domingo, 27 de febrero de 2011

La Elizabeth de todos los días.

"Si les soy sincera, la mejor parte de mi vida, la mejor historia que podría contarles,
aún no la he vivido. Por lo general me encuentro nostálgica
de puros recuerdos del futuro.
A veces he llorado viéndome en ciertas situaciones imaginadas.
De la realidad no se me ocurre nada.
"
(Frase de Elizabeth en Los inacabados. Dicha por ella en el 2005)


Por Rosemary Rivera. 2010.



Por Gustavo Campos. Elizabeth entre "puetas". 2005.


Ojalá los amigos sigan animándose a dibujar a Elizabeth.

jueves, 24 de febrero de 2011

Latinoamérica. Calle 13.




Soy,
Soy lo que dejaron,
soy toda la sobra de lo que se robaron.
Un pueblo escondido en la cima,
mi piel es de cuero por eso aguanta cualquier clima.
Soy una fábrica de humo,
mano de obra campesina para tu consumo
Frente de frio en el medio del verano,
el amor en los tiempos del cólera, mi hermano.
El sol que nace y el día que muere,
con los mejores atardeceres.
Soy el desarrollo en carne viva,
un discurso político sin saliva.
Las caras más bonitas que he conocido,
soy la fotografía de un desaparecido.
Soy la sangre dentro de tus venas,
soy un pedazo de tierra que vale la pena.
soy una canasta con frijoles ,
soy Maradona contra Inglaterra anotándote dos goles.
Soy lo que sostiene mi bandera,
la espina dorsal del planeta es mi cordillera.
Soy lo que me enseño mi padre,
el que no quiere a su patria no quiere a su madre.
Soy América latina,
un pueblo sin piernas pero que camina.

Tú no puedes comprar al viento.
Tú no puedes comprar al sol.
Tú no puedes comprar la lluvia.
Tú no puedes comprar el calor.
Tú no puedes comprar las nubes.
Tú no puedes comprar los colores.
Tú no puedes comprar mi alegría.
Tú no puedes comprar mis dolores.

Tengo los lagos, tengo los ríos.
Tengo mis dientes pa` cuando me sonrío.
La nieve que maquilla mis montañas.
Tengo el sol que me seca y la lluvia que me baña.
Un desierto embriagado con bellos de un trago de pulque.
Para cantar con los coyotes, todo lo que necesito.
Tengo mis pulmones respirando azul clarito.
La altura que sofoca.
Soy las muelas de mi boca mascando coca.
El otoño con sus hojas desmalladas.
Los versos escritos bajo la noche estrellada.
Una viña repleta de uvas.
Un cañaveral bajo el sol en cuba.
Soy el mar Caribe que vigila las casitas,
Haciendo rituales de agua bendita.
El viento que peina mi cabello.
Soy todos los santos que cuelgan de mi cuello.
El jugo de mi lucha no es artificial,
Porque el abono de mi tierra es natural.

Tú no puedes comprar al viento.
Tú no puedes comprar al sol.
Tú no puedes comprar la lluvia.
Tú no puedes comprar el calor.
Tú no puedes comprar las nubes.
Tú no puedes comprar los colores.
Tú no puedes comprar mi alegría.
Tú no puedes comprar mis dolores.

Você não pode comprar o vento
Você não pode comprar o sol
Você não pode comprar chuva
Você não pode comprar o calor
Você não pode comprar as nuvens
Você não pode comprar as cores
Você não pode comprar minha felicidade
Você não pode comprar minha tristeza

Tú no puedes comprar al sol.
Tú no puedes comprar la lluvia.
(Vamos dibujando el camino,
vamos caminando)
No puedes comprar mi vida.
MI TIERRA NO SE VENDE.

Trabajo en bruto pero con orgullo,
Aquí se comparte, lo mío es tuyo.
Este pueblo no se ahoga con marullos,
Y si se derrumba yo lo reconstruyo.
Tampoco pestañeo cuando te miro,
Para q te acuerdes de mi apellido.
La operación cóndor invadiendo mi nido,
¡Perdono pero nunca olvido!

(Vamos caminando)
Aquí se respira lucha.
(Vamos caminando)
Yo canto porque se escucha.

Aquí estamos de pie
¡Que viva Latinoamérica!

No puedes comprar mi vida.

sábado, 19 de febrero de 2011

Por siempre Audrey. Rafael Lemus

Pablo Lobato

Por Rafarel Lemus

No fue nunca la estrella más hermosa ni la más sensual. Tenía el rostro salpicado de comedia y el cuerpo a un paso de la anorexia. Jamás tomó clases de actuación y arribó a la pantalla apenas por azar. Era Audrey Hepburn y era una estrella de las grandes. Recordarla es recordar su fina elegancia y su delicada ligereza. Audrey era glamour y otro poco de glamour. Había que ver su rostro, refinado y todo ojos, o su cuello, alto como el de un cisne. Bastaba con seguir el vuelo de sus manos para descubrir en ella el aleteo de una gracia divina y caer, bajo sus alas, enamorado al instante. Aun ahora es posible hacerlo. A diez años de su muerte, Audrey se mantiene tan viva como cuando joven, y aun más todavía. Ocurre con ella lo que con otras cuatro o cinco personalidades: fueron hechas para la nostalgia y allí viven, milagrosas, insertadas en nuestra memoria.

Fue Hollywood quien reinventó el glamour y Audrey Hepburn quien lo encarnó con estilo. Siempre tuvo compañía y siempre apareció triunfante. Grace Kelly era tan elegante como ella pero carecía de su encanto. Ingrid Bergman lo tenía a medias y Elizabeth Taylor, vulgar desde siempre, no tenía nada. Sólo Marilyn Monroe hizo sombra a Audrey, pero nunca logró eclipsarla: Audrey brillaba de un modo distinto y ni siquiera Marilyn podía apagarla. Ambas se repartieron la década de los cincuenta, los corazones de los hombres y las ilusiones de las mujeres. Había dos caminos: se era sensual y atractiva como Marilyn Monroe o fina y delicada como Audrey Hepburn. Muchas actrices optaron por el camino de Audrey y fracasaron en el intento. No se puede crear una estrella en los estudios y menos una como Audrey: fue hija de una baronesa y adquirió su finura en interminables sesiones de ballet. Menos fácil todavía es imitar la ligereza que imprimía a las cintas en que participaba. Ése es el secreto de las estrellas: recrear las películas a su imagen y semejanza. Audrey lo hacía.

No sólo eran ligeras sus películas: también lo fue su vida. No hay en ella tragedias ni desplantes de diva insolente: lloró poco y gritó menos. Nació en Bruselas, se formó en Londres y comenzó a brillar en Broadway. Amó a Mel Ferrer y Mel Ferrer la amó a ella. Amó después a otro hombre y éste no la amó. Tuvo dos hijos, maduró con estilo y sobresalió como embajadora de la unicef. Murió a los 63 años, víctima de cáncer, y aún se le recuerda en todo el mundo. No es fácil encontrar a otra estrella con una vida tan sencilla y apacible. Incluso su carrera es ejemplar: pocas películas, buenos guiones, estupendos directores. Ni siquiera sus ocasionales tropiezos en taquilla empañaron su estrella: fue adorada por millones y no se conoce todavía una crítica en su contra. Hollywood fue piadoso con ella: no destruyó, como tantas otras veces, la grácil obra de arte que él mismo había creado.

Audrey comenzó en la cumbre y allí se mantuvo toda su vida. Roman Holiday (1953) fue su debut en Hollywood y también, cosa curiosa, su inmediata confirmación como estrella: fue dirigida por William Wyler, acompañada por Gregory Peck y premiada por la Academia. Más importante todavía: Roman Holiday fue la primera de sus cintas ligeras y deliciosas. Después vendrían Sabrina, Funny Face, Love in the Afternoon y My Fair Lady, todas comedias exquisitas con un algo de Lubistch. Audrey estuvo dirigida siempre por los más grandes: William Wyler, George Cukor, Billy Wilder, Fred Zinnemann, Stanley Donen y John Huston. Alfred Hitchcock la quiso pero ella no. Tuvo siempre compañeros delgados y mayores en pantalla: Humphrey Bogart, William Holden, Cary Grant, Rex Harrison, Sean Connery y Gary Cooper. Audrey supo extraer cosas sorprendentes de ellos y también de sus directores: enamoró a Gary Cooper, hizo reír a Bogart y provocó las dos cintas más románticas del cínico Billy Wilder. Tenía magia y, de hecho, la tenía todo Hollywood. Eran tiempos mejores, quizá porque eran tiempos de Audrey.

Hay dos cintas que revelan el hermoso talento de Audrey y ninguna de las dos estaba destinada para ella. My Fair Lady pudo haber sido protagonizada por Julie Andrews y Desayuno en Tiffany's por Marilyn Monroe. Es necesario desdoblarse y agradecer que Audrey encabezara ambas producciones pero lamentar que Marilyn no haya protagonizado, al mismo tiempo, la última película. Un cinéfilo verdadero disfruta la versión verdadera y también la imaginaria: en una camina y actúa Audrey y en la otra lo hace el fantasma de Marilyn. Audrey está extraordinaria: nació para interpretar a Holly Golightly, la frívola creación de Truman Capote. Joyas, martinis, lentes oscuros: Audrey es un sueño de aparador y de pronto canta "Moon River" para demostrarnos que es de carne y hueso. Lo mismo ocurre en My Fair Lady, obra maestra algo devaluada: Audrey se transforma frente a nuestros ojos y uno lo agradece devotamente. Hay que verla como una miserable vendedora de flores y luego como una refinada mujer de mundo para comprobar que Audrey es Audrey Hepburn a todas horas, disfrazada de pobre o vestida por Givenchy. En todas sus versiones, es una chica adorable —y no se le puede olvidar. ~

miércoles, 16 de febrero de 2011

Todo se transforma. Jorge Drexler.



Letra:

Tu beso se hizo calor,
Luego el calor, movimiento
Luego gota de sudor
Que se hizo vapor, luego viento
Que en un ricón de La Rioja,
Movió el aspa de un molino
Mientras se pisaba el vino
Que bebió tu boca roja

Tu boca roja en la mía,
La copa que gira en mi mano,
Y mientras el vino caía
Supe que, de algún lejano rincón
De otra galaxia, el amor que me darías
Transformado volvería, un día, a darte las gracias

CORO
Cada uno da lo que recibe
Luego recibe lo que da
Nada es más simple
No hay otra norma
Nada se pierde
Todo se transforma

Todo se transforma

El vino que pagué yo,
Con aquel euro italiano,
Que había estado en un vagón
Antes de estar en mi mano
Y antes de eso, en Torino
Y antes de Torino, en Pratto
Donde hicieron mi zapato
sobre el que, caería el vino

Zapato que en unas horas,
Buscaré bajo tu cama
Con las luces de la aurora
Junto a tus sandalias planas
Que compraste aquella vez
En Salvador de Bahía
Donde a otro diste el amor, que hoy yo, te devolvería

CORO

Todo se transforma

Todo se transforma

Supe que, de algún lejano rincón
De otra galaxia, el amor que me darías
Transformado volvería, un día, a darte las gracias

CORO

Nada se pierde
Todo se transforma

jueves, 10 de febrero de 2011

Capítulo final de Los inacabados. Gustavo Campos


E. Hemingway

Final

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Viernes 17 de marzo de 2006. Son las 4:01 am. Recién regresé a casa. Enciendo el ventilador para refrescarme y la computadora para escribir esta última nota. Estornudé dos veces. No sé si es alergia o el inicio de una gripe. Estoy ebrio. Muy ebrio. Mi estado no influye en la decisión que tomé. Camino a casa lo pensé muy bien. He sido muy tolerante con todos y con todo. He sido sumamente paciente. De todos los suicidios consumados por artistas que conozco el aconsejable es con gas. Carece de morbo. Para quienes crean que la lectura de la penúltima novela de Halfon tuvo relevancia en mi decisión, les aseguro que no es así. Estoy ebrio. Ebrio y triste. Solo. Ebrio, solo y triste. No hay nadie a quien pueda llamar. No hay quien quiera atenderme. Hoy no quiero despertar a nadie en la madrugada, demasiadas veces lo he hecho, por tal razón estimo y entiendo a Mario Santiago. A mí me ocurre lo mismo. Mi tiempo no es el tiempo de ellos. Pierdo la noción de él cuando bebo o me siento deprimido y solo. Necesito alguien a mi lado. Alguien que me ame. Nadie ama a los borrachos. Estoy borracho. Estoy solo. Espero que esta vez sí pueda consumar el acto y no me suceda lo que le ocurrió a Audrey Hepburn en Sabrina. Gas o dióxido de carbono son los candidatos por excelencia. Mi hermano se mudó hace un par de días y se llevó consigo la pistola. No sé si es suerte, sólo sé que no debe haber sangre. La sangre sienta bien en los pinceles pero no en el trapeador. Estoy borracho pero esto lo he pensado siempre. Mi estado poco tiene que ver con mi resolución. En mi defensa digo que nunca he podido diferenciar la realidad de la ficción. Jamás. Siempre se me han antojado indivisibles o únicas. Y con únicas no quiero decir que haya más realidades que ficciones o más ficciones que realidades. El mundo es un puñado de aberraciones. El puño es real y entre sus dedos hay ficción. Lo que cierra al puño es a la ficción lo que el golpe a la pared es a la realidad. Puedo prolongar mi estadía en este mundo unos días o meses más, pero no tendrá sentido. Quizás se me ocurra retenerme un tiempo más porque me dijo una amiga que seré padre. Si es niña quiero llamarle Madeleine. Pero no estaré. Si nace ruego que la nombren Madeleine. Es mi última voluntad. De ser niño, te dejo a vos, Claudia, que escojás su nombre. Disculpame. Espero que ustedes también me entiendan, no que me tengan lástima. Estoy solo. No logré encajar en la vida. Me esforcé tanto, quienes me conocen lo saben. Hubiese querido que me domesticaran. Haber sido parte del sistema. Veo a mi alrededor y qué veo, sólo libros. Libros y más libros. Fotocopias de libros. Cuánto hubiera querido encontrar una razón poderosa para no morir, para resistir, como dijo Sabato. Algo o alguien que me retuviera. Nadie. Hoy lo conversé con un par de amigos dentro del rapidito que nos llevaría de la universidad al centro de la ciudad. Me dijeron que no fuera pendejo, que los que deberían pensar en suicidarse son los que no tienen nada en la cabeza, los vagos o la gente mala y estúpida, no alguien como yo. No me dejaron ir y me retuvieron invitándome a beber unas cervezas. Cuando se trata de alcohol, es fácil convencerme. Cedo. Bebimos hasta la 1:00 am. Luego compramos ron y nos fuimos al apartamento de Enrique, quien a su vez cumplía años. Celebramos dos cosas: el cumpleaños de Enrique y el aplazamiento de mi muerte. Antes de las 4:00 am regresé a mi casa. No quiero alargar esto. Eso ya pasó y ahora estoy acá solo frente al monitor de la computadora. He tomado hasta el momento dos vasos de agua. No deseo más cerveza y pan porque seguiría el consejo de Dickens dándome motivos para saborear la vida. El banco plástico de color rojo sigue allí. Está a mi derecha. Hablo del banco rojo como si fuera más importante que las últimas palabras que debiera decir. Tampoco hay que ponerse solemnes. Tampoco es tragedia. Sobre el planchador hay tres cajas de libros. No sé cuáles son y tampoco quiero levantarme a averiguarlo. Detrás de mí hay una caja con libros del Popol Vuh y de Isabel Allende. La cocina luce sucia y mi señora madre debe estar dormida. Sobre la estufa de gas hay una tetera y una olla. Hace una hora la vecina de mi amigo me invitó a quedarme en su apartamento. Dije no. Al despedirnos le pregunté si le parecía atractivo y si había probabilidades de amarme. Quizás, me respondió. Podría ser. Me gustó la incertidumbre. Olía a esperanza, aunque en realidad sé que significa un tajante no. Conozco las tretas del vocabulario de las mujeres. Estoy solo. Ebrio y solo. De haber sido cierta la esperanza estaría con ella y no aquí triste y solitario. Sobre la mesa hay un libro que se llama Cómo leer el futuro en las runas. ¿Necesito saber qué me deparará el futuro? Ya no. Ojalá hubieras tenido razón Sabato de que siempre hay razones poderosas como el amor, la amistad y la familia para afrontar la vida. De alargar estas últimas palabras terminaría encontrando razones para quedarme. Ya se me ocurren tres: la primera que hoy se casará uno de mis mejores amigos, la segunda que viene la esposa cubana de otro amigo, hay que acompañarlo al aeropuerto, y la tercera y última que tendré un hijo.

No necesito más razones para seguir extendiéndome. Pura mierda hablo. Son las 4:44 am. Fumaré un último cigarro. Antes de irme se me ha ocurrido escribir un último poema. Uno último. Hace días ronda la idea por mi mente.


eso se llama
eso no se llama
excremento
debíamos morir contigo
nacer en ti
en un movimiento secreto
y saber que debíamos morir por más de un siglo
entre las llamas
y murieron en menos de una hora
escondidos entre el fatal guiño del destino
excremento
debíamos nacer contigo
morir en ti
debíamos morir en una hora
y algunos se quedaron por más de un siglo
en movimiento secreto
y en adelante el misterio
del nombramiento
y la caída de los cuerpos
cara al nacimiento.

De vez en cuando pienso en Elizabeth. Anoche leí Alas rotas de Gibrán. Me tranquilizó. ¿Qué es el amor? ¿Dónde puedo encontrarlo? Mi madre sabe que no deben velarme sino enterrarme lo más pronto posible. Me pregunto si Heine tendrá razón y Dios me perdonará.

Nada más puedo escribir, nada más.

Imprimiré el documento. A alguien le debo una explicación. No sé a quién, pero a alguien debo interesarle.

P.S.: Todos corrieron en busca del limón, incluso yo. Todos siguieron a Nant. Todos subieron los escalones de piedra hasta llegar a la última torre, y cortaron el limón en dos mitades y bebieron su jugo para que iniciara nuevamente la tormenta. Así fue como llegó la muerte del mundo interior.


Capítulo final de Los inacabados

viernes, 4 de febrero de 2011

Mondúber. Nacho Vegas.



Letra:

Comenzó como un día normal
y acabó en un gran error.
Me olvidé primero de ti
y después me olvidé de los dos.

Quise tocarte y vi como se alzaba el Mondúber
inmenso entre tú y yo.
Tú te habías olvidado de ti
y tal vez eso fue lo peor.

Y ahora puedes marcharte,
casi te oigo decir,
da igual que llegues tarde
porque nadie espera por ti.

(Me sabe mal que te desangres
pero límpialo todo antes de salir.
Nadie tiene por qué ensuciarse,
tu basura te pertenece sólo a ti.)

Y tú, sólo tú eres el único culpable,
el cielo presagia una auténtica debacle.
Y ven, mi amor, ven, acompáñame al desastre,
y ten, mi amor, ten, éste es el premio que ganaste.

El silencio está ardiendo,
nos asfixia el calor,
no me pidas que te hable
de lo que aún no he tratado con Dios.

Y la noche nos alcanzó
entre sangre reseca y sudor,
y quisimos tratar de dormir
un sueño que nunca llegó.

Y mañana jamás se parece
a ese mañana de ayer,
y acabamos hundiéndonos
el uno en el otro otra vez.

Y qué voy a hacer contigo,
y qué voy a hacer sin ti,
no hay peor castigo
que ese sin el que no sé vivir.

Y es una vieja historia,
la habrás oído ya,
pero sigue ocurriendo
y no, no son los demás.

Y tú, sólo tú eres el único culpable,
el cielo presagia una auténtica debacle.
Y ven, mi amor, ven, acompáñame al desastre,
y ten, mi amor, ten, éste es el premio que ganaste,
y crack, mi amor, crack, vas a dejar de quejarte,
y crees que puedes decidir irte o quedarte,
y plas, miss, plas, plas, a puta no te gana nadie.

Y ahora puedo marcharme,
al fin puedo oírlo,
da igual que llegue tarde
porque nadie, nadie espera por mí.