William Kentridge. (Tomado con mi cel)
La vida es un desperdicio de latidosNo me pondré el espíritu, la piel, el suspiro,
ni la escalera para subir latido a latido a los roces de la piedra vida.
Ni el azul abierto del corazón y los restos de barro o estiércol.
Iba a expulsarme del fondo de la sombra,
pero la mujer fugaz, la empleada vieja,
joven acostada en su todavía,
no dice palabras,
y sus ojos, la cárcel diaria.
Adiós me dice.
Me persuade, me seduce, me hiela.
Imagino la imprudente vida:
bellos rostros,
labios fríos,
lejanos cuerpos blancos,
novedosos fracasos,
mi corazón muerto, ahogándome.
En él entrarían todas las noches.
Una ley natural regiría mi vida:
¡El rechazo!
Jamás podría transgredirse.
No me tiraré como piedra en un agua terriblemente muerta.
Los besos me sobran metido en este horizonte negro.
La fiel sonámbula desnuda me besará cada amanecer,
creyéndome el letal horizonte.
La vida está abierta como las entrañas de la envidia,
su gula es arte y los cuerpos su eterna redención:
¡Desdichados relámpagos de carne!
Para el amor no hayPara ti no hay asilo, estás demasiado muerto.
E. Montale
Para el amor no hay mar, está demasiado muerto.
Para él no hay niebla.
Corazón y pasos. Orillas en la noche.
Labios y huellas.
Para él no hay cementerio ni epitafio.
Siempre jugó a las metáforas.
Confesó poemas,
se abrigó de sombra.
Despertó azar, desesperó azar.
Para el amor no hay pájaros.
Para el amor no hay una lluvia con atardecer;
cenizas, viento,
cielo, tampoco tierra,
ni una mirada abandonada
desde la densa errabunda alba.
Es demasiado tarde, los labios los escupe el árbol.
Demasiado tarde, azul regazo, hojas responsables.
Mi latitud de cieno evita rayos.
Desde las extraviadas olas en orden solitarioA Sarita
Dejo a la aurora el sufrimiento.
Empiezo:
No de zarza ni de plata.
No de viento ni de frío.
Con el azul lejano que resucita abismos.
Ya no sombra, jamás aurora.
No nido, no espejo, no recuerdo.
Ni tumba, ni cuervo que se esconde de su graznido.
Jamás cielo, nunca infierno
o lluvia procreando con el fuego, vahos.
Ya no bestia atada a mí.
Crudo, recio.
Sin muertos y vivos ríos,
sin mar que se trague las leyes de los escritos de arena.
Sin relación al adornado rugido que persigue al viento
desde las extraviadas olas en orden solitario.
Ya no órbita de orcos versos.
Sin amor,
con algunas desmerecidas lunas,
sin versos descompuestos,
tejidos.
Sin la eminencia irrevocable de los hedores.
Sin la habitual envoltura de las rastreras.
Ni al sufrir,
ni a la noche, ni a los escombros,
ni a dios, ni al olvido,
a ningún poema,
me dejaré.
Las defino muertasLas defino muertas.
Huellas.
Tomo baños de sombra.
Tengo en mí la bruma, la máscara oscura de la ciénaga.
Para mi fortuna no hay mujeres y el amor es gula.
Soy fútil,
menos polvo.
Sombríos mohos emergen de mis ojos.
Las defino muertas.
Huellas que borran el légamo. Sobras.
Me buscan tumba bajo la tristeza de la hierba.
Excluyo el ahogo alegre de amargas primaveras.
Está allí, a unas calles, a una cita, a cierto pudor y algunos añosLa vida no es muy cierta y el amor son restos del heno eterno.
Rememoro una antigua primavera
y mi corazón construye rocas de las aguas más viejas.
A mi paso hay innecesarios labios.
Al cieno sol sin esplendor lo destino a mi regazo.
Para los versos no soy más que un prisionero.
Si no quiero no voy al cementerio.
La vida muestra las violetas, el rocío de las doce,
la esperanza, la cerveza;
el silencio no elegido,
la espesura de un suspiro
que se oye como láminas golpeadas por el viento y por las ramas.
Si no quiero ir no voy, aunque se enoje la demencia.
Yo no voy al cementerio más que por acercarme a ella,
verla cruzar sus piernas.
Bebo,
porque sé que cada vez
estoy tan cerca de encontrarla,
porque sé que ella está allí,
a una calles, a una cita, a cierto pudor y algunos años.
La vida no es tan cierta.
Yo sigo al musgo desnudo sobre la fosa.
Busco mohos del amor que siempre me será negado.
He de tener la obligación de morir, de seguir ese camino.
II
Nací sobra,
légamo.
Nací excesivamente piedra.
Las solitarias aguas se ahuyentan cuando busco entrar a sus abismos.
Iré a devolver mí sombra, vivir lirios, amar musgos.
Al cementerio,
a invadir lo perdido y la música.
Amaré a dulces lluvias, despertaré lejanos gemidos de las flores.
La crueldad hoy empieza a cantar sus gustos, cantar abismos.
Ya es hora, ya antes he dicho adiós Pienso que es hora ya de despedirme.
Alexander Pushkin
El desdichado zorzal canta su última vez desde el abismo:
los pájaros muertos se hacen pesadillas y laberintos...
rígido el azar como un amanecer perdido...
Desdichado, sonámbulo.
No hay melodías, ni camino.
Ya es hora, ya antes he dicho adiós.
Lo he hecho de distintas maneras,
me podrí primero, el corazón: la más tierna carne muerta.
Lloré por ese abismo en que caí y soy guardado.
Dejé que una tarántula besara mis labios, besé cucarachas porque ellas no conocieron el amor,
tampoco yo.
Me dejé creer que había muerto.
Que el amor era un laberinto del azar,
que si no besaba a una mujer los gusanos me amarían
y me retuve,
no quise morir por una última esperanza.
Fue divertido creer, soñar, llorar, sufrir, vivir.
Tener el don de crear un cementerio de metáforas.
Fue divertido todo rechazo, ser repugnante.
Fue divertido desesperarme,
que me dedicaran libros, beber cervezas.
Fue divertido ser amargo, aburrido, espantapájaros y espantamujeres.
Ser un fracasado fuego y fracasar mi intento de hielo.
Es hora de llevarme mi último aliento.
Hora de llevarme el cuerpo a un lugar donde no me digan peste.
Hora de llevarme la ternura enfurecida de mis gestos,
que esperó volar a otro cuerpo.
Me llevo algunos cuadros bellos de la vida,
para adornar mi habitación oscura y sorda.
Es hora.
Me recibiré oscurecido y pantano, seré moda entre los muertos.
Mi despedida es mi bienvenida,
aún pueden besar mis huesos y si sienten algún escalofrío,
será la ternura de una caricia mía.
Adiós.
Adiós a los besos.
A la melodía solitaria y lejana.
Adiós a la angustia que siempre he tenido.
Me repugnas ahoraMe repugnas ahora,
que mi corazón es sucio, frío
y tan lleno de amor.
Me repugnas ahora,
que mi corazón es un zorzal envenenado
que canta azul lejano a un oculto invierno.
Me prohíbes tu rumbo
por mi niebla que vive como verso.
Me repugnas,
porque soy un frustrado fuego,
porque mi delicadeza oscura es demencia.
No te culpo.
Es más…es más…
Me repugnas porque tus ojos despuntan luces
y tus labios son el borde dulce de las nubes,
porque tienes rostro de versos
y tu sonrisa es una metáfora frágil
para llevar en el viento y en el mar y en el cielo.
Me repugnas,
porque me aparto de un golpe de las latas
sin sentido moral, sin piel.
Mi corazón es el fruto del lodo.
IIY me amarás porque sabrás que nunca fuiste para mí
y me repugnarás
¿y ahora?
Tú me quieres
porque estoy al borde del abismo y moriré, es cierto.
Es cierto.
Mientras el universo cae de bruces contra el verso
tú me amas porque nunca podrás amarme.
Y yo te amo.
Y esperas más. Más.
Lo sé,
el tiempo es seco, el amor un golpe y una lejana luz estatua.
En mí no hace buen tiempo.
Mi peste me ha aisladoMi peste me ha aislado.
Quiero desaparecer.
Me duele tanto, duele tanto.
Mi sombra siente asco, se escalofría al tocar el borde de mis pasos.
Qué inocente es la asquerosidad.
Qué trémulo el pozo hondo que me orienta cuando avanzo.
Lloro sombras a mi paso.
No hay alma que me haga alcanzar la vida.
Me he visto de reojo,
y lloro.
Miento,
mi peste me ha aislado.
Habitaciones sordas (Editorial Letra Negra, Guatemala, 2005)