Foto: Armando García
Entrevista de diario El Heraldo a Gustavo Campos.
Por Oscar Urtecho
2012
Con apenas 28 años
y cinco libros a cuestas, es evidente que este escritor sampedrano se
ha tomado en serio su oficio y busca construir una obra sumamente
original y de calidad.
Gustavo Campos
confiesa que siempre ha sido un hombre ensimismado y que hasta “ahora
platica un poquito más”. Afortunadamente, en esta entrevista no
dejó que esta confesión influyera sobre sus respuestas y habló
largamente sobre su condición de escritor, su vida y las luchas que
hay detrás de su obra.
Tiene apenas 28
años y ya ha publicado cinco libros: Habitaciones sordas,
Desde el hospicio, Bajo el árbol de Madeleine, Los
inacabados y Katastrophé. Un conflicto existencial y
estético recorre toda su obra: Campos busca establecer un diálogo
con los grandes referentes de la literatura mundial, a quienes cita
obsesivamente, pero también quiere distanciarse de ellos y crear una
obra absolutamente original. Esta ardua y optimista meta que se ha
propuesto deja en evidencia la extrema seriedad con que Campos ha
tomado el oficio de escritor. Estas son sus palabras:
O.U. ¿En qué
consiste la educación de un escritor?
G.C. En la lectura,
pero más en las experiencias. Yo siempre he manejado que si se dice
algo en el discurso y se siente muy real, es porque esa persona ya lo
tenía en su interior. Para decirlo clínicamente, es una especie de
patología del ser y hay algo que la desencadena y uno empieza a
escribir y a encontrarse uno mismo en otros poetas. Para mí esto
consistió en una gran actividad de lectura, tanto que incluso no
podía establecer ningún vínculo con nadie. Yo siempre había
tenido problemas de niño, era callado, ensimismado, ahora platico un
poquito más, antes era imposible que me sacaras una palabra, y por
medio de la lectura encontraba que había otras personas similares a
mí y me volví obsesivo con la lectura. Yo no hacía nada más que
leer, leer, leer, leer.
En tu primer
libro, Habitaciones sordas, algunos versos parecen hechos para
escandalizar o crear aversión. Luego, en Bajo el árbol de
Madeleine y Desde el hospicio, se vuelven más
estilizados, incluso hacen referencias críticas a la poesía
nacional. Hablanos un poco de la evolución que hay entre tu primer
texto y los otros.
Yo he tenido la
fortuna de ser bastante objetivo con eso. Habitaciones sordas
estuvo un año en la editorial antes de publicarse, obviamente fue un
año de lecturas, de trabajo, y para ese entonces ya estaba también
Desde el hospicio. Hubo un momento en que ya no quería
publicar Habitaciones sordas y por eso cuando presenté este libro,
dos años después de su elaboración, también leí poemas de Desde
el hospicio. Básicamente le quería dar a entender algo a la
gente, era como hablar mal de ese primer libro, como decir que era
solo el primer intento. Habitaciones sordas era un grito
solitario. En la época en que lo escribí sentía una identificación
con todo aquello que fuera feo, que fuera horrible para la gente,
porque yo consideraba que estaba en ruinas y que solo aquello que
estaba en ruinas podía tener algún significado de bienestar para
mí. Yo detestaba lo bello porque miraba que todo el mundo lo
admiraba, y que lo feo todo el mundo lo detestaba, y yo me sentía
parte de todo lo feo. Con Desde el hospicio trato de bajar ese
grito y hacer ese diálogo que decís con varios escritores, pero
también con autores que a mí me gustan y con la misma poesía. Por
ejemplo: en el primer poema de Desde el hospicio es la poesía
la que habla, cuando dice “Me alimento de poetas que fracasaron en
su vida”. Bajo el árbol de Madeleine también es
contemporáneo a esos, pero en él la intención era otra. Madeleine
es la poesía, por eso el libro se llama Bajo el árbol de
Madeleine, pero Madeleine también es la locura, porque así se
llamaba un recinto para los locos, según cuenta Michel de Foucault
en Historia de la locura en la época clásica.
Tengo entendido
que tu papá se suicidó. ¿Cómo influyó esto en tu vida y en tu
oficio de escritor?
Antes de que mi
padre se suicidara, yo ya escribía y leía, porque mi papá era un
gran lector y él me daba libros y me decía: “Tenga, niño, lea”,
ese fue mi primer acercamiento. En ese entonces muchas cosas
empezaban a cambiar, había un tema de violencia intrafamiliar y yo
era el único que confrontaba a mi padre, a quien respetaba y
admiraba mucho. El padre es generalmente el muro de disciplina en el
que uno siempre pega, pero si ese ideal de disciplina se empieza a
agrietar y vos le perdés el respeto, entonces vos lo querés saltar,
y quizá por eso ahora yo en la literatura siempre quiero estar
rompiendo con algo. Si yo ya evidenciaba cierta tendencia al
aislamiento, el suicidio de mi padre lo que hizo fue encerrarme más,
por el shock, en una especie de investigación de mi alma, espíritu,
corazón, que estaba muy maltrecho y yo necesitaba restaurarlo y
entenderlo, y en esa búsqueda de comprensión de mí mismo me
interné en los libros tratando de descubrir algo que me ayudara a
explicarme por qué sucedían estas cosas. En algún lugar de Desde
el hospicio dice: “Los versos fueron mi única familia”, y al
tomar esa nueva familia que era la literatura, también tenía que
chocar con ella, romper con ella, y empecé a golpear ese ideal de
literatura porque me desencantó. En mis libros siempre hay una
especie de devaluación, de riña con la literatura. Si te soy
sincero, yo no hubiera querido ser escritor, y por eso es que me
molesto, es como si me hubiera tocado una maldición a lo mito griego
por algo que me han obligado a ser, porque yo quisiera hacer otras
cosas, pero de pronto soy muy ensimismado para hacerlas.
Esta idea del
escritor predestinado es demasiado romántica, ¿no te parece?
Sí, yo tenía
cierto romanticismo al inicio, en mis primeros libros, pero luego
afortunadamente empecé a descubrir mi voz. Pero sí, yo me imaginaba
idílicamente y románticamente, tenía esa visión lautremoniana de
que moriría joven, a los 23 años, que todo acababa, que todo se
devastaba, y que la única razón eran los libros. Después de eso
pasé a otro plano, desde la posmodernidad, con ese afán de estar
contra la misma estructura, porque cuando vos descubrís que la
literatura es tu herramienta de salvación, entonces querés estarla
jodiendo, rompiendo con ella, porque uno se forja en la poesía y
peleando con ella, en una especie de duelo de titanes, la utiliza
como herramienta para destruirla y para revalorizarla de alguna
manera, quizá porque el poeta quiere encontrar su propio espacio en
la poesía, encontrar que uno también puede hacer algo.
Cuando decías
que buscás romper con la literatura, estás dando por sentado que
hay una tradición con la cual romper. ¿Con qué rompe un escritor
hondureño?
La pregunta es
difícil de responder. Cuando empiezo a escribir no estoy rompiendo
con ningún escritor hondureño. Los inacabados, Desde el
hospicio, son como los cimientos con los cuales he empezado a
construir una obra, porque a veces parece que aquí en Honduras
estamos condenados a elaborar solamente chozas. Hay buenos
escritores, pero no se puede compararlos con un Joyce, con Beckett,
con genios. Al principio era una cuestión de comprensión, de
entenderme, de romper conmigo mismo. Luego me doy cuenta que también
yo no valgo nada y encuentro que también puedo romper con otras
formas, aunque no sean de acá, de Honduras. En ese momento era con
la poesía de Roberto sosa, porque no era decididamente lo mío, yo
estaba por otras tendencias, siempre me sentí más cercano a Nelson
Merren, al mismo Edilberto Cardona Bulnes y a José Luis Quesada.
Pero no es que he tenido literalmente la intención de romper con
ellos, se trata más bien de la mentira que nos tenemos todos los
escritores de que vamos a escribir una obra novedosa. Yo recuerdo que
la primera mentira mía al acercarme a la literatura fue una que me
dijo Jorge Martínez cuando le presenté mis primeros poemas, a los
16 años, me dijo: “Sabe qué, Gustavo, usted tiene que seguir
escribiendo porque tiene un don que le pertenece a la humanidad y
tiene que escribir para devolvérselo”. Entonces yo me quedé con
esa idea de mártir, y era quizá el ego de creer que uno podía
construir una buena obra para el mundo, de que yo sí tenía algo que
decir. Ahora siento, con todo el movimiento que se está creando, que
no hay excusa como para no elaborar una obra que no sea buena. Pienso
que para Henry Miller, Charles Bukowski y para todos esos escritores
malditos era más fácil escribir, porque vivieron en sociedades que
se alimentaban de los mitos, así que ellos tenían un mercado, pero
eso no existe aquí.
Respecto a eso,
según Bukowski, algunos se quejan de que las condiciones en que
viven les impiden escribir, pero quien no es escritor, sin importar
las condiciones en que esté, no podrá escribir…
No es que me
contradiga, pero estoy muy de acuerdo con eso. El problema es que
podés ser buen escritor, pero no vas a tener la publicidad o el
mercadeo que puede tener otro por allá, ese asunto de la mass media
que te puede permitir mercadearte, venderte, la probabilidad de
llegar, a través de las grandes editoriales, a un mayor número de
lectores, aunque ahora existe la herramienta de Internet, que no hay
que desdeñar. Cuando me refería a que para ellos era más fácil no
lo dije desde del asunto de ser escritor, sino desde el asunto de que
nosotros podemos acceder a libros de Henry Miller y de Bukowski o de
Celine, pero ellos no pueden acceder a nuestros libros. Es una
cuestión de política editorial, para ellos es más fácil por el
mercado. En mi último libro, Katastrophé, yo hago una queja
explícita: ¿no estamos en la obligación de crear una obra
monumental al menos en retribución a toda la cooperación monetaria
que nos han dado? No podemos pasar toda la vida quejándonos de las
condiciones en que vivimos. Yo todos los libros que he publicado han
sido con mi propio dinero, con préstamos. Escucho de mucha gente se
queja porque no hay apoyo del gobierno, pero yo creo de forma
parecida a José Luis Quesada: cuando un escritor es bueno, se
sobrepone a cualquier obstáculo y lo pasa.
Siguiendo está
línea de pensamiento, ¿para quién se escribe? ¿Debe el escritor
supeditar su obra a las reglas del mercado?
No, no debe hacer
eso. Para complementarte esta pregunta con una que me habías hecho
anteriormente, con qué rompía como escritor, con qué escritores,
creo que uno rompe con la misma escritura. Y es que a veces la
literatura te aburre, yo les recomiendo a mis amigos que no lean,
porque hasta los temas que van dentro de mis libros me parecen
aburridos, pero también hay que ver qué tipo de literatura es la
que aburre. Yo soy de los que opinan que uno tiene la libertad total
de crear lo que uno quiera, algo que generalmente corresponde a la
psique del escritor, a las frustraciones, preocupaciones, pero jamás
debe estar supeditado a los mercados ni a que lo van a leer mejor si
escribe de cierta forma. Pero te repito, y esto es algo que quizá a
mucha gente no le guste, pero a mí la literatura normalmente me
parece aburrida. A veces yo paso triste porque agarro un libro y
luego otro y no encuentro algo, pero de pronto, de pronto encuentro
algo y me siento tan pero tan contento y digo por fin…
Mencionaste a
José Luis Quesada y Nelson Merren. ¿Qué diferencia mirás entre
estos escritores “consagrados” y la generación de jóvenes
poetas que busca hacerse un nombre actualmente?
Ellos tuvieron de
alguna manera un motivo político, incluso Merren en el Color del
exilio. Entonces cuando yo los leía sentía como una especie de
separación, porque se veía como impostado y no ético. Merren se
atrevía a lo social, pero desde otra perspectiva. No es el caso de
Sosa, porque a qué persona le va a gustar que venga alguien y se
autoerija la voz de todos. “Los pobres son muchos y por eso es
imposible olvidarlos”, dice Sosa en tercera persona, dando entender
que él es la voz autorizada para hablar del pueblo. Vos encontrás
en los poemas de Nelson Merren y en los de José Luis quesada que
también se habla de esto, pero desde dentro. Sosa es como si dijera
yo no soy pobre y los estoy viendo y los estoy narrando desde una
posición totalmente superior, como observador, como un pequeño
dios, pero en Quesada encontrás que dice: “Nuestro tiempo es cruel
y difícil, pero el amor lo sobrepasará, unos con otros nos
ayudaremos”. Para concluir: ¿qué es lo que nos diferencia? Mayor
libertad, porque nosotros, como somos una generación posterior,
podemos observar aquello, valorar y escribir entorno a eso, si así
lo queremos, porque, por lo menos en San Pedro Sula, siempre está
esa intencionalidad de borrar el referente.
Me llama la
atención que las objeciones que le hacés a Sosa son morales y no de
índole formal, que es donde está la calidad de su obra. ¿No es
injusto hacer ese tipo de objeciones?
Sí, y estoy
consciente de eso. Cuando leo los comentarios de Hernán Antonio
Bermúdez y veo lo que dice sobre ciertos escritores, que tuvieron
que pagar un tributo a la época (las décadas del 70 y el 80),
pienso que por eso la obra de Sosa es así. Sin embargo, creo que en
algún momento puedo cambiar de opinión sobre la obra de Sosa, como
ya lo he hecho en algunas ocasiones, porque antes yo miraba a Sosa
como una especie de Campoamor, pero obviamente eso es injusto, porque
realmente la obra de Sosa es admirable. Para mí, Un mundo para
todos dividido es uno de los siete mejores poemarios que se han
hecho en Honduras. El problema que yo veo es en cuanto a la moral del
autor. Por ejemplo: cuando el publicó su primer poemario,
Caligramas, viene Andrés Morris y le dice que todo el libro
está mal y que todos en Latinoamérica están haciendo lo mismo.
Entonces él cambia en su obra posterior, ¿por qué no fue fiel a sí
mismo?, ¿por qué elige el camino que le indicaron, a diferencia de
otros que siempre han sido fieles a su obra, a su autenticidad? La
contrariedad para repensar en el caso de Sosa es la siguiente: su
compromiso fue con lo estético, pero en su discurso se construye un
universo ético y moral que difiere de esto, eso es lo que yo
considero cierta impostura, que es válida, por supuesto.
Decís que te
aburre la literatura, incluso la tuya, pero por lo que veo, tu vida
está absolutamente dedicada a ella. ¿Se trata de una pose?
Ja, ja, ja…
con esta pregunta me siento un poco farsante. Creo que el asunto no
es contra la literatura como arte, sino contra la seriedad de alguna
gente que defiende a ultranza la literatura en detrimento del cine y
de otras formas de arte, o de otro tipo de lecturas. Carlos Lewis,
por ejemplo, se dedicó mucho a la matemática, y está Georges
Perec, con su interés por la arquitectura. Uno no pierde nada con
leer libros que no sean de literatura, pero tengo amigos escritores,
por ejemplo, que no escuchan más que jazz o música clásica, porque
eso los hace estar en un estatus alto de intelectualidad. En mi libro
Katastrophé hay un cuento que se burla de eso, porque yo
disfruto de ese otro tipo de expresiones humanas que no
necesariamente te dan el estatus de intelectual.