José Luis Quesada en el jardín de la Alianza Francesa
Foto: Gustavo Campos
Entrevista de Carlos Rodríguez al poeta Pepe Luis Quesada publicada en La Prensa.
San Pedro Sula,
Honduras
Hace veinte años el poeta José Luis Quesada se alejó de la pasarela de los poetas (no de la poesía) para dedicarse a la pintura. “Estoy colgado en un montón de casas. Soy más conocido como pintor”, dice con una carcajada amigable.
En septiembre de este año cumplirá 64 años. Nació en Olanchito, Yoro, en 1948. Debido al silencio levantado por su abstinencia para publicar, muchos leen sus libros como si se tratara de un poeta ya muerto. En 1990 entregó a los lectores, bajo el sello Ediciones Librería Paradiso, La memoria posible, una antología personal y desde entonces escondió al público su poesía. Ahora se prepara para publicar “El hombre que regresa”.
Por más de una hora, un grupo de lectores y amigos de Pepe Luis Quesada conversamos en la cómoda oficina de Teresa de Pastor, directora del Museo de Antropología e Historia de San Pedro Sula.
¿Cuándo se da cuenta José Luis Quesada de su oficio de poeta?
Aún estaba en la escuela cuando empecé a publicar en el periódico que se hacía el Día del Estudiante en el colegio donde estudiaba mi hermano Lisandro. Olanchito es una comunidad especial, quizá aún lo sea, donde siempre se cultivó el amor por la cultura. La mamá de Ramón Amaya Amador se encargaba de organizar las veladas en que participaba la comunidad. Me gustaba ir a la casa de los Orellana, o a la de mis primos, los Martínez Bardales, porque había libros.
También en mi casa, mi hermano Lisandro Quesada era conocido por escribir poemas incendiarios, que se memorizaban, como uno que comenzaba “Honduras, la del banano hecho de sangre…” En Olanchito la poesía andaba de boca en boca.
Era costumbre memorizar poemas como “Al Ejército Yanqui”, de Jacobo Cárcamo, que va así: “a dónde vais horda de hiena rubia...”.
Usted perteneció junto a Nelson Merren, Tulio Gáleas y José Adán Castelar al grupo “La Voz Convocada”, ¿qué buscaban?
Me trasladé a vivir a La Ceiba, donde cursé parte de mis estudios secundarios. Conocí a José Adán Castelar y me puso en contacto con algunas personas. Uno era don Carlos Ramírez, quien dirigía un semanario con una sección literaria donde publicaba poemas. Él mismo era un buen poeta vanguardista, lo antologó Claudio Barrera. Es uno de los libros que vale la pena rescatar, y estoy en eso. También estaba Francisco Sánchez, cuyo seudónimo era Marco Tulio Miró, un poeta posmodernista que al contacto con poetas jóvenes como Nelson Merren y Tulio Gáleas se subió al tren de la poesía moderna, de otro tono, libre, coloquial.
Como jóvenes poetas queríamos ser modernos, contemporáneos. En la biblioteca Juan Ramón Molina de La Ceiba encontré libros de poetas norteamericanos como Ezra Pound y T. S. Eliot. Me identifiqué profundamente con ellos, y, aunque los leía en traducciones, me comunicaron una cosa que yo anhelaba transmitir. También con Adán Castelar tuvimos contacto con la poesía italiana. Además leí poesía turca, de una contemporaneidad y coloquialidad extraordinaria, lirismo combinado con lo coloquial, que es una de las características de mi estilo. Yo tenía una idea muy clara de la poesía coloquial cuyo mayor secreto es el tono.
A pesar de que Pablo Neruda y César Vallejo eran poetas más cercanos no sucumbió ante el encanto de sus versos...
Yo andaba en la búsqueda de una voz, de una entonación. Sí tengo alguna poesía con influencia de Vallejo y otra con un poquito de Neruda. Pero la tónica que yo buscaba era otra. Por ejemplo: “Junto a las blancas sábanas que se secan al sol/ en el patio dorado, bajo la parra,/ piensa en su vida que se acerca al fin...” ¿ven el tono, el ritmo, la entonación? Es lo que yo buscaba. Borges una vez dijo lo que importa es una voz, un tono. Eso lo encontré en la poesía china y en cierta poesía norteamericana. Hay una enunciación, una voz y un tono que a uno lo lleva, le gusta, no sabe si es al oído, no sabe dónde toca aquello, y lo que se va a decir, el contenido es importante, pero esa entonación hala al contenido.
Es algo que el poeta hondureño ha ignorado, no ha entendido que debe cultivar esa voz, ese tono.
En una entrevista usted dijo: “después de Merren y mi poesía los jóvenes no han logrado llegar a esta cima, no han entendido cuál es el aporte de Merren y mi poesía...”.
En ese momento pensaba en poetas que ya deberían haber llegado, que eran jóvenes hace diez años. Lo que está en proceso lo conozco muy poco. De la generación siguiente a la mía hay poetas que rescato por ese sentido del oficio, uno de ellos es Marco Antonio Madrid. Veo en él un poeta consciente del lenguaje, deseoso de escribir una obra seria, un poema bien elaborado. El poema se juzga por su totalidad, nunca por los buenos versos, sino por los malos. Cuando leo un poema, con tres versos que me molestan, para mí no sirve. Es mejor dejar un poema pequeño y bueno, y no uno largo con tres poemas malos en medio. Hay facilismo en la poesía. El poeta escoge y pesa las palabras.
¿No le preocupan las críticas cuando dice que el poeta Roberto Sosa “hizo más daño que bien a la poesía hondureña”?
Hizo mucho daño a la poesía por su actitud: era resentido y malévolo, si tenías un problema con él ya no te incluía en una antología, no era objetivo. Además nunca hablaba de los poetas hondureños en el extranjero y eso lo sabe todo el mundo. Roberto era capaz de cualquier cosa.
¿Es cierto que él evitó que usted ganara un importante premio?
Con mi libro Cuaderno de testimonios pude haber ganado el Premio Casa de las Américas, fui finalista. Él era parte del jurado. Yo era un cipote, pero el poeta Sosa era un hombre muy egoísta, veía muy mal que un muchacho ganara el premio. No significa que no respete su memoria y su poesía. Conozco su poesía y la valoro, eso es lo más importante. Es cierto que influyó en mi hurañez hacia la poesía y que me apartara de los poetas.
¿Es cuando decide dedicarse a la pintura?
Sí. Me dije: voy a ver si puedo comer con esto. Los vendía a veinte o cincuenta lempiras y vi que me funcionaba y así me metí en la pintura. Ya tengo 20 años como pintor. Después los pintores decían qué gran poeta. Ahora soy más conocido como pintor, estoy colgado en un montón de casas. Parte de mi silencio en la poesía es porque me dediqué a criar hijos vendiendo pintura.
Ahora se le critica de ser poeta golpista... (Es director de la Hemeroteca Nacional)
Ja, ja, ja, ja... Natalie Roque me hizo famoso, porque ya nadie hablaba de mí. Ahora mire que recibo homenajes y soy entrevistado. En primer lugar había enviado mis papeles hace mucho tiempo. Me llamaron y acepté el trabajo, lo necesitaba. Pude llegar por parentela, por mi prima hermana Vilma Quesada, que era secretaria privada de Roberto Micheletti. Por ahí viene la crítica, que busqué el puesto por influencia, pero sencillamente coincidió el momento.
La obra poética de José Luis Quesada se caracteriza por la espiritualidad en el sentido universal. Pero ahora su poesía se aleja de cualquier espiritualidad oriental porque “ahora es una espiritualidad cristiana, sin mención a Dios. Pero se encamina hacía la redención como lo ejemplifica el siguiente verso: “Me he cortado las manos para que me crecieran otras manos”.
¿Y para qué sirve la poesía? Para nada, dice el poeta. La poesía es un medio de entretenimiento de la gente que tiene profundidad espiritual. Es una forma de pasarla bien. La gente más simple se dedica a otras cosas: llenar crucigramas o las mujeres a cuidar el jardín; pero todas son formas de matar el tiempo. Y la poesía en realidad es una forma especial de matar el tiempo, pero a veces dan premios por eso. Pero sin poesía no puedo vivir.