martes, 10 de noviembre de 2015

“El poeta destruye y revaloriza la poesía”


Foto: Armando García 


 

  Entrevista de diario El Heraldo a Gustavo Campos.

Por Oscar Urtecho

2012


Con apenas 28 años y cinco libros a cuestas, es evidente que este escritor sampedrano se ha tomado en serio su oficio y busca construir una obra sumamente original y de calidad.
Gustavo Campos confiesa que siempre ha sido un hombre ensimismado y que hasta “ahora platica un poquito más”. Afortunadamente, en esta entrevista no dejó que esta confesión influyera sobre sus respuestas y habló largamente sobre su condición de escritor, su vida y las luchas que hay detrás de su obra.
Tiene apenas 28 años y ya ha publicado cinco libros: Habitaciones sordas, Desde el hospicio, Bajo el árbol de Madeleine, Los inacabados y Katastrophé. Un conflicto existencial y estético recorre toda su obra: Campos busca establecer un diálogo con los grandes referentes de la literatura mundial, a quienes cita obsesivamente, pero también quiere distanciarse de ellos y crear una obra absolutamente original. Esta ardua y optimista meta que se ha propuesto deja en evidencia la extrema seriedad con que Campos ha tomado el oficio de escritor. Estas son sus palabras:


O.U. ¿En qué consiste la educación de un escritor?

G.C. En la lectura, pero más en las experiencias. Yo siempre he manejado que si se dice algo en el discurso y se siente muy real, es porque esa persona ya lo tenía en su interior. Para decirlo clínicamente, es una especie de patología del ser y hay algo que la desencadena y uno empieza a escribir y a encontrarse uno mismo en otros poetas. Para mí esto consistió en una gran actividad de lectura, tanto que incluso no podía establecer ningún vínculo con nadie. Yo siempre había tenido problemas de niño, era callado, ensimismado, ahora platico un poquito más, antes era imposible que me sacaras una palabra, y por medio de la lectura encontraba que había otras personas similares a mí y me volví obsesivo con la lectura. Yo no hacía nada más que leer, leer, leer, leer.


En tu primer libro, Habitaciones sordas, algunos versos parecen hechos para escandalizar o crear aversión. Luego, en Bajo el árbol de Madeleine y Desde el hospicio, se vuelven más estilizados, incluso hacen referencias críticas a la poesía nacional. Hablanos un poco de la evolución que hay entre tu primer texto y los otros.

Yo he tenido la fortuna de ser bastante objetivo con eso. Habitaciones sordas estuvo un año en la editorial antes de publicarse, obviamente fue un año de lecturas, de trabajo, y para ese entonces ya estaba también Desde el hospicio. Hubo un momento en que ya no quería publicar Habitaciones sordas y por eso cuando presenté este libro, dos años después de su elaboración, también leí poemas de Desde el hospicio. Básicamente le quería dar a entender algo a la gente, era como hablar mal de ese primer libro, como decir que era solo el primer intento. Habitaciones sordas era un grito solitario. En la época en que lo escribí sentía una identificación con todo aquello que fuera feo, que fuera horrible para la gente, porque yo consideraba que estaba en ruinas y que solo aquello que estaba en ruinas podía tener algún significado de bienestar para mí. Yo detestaba lo bello porque miraba que todo el mundo lo admiraba, y que lo feo todo el mundo lo detestaba, y yo me sentía parte de todo lo feo. Con Desde el hospicio trato de bajar ese grito y hacer ese diálogo que decís con varios escritores, pero también con autores que a mí me gustan y con la misma poesía. Por ejemplo: en el primer poema de Desde el hospicio es la poesía la que habla, cuando dice “Me alimento de poetas que fracasaron en su vida”. Bajo el árbol de Madeleine también es contemporáneo a esos, pero en él la intención era otra. Madeleine es la poesía, por eso el libro se llama Bajo el árbol de Madeleine, pero Madeleine también es la locura, porque así se llamaba un recinto para los locos, según cuenta Michel de Foucault en Historia de la locura en la época clásica.


Tengo entendido que tu papá se suicidó. ¿Cómo influyó esto en tu vida y en tu oficio de escritor?

Antes de que mi padre se suicidara, yo ya escribía y leía, porque mi papá era un gran lector y él me daba libros y me decía: “Tenga, niño, lea”, ese fue mi primer acercamiento. En ese entonces muchas cosas empezaban a cambiar, había un tema de violencia intrafamiliar y yo era el único que confrontaba a mi padre, a quien respetaba y admiraba mucho. El padre es generalmente el muro de disciplina en el que uno siempre pega, pero si ese ideal de disciplina se empieza a agrietar y vos le perdés el respeto, entonces vos lo querés saltar, y quizá por eso ahora yo en la literatura siempre quiero estar rompiendo con algo. Si yo ya evidenciaba cierta tendencia al aislamiento, el suicidio de mi padre lo que hizo fue encerrarme más, por el shock, en una especie de investigación de mi alma, espíritu, corazón, que estaba muy maltrecho y yo necesitaba restaurarlo y entenderlo, y en esa búsqueda de comprensión de mí mismo me interné en los libros tratando de descubrir algo que me ayudara a explicarme por qué sucedían estas cosas. En algún lugar de Desde el hospicio dice: “Los versos fueron mi única familia”, y al tomar esa nueva familia que era la literatura, también tenía que chocar con ella, romper con ella, y empecé a golpear ese ideal de literatura porque me desencantó. En mis libros siempre hay una especie de devaluación, de riña con la literatura. Si te soy sincero, yo no hubiera querido ser escritor, y por eso es que me molesto, es como si me hubiera tocado una maldición a lo mito griego por algo que me han obligado a ser, porque yo quisiera hacer otras cosas, pero de pronto soy muy ensimismado para hacerlas.


Esta idea del escritor predestinado es demasiado romántica, ¿no te parece?

Sí, yo tenía cierto romanticismo al inicio, en mis primeros libros, pero luego afortunadamente empecé a descubrir mi voz. Pero sí, yo me imaginaba idílicamente y románticamente, tenía esa visión lautremoniana de que moriría joven, a los 23 años, que todo acababa, que todo se devastaba, y que la única razón eran los libros. Después de eso pasé a otro plano, desde la posmodernidad, con ese afán de estar contra la misma estructura, porque cuando vos descubrís que la literatura es tu herramienta de salvación, entonces querés estarla jodiendo, rompiendo con ella, porque uno se forja en la poesía y peleando con ella, en una especie de duelo de titanes, la utiliza como herramienta para destruirla y para revalorizarla de alguna manera, quizá porque el poeta quiere encontrar su propio espacio en la poesía, encontrar que uno también puede hacer algo.


Cuando decías que buscás romper con la literatura, estás dando por sentado que hay una tradición con la cual romper. ¿Con qué rompe un escritor hondureño?

La pregunta es difícil de responder. Cuando empiezo a escribir no estoy rompiendo con ningún escritor hondureño. Los inacabados, Desde el hospicio, son como los cimientos con los cuales he empezado a construir una obra, porque a veces parece que aquí en Honduras estamos condenados a elaborar solamente chozas. Hay buenos escritores, pero no se puede compararlos con un Joyce, con Beckett, con genios. Al principio era una cuestión de comprensión, de entenderme, de romper conmigo mismo. Luego me doy cuenta que también yo no valgo nada y encuentro que también puedo romper con otras formas, aunque no sean de acá, de Honduras. En ese momento era con la poesía de Roberto sosa, porque no era decididamente lo mío, yo estaba por otras tendencias, siempre me sentí más cercano a Nelson Merren, al mismo Edilberto Cardona Bulnes y a José Luis Quesada. Pero no es que he tenido literalmente la intención de romper con ellos, se trata más bien de la mentira que nos tenemos todos los escritores de que vamos a escribir una obra novedosa. Yo recuerdo que la primera mentira mía al acercarme a la literatura fue una que me dijo Jorge Martínez cuando le presenté mis primeros poemas, a los 16 años, me dijo: “Sabe qué, Gustavo, usted tiene que seguir escribiendo porque tiene un don que le pertenece a la humanidad y tiene que escribir para devolvérselo”. Entonces yo me quedé con esa idea de mártir, y era quizá el ego de creer que uno podía construir una buena obra para el mundo, de que yo sí tenía algo que decir. Ahora siento, con todo el movimiento que se está creando, que no hay excusa como para no elaborar una obra que no sea buena. Pienso que para Henry Miller, Charles Bukowski y para todos esos escritores malditos era más fácil escribir, porque vivieron en sociedades que se alimentaban de los mitos, así que ellos tenían un mercado, pero eso no existe aquí.


Respecto a eso, según Bukowski, algunos se quejan de que las condiciones en que viven les impiden escribir, pero quien no es escritor, sin importar las condiciones en que esté, no podrá escribir…

No es que me contradiga, pero estoy muy de acuerdo con eso. El problema es que podés ser buen escritor, pero no vas a tener la publicidad o el mercadeo que puede tener otro por allá, ese asunto de la mass media que te puede permitir mercadearte, venderte, la probabilidad de llegar, a través de las grandes editoriales, a un mayor número de lectores, aunque ahora existe la herramienta de Internet, que no hay que desdeñar. Cuando me refería a que para ellos era más fácil no lo dije desde del asunto de ser escritor, sino desde el asunto de que nosotros podemos acceder a libros de Henry Miller y de Bukowski o de Celine, pero ellos no pueden acceder a nuestros libros. Es una cuestión de política editorial, para ellos es más fácil por el mercado. En mi último libro, Katastrophé, yo hago una queja explícita: ¿no estamos en la obligación de crear una obra monumental al menos en retribución a toda la cooperación monetaria que nos han dado? No podemos pasar toda la vida quejándonos de las condiciones en que vivimos. Yo todos los libros que he publicado han sido con mi propio dinero, con préstamos. Escucho de mucha gente se queja porque no hay apoyo del gobierno, pero yo creo de forma parecida a José Luis Quesada: cuando un escritor es bueno, se sobrepone a cualquier obstáculo y lo pasa.


Siguiendo está línea de pensamiento, ¿para quién se escribe? ¿Debe el escritor supeditar su obra a las reglas del mercado?

No, no debe hacer eso. Para complementarte esta pregunta con una que me habías hecho anteriormente, con qué rompía como escritor, con qué escritores, creo que uno rompe con la misma escritura. Y es que a veces la literatura te aburre, yo les recomiendo a mis amigos que no lean, porque hasta los temas que van dentro de mis libros me parecen aburridos, pero también hay que ver qué tipo de literatura es la que aburre. Yo soy de los que opinan que uno tiene la libertad total de crear lo que uno quiera, algo que generalmente corresponde a la psique del escritor, a las frustraciones, preocupaciones, pero jamás debe estar supeditado a los mercados ni a que lo van a leer mejor si escribe de cierta forma. Pero te repito, y esto es algo que quizá a mucha gente no le guste, pero a mí la literatura normalmente me parece aburrida. A veces yo paso triste porque agarro un libro y luego otro y no encuentro algo, pero de pronto, de pronto encuentro algo y me siento tan pero tan contento y digo por fin…


Mencionaste a José Luis Quesada y Nelson Merren. ¿Qué diferencia mirás entre estos escritores “consagrados” y la generación de jóvenes poetas que busca hacerse un nombre actualmente?

Ellos tuvieron de alguna manera un motivo político, incluso Merren en el Color del exilio. Entonces cuando yo los leía sentía como una especie de separación, porque se veía como impostado y no ético. Merren se atrevía a lo social, pero desde otra perspectiva. No es el caso de Sosa, porque a qué persona le va a gustar que venga alguien y se autoerija la voz de todos. “Los pobres son muchos y por eso es imposible olvidarlos”, dice Sosa en tercera persona, dando entender que él es la voz autorizada para hablar del pueblo. Vos encontrás en los poemas de Nelson Merren y en los de José Luis quesada que también se habla de esto, pero desde dentro. Sosa es como si dijera yo no soy pobre y los estoy viendo y los estoy narrando desde una posición totalmente superior, como observador, como un pequeño dios, pero en Quesada encontrás que dice: “Nuestro tiempo es cruel y difícil, pero el amor lo sobrepasará, unos con otros nos ayudaremos”. Para concluir: ¿qué es lo que nos diferencia? Mayor libertad, porque nosotros, como somos una generación posterior, podemos observar aquello, valorar y escribir entorno a eso, si así lo queremos, porque, por lo menos en San Pedro Sula, siempre está esa intencionalidad de borrar el referente.


Me llama la atención que las objeciones que le hacés a Sosa son morales y no de índole formal, que es donde está la calidad de su obra. ¿No es injusto hacer ese tipo de objeciones?

Sí, y estoy consciente de eso. Cuando leo los comentarios de Hernán Antonio Bermúdez y veo lo que dice sobre ciertos escritores, que tuvieron que pagar un tributo a la época (las décadas del 70 y el 80), pienso que por eso la obra de Sosa es así. Sin embargo, creo que en algún momento puedo cambiar de opinión sobre la obra de Sosa, como ya lo he hecho en algunas ocasiones, porque antes yo miraba a Sosa como una especie de Campoamor, pero obviamente eso es injusto, porque realmente la obra de Sosa es admirable. Para mí, Un mundo para todos dividido es uno de los siete mejores poemarios que se han hecho en Honduras. El problema que yo veo es en cuanto a la moral del autor. Por ejemplo: cuando el publicó su primer poemario, Caligramas, viene Andrés Morris y le dice que todo el libro está mal y que todos en Latinoamérica están haciendo lo mismo. Entonces él cambia en su obra posterior, ¿por qué no fue fiel a sí mismo?, ¿por qué elige el camino que le indicaron, a diferencia de otros que siempre han sido fieles a su obra, a su autenticidad? La contrariedad para repensar en el caso de Sosa es la siguiente: su compromiso fue con lo estético, pero en su discurso se construye un universo ético y moral que difiere de esto, eso es lo que yo considero cierta impostura, que es válida, por supuesto.


Decís que te aburre la literatura, incluso la tuya, pero por lo que veo, tu vida está absolutamente dedicada a ella. ¿Se trata de una pose?

Ja, ja, ja… con esta pregunta me siento un poco farsante. Creo que el asunto no es contra la literatura como arte, sino contra la seriedad de alguna gente que defiende a ultranza la literatura en detrimento del cine y de otras formas de arte, o de otro tipo de lecturas. Carlos Lewis, por ejemplo, se dedicó mucho a la matemática, y está Georges Perec, con su interés por la arquitectura. Uno no pierde nada con leer libros que no sean de literatura, pero tengo amigos escritores, por ejemplo, que no escuchan más que jazz o música clásica, porque eso los hace estar en un estatus alto de intelectualidad. En mi libro Katastrophé hay un cuento que se burla de eso, porque yo disfruto de ese otro tipo de expresiones humanas que no necesariamente te dan el estatus de intelectual.

Fuente: El Heraldo