazgo literario que supone la amistad y cada libro nuestro publicado era una declaración de amistad a los demás compañeros de grupo o de generación. Ya íbamos creando un mundo de ficción y los planteamientos entre cervezas y confidencias iban adquiriendo la forma de bloques (no populares) y colocándose como en la estructura de un muro: cada libro era otro ladrillo en la pared sampedrana, que iba convirtiéndose en protagonista de una revaluación estética de la literatura, tomando en cuenta sólo los aportes y no tanto los errores. 


En el 2006 Los inacabados se había agenciado el 1er Premio Europeo Hibueras y también había sido publicado por la Editorial Cultura ese mismo año bajo la Colección Premios.

En la noche de la premiación conocí a Roberto Castillo, presidente del jurado calificador, quien me dijo haberle gustado mucho mi libro (fue hasta ese momento que percibí su simpatía y su elegancia de espíritu que no había advertido jamás al ver las fotos en las solapas de sus libros, que lo mostraban como un ser oscuro e inalcanzable para espíritus jóvenes que sólo pensamos en vivir una cotidianidad regida por el placer nocturno de los bares y las calles). José Antonio Funes, poeta e investigador literario que admiro mucho, me expresó muy alegre su emoción al saber que había sido yo el autor y me dijo haberle “atraído mucho la riqueza lingüística y cultural de esa novela, su atrevimiento formal que la diferenciaban del resto de literatura hondureña corriente”. Al Dr. Héctor Miguel Leyva, también miembro del jurado y uno de los estudiosos de mayor importancia en Honduras en temas literarios y culturales, por fin pude conocerlo en el 2012, en la lectura de poesía realizada en la UNAH como parte del II Festival Internacional de Poesía “El turno del disidente”. Por esa época conocí a Hernán Antonio Bermúdez, quien es quizás el crítico literario hondureño que más admire –el otro es Roberto Castillo-, por su lucidez interpretativa y por esa ventaja que tiene de tomarse en serio su tarea de “lector ideal”, rebelde cazador de "inaccrochables", alejado de toda pasividad, quien además se refirió a Los inacabados de la siguiente manera: “...Se trata de una degustación literaria cuyo único antecedente en las letras hondureñas está en Una función con móbiles y tentetiesos de Marcos Carías. Esa es la única novela, igualmente despojada de un "plan" o esquema novelero convencional, que puede equipararse a Los inacabados en términos de ambición literaria, de ejercicio de estilo, de "voluntad de lenguaje". Además, se está en presencia de una obra literaria desafiante, desenfadada, y cuyo desparpajo erótico hará "borrón & cuenta nueva" en nuestra usualmente recatada literatura (litera pura).”

De ese 2010, tiempo de Los inacabados, que me trajo también la amistad de María Eugenia Ramos, que viajó desde Tegucigalpa a San Pedro para asistir a la presentación de mi libro, hasta este 2012, específicamente para la presentación de Katastrophé, algunas amistades comenzaron a agrietarse y vino una época de distanciamientos y rupturas, que me hizo comprender que la amistad entre artistas sólo puede sobrevivir por ciertos periodos y que el mundo de la literatura era un mundo de rencillas y prejuicios, y cuanto más miraba esas fotos del 2010, no podía hacer más que evocar ese momento mágico de amistad -¡que el futuro o la madurez sea quien nos reencuentre!; pero en ese transcurso de pérdidas hice nuevos amigos, amigos que me acompañaron ese viernes 4 de mayo de 2012 en la presentación de mi nuevo libro y que demostraron otro tipo de magia, una más pura, libre ya por fin de ese mundo del que ahora pretendo desligarme, para vivir aquí, desde este 2012, en donde me digo que la mejor presentación de libros que he tenido es la de Katastrophé, la inmejorable, la más brillante, la más mágica, la divertida, la que estuvo dentro de mi visión del arte, la confluencia de todas las disciplinas artísticas en un mismo evento, con la participación del colectivo teatral de “Los pandas con Alzheimer”, integrado por mis amigos Yuri Pineda, Romina Memoli y César, que se pasaron de buenos e hicieron un derroche de humor y talento como preámbulo a la presentación.

JJ. Bueso, Gustavo Campos, Carlos Rodríguez y Jessica Sánchez


Me acompañaron en mesa Jessica Sánchez, Carlos Rodríguez y JJ Bueso. Jessica hizo una muy interesante ponencia sobre el libro, sobre “la estructura tripartita de cómo está concebido y cómo lo interpretó, cómo se desarrolla la siquis de los personajes, la representación de los miedos y el énfasis en cómo en el libro se reconcilian realidad, fantasía y virtualidad”, entre otros temas que ahora no preciso, ampliando sus puntos de vista antes expuestos en el prólogo del libro, sin duda la mejor participación, seguida de la de Carlos, quien debutó como presentador y estuvo muy acertado sobre “el componente humorístico del libro, las frases aforísticas bajo la premisa de las máximas, el punto de fuga foucaultiano en ‘Teoría musical de Roland, no de Spitzer’”, entre otros argumentos esgrimidos, y por último JJ que habló poco del libro e hizo un despliegue temático ajeno a la presentación, quizás debido a su juventud, pero que en los pocos momentos en los que sí se refirió a él dejó entrever que le había gustado y que en la carrera de los 4 jinetes del apocalipsis la publicación de Katastrophé lo posicionaba a la delantera, esta declaración, por supuesto, fue su gran ironía o broma de la noche.

No cierro nota sin antes agradecer a los amigos que me ayudaron en todo: María Eugenia Ramos, diagramadora, David Soto, ilustrador, a Jairo Rodríguez y Miguel, su primo, en imprenta, a Dennis Arita, como corrector; a la Fundación Steinberg, por haberme cedido los derechos de autor de la ilustración de Steinberg en el interior del libro; a Jessica Sánchez, como prologuista y ensayista, a JJ Bueso, como reseñista de contratapa, a mis amigos Yuri, Romina y César, por ese espectáculo divertido; a Lía Castro y Daphne Sikaffy, por el apoyo en la organización del evento en la Alianza Francesa, a mi familia querida, Nicola, Seidy y mi sobrina Marian Madeleine que estuvieron presentes, a Karen Mejía, que siempre aparece en los momentos cuando se debe ser indispensable, a Óscar Urtecho, amigo y uno de los mejores lectores que conozco, a Carlos Rodríguez, el leal, en controles, delegado de Prensa, jaja, a Jorge Martínez, amigo y poeta, y a todos los amigos que me acompañaron, a mis queridos y queridas, a todos, “¡gracias totales!”

SPS, Junio 2012

domingo, 13 de octubre de 2013

Separador de Los inacabados. 2010

Se hizo un mismo diseño con varios fragmentos del libro Los inacabados. 30 en total. No tenía copia del diseño, pero alguien me hizo llegar esta imagen escaneada. !Qué bien! Ya hay archivo.
¿Esa es una imagen de "Los huidobrianos"?
En el dibujo aparecen: Ricardo tomé, el creador de los colochos de Nidia Bonilla, con su súper bacha de mota, a la par Carlos Rodríguez, quien tiene más labios que Bubba, el fundador de Bubba Gump, al centro Nidia Bonilla, la colocha, por aquél entonces única mujer admitida en el grupo de amigos, en la parte superior izquierda Giovanni Rodríguez, con mirada de súpersayayin, y a su par Gustavo Campos, vuestro servidor. 
Dibujo elaborado en una semana santa de 2005. 


jueves, 10 de febrero de 2011

Capítulo final de Los inacabados. Gustavo Campos


E. Hemingway

Final

______________________________

Viernes 17 de marzo de 2006. Son las 4:01 am. Recién regresé a casa. Enciendo el ventilador para refrescarme y la computadora para escribir esta última nota. Estornudé dos veces. No sé si es alergia o el inicio de una gripe. Estoy ebrio. Muy ebrio. Mi estado no influye en la decisión que tomé. Camino a casa lo pensé muy bien. He sido muy tolerante con todos y con todo. He sido sumamente paciente. De todos los suicidios consumados por artistas que conozco el aconsejable es con gas. Carece de morbo. Para quienes crean que la lectura de la penúltima novela de Halfon tuvo relevancia en mi decisión, les aseguro que no es así. Estoy ebrio. Ebrio y triste. Solo. Ebrio, solo y triste. No hay nadie a quien pueda llamar. No hay quien quiera atenderme. Hoy no quiero despertar a nadie en la madrugada, demasiadas veces lo he hecho, por tal razón estimo y entiendo a Mario Santiago. A mí me ocurre lo mismo. Mi tiempo no es el tiempo de ellos. Pierdo la noción de él cuando bebo o me siento deprimido y solo. Necesito alguien a mi lado. Alguien que me ame. Nadie ama a los borrachos. Estoy borracho. Estoy solo. Espero que esta vez sí pueda consumar el acto y no me suceda lo que le ocurrió a Audrey Hepburn en Sabrina. Gas o dióxido de carbono son los candidatos por excelencia. Mi hermano se mudó hace un par de días y se llevó consigo la pistola. No sé si es suerte, sólo sé que no debe haber sangre. La sangre sienta bien en los pinceles pero no en el trapeador. Estoy borracho pero esto lo he pensado siempre. Mi estado poco tiene que ver con mi resolución. En mi defensa digo que nunca he podido diferenciar la realidad de la ficción. Jamás. Siempre se me han antojado indivisibles o únicas. Y con únicas no quiero decir que haya más realidades que ficciones o más ficciones que realidades. El mundo es un puñado de aberraciones. El puño es real y entre sus dedos hay ficción. Lo que cierra al puño es a la ficción lo que el golpe a la pared es a la realidad. Puedo prolongar mi estadía en este mundo unos días o meses más, pero no tendrá sentido. Quizás se me ocurra retenerme un tiempo más porque me dijo una amiga que seré padre. Si es niña quiero llamarle Madeleine. Pero no estaré. Si nace ruego que la nombren Madeleine. Es mi última voluntad. De ser niño, te dejo a vos, Claudia, que escojás su nombre. Disculpame. Espero que ustedes también me entiendan, no que me tengan lástima. Estoy solo. No logré encajar en la vida. Me esforcé tanto, quienes me conocen lo saben. Hubiese querido que me domesticaran. Haber sido parte del sistema. Veo a mi alrededor y qué veo, sólo libros. Libros y más libros. Fotocopias de libros. Cuánto hubiera querido encontrar una razón poderosa para no morir, para resistir, como dijo Sabato. Algo o alguien que me retuviera. Nadie. Hoy lo conversé con un par de amigos dentro del rapidito que nos llevaría de la universidad al centro de la ciudad. Me dijeron que no fuera pendejo, que los que deberían pensar en suicidarse son los que no tienen nada en la cabeza, los vagos o la gente mala y estúpida, no alguien como yo. No me dejaron ir y me retuvieron invitándome a beber unas cervezas. Cuando se trata de alcohol, es fácil convencerme. Cedo. Bebimos hasta la 1:00 am. Luego compramos ron y nos fuimos al apartamento de Enrique, quien a su vez cumplía años. Celebramos dos cosas: el cumpleaños de Enrique y el aplazamiento de mi muerte. Antes de las 4:00 am regresé a mi casa. No quiero alargar esto. Eso ya pasó y ahora estoy acá solo frente al monitor de la computadora. He tomado hasta el momento dos vasos de agua. No deseo más cerveza y pan porque seguiría el consejo de Dickens dándome motivos para saborear la vida. El banco plástico de color rojo sigue allí. Está a mi derecha. Hablo del banco rojo como si fuera más importante que las últimas palabras que debiera decir. Tampoco hay que ponerse solemnes. Tampoco es tragedia. Sobre el planchador hay tres cajas de libros. No sé cuáles son y tampoco quiero levantarme a averiguarlo. Detrás de mí hay una caja con libros del Popol Vuh y de Isabel Allende. La cocina luce sucia y mi señora madre debe estar dormida. Sobre la estufa de gas hay una tetera y una olla. Hace una hora la vecina de mi amigo me invitó a quedarme en su apartamento. Dije no. Al despedirnos le pregunté si le parecía atractivo y si había probabilidades de amarme. Quizás, me respondió. Podría ser. Me gustó la incertidumbre. Olía a esperanza, aunque en realidad sé que significa un tajante no. Conozco las tretas del vocabulario de las mujeres. Estoy solo. Ebrio y solo. De haber sido cierta la esperanza estaría con ella y no aquí triste y solitario. Sobre la mesa hay un libro que se llama Cómo leer el futuro en las runas. ¿Necesito saber qué me deparará el futuro? Ya no. Ojalá hubieras tenido razón Sabato de que siempre hay razones poderosas como el amor, la amistad y la familia para afrontar la vida. De alargar estas últimas palabras terminaría encontrando razones para quedarme. Ya se me ocurren tres: la primera que hoy se casará uno de mis mejores amigos, la segunda que viene la esposa cubana de otro amigo, hay que acompañarlo al aeropuerto, y la tercera y última que tendré un hijo.

No necesito más razones para seguir extendiéndome. Pura mierda hablo. Son las 4:44 am. Fumaré un último cigarro. Antes de irme se me ha ocurrido escribir un último poema. Uno último. Hace días ronda la idea por mi mente.


eso se llama
eso no se llama
excremento
debíamos morir contigo
nacer en ti
en un movimiento secreto
y saber que debíamos morir por más de un siglo
entre las llamas
y murieron en menos de una hora
escondidos entre el fatal guiño del destino
excremento
debíamos nacer contigo
morir en ti
debíamos morir en una hora
y algunos se quedaron por más de un siglo
en movimiento secreto
y en adelante el misterio
del nombramiento
y la caída de los cuerpos
cara al nacimiento.

De vez en cuando pienso en Elizabeth. Anoche leí Alas rotas de Gibrán. Me tranquilizó. ¿Qué es el amor? ¿Dónde puedo encontrarlo? Mi madre sabe que no deben velarme sino enterrarme lo más pronto posible. Me pregunto si Heine tendrá razón y Dios me perdonará.

Nada más puedo escribir, nada más.

Imprimiré el documento. A alguien le debo una explicación. No sé a quién, pero a alguien debo interesarle.

P.S.: Todos corrieron en busca del limón, incluso yo. Todos siguieron a Nant. Todos subieron los escalones de piedra hasta llegar a la última torre, y cortaron el limón en dos mitades y bebieron su jugo para que iniciara nuevamente la tormenta. Así fue como llegó la muerte del mundo interior.


Capítulo final de Los inacabados

martes, 15 de junio de 2010

LOS INACABADOS: EL TEDIO DE VIVIR Y LA LITERATURA

Jorge mientras exponía su ponencia. Foto de Otoniel Natarén


JORGE MARTÍNEZ MEJÍA

Pensó Archimboldi que la Historia, que es una puta sencilla,
no tiene momentos determinantes sino que es una proliferación de instantes,
de brevedades que compiten entre sí en monstruosidad.

(2666, R. Bolaño)

Aunque podría parecer del todo sospechoso que un autor dijera que escribe para no decir nada, lo cierto es que cada cosa que se dice no la dice nadie en particular, sino una época. Más en nuestro tiempo en el que confluyen el pensamiento de todas las épocas, las experiencias de todas las culturas y las voces de todos los hombres de manera tan vertiginosa. Es muy poco lo que nos puede sorprender. De este modo, mostrarse demasiado empático con determinados rasgos conocidos por la experiencia humana, no es otra cosa más que eso, una enfermiza y particular empatía, la necesidad de vivir la experiencia vivida por otros en otro tiempo. Esta situación contemporánea ya ha sido descrita con precisión tanto por Jean François Lyotard, Michel Foucault, Jean Baudrilard, G. Deleuze, entre otros. Es una sensación de girar en círculos cada vez más concéntricos en los que la experiencia personal es solamente un reflejo y la vida Real se torna más hueca cuando se tiene mayor conciencia de la propia existencia.

Nada compensa la existencia, todo pierde sentido. La vacuidad del ser, la sensación de vivir una existencia fútil en la que no se encuentra diferencia produce una desazón capaz de forjar mundos ficcionados, vidas alternas en las que la vida Real es sustituida por un mundo hecho al antojo de quien pueda construirlo.


Gustavo Campos nos ha entregado el 11 de junio de 2010, la novela Los Inacabados, un prototipo de esa necesidad del hombre de ésta época por mostrarnos el hastío, la búsqueda del ser como la misma búsqueda de la nada.


En este punto habría que señalar que la literatura contemporánea de habla hispana, al menos algunos textos literarios con los que particularmente me he identificado (El mal de montano, París no se acaba nunca, de Enrique Vila Matas; 2666 y Los detectives Salvajes, de Roberto Bolaño) constituyen piezas en las que el modelo es el autor de literatura. Es decir, textos en los que la vida Real del autor y la ficción literaria se funden para mostrarnos cierta obsesión enfermiza de la que no es posible escapar de no ser con la publicación de una novela.


La literatura traza los caminos para orientar la búsqueda de cierto sentido, es más, la literatura llega a constituirse en el único sentido posible, en el único contenido capaz de llenar la vacuidad de la vida. Caminos trazados por la literatura, búsqueda del sentido en las pistas de la ficción, en las huellas que dejan al azar los poetas. Realmente, a pesar de la incontable cantidad de nombres sacados de la ficción literaria o del entreverado enredijo de conexiones literarias, es evidente que no se trata de una intención erudita, sino de la búsqueda del sentido en una obra que es todas las obras…


Podría considerarse que la intención de llenar con literatura la literatura misma (Metaliteratura) es un síntoma de la actual sensación de vacuidad, o al menos una de las maneras de percepción de esa vacuidad. El temor realmente no lo produce la vida, sino el caos aparente, la necesidad de encontrar un punto de partida que produzca cierta orientación.


En Los inacabados, Gustavo campos la encuentra como un cazador solitario del espíritu del Conde Lautréamont, para transmutarse en un Lautréamont sin nombre, o lo que de alguna manera es similar, en un Lautréamont que se oculta en muchos nombres.


El modelo del Conde Lautréamont es el que establece de alguna manera una especie de canon literario de lo oscuro que construye al alter ego, al protagonista del texto. Es en esos rasgos que Gustavo Campos construye su obra. Sin embargo no se trata de un embuste, de una fanfarria de nombres para captar al lego y sorprender al lector avezado. Se trata de una invasión similar a la invasión de las personas con las que el autor convive en su mundana existencia. Lautréamont, Costafreda, Leopoldo Panero, Poe, Baudelaire, Rimbaud; todos estos poetas malditos dejan de ser individuos, figuras de la literatura, para convertirse en un solo espíritu que acecha al autor para abismarlo a lo oscuro como si se tratara de una propuesta mejor defendida que la vida.


El alter ego del autor sufre una incubación, una posesión masculina, demoníaca y maligna en donde no hay espacio para la virtud, sólo un ideal literario, una promesa, una utopía donde la memoria literaria es sólo la sombra de un texto en el que, finalmente, todos serán borrados.


En Los inacabados la ficción no es la literatura, sino la vida Real, la debilitada biografía del autor que encuentra ocasionalmente en el desenfado frenético del sexo un atisbo de cierta profundidad en la que la realidad misma del acto es cuestionado por la persistente insinuación de una voz literaria que construye las escenas de manera artificial. En el fondo se trata de una existencia miserable, incomprendida, que se niega a la inexistencia, que se esfuerza en pervivir, aunque sea brevemente, en la memoria de alguna vida por triste que sea. Este es quizás el mayor cuestionamiento de Los inacabados a nuestra humilde historia de seres desprovistos de sentido. Por eso se escuchan con extraordinaria coherencia las palabras de Lautréamont: “Y como los perros sufro la necesidad de lo infinito”.


Realmente no se trata de literatura, sino de cierta obsesión mística, del espíritu de Satanás martirizado en los hombres. Un afán de lo oscuro que no llega sino a insinuarse como posibilidad, como un derrotero cargado de franqueza, que nos muestra tal cual somos con nuestras bajezas sin ninguna posibilidad de redención. La única alternativa posible, si es que la hubiera, es un rechazo a la indigna vida mortal, para lanzarse a la búsqueda de un ideal imposible, de un sentido metaliterario, idéntico a buscar un resquicio en una novela bajo la forma de cualquier personaje para quedarse a vivir por siempre con una vida prestada, pero eterna en la literatura.

En la obra, el alter ego se burla de los huidobrianos, personajes adolescentes y deslumbrados con la literatura, pero sin verdadera conciencia del oficio, del sacrificio que implica acostarse cada noche con el íncubo, con el espíritu de Lautreamont. Campos, el alter ego, se burla de la inocencia literaria, cuestiona la imbecilidad, la irrisoria ambición del reconocimiento.


Una de las menciones más importantes de Los inacabados y que quizás aporta pistas para identificar la intención de la búsqueda, es la de Johan Gottfried von Herder, creador del movimiento Sturm und drang, en la Alemania del siglo XVIII. La búsqueda del sentido en las antiguas fuentes del romanticismo que descansa en el culto al genio literario, a la entrega total a la creación literaria, al modelo del literato que abandona la cordura misma como una intención evasiva de la arbitraria racionalidad; constituye, de alguna manera, no un retorno, sino un encuentro con la necesidad contemporánea de respuestas que sobrepasan al racionalismo. En tal sentido, por extraño que pueda parecer, Los inacabados es una obra romántica postmoderna.


El propósito, intencional o no, de reimplantar el modelo del Conde Lautréamont como figura que cruza la obra, ya sea bajo los nombres de Arp, Nant, Nut, etc… demuestra la vigencia de una de las representaciones prevanguardistas en la literatura contemporánea. No obstante, podríamos vincular esta acechanza del oscuro espíritu literario de Lautréamont sobre el autor, con la idea de las serpientes de Cortázar. En los espíritus creadores en los que más se fortalece el deseo por alcanzar la cima literaria, en la que la literatura es el todo, la puerta del acecho queda completamente abierta, entonces Lautréamont entra y construye su nicho bajo la forma de una voz oscura, la voz de un perro que ronda cerca de la ebriedad del alter ego, del inacabado, y aunque este doble la esquina, más próximo se encuentra la voz transmutada en el mismo Leopoldo María Panero con una amenaza virgen: “Te mataré cuando la luna no salga”.


Sin embargo, a pesar de la extraordinaria intención de juego, la obra pierde profundidad cuando intenta volverse ligera o donde el autor excede su ingenio irónico. Es menos falible cuando ironiza a los huidobrianos, quizás porque estos personifican lo impúber del pensamiento o el pensamiento de los inacabados. Al abordar la figura de Kafka para desacralizar la visión existencial, el intento es definitivamente fallido y no consigue sino mostrar cierta incomprensión de la misma ironía kafkiana. Esta intención burlesca se observa de manera directa en el texto "Creo en él". Pero además en la utilización desenfadada de un lenguaje emocional aparentemente espontáneo, descuidado, caótico. Es una burla y una afrenta abierta a la visión racional que subyuga el pensamiento contemporáneo. Kafka o Samsa, es el émulo de un dios enfermo. Es una de las piezas más extrañas del texto porque tratándose de una ironía, no logra sino despertar cierta inquietud maligna del humor sin lograr convencernos. Es la peor parte del libro, y, a la vez, la más inquietante puesto que, mostrándonos el aterrador absurdo de nuestra existencia, el tedio de la vida, no logra transmitírnosla con el angustioso peso existencial de la figura de Kafka.

El intento, sin embargo, no deja de mostrársenos como algo siniestro, como una burla no sólo de la vida, sino de la literatura como parodia de la vida.

Ver: Poetas del Grado Cero

miércoles, 12 de mayo de 2010

Contraportada de "Los inacabados". Por Hernán Antonio Bermúdez.

Jeremy Thompson


Los inacabados posee una escritura elaborada, pulida, de muy buen nivel. El carácter fragmentario de los capítulos, pese al hilo conductor de los huidobrianos, de ninguna manera le resta eficacia al conjunto narrativo. Los pedazos, incluso las esquirlas, del tejido, del "corpus" de la ficción, brillan y provocan, mantienen al buen lector (el lector perezoso no tiene nada que hacer aquí) en plan de saborear esa prosa bien horneada. Se trata de una degustación literaria cuyo único antecedente en las letras hondureñas está en Una función con móbiles y tentetiesos de Marcos Carías. Esa es la única novela, igualmente despojada de un "plan" o esquema novelero convencional, que puede equipararse a Los inacabados en términos de ambición literaria, de ejercicio de estilo, de "voluntad de lenguaje".



Además, se está en presencia de una obra literaria desafiante, desenfadada, y cuyo desparpajo erótico hará "borrón & cuenta nueva" en nuestra usualmente recatada literatura (litera pura).



Hernán Antonio Bermúdez